miércoles, 20 de mayo de 2020


Piratas, Corsarios y Defensas II.

En el artículo anterior vimos el intento de crear suficientes defensas y anunciar las primeras incursiones de piratas europeos hacia el Nuevo Mundo, tendentes a despojar a España de sus rutas comerciales y riquezas en tesoros que viajaban del Imperio de Ultramar a la Península. Sin embargo, los iniciadores de la piratería no fueron precisamente los enemigos de España. En el siglo XIV la piratería estaba tan organizada por la corte de Aragón, que regían ordenanzas para regularla. Los Reyes Católicos, asociados en éste pingüe negocio, utilizaron capitulaciones para pormenorizar los derechos y obligaciones de los corsarios. Con estos antecedentes podemos decir que España fue la más entusiasta por el corso, mientras lo utilizaba como auxiliar de su Armada. 
Sin embargo, Enrique VII de Inglaterra (1485-1509) fue el primero en armar en corso a buques particulares contra EspañaMás adelante se convertiría en su azote cuando Inglaterra en especial, y en menor escala Francia y Holanda, introdujeron un cambio sustancial. Pues mientras para España lo principal era el aspecto bélico para Inglaterra fue un asunto de estado y de supervivencia. Fue el medio más eficaz para quebrar el poder español apoderarse de sus rutas comerciales y participar de las fabulosas riquezas del Nuevo Mundo. 
Al quedar todas las naciones europeas, excepto España y Portugal, por el tratado de Utrecht quedaron fuera del reparto de tierras y posteriormente del comercio con las colonias americanas. España, sólo podía realizar tales actividades través de la Casa de Contratación, radicada en Cádiz y más tarde en Sevilla, que era el escudo mediante el cual su monarquía intentaba mantener en secreto lo descubierto en América. 
Sin embargo en 1521 piratas franceses a las órdenes de Juan Florín lograron capturar parte del famoso Tesoro de Moctezuma estimulando a las casas reales europeas a crear los medios para acceder a tan fabulosos botines. Esta circunstancia obligó a los españoles a crear los medios para defenderse e iniciaron la construcción de los enormes galeones mucho más armados que los navíos piratas.
A partir de 1545 se produjo el descubrimiento español de las minas de plata de Potosí en el Alto Perú (actual Bolivia, se dice que los incas ya conocían su existencia), y el 1 de abril de 1545, junto a un grupo de españoles el capitán Juan de Villarroel tomó posesión del monte que llamarían Cerro Rico. La inmensa riqueza hallada en este lugar y la intensa explotación a la que lo sometieron los españoles hicieron que la ciudad la ciudad de Potosí creciera de manera asombrosa. 
Estas grandes riquezas llegaban al istmo de Panamá para ser transportadas en recuas de mulas del Pacífico al Caribe, para embarcarlas a España en las llamadas flotas de galeones. También se enviaba desde Acapulco plata acuñada hacia el Asia en el galeón de Manila, que retornaba anualmente cargado de especias y sedas asiáticas. Riquezas que quedaron expuestas a la piratería por la ineficacia y debilidad de la Armada de la Mar del Sur. 
También los sectores de la costa peruana ricos e indefensos, presentaron un magnifico cebo para estos depredadores. De esa manera convirtieron en blanco de sus ataques a las costas desde Chile hasta México. Guayaquil era una ciudad muy rica pues movía todo el comercio legal e ilegal del cacao. Además, muchos comerciantes de Lima para ahorrarse los derechos de aduana que debían pagar por embarcar bienes en el Callao, enviaban a esta ciudad el dinero y otros bienes destinados a España. También se recibía en Guayaquil oro procedente de Quito, mercaderías varias, tejidos, imágenes para uso de las iglesias, etc. 
Los primeros en cruzar el océano para asentarse en las islas del Caribe y atacar pequeñas naves y poblaciones indefensas, fueron los corsarios franceses y algunos pocos españoles enrolados con ellos. Más tarde surgió una nueva forma de piratería personificada por el corsario inglés, especializada en el saqueo de ciudades, puertos y mercancías. Esta modalidad disfrutaba de una patente de corso, es decir: una “licencia para robar y saquear” con la autoridad explícita del rey u otro gobernante. 
Inglaterra y Francia tenían a sus corsarios institucionalizados cuya actividad se convertía en lícita en tiempos de guerra. De esta manera los piratas clásicos se van haciendo corsarios, que era una postura más cómoda, pues actuaban siempre dentro de un orden legitimado y bajo la protección de la ley. Fue Enrique VIII el primer monarca que expidió las patentes de corso en Inglaterra. Más adelante la reina Isabel I se convertiría por este medio, en “empresaria marítima” otorgando las patentes a cambio de su participación en el botín conseguido.
El primero de los ingleses en merodear nuestras costas fue Francis Drake al mando de la goleta “Golden Hind” de 100 toneladas. La única de cinco naves que conservaba de las que partió del puerto de Plymouth, pues al cruzar el estrecho de Magallanes lo sorprendió un furioso temporal en el que naufragaron dos de ellas, y las otras dos lo abandonaron para volver a su país. 
Desde el 6 de noviembre de 1578 en que penetró al Pacífico navegó hacia el norte. En Valparaíso apresó un buque con un rico tesoro en lingotes de oro; en Arica un cargamento de plata en barras; entró al Callao y se levantó un embarque de plata. Se disponía a tomar Guayaquil mas, por un capitán español capturado en el Callao se enteró que acababa de zarpar el galeón “Botafogo”, lo persiguió y capturó con oro y joyas por 900.000 libras esterlinas. Tesoro que al ser repartido con Isabel I de Inglaterra le valió el título nobiliario de Sir.
Ese año por la misma vía ingresó al Pacífico Thomas Cavendish. Intentó asaltar Arica y Paita pero fracasó. Entró en Puná y se apoderó de la isla y en ella reparó dos de sus naves, y la tercera la hundió por mal estado. Pensó tomar Guayaquil mas se desanimó ante las 80 millas de difícil navegación por el Guayas. Mientras permanecía en la isla el cacique de Puná Francisco Tomalá dio aviso a las autoridades de Guayaquil. Y un grupo de embarcaciones al mando de Jerónimo Castro y Grijuela trasladó un fuerte contingente de hombres. En la noche se aproximaron a los piratas y en el alba los atacaron por sorpresa. 
La mayor parte de ellos se refugió en sus naves, solo 4 se parapetaron y resistieron en la casa del cacique quien autorizó pegarle fuego para obligarlos a salir. Fueron capturados y enviados a Lima donde el Tribunal de la Inquisición los juzgó por herejes y sentenció a la pena capital. Drake y Cavendish cada uno a su vez optaron por no volver vía estrecho de Magallanes, navegaron al norte hasta California y de allí al archipiélago de las Molucas, cruzaron el océano Índico, luego el cabo de Buena Esperanza al sur del África y por el Atlántico hacia el norte alcanzaron las costas inglesas.
En 1624 el holandés Jacobo L´Hermite llegó a Puná con doce buques. Con 400 hombres emprendió una incursión contra Guayaquil en la que perdió la vida, y sus huestes resultaron muy maltrechas. Al día siguiente con mayor ferocidad sus lugartenientes atacaron con seiscientos hombres pero volvieron a ser derrotados. Mas la ciudad quedó en ruinas: incendiada, y sus principales edificios derruidos. Cientos de muertos sembraron el dolor y el luto entre los vecinos. Tanto fue el daño que por muchos años los guayaquileños lamentaron las pérdidas.
En abril de 1687 con la llegada a la ciudad del pirata Bartholomew Sharp, quien en asocio con los corsarios ingleses al mando de George Hewit y los franceses Picard y Groignet, se produjo el más grave atentado contra Guayaquil. La asaltaron saquearon, asesinaron a cientos de vecinos. Apresaron al gobernador y a 700 hombres todos los cuales fueron liberados mediante el pago de un rescate de 4’600.000 piezas de a ocho, reunidas por los vecinos pudientes y abandonaron la ciudad reducida a escombros.
En 1709 110 corsarios al mando de Woodes Rogers y Stephen Courtney y William Dampier (el pirata literario, que ya había estado en Guayaquil) entran a la ciudad y se presentan como traficantes “negreros”, y al ver el miedo dibujado en el rostro del corregidor Jerónimo de Boza y Solís, no sólo exigieron 40.000 pesos de rescate por dos rehenes que se llevaron, sino que se entregaron al pillaje durante cinco días, llegando a acumular 60.000 pesos en joyas y dinero a más de una enorme cantidad de víveres y objetos. El capitán Rogers pese a lo que representaba era un hombre culto, y durante el tiempo que permaneció en la ciudad recorrió sus alrededores, conoció sus gentes y recursos. Lo cual le permitió escribir una de las más interesantes y completas descripciones de Guayaquil. Permaneció largos meses entre los guayaquileños, hasta obtener las piezas de plata que exigió como rescate.
Hay que tener en cuenta que estos corsarios muchas veces eran empresarios comerciantes que vendían productos muy necesarios para los colonos y compraban a buen precio los artículos que estos debían vender exclusivamente a la Casa de Contratación. Por lo tanto en muchas ocasiones la presencia permanente de piratas en el casi despoblado Caribe insular era bien vista, e incluso necesaria, tanto para los habitantes como para las élites españolas residentes en América. Es el caso de John Hawkins que vendió esclavos traídos desde África y compró especies a mucho mejor precio que el pagado desde Sevilla. 



2 comentarios:

  1. Estos corsarios tenían venia de las cortes monárquicas de esos tiempos son como en la actualidad mercenarios haciendo terror desde muerte,robo y extorsión a los nuevos territorios como guerra económica de esos imperios de grandes fortunas

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  2. El capitán Rogers , como describió a Gye?

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