jueves, 30 de noviembre de 2017

16 de Abril de 1827,
segundo intento autonómico

A lo largo de los pocos años de dependencia y subordinación de Guayaquil a Colombia, en distintos tonos y oportunidades, los guayaquileños expresaron su latente autonomismo. Aquel estaba fomentado y fermentado por el excesivo centralismo colombiano.
La reacción más seria tuvo su inspiración, cuando el 27 de enero de 1827, la Tercera División Auxiliar al Perú, formada por los batallones colombianos (compuestos mayoritariamente por hombres del Distrito del Sur) “Araure”, “Rifles” “Caracas” “Vencedores” y un regimiento de húsares de Junín, constituido por dos escuadrones, se sublevaron en Lima.
A la cabeza de la rebelión, como jefe de Estado Mayor estaba el teniente coronel José Bustamante, y el coronel Juan Francisco Elizalde La Mar, ambos guayaquileños, este último primo del gran mariscal La Mar.
Bolívar, ya no se encontraba en el Perú, y los soldados colombianos que habían cumplido con honor y gloria la guerra por la independencia de ese país, luego de tres años de permanencia en él, deseaban volver a su patria.
Nada, excepto la disciplina y los planes del Libertador, parecía obligarlos a mantenerse lejos de su terruño. Además, su presencia causaba desazón en el pueblo peruano, y deseaban liberarse de las “tropas extranjeras que vejaban a las poblaciones con las insolencias de vencedores, que consumían las rentas después de haber sido magníficamente recompensadas” (Francisco X. Aguirre Abad, Bosquejo Histórico de la República del Ecuador, Biblioteca Ecuatoriana Clásica Pp. 444-445, 1995). Todo esto los convertía en blanco del más grande repudio.
Se ha dicho que fueron estimulados con dinero para que procedan como lo hicieron. Es posible. Pero, también hay que reconocer que los peruanos debían estar hartos de ellos, y estos de guerrear y permanecer tanto e inútil tiempo en tierra extraña. Era la conjunción de hastío, cansancio, repudio y rechazo a la prepotencia.
Varios historiadores que aseguran que la causa de esta acción nace de un contubernio entre los gobiernos del Perú y Estados Unidos con Santander, vicepresidente de Colombia, en alianza secreta con La Mar, siendo la finalidad derrocar al gobierno centralista colombiano.
Los hay también que sostienen que se le dio dinero a Bustamante, y a Elizalde para incorporar a Guayaquil al Perú, (La nota del General La Mar de 12 de mayo al General Flores, justifica que la pretensión de estos sediciosos era sustraer a Colombia sus Departamentos del Sur y agregarlos al Perú en cambio de un poco de dinero ofrecido a Bustamante y sus cómplices. Sucre, De mi Propia Mano. Pp. 328-330).
Nosotros no creemos en estos cuentos. Pues esta especie se fundamenta en calumnias nacidas de quienes no reconocen el histórico espíritu autonómico guayaquileño y de los aferrados al sometimiento a Colombia.
Por otra parte, era evidente que los Estados Unidos, encontraban inconveniente a sus intereses el establecimiento de otra nación poderosa al sur del continente y su intervención sin duda fue más que probable. Sin embargo, no puede asegurarse que ese constituyó el elemento determinante y decisivo.
Las cosas no eran así de simples, nacidas de juicios, puramente, desde el punto de vista colombianista. Hay que tener presente algunos aspectos. En primer lugar, la utopía de Bolívar de crear una Colombia grande en base a nuestros atrasados y entre sí distantes países, desarticulados física y espiritualmente, no pasaba de ser una quimera.
El proyecto de esta nación grande “no contó con mayor sustento económico, lo que impidió atender muchos aspectos de la vida del país, así mismo, no logró la cohesión de sus regiones, permitiendo en ocasiones la competencia y hasta la rivalidad” (María Susana Vela Witt, el Departamento del Sur en la Gran Colombia, 1822-1830, Quito, Abya-Yala, 1999, p. 105).
Roto el único eslabón que los unió, esto es, la lucha mancomunada por la libertad, las tendencias políticas, los intereses e identidad de cada distrito y departamento, pugnaron por agruparse en sociedades independientes y autónomas. Además, emergieron a la superficie de la pugna los intereses de los caudillos militares, formados en la guerra, con sus propias ambiciones y aspiraciones.
En segundo lugar, la insurrección de enero no respondió a ningún plan preconcebido, es una acción, que inclusive tomó de sorpresa a los peruanos, al punto de apresurarse “a proporcionar a los sublevados los transportes, y cuanto para su regreso a Colombia les era necesario, después de pagarles una gran parte de sus haberes militares” (Aguirre Abad, Op. Cit. Pp. 444-445).
El espíritu autonómico característico de los guayaquileños (de ayer y de hoy), en particular, se valió de la confluencia de todas estas condiciones. Ellos, como ya lo hemos dicho, buscaban una coyuntura adecuada desde mucho tiempo atrás. Creyeron que aprovechándose de esta presencia militar, que aparentemente equilibraba fuerzas, lograrían librarse de una dominación que les fue odiosa desde sus primeros momentos. En esta ciudad y su provincia, las guarniciones estaban formadas por extranjeros, no había tropas confiables, locales, para tales propósitos.
Recordemos que, lo primero que hizo el Libertador, para asegurar la ninguna resistencia armada a la anexión de la Provincia Libre, en julio de 1822 y evitar el alzamiento de los espíritus rebeldes que él mismo había constatado existían, fue no dejar en ella un solo cuerpo militar formado por hombres nativos.  
Obrando con astucia y para asegurar sus planes, a todos los envió al Perú. De allí que, es imposible no colegir que estos conformaban, mayoritariamente, la división sublevada en Lima. En esta ciudad, mantuvo solamente jefes y tropas granadinas y venezolanas. Digo que fue una coyuntura, pues de la misma forma ocurrió con la Revolución de Octubre de 1820; la presencia de los oficiales venezolanos, Urdaneta, Febres-Cordero y otros, fue la opción y oportunidad militar esperada. 
Así,  la  rebelión del Perú, realizada por tropas y oficiales  guayaquileños y azuayos, y la casual presencia de LaMar en su hacienda Buijo (La Corporación Municipal, reunida en asamblea, se pronunció por el golpe revolucionario de la Tercera División Auxiliar al Perú y, en vista que las autoridades nombradas por el ejecutivo de Colombia, habían abandonado sus cargos, resolvió designar al mariscal LaMar –que se encontraba en su propiedad agrícola de “Buijo”– para dirigir la administración departamental civil y militar. José Antonio Gómez, Algunos referentes históricos guayaquileños, Guayaquil, ESPOL, 2000, p. 120). se complementaron, muy conveniente con su vieja e inmanente aspiración autonomista.
Ha de recordarse que el gran mariscal LaMar, nació en Cuenca: fue cuñado de Vicente Rocafuerte y gran amigo de Olmedo; tío de los coroneles Juan Francisco y Antonio Elizalde LaMar. El primero de ellos, alto oficial de la Tercera División insurrecta y factor decisivo para su rebelión en Lima y de la invasión a los departamentos de Azuay y Guayaquil. Su hermano Antonio era jefe de estado mayor de la plaza de Guayaquil. 
Entonces, si los vínculos entre participantes eran tan evidentes, no se debe afirmar que fuerzas externas impulsaron la revolución federalista de Guayaquil. Por eso no coincidimos con aquello de calificar (apresuradamente) a LaMar de traidor. Concordamos, en absoluto, con lo que sostiene el doctor Pío Jaramillo Alvarado respecto a este valioso militar azuayo.
Su participación, por haber estado presente, de forma accidental, como consta en las actas del Cabildo guayaquileño, fue obligada precisamente porque mediaban estas características de nacionalidad común, familia y amistad. No es posible, entonces, que esta insurrección guayaquileña haya tenido el respaldo de Santander, quizá urdió darlo después.
En el acta del cabildo celebrado el mismo día de la revolución, consta que LaMar, fue obligado por la Corporación Municipal a asumir la dirección del Departamento de Guayaquil. Además, en carta dirigida al general José Gabriel Pérez, jefe superior del Sur, confirma lo anterior, diciendo:
“Señor General: A US. consta que yo estaba en el campo y que vine a esta ciudad el 15 del corriente teniendo ya listo el buque que debía conducirme a Lima como Diputado al Congreso, que debe reunirse el 1º del mes de Mayo próximo; por tanto solo puedo responder a la nota apreciable de US. acompañándole el acta celebrada por esta Ilustre Municipalidad, que me ha puesto en el terrible compromiso de admitir este mando; ya se vé, que se me ha hecho creer que así se evitarían muchos males” (Daniel Florencio O’Leary, Memorias del general O’Leary, Caracas, Editorial El Monitor, 1884., Tomo XXV, Pp. 254-255).
En el mismo sentido, el 18 de abril, LaMar se dirige al Secretario de Estado del Departamento del Interior, explicando que a pesar suyo, se encuentra comprometido con la dirección del Departamento, pues no obstante su oposición fue, por decisión popular, obligado a asumir; “no habiendo podido lograr que el pueblo, ni la misma Municipalidad atendiesen mi profunda resistencia como General peruano y que estaba a punto de marchar a Lima como Diputado al Congreso que debe reunirse allí el 1º de Mayo Próximo” (O’Leary, Op. Cit., Tomo XXIV, p. 257. Estos son documentos que reafirman su ningún interés por desempeñarse en cargo destacado alguno o de anexar Guayaquil al Perú, como se lo ha asegurado en forma malintencionada.

Los hechos
Tanto el Departamento de Guayaquil, como todo el territorio de la antigua Audiencia, estaban subordinados a lo que disponía un decreto legislativo, promulgado el 9 de julio de 1821, mediante el cual se había otorgado a Bolívar facultades extraordinarias para con la fuerza militar, establecer el control y gobierno de las provincias liberadas.

Cnel. Juan Bautista Elizalde
Este decreto que debió suprimirse, continuó en vigencia por muchos años y, como consecuencia las garantías constitucionales colombianas eran nada más que letra muerta. Esta libre disposición sobre vidas y haciendas, que les había permitido esquilmar y atropellar los derechos de las gentes en todo el país hoy ecuatoriano, estimuló el odio, que los habitantes del litoral, en particular los de Guayaquil, conservaban profundamente arraigado hacia el militarismo extranjero, especialmente contra el colombiano.