sábado, 17 de agosto de 2019



Bolívar y Miranda

Con estos personajes como actores principales de un drama continental, se inicia en la América meridional la guerra más larga y cruenta de las ocurridas en el mundo en el siglo XIX. Simón Bolívar, miembro de una acaudalada y antigua familia venezolana nació en Caracas en 1783, en el “Siglo de las Luces”, cien años después de la revolución de Inglaterra que instauró la monarquía parlamentaria (1688). Por tanto no cabe duda alguna que desde muy joven su pensamiento se nutría del espíritu de aquella transformación que rompió con el absolutismo, concedió al pueblo el derecho a gobernarse y creó organismos e instituciones con funciones que no estaban consideradas en las viejas estructuras. Conquista social del siglo XVII que nos demuestra que el siglo XVIII, pese a sus luces, aunque distinto, no es nuevo para las libertades. 
Además de su alta posición social, sus tres tutores, Miguel Sanz, Simón Rodríguez y Andrés Bello, como fuentes de orientación diversa, fueron determinantes para influir en la mente del joven soñador de principios del siglo XIX. Época en que Bolívar crecía y maduraba en la Caracas cercana al mar, receptora de noticias frescas que abundaban en el ámbito de un campo abonado por la filosofía de la Ilustración.
Indudablemente influyeron en él la independencia de los Estados Unidos (1776), la Revolución Francesa (1789) que puso en vigencia la era de la Ilustración, la creación de la “República Negra” de Haití (1804) y el desembarco de Miranda en La Vela de Coro, Venezuela (1806). Hechos que afirmaron el republicanismo ilustrado entre la élite criolla sudamericana, para tomar la decisión de luchar por independizarse de España.
De esta conjunción y de la coyuntura de la invasión napoleónica a España, que minó su autoridad ante el Imperio Ultramarino. Con el territorio Ibero convulsionado por la guerrilla y sin suficientes fuerzas para enfrentar exitosamente la naciente revolución americana, se hizo evidente la debilidad de la Metrópoli. De esta situación emergen varias figuras decididas a sacudirse del yugo, entre ellas la de quien sería el gran caudillo de la independencia de América meridional. Un joven masón, pleno de ideas liberales quejura en el Monte Sacro (1805) no descansar hasta acabar con la dominación española que sometía a su país. 
El 2 de mayo de 1808 la población de Madrid se alzó en armas contra los franceses, cuyas noticias impulsaron el 19 de abril de 1810, en Caracas y otras ciudades la formación de la Junta Suprema Conservadora de los Derechos de Fernando VII. Bolívar animado por los sucesos, pidió a la Junta ser designado para viajar a Inglaterra como su representante con todos los gastos a su cargo. Y acompañado de otros dos delegados, entre ellos Luis López Méndez, zarpó de La Guaira y en dos meses de navegación arribó a Portsmouth, Inglaterra.
Una vez en Londres, luego de algunas gestiones oficiales, visitó a su admirado Francisco de Miranda, de quien en ese brevísimo tiempo, la lúcida inteligencia de Bolívar recibió la formación militar con que conduciría la guerra hasta su final. Fascinado por su legendaria personalidad y por haberlo recibido como un amigo de toda la vida, lo convirtió en su mentor.[1]Sintiéndose en libertad de coincidir “plenamente con su antiespañolismo y con la idea de que solamente con una guerra definida contra España podía lograrse la independencia”.[2]Finalmente, en diferentes navíos ingleses y con un mes de diferencia ambos personajes zarparon hacia Venezuela.[3]
Bolívar, de vuelta a una Caracas conmocionada encontró que nada determinante ni decisivo se había realizado durante su ausencia. Informó a la Junta el resultado de su gestión y anunció el pronto arribo de Miranda, la cual, a regañadientes autorizó su entrada a Caracas. Para él, no cabía duda que entre los resultados palpables de su misión a Londres, había sido lograr el retorno de Miranda. Más tarde vendría la desilusión.
Sin embargo, al no recibir este una amigable recepción, se apartó de la Junta centrándose con su pupilo en una campaña de difusión de sus ideales a través de la Sociedad Patriótica, creada por la Junta con la finalidad de desarrollar el movimiento político y de redactar el borrador de una Constitución. “La joven comunidad, que había dejado de ser una colonia pero no era todavía una república independiente, comenzaba su carrera con una serie de importantes medidas”.
Bolívar instaba a sus coterráneos a responder con una declaración de guerra a España por el bloqueo establecido. No le causó sorpresa la altiva y tajante negativa de la Metrópoli de aceptar sus demandas, pues sabía que la actitud española no se debía a la confianza en su poder militar, sino que confiaba en los poderosos criollos que deseaban la continuidad del dominio hispano. 
Mas, la debilidad y vacilaciones del Gobierno de Caracas le causaron profunda indignación, ya que traslucían la importante influencia de los disidentes. Y no se equivocó, pues las provincias de Coro, Maracaibo y Guayana consideraban como su autoridad suprema al Consejo de Regencia, lo cual no le dejaba otra alternativa que someterlas por la fuerza. “Pongamos sin miedo la piedra angular de la libertad de América. Vacilar es perecer”.[4]
El 26 de marzo de 1812 la tierra tembló y asoló Caracas. Bolívar asumió el control de esta y para evitar epidemias ordenó incendiar las casas derruidas con numerosos cadáveres sepultados. Movimiento telúrico es considerado el precursor del colapso físico y moral de la Primera República de Venezuela, pues tal fue el daño causado que asestó un golpe mortal a la ansiada independencia. 
En estas circunstancias, Miyares, gobernador realista de Maracaibo, apoyado por el clero y los indígenas de la región, organizó una pequeña fuerza de 600 hombres que puso al mando del capitán de fragata Domingo Monteverde. Quien enfrentado a una superioridad numérica, decidió replegarse. Con la victoria al alcance de los republicanos, es cuando Juan Montalvo, jefe de la caballería patriota, se entrega a las tropas del rey. 
Igual traición se produjo por parte del escuadrón Pao, al mando del capitán Cruces. “No fue un caso aislado el de Montalvo, hay que esperar mucho tiempo para que Venezuela se torne de verdad republicana. Hasta que no llegara a los campos, las aldeas, los pueblos más distantes, la palabra viva del Libertador no se formó la nueva opinión”.[5]
En marzo de ese año, Monteverde inició la campaña obteniendo algunos triunfos inmediatos. El 23 de abril, Miranda, que a la fecha se hallaba distanciado con Bolívar por una gran desconfianza mutua, fue nombrado comandante en jefe del ejército, con poderes ilimitados con el único objeto de salvar al Estado y garantizar su independencia. Con estas atribuciones y desconfiando de Bolívar lo alejó de la acción militar, confiándole la defensa de Puerto Cabello, donde se hallaba el fuerte de San Felipe, con numerosos e importantes de prisioneros realistas. Encargo que aceptó por disciplina, “pero hubiese preferido un mando más en armonía con su voluntad de acción”.[6]
Sin embargo, “Aunque la residencia del comandante estaba en el castillo, Bolívar prefirió alojarse en el ambiente más mundano y alegre de la ciudad”,[7]Y cuando por su descuido, estaba a punto de perder Puerto Cabello, y escribe a Miranda: “Si V.E. no ataca inmediatamente al enemigo por la retaguardia, esta plaza es perdida”. Pero dedicado a organizar el ejército con normas tácticas obsoletas, no estaba dispuesto a la precipitación. Desecha el pedido de Bolívar y demora el ataque, por eso la caída de Puerto Cabello se la atribuye a la lenidad con que reaccionó Miranda.
Pese a esto, Bolívar una vez perdido tan estratégico objetivo y sintiéndose responsable del error de no haber estado presente en el fuerte San Felipe al momento de la rebelión de los prisioneros, escribe a Miranda: “Mi general, mi espíritu se halla de tal modo abatido que no me siento con ánimo de mandar un solo soldado; mi presunción me hacía creer que mi deseo de acertar y mi ardiente celo por la patria, suplirían en mi los talentos de que carezco para mandar”.[8]Por estas circunstancias, y porque el momento exigía el aniquilamiento del enemigo, Bolívar lo tildaría de traidor, y liderando su captura lo entregó a las autoridades españolas.
La pérdida de Puerto Cabello fue el inicio del descalabro de la Primera República de Venezuela, del desprestigio de Miranda y su ruptura con Bolívar, pues Monteverde, a cuyo ejército le faltaba todo, de pronto se vio en posesión de la pólvora, plomo y fusiles suficientes para dominar la situación militar. Con una secuencia de pequeños triunfos, paulatinamente, Venezuela fue retomada por las fuerzas realistas. Y en forma incontenible las tropas de Monteverde y del capitán Antoñanzas, avanzaban a lo largo y ancho del territorio incendiaban los pueblos, degollaban a los soldados republicanos y asesinaban a las poblaciones civiles.[9]
Tomado Puerto Cabello, Bolívar huyó hacia La Guayra y luego a Caracas. Pocos kilómetros antes de llegar a esta última, le llegaron noticias que Miranda se había rendido a Monteverde y este se aproximaba a la ciudad. Nadie sabía las condiciones del armisticio, y la rabia contra Miranda hizo presa de la oficialidad republicana. Luego de un cambio de impresiones decidieron instaurar contra él un consejo de guerra, para lo cual, además de Bolívar se hallaban el comandante de La Guayra, un delegado político, y seis o siete oficiales de alta graduación.
Unos resolvieron arrestarlo para obligarlo a permanecer en el país, y otros, entre ellos Bolívar, querían fusilarlo por traidor. Al amanecer se presentaron en su alojamiento, le intimaron prisión, y lo encarcelaron en el fuerte San Carlos. Luego que Monteverde tomara La Guayra, Miranda fue entregado a los españoles, que lo mantuvieron prisionero en tal fortaleza hasta 1814. 
Acaso la razón más poderosa “…para el trágico fin de las relaciones entre ambos hombres. Miranda nunca quiso hacer sacrificios personales y, incorruptible o no, jamás había realizado nada que en términos históricos pudiera llamarse grande. Durante toda su vida había sido un filibustero, para quien nada importaba tanto como su persona. Miranda fracasó porque sus ambiciones personales superaban a su capacidad.
Bolívar huyó a Curazao y de allí, con un pequeño grupo de oficiales se dirigió a Cartagena. Bolívar tenía 30 años y la república apenas había durado uno. Sin embargo, ni agotado ni desalentado se fijó dos tareas: aprovechar la experiencia pasada para recomenzar la lucha y continuar en la guerra, porque sabía que solo esta podía devolver lo que para él se había perdido: “el honor de Venezuela”.[10]


[1]Carta de Miranda fechada en Londres el 3 de agosto de 1810: “La sabia elección que V. A. Hizo en los diputados, D. Simón Bolívar y D. Luis López Méndez, enviados a esta Corte, no ha contribuido menos para la favorable acogida y buen éxito que promete esta importante negociación”. Documentos para la Historia de la vida Pública del Libertador, Caracas, Imprenta de La Opinión Nacional, Pág. 580, 1875. 
[2]José Ignacio García Hamilton, “Simón, Vida de Bolívar”, Caracas, Random House Monadadori, Págs. 53-57, 2004.
[3]La Gaceta de Caracas, diciembre de 1810: “El 5 llegó a La Guaira en la corbeta de S. M. B. <Zafiro> el coronel D. Simón Bolívar uno de nuestros diputados en la corte de Londres”.
[4]Gerhard Masur, “Simón Bolívar”, Bogotá, Editorial Grijalbo, Págs. 109-116, 1984.
[5]Germán Arciniegas, “Bolívar y la Revolución”, Bogotá, Editorial Planeta, Págs. 214-214, 1993 (Cuarta edición). 
[6]Gerhard Masur, Op. Cit. Pág. 127.
[7]García Hamilton, Op. Cit., Pág. 68.
[8]Vicente Lecuna “Simón Bolívar, Obras Completas”, La Habana, Editorial Lex, Págs. 32-33, 1947. Cartas del 1 y 12 de julio de 1812.
[9]Gerhard Masur, Op. Cit. Pág. 129.
[10]Ibídem, Págs. 136-139.

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