miércoles, 30 de mayo de 2018




Guayaquil y Bolívar V


El principio del fin de Colombia la grande.

Aunque en forma tardía, Bolívar, luego de zafarse, contra su propia voluntad, del adulo y acaparamiento de limeñas y limeños, partió de la Ciudad de los Reyes el 3 de septiembre de 1826.[1]Llegado a territorio colombiano (desembarcó en Guayaquil el 12 de septiembre de 1826), el 14, escribe a don José de Larrea y Loredo: “por fin estoy en Colombia y lleno de la más lisonjera esperanza de poner a las diferencias que han asomado en Venezuela un término pronto”. [2]Más tarde, a su llegada a nuestra ciudad, como él mismo lo diría y reconocería luego de la revolución del 16 de abril de 1827: “muchos pueblos querían federación: [3]Guayaquil me la pidió”. [4]Una vez en Guayaquil recibió delegaciones de Quito y Cuenca, que, junto con los bolivaristas locales, le propusieron asumiera la dictadura para salvar a Colombia, “no quiero oír la palabra dictador”, les respondió. Pero el mismo día 14 escribe: “En el Sur hay una completa uniformidad, todos los departamentos me han nombrado dictador. Puede ser que lo mismo haga todo Colombia. Mucho se facilita entonces el camino para un arreglo completo”. [5]Y también al general Pedro Briceño Méndez, ministro de Guerra, “los departamentos de Guayaquil, Ecuador y Azuay me han aclamado dictador, quizá harán otro tanto el Cauca y los demás. Esta base apoyará mis operaciones y me presentará medios para organizarlo todo”. [6]

En el año 1826, las circunstancias que obligaron a Bolívar a abandonar Lima, eran parte del comienzo de una severa crisis interna en todo el territorio colombiano. Había comenzado, como todas las crisis político-sociales, con la debacle económica y administrativa del gobierno centralista bogotano y la corrupción de los políticos. En la Sierra, el primer sector en hacer crisis, que era el sostén de su economía, fueron la industria textil y la manufacturera de harina de trigo y sus derivados. [7]Estas, habían sobrevivido gracias a la protección que se les otorgaba mediante la prohibición del ingreso de tejidos extranjeros, y de la harina, que fue, luego de la apertura, la más significativa de las exportaciones de los Estados Unidos a Colombia. Mas, cuando las medidas protectoras fueron eliminadas, no pudieron competir en calidad ni precio con los productos similares, foráneos, que ingresaban libremente por el puerto de Guayaquil. Todo lo cual tuvo un efecto devastador en las finanzas serranas en particular. 

Otro ingrediente muy significativo dentro de la crisis, fue la política económica y fiscal aplicadas por el gobierno central de Bogotá, representado por el general Santander. Encarado, este, al sostenimiento de la guerra peruana, de la multitudinaria burocracia y de la pléyade de militares requeridos para ejercer la ocupación y sometimiento de Guayaquil y Pasto. Estos últimos, significaban una carga y un pesado gravamen sobre el pueblo, pues absorbían el 75% del presupuesto general. “Este rubro representó el egreso más fuerte del Distrito del Sur. El Gobierno Colombiano le concedió prioridad a la defensa nacional, además, los miembros del ejército recibieron reconocimientos por sus sacrificios por lo que se les otorgó compensaciones económicas y nombramientos en diferentes instituciones de la administración gubernamental.” [8]

Aun en la vida de los países ya independientes, en lugar de licenciarlos, se mantuvo verdaderos ejércitos como fuerza inmanente al poder, cuyo gasto impidió la educación del pueblo. Con tal fin, primero el gobierno colombiano, y posteriormente los de los países liberados, no hallaron nada mejor que comprometerse en la contratación de desmesurados préstamos extranjeros, en particular provenientes de inversionistas ingleses. Sus condiciones onerosas, su concreción a cargo de funcionarios y negociadores colombianos corruptos, produjeron el clamor ciudadano. Acusaron a Santander y muchos de sus allegados, por haberse apropiado de fondos en beneficio propio, negociados, además, en condiciones de escándalo y daño a los intereses públicos. 

Para atender las urgencias fiscales, el gobierno de Santander, recurrió “a la contratación de grandes empréstitos en el extranjero y particularmente en Inglaterra. El más importante de ellos, fue, sin duda, el contratado con la casa B.A. Gold Schmidt y Cía, en 1824, por un monto de veinte millones de pesos (...) Sin entrar a discutir la conveniencia que hubo en contratar esos empréstitos, no se puede dejar de notar la corrupción con que se manejó tanto la contratación cuanto la inversión de los mismos. En el caso concreto del empréstito de 1824, la actitud de los negociadores colombianos, nombrados por Santander, fue descaradamente deshonesta, pues contrataron el préstamo en condiciones financiera escandalosas, que superaban los límites máximos fijados por las mismas leyes británicas. Hubo más: en un evidente acuerdo de corruptelas con los prestamistas, los negociadores colombianos Arrublas y Montoya firmaron la obligación del crédito, una en Calais (Francia) y otra en Hamburgo (Alemania), a causa de que las leyes inglesas prohibían estipular un interés mayor que el cinco por ciento, y el préstamo había sido contratado al seis por ciento. A esto se agregaba el hecho de que, previamente a la contratación de este empréstito, el ministro de Colombia en Londres, Manuel José Hurtado, había consolidado el empréstito contratado antes para Colombia por José Antonio Zea, en condiciones igualmente escandalosas. [9]

La penuria de la administración se había generalizado a todos los estratos del aparato público. No solo que el Perú no pudo atender con oportunidad los reembolsos a Colombia por los gastos militares causados en la lucha por su libertad, sino que esta misma, tuvo una gran dificultad, o mejor dicho casi imposibilidad para cumplir con el servicio de la deuda externa. La caída de esos títulos en el mercado de valores londinense, condujeron a la quiebra a Gold Schmidt y Cía., [10]lo cual trajo como consecuencia para Colombia la muy significativa pérdida de dos millones de pesos y el descrédito internacional.

Esta crisis, precipitó y exacerbó las viejas resistencias y antipatías entre neogranadinos y venezolanos. Los más destacados oficiales incondicionales a Bolívar, que iniciaron con él la lucha por la independencia, fueron premiados con los más altos grados militares, por lo cual, en Bogotá se los consideraba un peligro para la estabilidad republicana. A su vez, ellos sentían haber pasado de la primera línea pública, ganada en la lucha independentista, a una segunda posición, frente al gobierno centralista, ejercido por un grupo de políticos y doctores bogotanos, vanidosos y corruptos. Según los venezolanos, estos utilizaban para la administración del país, los mismos métodos despóticos, autoritarios y no democráticos usados por el régimen colonial español que se pretendía extirpar. En el Distrito del Sur, se sufría por igual, el despotismo de la administración centralista granadina y la arrogancia corrupta del militarismo venezolano. [11]

En estas circunstancias de crisis, peligro de fraccionamiento y desintegración, Bolívar asumió el Poder Ejecutivo del país colombiano (por dos días). Rápidamente dictó las medidas para “simplificar la Administración Pública; suprimir empleados y corporaciones innecesarias; activar el cobro y percepción de las rentas; aumentarlas y restablecer el crédito nacional, igualando si era posible las entradas del Tesoro con los gastos (los ingresos apenas llegaban a 6 millones, mientras que los egresos ascendían a 15 millones).” [12](...) El Libertador antes de seguir a Venezuela, de donde lo llaman de urgencia... comunicó un plan sobre la organización futura de Colombia. Entre las disposiciones que dio respecto del Distrito del Sur, fue la creación de la Jefatura Superior con “facultades extraordinarias para establecer una administración más acorde con los hábitos, usos y costumbres de las gentes de esta región.” [13]

En la determinación de conservar la unión colombiana, el Libertador actuó con toda celeridad. Sin embargo, la separación de Venezuela, iniciada el 30 de abril de ese año, aunque Páez, en cierto momento rectificó y dio marcha atrás, tenía carácter de irreversible. [14]“El acta del 7 de noviembre y el Decreto de Páez convocando un congreso constituyente amenazaba ya a Colombia con una absoluta separación.” [15]De esta grave situación se enteró Bolívar en el camino hacia Venezuela, [16]razón por la cual hizo muy pocos altos hizo en el trayecto. El 1 de enero de 1827, el Libertador envió a Páez un decreto, mediante el cual garantizaba no ejercer persecuciones contra ningún implicado en la revuelta, a los cuales respetaría sus bienes y empleos; ratificó la autoridad de Páez, con la promesa de convocar una Convención Nacional. El general llanero, “no desoyó la voz del libertador presidente de la República”, y después de reconocer su autoridad puso término a los males causados por la rebelión. De este modo, otra vez Bolívar había logrado alejar, aunque momentáneamente, el fantasma de la guerra civil. Pero la utopía del Libertador estaba herida de muerte y condenada a su desaparición. La fragmentación era manifiesta, solo el autoritarismo podía mantener unida a Colombia, pero este sería un alto costo, y, a la larga perjudicial. Todas las naciones que la habían formado querían su independencia total o la federación con autonomía.

Al poco tiempo, el esfuerzo del Libertador por lograr armonizar nuevamente con Páez, fue anulado por el intento del Congreso granadino de juzgarlo por supuestas violaciones a las garantías constitucionales. Esto fue considerado como una afrenta a Páez, “que el partido autonomista venezolano interpretó como una nueva muestra de la animosidad neogranadina contra Venezuela (...) Páez envió una delegación ante Bolívar, con una comunicación (...) en la que acusaba a la política parcial e insidiosa del general Santander y su Gobierno.” [17]

El 13 de junio de 1828, se reunió en Bogotá una numerosa junta de padres de familia que desconoció todo lo actuado por la convención de Ocaña. Y, ese mismo día, emitió una proclama, que entre otras resoluciones, dispuso que el Libertador presidente se encargase del mando supremo de la república con plenitud de facultades. El 24, Bolívar entró al capital investido de todos los poderes dictatoriales, que aprobó y aceptó con las siguientes palabras: “la salvación de la patria; la custodia de su gloria y de su unión, creando una autoridad que aniquile la anarquía y la asegure dicha independencia y libertad.” [18]Pero antes de continuar con la desintegración de Colombia y el nacimiento de la República del Ecuador, veamos las más notables reacciones en Guayaquil, luego de su anexión forzada. 



[1]Acabaré esta carta complaciéndome con Vd. por el entusiasmo con que el pueblo de Lima manifestó su sentimiento de la ausencia de Vd. Para Vd. debe ser satisfactorio este acto popular, pues sin duda la recompensa que piden las grandes almas por sus servicios es el amor de los pueblos. Antonio José de Sucre, Op. Cit., carta de Sucre a Bolívar, fechada en Chuquisaca el 20 de septiembre de 1826, pp. 318-321.
[2]Simón Bolívar, Op. Cit., Vol. I, carta a José Larrea y Loredo, p. 1430-1431.
[3]He visto que se convocará la Gran Convención. Probablemente se tratará en ella de esta federación que tanto influye contra la existencia de Colombia. Se presenta la cuestión, si Colombia formará tres Estados federados de los tres antiguos Distritos, o si doce Estados, de los doce Departamentos. Aún no sé la opinión de Vd. pero pienso que el menor de los males, es la federación por Departamentos. La federación de los tres Distritos me parece la sanción de la ruina de Colombia. Tres Estados de los que cada uno pesa tanto relativamente como la Nación, es como decretar que cuando alguno de ellos quiera separarse para forma r una Republiquita independiente, lo haga sin que el Gobierno tengas los medios de contenerlo. Creo el mayor mal para la patria que haya tales tres Estados. Alguna vez pensé yo que podría ser así; pero me he convencido que esto sería la muerte y disolución de Colombia. . J. de Sucre, Op. Cit., pp. 325-327.
[4]Simón Bolívar, Op. Cit. Vol. II. carta a José Fernández Madrid, 26 de mayo de 1827, pp. 111-113.
[5]Idem. Vol. II, carta a José de Larrea y Loredo, del 14 de septiembre de 1826, pp. 1430-1431.
[6]Idem.  Vol. II, carta al general Briceño Méndez del 14 de septiembre de 1826, pp. 1431-1432.
[7]Mientras la Sierra sufría un progresivo deterioro económico y Quito buscaba afanosamente su puesto bajo el sol político, la Costa prosperaba y Guayaquil satisfacía su ego enriqueciéndose a base del comercio (...) El costeño tenía una ventaja: la naturaleza era su aliada. Mientras el indígena de la serranía tenía que verter en la tierra todas sus energías para poder subsistir, en la costa el montubio ha tenido siempre que pedir misericordia para evitar que la naturaleza lo ahogue con su feracidad. La desfavorable relación esfuerzo-producción que prima en la Sierra es indudablemente un factor que contribuyó a la rebeldía que ya hemos anotado (...) En la Costa una productividad multiplicada compensaba sobradamente el esfuerzo desplegado. Si la satisfacción no era total (y clima, insectos, pantanos e insalubridad ciertamente lo impedían), cuando menos puede pretenderse que había más que en la Sierra, y por ende un ambiente menos propicio a la insubordinación. Julio Estrada Ycaza. Op. Cit., p. 105.
[8]María Susana Vela Witt, El Departamento del Sur de la Gran Colombia: 1822-1830, Quito, Ediciones Abya Yala, 1999, p. 64.
[9]Núñez, en Nueva Historia del Ecuador, Op. Cit., p. 238.
[10]El doctor Olmedo comunica no poder cobrar una letra por quiebra de la Casa Gold Schmidt:  El señor Procurador Municipal manifestó la carta que con fecha once de febrero último, de Londres, había recibido el señor Dr. José Joaquín Olmedo, avisándole que la letra de dos mil Libras que había girado el Gobierno a favor de la Municipalidad contra la casa del señor Gold Schmidt, había salido fallida, en consideración a su estrepitosa quiebra; por lo que no podía cumplir con los encargos que le habían hecho a nombre de la Municipalidad por el señor Galarza, ni tampoco podía entrar en composiciones con la casa quebrada por carecer de facultades. Acta del Cabildo de Guayaquil celebrado el 7 de junio de 1826 (Por entonces, Olmedo era embajador en Londres).
[11]El mar de fondo de estos visibles conflictos políticos estaba constituido por la supervivencia de las viejas oligarquías locales y regionales de la época colonial que, aunque golpeada por los avatares de la guerra de independencia y por las medidas liberales del Gobierno republicano, seguían conservando lo esencial de su poder, y, en muchos casos, habían fortalecido este, vinculándose social o económicamente al poder militar republicano. Jorge Núñez, Op. Cit., p. 242. Esto último es el caso ocurrido entre Juan José Flores y la sociedad aristocrática terrateniente quiteña (el autor).
[12]José Manuel Restrepo, Op. Cit., Vol. V., p. 320
[13]Núñez, Op. Cit., pp. 247-248.
[14]En Guayaquil se conoció de este primer intento en julio de 1826, con este motivo se convocó una Asamblea popular, que resolvió condenar el movimiento separatista de Venezuela, y demostrar la lealtad de Guayaquil al Libertador: “Que el pueblo de Guayaquil ha apercibido con las más vivas sensaciones de dolor, la noticia de un movimiento popular en el Norte de Colombia, efectuado en los momentos más críticos de estar amenazado aquel territorio de una invasión por nuestros antiguos opresores, siempre prontos a aprovechar las disensiones intestinas de América.” Acta del cabildo celebrado el 6 de julio de 1826.
[15]Restrepo, Op. Cit., p. 330.
[16]El 25 de noviembre de 1826, Bolívar estaba ya en marcha para Venezuela y Santander quedaba nuevamente encargado del Poder Ejecutivo, con mando en aquellas regiones en las que el Libertador no gobernara directamente. Jorge Núñez, Op. Cit. p. 248.
[17]Núñez, Op. Cit., p. 255
[18]J.M. Restrepo, Op. Cit., p. 111

lunes, 28 de mayo de 2018



Los temores del Libertador y la campaña del sur.
El fantasma por los efectos de una anexión contraria a la voluntad de los guayaquileños, persiguió por mucho tiempo al Libertador: “En cuanto yo me vaya a Bogotá cargarán al galope todas las pretensiones de estos señores guayaquileños, peruanos y quiteños sobre el pobre general Sucre, al que le conceden eminentes cualidades menos la energía. Aseguro a Vd. con franqueza que, a pesar de la aparente tranquilidad en que nos hallamos en el Sur, yo comparo este país con el Chimborazo, que exteriormente está muy frío mientras que su base está ardiendo (...) Vd. crea amigo que esto está sumiso porque yo estoy aquí con 2.000 hombres de la Guardia y que estos 2.000 hombres no bastarían, si yo me fuese antes de dejar bien establecido el sistema.” [1]

Lo anteriormente citado, merece un párrafo aparte: en la Monografía de Guayaquil, escrita en Lima, por Andrés Baleato en 1820, pp. 79-80, la ciudad de Guayaquil tenía en 1808, 13.700 habitantes, de los cuales, apenas 4.500 eran hombres. Asumamos que en octubre de 1820 habían 20.000, y manteniendo el mismo porcentaje, tendríamos 6.560 hombres adultos (?). Conclusión: Bolívar anexó a Guayaquil con 1.300 veteranos, esto es, uno de estos por cada 5 hombres del pueblo. Y, por sus propias palabras, 2.000 soldados no bastarían para contenerlos, esto es, un militar por cada 3 guayaquileños. Definitivamente, estimado lector, no creo que los habitantes de esta ciudad se sometieran voluntariamente, fueron doblegados por una fuerza militar desproporcionada.

Algunos de nuestros historiadores de la independencia y de los años colombianos, tienden a minimizar las conquistas de la Provincia Libre y sus luchas por la independencia. Parece ser que apocarlas es el único medio de elevar los méritos de sus propias comunidades o provincias. Al referir acontecimientos de significación histórica, que han demandado sacrificios a Guayaquil y todo el litoral, lo homogeneizan con el término “país quiteño”, es decir, la negación histórica de nuestras individualidades y diferencias. Según se entiende, con esto quieren incluir a todo el país en una sola identidad, lo cual no es así. Cuando se refieren al Departamento del Ecuador, no omiten colocar a Quito entre paréntesis, dando a entender lo de siempre, que tampoco existen en la Sierra ni siquiera Guaranda, u otras ciudades que la capital, ni otros ciudadanos que los capitalinos. 

Caso típico es uno en que orgullosamente se destaca que, en julio de 1823, el Libertador impuso al Departamento del Ecuador (Quito) “la contribución extraordinaria de veinticinco mil pesos mensuales (...) destinada al sostenimiento permanente de una fuerza de dos mil hombres, que asegurara la paz interna del territorio.” Y, naturalmente, se da a entender que tal departamento cumplió solo y a cabalidad este mandato. Mas, se omite lo que, con el mismo motivo, escribió el propio Bolívar a Santander en septiembre de 1822: “No tenemos en el Sur más que 2.000 hombres veteranos (...) En Quito no se pagan estas tropas ni tampoco a nadie, porque no hay con qué (...) Con este motivo he mandado que Guayaquil mande dieciséis mil pesos mensuales al general Sucre (...) Quito no puede mantener 1.000 hombres de guarnición.” [2]En pocas palabras, queda claro el hecho, que Guayaquil pagaba un tributo para sostener las tropas colombianas que lo mantenían sometido.

Algo más que los guayaquileños debemos recordar, es que la causa de la independencia en el Perú estaba perdida, por esa razón, los peruanos volvieron sus ojos al Libertador [3]y las primeras fuerzas colombianas que destacó para socorrerlos, estaban constituidas por los batallones guayaquileños, Yaguachi y Guayaquil, además del Pichincha y el Batallón del Sur, este último “se organizó en Cuenca, con soldados cuencanos y se le armó en parte con los fusiles dañados que dejó en esta ciudad la división de Sucre cuando marchó a la campaña que terminó en Pichincha, los cuales fueron compuestos por los maestros armeros Pedro Álvarez y Luis Mogrovejo. Dicho batallón, fuerte de cuatrocientas plazas, y regido por el Teniente Coronel don Francisco Eugenio Tamariz.” [4]

El esfuerzo del Departamento del Sur (léase Guayaquil)  para sostener la guerra de independencia peruana fue enorme, pero no puede generalizarse a todo su territorio. Pues la Sierra estaba arruinada por su larga crisis económica. Las exacciones y abusos a que se sometió al resto del país, no solo lo empobrecieron, sino que exasperó los ánimos, al punto que los bolivaristas, cada vez fueron menos. Los primeros soldados reclutados en nuestro territorio, partieron al sur, el 18 de marzo del año citado, [5]al mando del general Manuel Valdés. “Ya hemos dirigido 4.250 hombres, debiendo salir esta semana 600 más que vienen de la costa de Panamá y del Chocó. Después seguirá el batallón Bogotá con 1.000 plazas y un regimiento de caballería, hasta completar los 6.000 hombres ofrecidos.” [6]

“Armas, municiones, vestuario, víveres, transporte, todo fue necesario alistarlo con una prontitud extraordinaria y con Erario exhausto (...) Así fue que los Departamentos del Ecuador, Azuay y Guayaquil, hicieron en aquellas circunstancias grandes y dolorosos sacrificios. El más rico por su comercio y producciones agrícolas, el de Guayaquil, proporcionó al Libertador un empréstito de cien mil pesos para hacer frente a los gastos; los otros dos contribuyeron con igual suma, fuera de los víveres y vestuarios que dieran.” [7]

“Uno de los primeros cuidados de Bolívar fue el de invitar a los Gobiernos de Colombia, Chile, Méjico y Guatemala a prestarle auxilios, los dos últimos con un subsidio de trescientos mil pesos, y los otros dos con un contingente de tropas. Como se ha visto y se verá después, solo Colombia, y principalmente los departamentos del Azuay y Guayaquil, correspondieron a sus deseos enviando tropas, vestuarios, víveres, etc., etc.,” [8]

Es importante destacar que los sacrificios impuestos desde 1822 al Departamento del Sur, especialmente a las provincias del Azuay y Guayaquil (a esta desde 1821), no solo lo afectó gravemente en lo económico, sino que la población sufrió los más indescriptibles atropellos por parte de los militares extranjeros, en cuyas manos entregó Bolívar al país. Tropas extrañas, impagas, sin ningún vínculo con los paisanos, se ensañaron en el despojo, apropiación y hasta saqueo a los campos y a los campesinos. Pese a las severas sanciones, inclusive la muerte, que se imponía a estos delincuentes, su área de acción era tan extensa que no solo la ley no los alcanzaba, sino las gentes que los sufrían, eran tan desprotegidos y humildes que no se atrevían a denunciarlos. Pero los casos de más grave violencia, fueron los que se dieron en la práctica del reclutamiento de hombres para sostener la guerra. 

Era la entrega de carne de cañón a que se obligaba a los hacendados y la captura indiscriminada de hombres en campos y ciudades. Varias veces la ciudad de Guayaquil se vio desabastecida de víveres, por cuanto se dieron a reclutar a los hombres que diariamente acudían a ella con productos agrícolas y estos ya no querían acercarse ni siquiera a las vecindades. “Los hombres todos habían elegido habitar en los montes más ásperos, y esconderse bajo las entrañas de la tierra, por no alistarse entre las filas. Se veían con dolor despobladas las campiñas y desiertos los pajizos hogares (...) Fue preciso hacerme sordo a la humanidad e inflexible a las lágrimas que vertían las desconsoladas madres, mujeres e hijos, persiguiéndoles en los mismos lugares de su asilo y en todas direcciones [9](...) Los Jueces Políticos de los Cantones y demás subalternos, no descansaban en buscarlos, valiéndose de las sombras de la noche para ocultarse de los vigías que ellos ponían a grandes distancias (...) El éxito ha satisfecho mis desvelos, pues en catorce meses de residencia, he logrado la suerte de entregar en Guayaquil 1.292 soldados mozos, robustos y útiles al servicio”. [10]

La ciudad de Guayaquil era el puerto de embarque de las tropas hacia el Perú y es fácil imaginar, la tortura diaria que significaría este trasiego de hombres y sus familias que por no quedar abandonadas los seguían, primero a la Guayaquil convertida en hacinamiento lodoso y luego al campo de acción. En la urbe, no se escapaban ni las casas de familia ni los conventos para alojar a los valientes que iban a luchar en tierra extraña y desafecta. “Que se alisten las casas del convento de San Francisco y casas inmediatas, la casa de las señoras Rocafuerte en el Astillero, el convento de la Merced y dos casas inmediatas, el convento de Santo Domingo y dos casas inmediatas, y la casa del señor Villavicencio de la Plaza Mayor para recibir a tropas y oficiales.” [11]

En su urgencia por partir hacia la guerra de independencia peruana, Bolívar expresó: “Yo ansío por el momento de ir al Perú; mi buena suerte me promete que bien pronto veré cumplido el voto de los hijos de los incas y el deber que yo mismo me he impuesto de no reposar hasta que el Nuevo Mundo no haya arrojado a los mares todos sus opresores.” [12]

Finalmente, con la autorización concedida por el Congreso de Colombia, el 6 de agosto de 1823, Bolívar se embarcó en Guayaquil para el Callao en el bergantín de Guerra Chimborazo. En abril de 1824, impuso a los guayaquileños una nueva carga para sostener la guerra: “he dispuesto que la Municipalidad proceda a repartir una contribución mensual de diez y seis mil pesos en todo el Departamento, bien entendido, que la mayor cuota que se asigne, no pasará de veinte pesos, ni la menor bajará de cuatro reales.” [13]Esta imposición, por las sumas señaladas, era sin duda dedicada a la economía de los más pobres. La de los más ricos, fue reportado su envío, pocos días más tarde: “Se ofició al Señor Intendente, acompañando las listas de contribución mensual de veinte mil pesos, decretada por S.E. el Libertador en todo el Departamento.”[14]El agradecimiento “a los habitantes de este País por los generosos sacrificios que está haciendo en obsequio de la Patria.” llegó en junio de ese año. [15]He ahí la voluntad de someter al departamento: Provincia Libre, era la zona rica en recursos y la caja chica para gastos. 

La lucha por la independencia peruana, propiamente dicho, concluyó con la batalla de Ayacucho el 8 de diciembre de 1824. [16]Sin embargo, Bolívar permaneció enredado en los hilos de la política, los grandes salones, las damas generosas y los cuentos marrulleros limeños, hasta que su presencia fue urgentemente requerida como elemento vital para la supervivencia de su sueño colombiano. Cuando retornó al país, ya era tarde: la gran extensión de un territorio de muy difícil comunicación; las diferencias regionales y su apasionado autonomismo; los particulares intereses económicos y políticos; la diversidad étnica y cultural entre la población, surgieron como barreras infranqueables. Superada y triunfante la lucha por la emancipación, lazo temporal de unidad, cada espacio territorial más o menos identificado fronteras adentro, se constituyó en un país independiente.

El 12 de septiembre de 1826, después de tres años de haberse embarcado para el Perú, Bolívar llegó a Guayaquil en su penúltimo paso obligado. Fue recibido con gran entusiasmo, pues la ciudadanía estaba consciente que era el único capaz de concertar la paz y mantener unida a Colombia. Al día siguiente pronunció una proclama en la que manifestó su pesar por el espíritu de discordia que existía en la República. Se reconoció culpable de la situación por no haber retornado a tiempo, ya que había tenido la debilidad de dejarse hechizar por las zalamerías de peruanos y peruanas. Para finalizar, añadió: “¡colombianos! Piso el suelo de vuestra patria; que cese, pues, el escándalo de vuestros ultrajes, el delito de vuestra desunión. No haya más Venezuela, no haya más Cundinamarca; todos seamos colombianos, o la muerte cubrirá los desiertos que deja la anarquía.” [17]Ya era tarde para lamentaciones. No se podía imponer una Colombia que no se había construido desde abajo y se la quería sostener desde arriba.

El Libertador, desde Lima, mediante sus agentes en Guayaquil, había promovido la instauración de un gobierno dictatorial. [18]Cuando arribó a esta ciudad y al Distrito del Sur en general, ejerció una serie de arbitrariedades que violaban la Constitución. Con esta manifestación de poder, que permitía avizorar el final de los abusos y atropellos de los militares residentes, ganó simpatías y adeptos en el país, y al paso de cada población, en los caminos que lo llevaron a Cuenca y a Quito, fue proclamado dictador. Sin embargo, se mantuvo leal a la Constitución, y aquella esperanza, que había dejado entrever, de que su presencia traería la paz, unión, y profundas reformas a nuestras leyes e instituciones, que como única salida se esperaban de un gobierno de facto, se convirtió en profunda decepción. [19]Bolívar intentó paliar la frustración causada (sobre todo en los guayaquileños y azuayos que aspiraban a un país unido pero federado), con la conformación de las llamadas “Juntas de Beneficencia”, que dejó constituidas con la participación de las personalidades más prestantes de cada departamento. Estas debían actuar como portavoces de regiones tan alejadas como las del sur, directamente ante el gobierno centralista, a fin de tramitar sin burocracia ni demora las aspiraciones y necesidades que cada una plantease para su organización y progreso. Pero, entre los muchos errores que cometió, tales juntas quedaron presididas y dependientes del criterio del general José Gabriel Pérez, su secretario general. Desde entonces, este hombre, fue nefasto para Guayaquil. Su mayor aversión a los guayaquileños se manifestó a plenitud, a partir del 16 de abril de 1827, cuando se levantaron en armas y proclamaron su adhesión a Colombia, pero bajo un régimen federalista. Forma de gobierno que era una constante en la Hispanoamérica pos independentista.


[1]Simón Bolívar, Op. Cit. Vol. I, carta a Santander fechadas en Guayaquil el 3 y el 13 de agosto de 1822, pp. 664-669.
[2]Simón Bolívar, Op. Cit., Vol. I, carta a Santander, pp. 680-682
[3]Los señores Olmedo ex Presidente de la Junta de Gobierno de Guayaquil y Sánchez Carrión fueron los comisionados por el Gobierno del Perú. Olmedo dio en esta ocasión, una prueba clásica de verdadero patriotismo, pues olvidando la conducta del Libertador en la violación que hizo a Guayaquil con la agregación a Colombia y con la disolución de la Junta de Gobierno de que era miembro Olmedo, fue uno de los que más empeño tomaron, en confiar al Libertador la dirección de la guerra del Perú, sosteniéndole constantemente con su voto en las circunstancias más difíciles. Olvidó sus propios resentimientos en obsequio de la Independencia americana. Otros decantados patriotas como Riva-Agüero, Torre-Tagle, etc., no siguieron su noble ejemplo. Francisco X. Aguirre Abad, Bosquejo Histórico de la República del Ecuador, Quito, Imprenta Mariscal, 1995, p. 430
[4]Alfonso María Borrero, Ayacucho, Cuenca, Tip. Municipal, 1924, p. 289. El coronel Tamariz, oficial español que fue hecho prisionero por Sucre en el combate de Yaguachi, se incorporó a Colombia a la que prestó muchos servicios. Posteriormente fue ministro del primer gobierno del general Flores.
[5]El 18 de marzo de 1823, celebrase una convención formal, entre el Ministro Plenipotenciario de Colombia y el del Perú, Generales Juan Paz del Castillo y Mariano Portocarrero. En la primera cláusula de ese tratado, se estipulaba, que la República de Colombia auxiliaría con seis mil hombres a la República del Perú, y con cuantas fuerzas disponibles tenga, según las circunstancias. Se estipularon, además, las condiciones de subsistencia, vestido y paga de las tropas auxiliares, y el modo de reemplazar las bajas que sufrieren causadas por la guerra o por las enfermedades. Borrero, Op. Cit., p. 291. Con motivo de este convenio, y al momento de cumplir con los socorros pedidos, “Colombia, dijo el Libertador, hará su deber en el Perú; llevará sus soldados hasta el Potosí, y estos bravos volverán a sus hogares con la sola recompensa de haber contribuido a destruir los últimos tiranos del Nuevo Mundo. Colombia no pretende un gramo de terreno del Perú, porque su gloria, su dicha y su seguridad se fijan en conservar la libertad para sí, y en dejar independencia a sus hermanos”. Juan Manuel Restrepo, Historia de la Revolución de Colombia,Vol V, Medellín, Editorial Bedout, 1969, p. 29.
[6]Simón Bolívar, Op. Cit., Vol. I, carta a José de la Riva Agüero, Presidente del Perú, del 13 de abril de 1823, pp. 731-733
[7]Juan Manuel Restrepo, Historia de la Revolución de Colombia,Vol V, Medellín, Editorial Bedout, 1969, p. 30.
[8]Alfonso María Borrero, Op. Cit., p. 346.
[9]Esta migración era tanto de hombres que huían del servicio militar, como de mujeres que emigraban detrás de los ejércitos, prefiriendo compartir la vida del soldado a permanecer abandonadas y expuestas a la miseria. Así, los movimientos militares se convertían en una verdadera movilización de pueblos en armas. Por lo demás, la presencia femenina en la campaña facilitaba las tareas de aprovisionamiento, transporte, espionaje, etc. Jorge Núñez, El Ecuador en Colombia, Nueva Historia del Ecuador, Vol. VI, Quito, Edit. Nacional Grijalbo, 1988, p. 231
[10]Alfonso María Borrero, Op. Cit., Informe enviado a Bolívar el 8 de marzo de 1824, por el gobernador y comandante general de Cuenca, coronel Ignacio Torres,  pp. 531-536.
[11]Acta del cabildo de Guayaquil celebrado el 12 de noviembre de 1824. AHG.
[12]J.M. Restrepo, Op. Cit., p. 94
[13]Acta del cabildo de Guayaquil celebrado el 17 de abril de 1824.
[14]Ibídem, cabildo celebrado el 30 de abril de 1824.
[15]Ibídem, cabildo celebrado el 14 de junio de 1824.
[16]La mayor parte del esfuerzo de guerra para la campaña del Perú fue aportada por los departamentos del sur, que contribuyeron con un total de 7.150 hombres y alrededor de un millón y medio de pesos. Si a eso se agrega lo aportado para la campaña de Pasto, se puede concluir que el distrito del sur de Colombia entregó, para la lucha, alrededor de diez mil hombres y dos millones de pesos. Un esfuerzo tan grande, hecho en tan pocos años, no pudo menos que afectar gravemente a la economía, bastante golpeada ya en años anteriores por las primeras campañas de la independencia. Además, la falta de brazos para la agricultura causada por la recluta y la emigración campesina, paralizó en buena medida la producción agropecuaria; paralelamente se anarquizó el cobro de los impuestos y de la contribución personal (restablecida por el Congreso de 1823, en sustitución de la fallida contribución directa), disminuyendo sensiblemente los ingresos públicos regulares. Jorge Núñez Op., Cit., pp. 230-231.
[17]José Manuel Restrepo, Op. Cit., pp. 305-306.
[18]El Libertador, desde siempre, consideraba imposible que ninguno de los gobiernos establecidos en la América antes española, se pudiese sostener sin recurrir a las reformas que estableciesen la participación de un presidente y un senado vitalicios. Esta idea, que la había expresado en público, también encantaba a Flores, quien, sin la talla de Bolívar, intentó implantarlo en el Ecuador.
[19]En política, como todo el mundo sabe, no se puede planear un sistema cualquiera sino con voluntad firme y constante. ¡Desgraciado aquel que, como Bolívar, da algunos pasos adelante y después retrocede asustados por las dificultades! Jamás podrá realizar grandes empresas, y al fin acabará destruyendo su prestigio y arruinando su reputación. No obró así el Libertador como primer caudillo de la guerra de Independencia.  José Manuel Restrepo, Historia de la Revolución de Colombia, Vol. V, p. 307.

domingo, 27 de mayo de 2018





643 días de autonomía.

Bolívar se encontraba acantonado en Babahoyo con sus 3.000 hombres de la Guardia, desde su cuartel general ejercía presión tanto sobre la Junta de Gobierno como de la sociedad guayaquileña. Incluso asoman visos de medidas de coerción y ocupación militar de hecho. El jueves 11 de julio, a las cuatro de la tarde, que se avistó la falúa que lo conducía, empezó la salva general que anunciaba al pueblo su llegada. A las cinco de la tarde entró en la ciudad, con 1.300 bayonetas; a las seis ingresó a la casa de gobierno donde lo esperaban las autoridades. Esa misma tarde notificó a los miembros de la Junta que cesaban en sus funciones, al tiempo que los bolivaristas arriaban la bandera de Guayaquil Independiente e izaban en un mástil del puerto el tricolor colombiano. Olmedo y los otros miembros del gobierno, se retiraron de la recepción. Supuestamente Bolívar había vencido. Pero no lo consiguió hacer ni con democracia, consenso ni aceptación de sus líderes. Para someter la ciudad, virtualmente requirió de una operación militar. 

Es evidente que Bolívar “no las traía todas consigo”, es decir, no tenía la absoluta seguridad que el Colegio Electoral aprobaría la anexión: “Yo espero que la Junta Electoral que se va a reunir el 28 de este mes, nos sacará de la ambigüedad en que nos hallamos, Sin duda debe ser favorable la decisión de la Junta, y si no lo fuere, no sé aún lo que haré, aunque mi determinación está bien tomada, de no dejar descubierta nuestra frontera por el Sur, y de no permitir que la guerra civil se introduzca por las divisiones provinciales.” [1]El 31 de julio de 1822 fue sancionada por el Colegio Electoral, la incorporación de la provincia de Guayaquil a la República de Colombia. [2]Probablemente, el término ambigüedad, está mal empleado por Bolívar, para expresar el desasosiego que sentía, debió decir dualidad gubernamental. La representación democrática la tenía la Junta de Gobierno, la militar y de facto, Bolívar, sustentada en sus 1.300 bayonetas.

En Guayaquil se encontraba un delegado del Perú en espera de que, llegado el momento, en que el pueblo de la Provincia Libre de Guayaquil, según su constitución política, debía convocar al Colegio Electoral para tomar una decisión democrática, para decidir a cuál de los dos vecinos se anexaría. Como esto no sucedió así, reproducimos una carta de Olmedo, a este señor, en la que podemos leer entre líneas la fina ironía sobre el atropello cometido:

Al Supremo Delegado del Perú en Guayaquil
Guayaquil, Julio 15 de 1822
Excmo. Señor:
El 11 del presente entró en la ciudad S.E. el presidente de la República de Colombia en medio de las aclamaciones debidas a su nombre.
En el mismo día llegaron 1300 hombres que había indicado S.E. al Gobierno venían destinados a pasar al Perú.
Posteriormente S.E. ha reasumido el mando político y militar de esta provincia, habiendo cesado en consecuencia todas las funciones de la Junta de Gobierno.
Lo participo a V.E. para en adelante sepa a quién debe dirigir sus comunicaciones oficiales.
Dios guarde a V.E. muchos años.
José del Olmedo
Excmo. Señor Supremo Delegado del Perú. [3]

Una vez consumada la anexión por la fuerza y la ocupación de Guayaquil, Bolívar, instado por el gobierno central de Bogotá, debió iniciar –a lo largo y ancho de los departamentos recién incorporados– las recaudaciones requeridas por el erario, a fin de financiar el presupuesto. Aquí, una vez más, la bonanza existente en la Provincia Libre, le era muy útil. En este empeño, el Libertador descubrió que la Junta de Gobierno, defenestrada por él, había tenido un excelente manejo de los fondos públicos. Así lo manifestó a Santander en una carta el 13 de agosto de 1822, lo cual, en cierta forma, aunque tardía, constituyó una reparación al daño inferido a Olmedo, mediante la vil acusación de malos manejos. De la misma forma afirmaba Bolívar: “Quito, ese país que, según la fama y según la experiencia, es el pueblo más descontentadizo, suspicaz y chino, en todas sus cualidades morales. (...) Últimamente se ha descubierto que el departamento de Quito no da nada, y que Guayaquil lo ha de dar todo. Entienda Ud. que Guayaquil, para mantenerse muy mal, tenía establecidos empréstitos forzosos”. [4]En este punto cabe preguntarse, si la intención de ocupar, tener y tomar Guayaquil, era solo política y militar, o en buena medida económica. Guayaquil le aseguraba ingresos que otras zonas, departamentos y regiones no le daban no obstante su gran bolivarismo. A la hora de aportar, decían no tener.

Con la fuerza de las armas, y la firma de 193 analfabetos, en forma inmediata se produjo la anexión prevista. Para finalizar el acto, el Libertador pronunció una arenga.[5]Una vez consumada la incorporación, el doctor José Joaquín de Olmedo, presidente de la Junta de Gobierno de Guayaquil, escribe una carta llena de dignidad y verdad.[6]Posteriormente, tanto él como los vocales de la Junta Francisco María Roca, y Rafael Ximena, partieron a Lima, de donde estos dos últimos no retornaron jamás en vida. La provincia fue incorporada a Colombia como Departamento de Guayaquil. Ufanándose de los resultados que había previsto, escribe a Santander, que el sometimiento “no fue absolutamente violento, y no se empleó la fuerza, mas se dirá que fue el respeto a la fuerza que cedieron estos señores.” [7]Deja traslucir con estas palabras el efecto de la presión y coerción que ejerció para anexar Guayaquil. Esto no debió sorprender a San Martín, que venía en viaje para asistir a la histórica reunión que se celebró los días 26 y 28 de julio de 1822, pues había sido advertido por Bolívar en más de un documento. [8]

Cuando todo estaba consumado, a manera de justificación, los colombianistas publicaron una carta en el Patriota, que los representantes de las cabezas de familia de Guayaquil, habían dirigido un año atrás a su Ayuntamiento (sesión del Cabildo del 31 de agosto de 1821, con Sucre presente), manifestando la intención de incorporarse a Colombia, [9]carta que aparentemente firmaron mayoritariamente los vecinos de la ciudad, ya que constan numerosos nombres en ella. Finalmente, se reproduce la nota que, por medio de su secretario, el Libertador envió a la Junta Superior de Gobierno de Guayaquil (fue publicada en el Suplemento al Patriotaque circulo el 13 de julio de 1822, A. Castillo, Vol. II, pp. 147-149), que dice: 

“Su Excelencia el Libertador de Colombia para salvar al pueblo de Guayaquil de la espantosa anarquía en que se halla, y evitar sus funestas consecuencias, lo acoge, oyendo el clamor general, bajo la protección de la República de Colombia, encargándose Su Excelencia del mando político y militar de esta ciudad y su provincia: sin que esta medida de protección coarte de ningún modo su absoluta libertad, para emitir franca y espontáneamente su voluntad, en la próxima congregación de su representación a lo que la Junta respondió en el acto que: deseando evitar todo motivo de inquietud y discordias, cesaba desde luego en las funciones del gobierno y lo comunicaba a los cuerpos”. [10]Esto evidencia que se quiso dar visos de legalidad a lo que fue totalmente fraudulento, y, que el Libertador, utilizó a su secretario, el general José Gabriel García (personaje funesto para Guayaquil, a quien volveremos a encontrar el 16 de abril de 1827), para hacerlo decir lo que él no quería firmar. 

En vista de la efervescencia, descontento y ambiente de resistencia pasiva que había en la ciudad por el atropello que había significado la anexión, las primeras medidas tomadas por Bolívar para neutralizar cualquier reacción de los guayaquileños, fue el licenciamiento de todas las milicias que existían en la provincia y el envío de los batallones Guayaquil y Yaguachi como tropas auxiliares al Perú. [11]

21 meses, comprendidos entre el 9 de octubre de 1820 y el 11 de julio de 1822, fueron el tiempo que duró la autonomía guayaquileña, forjada sobre ideales de libertad de expresión, asociación, comercio, etc., acunados por un pueblo acostumbrado a luchar contra la adversidad y a preservar íntegra su comunidad. Independencia que, con la llegada de Sucre a Guayaquil desde junio de 1821, empieza a verse amagada. Una vez sometida la Provincia Libre, cree alcanzada su quimera de una Colombia grande, que, establecida en un territorio desarticulado y desconocido por la gran mayoría de sus habitantes, no pasó de eso, el sueño de un gran hombre. 

Los documentos que hemos reproducido, cuanto las innumerables cartas tanto de Bolívar, como de sus segundos y de los que resistieron a su proyecto de sometimiento, que se hallan recopiladas en muchas obras, memorias, epistolarios, etc., descubren y describen un escenario en el cual se evidencia, no una actitud democrática del Libertador, ni una apertura por comprender el proyecto independentista de los guayaquileños y de sus líderes, sino una obsesión por someter autoritariamente a una provincia que se “atrevió” a erigir un proyecto autonómico y que lo quiso negociar bajo reglas liberales y democráticas. Bolívar y su irrealidad, evitaron la permanencia de la autonomía provincial de Guayaquil, hecho que, a lo largo de la historia hasta nuestros días, nos ha conducido a un sometimiento y sujeción destructiva, y a constantes enfrentamientos regionales. 



[1]Simón Bolívar, Op. Cit., Vol. I, carta a Santander del 22 de julio de 1822, pp. 652-654.
[2]El Patriota de Guayaquil,8 de agosto de 1822. Abel Romeo Castillo, El Patriota de Guayaquil y otros impresos,volumen II, 1822, Guayaquil, AHG, 1987, p. 167.
[3]José Joaquín Olmedo, Op. Cit., carta a Bolívar, p.
[4]Simón Bolívar, Op. Cit, Vol. I, carta a Santander, Cuenca, 23 de septiembre de 1822, pp. 685-687.
[5]Guayaquileños: Terminada la guerra de Colombia ha sido mi primer deseo completar la obra del Congreso, poniendo las provincias del sur bajo el escudo de la libertad, de la igualdad y de las leyes de Colombia. El ejército libertador no ha dejado a su espalda un pueblo que no se halle bajo la escolta de la Constitución y de las armas de la República. Solo vosotros os veíais reducidos a la situación más falsa, más ambigua, más absurda para la política como para la guerra. Vuestra posición era un fenómeno que estaba amenazado por la anarquía; pero yo he venido, guayaquileños, a traeros el arca de salvación. Colombia os ofrece por mi boca, justicia y orden, paz y gloria.

Guayaquileños: vosotros sois colombianos de corazón porque todos vuestros votos y vuestros clamores han sido por Colombia, y porque de tiempo inmemorial habéis pertenecido al territorio que hoy tiene la dicha de llevar el nombre del padre del Nuevo Mundo, mas yo quiero consultaros para que no se diga que hay un colombiano que no ame sus sabias leyes. Julio Estrada, La Lucha de Guayaquil por el estado de Quito, Tomo II, Guayaquil, AHG, 1984, p. 606.
[6]Yo puedo equivocarme, pero creo haber seguido en el negocio que ha terminado mi administración, la senda que me mostraban la razón y la prudencia: esto es, no oponerme a las resoluciones de Ud. para evitar males y desastres al pueblo; y no intervenir ni consentir en nada para consultar a la dignidad de mi representación (...) Sólo la malignidad podrá decir que pretendo evadir el juicio de residencia (...) Teniendo firmeza bastante para oír una sentencia del tribunal más severo, no debo tener la debilidad de sujetarme a un tribunal incompetente, por humano y benévolo que sea (...) Mas sería precisa toda la filosofía de un estoico o la imprudencia de un cínico para ver el abuso que se ha hecho del candor de estos pueblos, obligándoles a decir que han sufrido bajo nosotros un yugo más insoportable que el español, y para ver esta impostura autorizada con el nombre de Ud. en los papeles públicos difundidos por todas partes (...) ¿Qué dirán los gobiernos libres con quienes hemos tenido relaciones, y a quienes llegó nuestro nombre con honor? ¡Vaya que ha sido hermoso el premio de tantos desvelos porque fuese este pueblo tan feliz como el primero y más libre como ninguno! No crea Ud. que hablo irónicamente. Una aclamación popular me sería menos grata. Ud. sabe por la historia de todos los siglos cuál ha sido la suerte de los hombres de bien en las revoluciones, y es dulce participar de una desgracia más honrosa que un triunfo (...) Mi patria no me necesita, yo me abandono a mi destino. Carta de Olmedo a Bolívar, en Aurelio Espinosa Pólit, Op. Cit., p. 80.
[7]Simón Bolívar, Op. Cit., Vol. I, carta a Santander del 22 de julio de 1822, pp. 652-654.
[8]Es evidente que ni Bolívar ni San Martín, podían concebir en sus planes el nacimiento de un estado enquistado entre Colombia y Perú. De allí que la intención y deseo mayoritarios de los guayaquileños, de constituir uno basado en el ente político de la Audiencia de Quito, del cual Olmedo era partidario inequívoco y su indiscutible líder, nunca hablaron abiertamente de ello, porque habría sido un acto impolítico. El solo plantear esta tendencia, habría debilitado la decisión, tanto de Bolívar como de San Martín, de apoyar militarmente la concreción de algo ajeno a sus intenciones.
[9]Vuestra Excelencia ha oído el voto libre de esta capital por su incorporación a la República de Colombia en el Cabildo de 31 de agosto de 1821, al que concurrió invitado el jefe de la división del sur (Sucre) según lo expresa el acta de aquel día. Semanario El Patriota de Guayaquil, del 13 de julio de 1822.
[10]El Patriota de Guayaquil, Ibídem
[11]Decreto del general Bartolomé Salom, general en jefe del Estado Mayor del Ejército Libertador de Colombia, publicado en la primera plana del semanario El Patriota de Guayaquil,el sábado 20 de julio de 1822. Abel Romeo Castillo, El Patriota de Guayaquily otros impresos, volumen II: 1822, Guayaquil, AHG, 1987. p. 151.