domingo, 5 de enero de 2020


Una ciudad fundada que la trasladan: Los avatares de Guayaquil


Esta es una historia que aunque ha sido debatida largamente entre sectores especializados, es poco difundida. Los doctores Dora León Borja y su esposo Adam Szaszdi, luego de muchos años de investigación y fundamentación en documentos originales, han determinado en un extenso estudio que Santiago de Guayaquil tuvo más de una fundación. 

Lo que en sentido estricto existió, a partir de esa primera fundación realizada el 15 de agosto de 1534, fue que los españoles permanentemente buscaron para esa ciudad fundada un sitio más adecuado que les permita extenderse y consolidar su dominio. A este singular proceso que realizaron los españoles, en diferentes momentos, es lo que sin entrar en mayores detalles sobre lo acontecido, llamamos la ciudad que la trasladan o los avatares de Guayaquil.  

Luego de este descanso de 30 días, Benalcázar partió al puerto de Paita donde reclutó gente, víveres y pertrechos: “dicho testigo vino a esta tierra puede haber cinco años, poco más o menos, e que vino a la ciudad de San Miguel e que allí asentó en la capitanía del capitán Sebastián de Benalcázar e que vino con él a estas tierras e provincias de Guayaquile, ques en la Culata”.[1]

 A finales de agosto, Benalcázar zarpó de Paita, entró al golfo de Guayaquil, pacificó Puná y remontó las aguas del Guayas en busca de las vertientes andinas que le permitirían el paso a Quito. Por octubre o noviembre de 1535, en virtud del acta de fundación de Santiago de Quito, cuyos documentos portaba, concretó su traslado al asiento indígena llamado Guayaquile, situado a orillas del río de Guayaquil.[2]

En este primer asentamiento quedaron cuarenta españoles que Benalcázar dejó a cargo de los alcaldes ordinarios Antonio de Rojas y Diego de Daza, y se dirigió a Quito para hacer la renovación anual de su Cabildo, cuya reunión se produjo con su presencia el 28 de diciembre de 1535: “que desde las dichas provincias de la Culata e la Puná, el dicho capitán Sebastián de Benalcázar, con la gente que tenía después de pacificadas las dichas tierras e poblada la dicha ciudad, se volvió a esta villa de San Francisco de Quito, e desde aquí hizo apartar mucha gente que consigo traía para ir a dar socorro con ella al capitán Juan de Ampudia que era ido a descubrir las tierras e provincias de Quillasinga”.[3]

En enero de 1536 los aguerridos chonos, habitantes de Guayaquile, rechazaron con violentos ataques a la población española de Santiago, destruyeron el poblado y acabaron con la vida de un número cercano a la mitad de los vecinos. Diego Daza, con unos pocos soldados, escapó a Quito para pedir auxilios. En respuesta vino el capitán Diego de Tapia con alguna tropa y trata de restablecer la ciudad, pero al cabo de 40 días de lucha debieron abandonarla a su suerte.

Francisco Pizarro encomendó su reconstrucción al capitán Hernando Zaera quien en 1536 la mudó al sitio llamado Yagual, entre los huancavilcas, donde se le une la fuerza de Gonzalo de Olmos venida desde Daule. Y apenas iniciado el reparto de solares debió trasladarse al Perú a socorrer a Pizarro que se hallaba sitiado por los restos del ejército incaico. Y dejó a Rodrigo Vargas de Guzmán encargado como Justicia Mayor.

Ante la retirada de Zaera, en 1537 Pizarro encomendó la reubicación de la ciudad y su reconstrucción a Francisco de Orellana, a la sazón radicado en Puerto Viejo, quien la asentó en la comarca de la Culata. Al poco tiempo Orellana volvió a Puerto Viejo para viajar a Lima a fin de socorrer a Pizarro contra los Almagro, donde participó con méritos en la batalla de Salinas, dejando la ciudad a cargo de Juan Porcel como Alcalde. 

Después de participar con éxito en esta batalla, y experimentar las secuelas que ella trajo aparejada, Orellana fue premiado por Pizarro: volvió como Teniente de Gobernador de Santiago de la Culata en el segundo semestre de 1538, y en el último trimestre de ese año la reconstruyó en dicho asiento. 

Sin embargo, el último territorio al que se trasladó Santiago no fue tan acertado. En efecto, los aborígenes nuevamente la destruyeron. El propio Orellana asistido por el capitán Gómez de Puerto Viejo realiza otra mudanza al poblado indígena de Amay. Al poco tiempo Orellana fue designado Teniente de Gobernador de Puerto Viejo, donde hasta 1541, luego de años de expoliación a los indígenas, logró reunir los 40.000 pesos pactados con Gonzalo Pizarro, para asegurar su participación en la aventura amazónica.

La gran cantidad de vecinos que acompañó a Orellana en esta empresa, dejó a Santiago desprotegida en Amay, por lo cual los belicosos chonos, aliados con los punáes pusieron sitio al caserío. Luego de seis meses de lucha a muerte, en mayo de 1542, el Capitán Diego de Urbina sucesor de Orellana como Teniente de Gobernador de Santiago, reunió el vecindario y abandonó la ciudad para refugiarse entre los huancavilcas “que eran gente de paz”.

Pero resultó que no eran tan pacíficos y luego de una cruenta lucha Urbina juntó al vecindario y por la noche, subrepticiamente se deslizó aguas abajo en balsas. El 20 de septiembre de 1543, Urbina, la estableció nuevamente en el pueblo de Guayaquile, “donde ocho años antes había poblado la ciudad Sebastián de Benalcázar”,[4] “en el asiento e sitio de Guayaquile, junto a la ciudad de Santiago, donde tiene asentado su real”.[5] Desde entonces adquirió definitivamente el nombre de Santiago de Guayaquil y guayaquileños sus pobladores.

De esta inestabilidad de la ciudad de Santiago, impedida de establecerse y desarrollarse, en 1541 se aprovechó el Cabildo de Quito para pedir a la corona que la villa de San Francisco fuese elevada a la categoría de ciudad, lo cual fue concedido ese año.

Mientras ocurrían estos hechos, se había iniciado y desarrollado la guerra civil entre los Almagro y los Pizarro, y con el ánimo de defender y justificar las acciones de sus hermanos, Hernando Pizarro fue a España para presentarse ante el rey pero no volvió jamás. El 26 de junio de 1541 Francisco Pizarro cayó asesinado.

En estas circunstancias, Gonzalo, el único sobreviviente de los Pizarro y de esta lucha civil, temeroso del castigo del rey, se alzó en armas contra el soberano español. En diciembre de 1544, ocupó militarmente Santiago de Guayaquil obligando al Cabildo de la ciudad a reconocerlo como Gobernador. Y en 1546, en reemplazo suyo designó Teniente de Gobernador de la ciudad a Miguel de Estacio.

Guayaquil en su sitio definitivo 


La situación parecía interminable, 13 años de una serie de mudanzas, construcciones y destrucciones. Era como el juego del gato y el ratón, españoles que abandonaban una posición y reconstruían la ciudad en otra, enfrentados a indígenas que resistían y destruían lo que habían reedificado. Situación intolerable que los conquistadores estimaron que debía terminar y nuevamente trasladaron la ciudad hacia otro lugar, siempre en busca de la seguridad y el beneficio de los ríos. 

En efecto, a principios de 1547, llegó a Puerto Viejo el pacificador Lcdo. Pedro de La Gasca para someter la rebelión de Pizarro y destituye al gobernador pizarrista. El 16 de abril de ese año, por orden de La Gasca, el capitán Francisco de Olmos ejecuta al gobernador de Guayaquil, el también pizarrista Miguel de Estacio. Cumplido lo cual, La Gasca continúa su viaje hacia Lima acompañado de Olmos y escoltado por el capitán Martín Ramírez de Guzmán, dejando al padre de este último, Rodrigo Vargas de Guzmán, al mando de la Guayaquil como Alcalde Ordinario.

Temerosos a las retaliaciones que pudiera tomar Pedro de Puelles, teniente de Pizarro en Quito, los guayaquileños consideran la urgencia de mudar la ciudad a un lugar más protegido, preferentemente en la ribera occidental del Guayas. Esta vez no era el acosamiento de los indios el que –como en otras oportunidades– los obligaba a trasladar su pequeño poblado, sino la persecución de sus propios coterráneos.

Pero transportar a todo el vecindario, su menaje y animales no era cosa sencilla, requerían de balsas de un tamaño considerable. Pero ¿cómo construirlas rápidamente si en las inmediaciones de Guayaquil, situado tras la isla Santay, en la ribera oriental del Guayas, nunca existió la madera de balsa por la salinidad del río? 

Aunque vigilantes y atentos a la defensa de su ciudad, y pese al temor de un ataque inmediato de Gonzalo Pizarro, no tuvieron otra alternativa que esperar el tiempo que les tomaría talar la mencionada madera en los bosques de Bulubulo o Balzar, donde abundaba.

Hacia cualquiera de los dos destinos, debieron viajar cientos de kilómetros para alcanzar tales bosques naturales, cortar la madera, descortezarla, porque de lo contrario pierde flotabilidad y se pudre rápidamente, luego arrastrarla hasta la orilla de un río con suficiente caudal, armar las balsas y viajar aguas abajo hasta Guayaquil.

Por las grandes distancias que debieron recorrer, la lentitud del viaje movidos solo por las corrientes y el arduo trabajo que debieron realizar para extraer la madera, asumo que les tomó aproximadamente tres meses, después del ajusticiamiento de Estacio (16 de abril de 1547), para construir, adecuar y situar en la ciudad las balsas necesarias para el traslado del vecindario.

Quien conozca bien el comportamiento del Guayas en ese sector, coincidirá conmigo en que conducidos por el alcalde ordinario, Rodrigo Vargas de Guzmán, se embarcaron los 150 habitantes con todos sus aperos y animales. Navegaron río abajo hacia el sur de la isla Santay y arrastrados por la corriente se arrimaron a la Puntilla (río arriba de Punta de Piedra) en la orilla que actualmente ocupa nuestra ciudad.

En ese punto, los conquistadores esperaron la marea creciente y navegando próximos a la orilla, donde la corriente es más poderosa, subieron y atracaron en la playa de piedra de Las Peñas, en la falda del cerro Santa Ana. “Y pese a la larga búsqueda de un emplazamiento adecuado, el lugar elegido finalmente –la ladera meridional del Cerro de Santa Ana o Cerrillo Verde, en la orilla occidental del Guayas”.[6]

Una hipótesis

El tiempo que debió emplearse para preparar esta fuga masiva, partiendo del 16 de abril de 1547, en que Estacio es ejecutado, hace muy posible que el nuevo asiento de Guayaquil en la cumbre del cerro Santa Ana, por pura casualidad haya sido alcanzado el 25 de julio de ese año. Esta coincidencia finalmente ha beneficiado a la ciudad y evitado una distorsión de fechas históricas. 

Por otro lado, la historiadora Dora León Borja, el 25 de julio de 1963, en diario El Universo, admite que pese a la amenaza, no se mudaron inmediatamente y agrega: “Sin embargo, es solamente en junio de 1547 que los vecinos de Guayaquil –temiendo las represalias de los pizarristas de Quito– trasladan le ciudad definitivamente a su actual emplazamiento”.

Apenas un mes de diferencia existe entre la fecha que rescata la historiadora y julio que sostiene nuestra hipótesis, que admite la posibilidad que pudo haber coincidido el asentamiento de Guayaquil en el cerro Santa Ana con la fiesta patronal de nuestra ciudad, que aun se celebra cada 25 de julio. Hipótesis de difícil confirmación (pero que no deja de ser posible), por cuanto la totalidad del archivo que contenía cien años de documentos, en que debió constar todo el trayecto histórico de la ciudad, desapareció en 1633 durante el incendio de la Casa Consistorial.

Sin embargo, hay un documento que si bien está fechado 234 años después, es un buen fundamento para creer en tal coincidencia. Este es el acta del Cabildo celebrado en Guayaquil el 24 de julio de 1781, que consta en el libro de actas Nº 21, que comprende desde 1780 a 1783, que textualmente dice lo siguiente: 

En este Cabildo se trató sobre la fiesta con que se solemniza el Real Estandarte, en memoria de la conquista de esta ciudad y su Provincia, cuya función se verifica el día de mañana veinte y cinco del corriente en que celebra la Iglesia al Apóstol Santiago”.

Me pregunto yo ¿Qué significa aquello de la conquista de la ciudad y su provincia? Nada más lógico de responder que a partir del 25 de julio de 1547, la ciudad quedó definitivamente trasladada y afianzada en un sitio y territorio que tenía una posición segura. Pues, no volvió a sufrir ataques indígenas ni destrucción alguna de parte de ellos. 

Y así establecidos, los guayaquileños, desde este asentamiento estratégico “conquistaron” la provincia al posesionarse de la gran cuenca del Guayas. Y dueños de ambos espacios, a fuerza de trabajo tesonero conquistaron la ciudad y la provincia, iniciando la riqueza que en poco más de doscientos años, convirtió a Guayaquil en la ciudad más importante y rica de la América meridional. 

Desde entonces, utilizando el gran sistema fluvial del Guayas, estructuran la economía del país dominando primero el comercio con la Sierra centro-norte y sur, y posteriormente el internacional. El Guayas y su extensa red fluvial fueron sistema cardiovascular y columna vertebral de la socio-economía de la Audiencia, y la ciudad-puerto de Guayaquil, se convirtió en actora y principal motor de nuestra historia. Icono de la culminación del proceso de independencia iniciado el 10 de Agosto de 1809, de la cultura y las grandes transformaciones sociales ocurridas en el Ecuador.

Los traslados y mudanzas de Santiago realizadas entre su fundación, el 15 de agosto de 1534 hasta el 25 de julio de 1547, no fueron sino un conjunto de actos jurídicos cumplidos en la búsqueda de un espacio seguro para afianzarse y crecer. Fueron emplazamientos fugaces en que los vecinos estuvieron más preocupados por apagar incendios y salvar la vida que por la trascendencia y permanencia de la ciudad.


[1] Testigo Diego Escobar, probanza de Diego de Sandoval, del 19 de noviembre de 1539, Revista del AHG, número 7, p, 73.

[2] Cuya desembocadura al Guayas se situaba tras la isla Santay, Plano y estudios de Jaime Véliz Litardo, basados en las investigaciones de los historiadores Dora León Borja y Ádám Szaszdi.
[3] Testigo Gregorio Ponce, probanza de Diego de Sandoval, 19 de noviembre de 1539, que consta el la Revista del AHG número 7, p. 73.
[4] Dora León Borja y Ádám Szászdi. Santiago de Guayaquil <1535-1547> El Universo, julio 25 de 1971
[5] “Libro Primero de Cabildos de Quito”, Quito, II pp. 355-357, 1934.
[6] María Luisa Laviana Cuetos, “Guayaquil en el siglo XVIII, recursos naturales y desarrollo económico”, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos de Sevilla. C.S.I.CCSIC., 1987, p. 29.

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