miércoles, 2 de mayo de 2018


Almirante William Brown en Guayaquil III

Al llegar frente al Callao, el 20 de enero de 1816 hicieron presas a algunas embarcaciones menores y atacaron a dos bajeles, uno de ellos un enorme galeón que se encontraba en el surtidero sin mejor resultado que el incendio y posterior naufragio de este último. El 23 capturaron la fragata Consecuencia que había zarpado de Cádiz para Lima, a bordo de la cual se encontraba el brigadier Juan Manuel de Mendiburu, nuevo gobernador destinado a Guayaquil y otros oficiales que se los tomó como rehenes.
Este sorpresivo ataque causó una gran confusión en la fortaleza del Callao, pero una vez recuperados, propinaron un severo castigo a la Hércules que cometió el error de exponerse por doce horas al fuego del castillo principal y tuvieron la perdida de quince hombres. El estrecho bloqueo al que por quince días sometieron a este puerto no les produjo alguna oportunidad de conseguir provisiones de las que verdaderamente andaban ya muy escasos. 
Esta falta de lo indispensable para el sustento diario hasta lograr algo mejor, los llevo a concebir un desembarco en cualquier población costera que ofreciese alguna posibilidad de obtenerlos. Hallar este punto era indispensable pues no existía puerto amigo en esa parte del continente. Atracaron frente a pequeños villorrios para vender tejidos baratos productos del corso, y comprar cabras y carneros. 
Es evidente que el punto de interés era Guayaquil que entonces era una pequeña ciudad floreciente, pues desde la mitad del siglo XVII había empezado su producción y exportación del cacao, y tenía fama de muy rica. Información que fue corroborada por el teniente coronel Vanegas, oficial del ejército patriota de Nueva Granada, liberado de una de las naves capturadas en la cual era conducido a Lima para ser juzgado por su vida. La posibilidad de rendir este lugar que prometía tan jugosos resultados produjo una gran expectativa entre los hombres de a bordo.
Entraron al golfo y se aproximaron a la isla Santa Clara, El Amortajado o El Muerto a fin de desembarcar a los prisioneros y continuar navegando hasta la cala de Puná. Una vez en ella apresurarse era la orden del día y forjar el hierro mientras estuviere caliente la consigna. “Trasladé mi gallardetón de mando de la Hércules al Trinidad, dice Brown en sus memorias, y resolví con este buque y una goleta piloto, ambos bien tripulados probar la cosa por mí mismo, dejando el grueso de la escuadra fondeada en la Puná terminando hacer agua, como también ordenando las presas que en número de siete habíamos capturado”. 
Por las noticias recibidas sobre el bloqueo del Callao ya se tenía conocimiento en Guayaquil de la presencia de los buques de Brown, que además de saquear poblaciones costeras esparcían a lo largo del litoral millares de hojas con proclamas revolucionarias. Mientras esto sucedía, el 8 de febrero de 1816, don José de Villamil había zarpado de Guayaquil en una goleta en un viaje de comercio, y cuando navegaba a la altura de la isla Verde fue alertado por su capitán, pues en Puná se avistaban numerosos mástiles que pertenecían a nueve o diez navíos de distintos tamaños. 
Alarmado Villamil subió al puente y comprobó la presencia de la extraña como sospechosa flotilla. Al suponer que se trataría de la anunciada expedición, que sin duda estaba esperando la marea creciente para tomar por sorpresa a la cuidad, decidió voltear en redondo y remontar el rio para prevenirla y salvar a su población de un inminente asalto.
Ese preciso instante en que Brown partía de Puná en el Trinidad, guiado por la goleta piloto que había capturado en el Callao, flotilla con que se disponía a tomar Guayaquil coincidió con el violento giro hecho por Villamil. La maniobra de los corsarios de levar anclas y soltar amarres seguramente fue mal interpretada por Villamil, pues en su reseña histórica asegura que: “Brown no se había movido, pero en el momento que vio la goleta ascendiendo el rio, se puso en persecución con el bergantín y una goleta presa que había armado”. Se podría pensar que Villamil, presa del nerviosismo pudo haber tomado al coincidente zarpe de Brown como un acto de persecución, pues éste en sus memorias no nombre para nada el episodio.
En ella solo consta al respecto: “Me puse en viaje a las 2 p.m. del 8 de febrero”. Lo cual tampoco coincide, ni con la reseña de Villamil ni la de Fajardo. Este último sostiene que: “a las diez de la mañana principió la vaciante; pero Villamil, en lugar de fondear, aprovechando de una fuerte brisa del Sur (cosa rara a esa hora y en plena estación de lluvias), siguió su marcha, y acercándose al fuerte y Punta de Piedra…” 
No estamos de acuerdo con a la apreciación de Fajardo, pues quienes hemos navegado a vela muchos años por el rio Guayas, sabemos que durante la estación lluviosa no hay ningún viento sur suficiente para remontar la corriente vaciante del rio Guayas, que en esa época es más poderosa aun, pues su velocidad es de seis nudos. Y peor a las 10 de la mañana que generalmente hay calma. En cambio, a las 2 de la tarde como lo registra Brown, es probable que, si lo haya habido y más que suficiente pues es la hora del Chanduy, así se conocía a la brisa que a esa hora se levanta desde el golfo y pasa sobre tal poblado antes de refrescar Guayaquil.
En todo caso son pequeñas diferencias del relato que no afectan al fondo de la historia. Lo cierto es que Villamil, a bordo de la goleta mencionada, afirma que todo fue avistar la maniobra de la flotilla de Brown para sentirse perseguido. Y al momento de iniciar la marea vaciante, según él, debió forzar una maniobra en redondo. 
Lo imaginamos subiendo el río “a todo trapo”, renegando y maldiciendo cuando el cesaba el viento, o elevar preces al cielo cuando sus ráfagas y las revesas de la corriente lo ayudaban a ganar velocidad para evitar que le diesen alcance. Su principal preocupación era llegar a Punta de Piedra antes de Brown para obligarlo a detenerse. Por eso tan pronto atracó en el lugar y se tomó el nombre del gobernador de Guayaquil Juan Vasco y Pascual, para alertar a la guarnición, y ordenar la inmediata partida de una canoa a fin de advertir a la ciudad del peligro en ciernes.
Llegado Brown al fuerte de la Punta de Piedra las cosas no fueron nada fáciles para los catorce hombres que lo servían. Los atacantes en lugar de hacerlo con fuego de artillería, para no alertar a la ciudad, se aproximaron en botes cargados de marinería armados con fusiles. Una viva descarga cruzada de armas livianas tuvo lugar entre agresores y agredidos, y luego de un combate de madia hora entre fuerzas desiguales, triunfaron los hombres del Trinidad. En señal de victoria, pegaron fuego a la modesta construcción en que se albergaba la guarnición. “Después de la medianoche, dice Brown, fue tomado el primer fuerte llamado Punta de Piedra, que montaba 12 cañones largos de 17, y 20 de 4 libras, después de una defensa muy inferior de parte del enemigo. No disponiendo de gente para guarecerlo, fue demolido en el curso de un par de horas”.
Según el diario que registra lo ocurrido en la cuidad en aquella fecha, a las once y media de la noche del mismo día llegó a ella el posta con el aviso, y a la una de la madrugada del 9 lo hizo Villamil. Alertado el gobernador ordenó a junta de guerra y mandó tocar a generala convocando a los vecinos para defender la ciudad, pues sólo contaba con 40 hombres del Real de Lima.
Mientras Brown desmontaba y clavaba las baterías de Punta de Piedra para asegurar su retirada, los vecinos se habían puesto en pie de lucha. Al amanecer todo estaba listo para la defensa: el batallón de milicias urbanas “Guayaquil”, ocupaba sus posiciones al mando del coronel Jacinto Bejarano y teniente coronel José Antonio Carbo. 
De varios almacenes particulares se tomaron 400 costales de harina para con ellos formar los parapetos de las baterías, y por orden del gobernador se repartió entre oficiales y tropa, 10 piscos de aguardiente. Vale la pena traer a esta historia que en el fragor del combate se perdieron doce sacos de harina (ese día no faltaron quienes comieron pan gratis), de propiedad del comerciante José Antonio Roca a quien posteriormente indemnizaron pagando la suma de cientos cincuenta pesos con dos reales. 
A las 2 de la madrugada del día 9 Brown zarpó de Punta de Piedra, y al mediodía se situó a tiro de cañón de la batería de las Cruces, ubicada en el extremo sur, fuera del límite de la cuidad (actual calle General Gómez), que montaba 4 piezas de campaña de 12 libras y sujeta al mando del antiguo marino don Juan Ferrusola. El combate se inició con fuego cruzado de artillería, pero al poco tiempo fue dominada y tomada por las fuerzas atacantes las cuales, luego de este éxito, sin reembarcarse marcharon a pie hacia el centro de la ciudad: 
“De la misma manera que la anterior ésta fue bien pronto silenciada y se envió gente a tierra para clavar los cañones, dice Brown. El oficial al mando de este servicio, como no se había provisto de una maza no puso clavarlos y los arrojó al río, cuya orilla era escarpada, cuando lo que debió hacer era inutilizarlos para su uso futuro, lo que hubiera logrado si hubiera clavado como quería”. Meses más tarde aparece una noticia que dice: “En la posterior operación de recuperación de las piezas de artillería arrojadas al río, que tomó toda una noche y un día, se emplearon 32 hombres al mando de un capataz, con un costo de 56 pesos con 6 reales”.
El bergantín Trinidad se dirigió entonces al fuerte de San Carlos con el fin de tomarlo entre dos fuegos con los hombres que habían desembarcado en Las Cruces. Para lo cual Brown ordenó al conocedor del río tomado en Puná, que maniobrase la nave para acercarse a la batería y ponerla a tiro de pistola. Pero como estaba la marea plena a punto de comenzar la vaciante y el viento débil del norte como ocurre en tiempo de lluvias, el puneño advirtió a Brown que el bergantín no cedería a la maniobra. Este hizo caso omiso, y lo amenazó con una pistola en el pecho conminándolo a cumplir la orden o a pagar con su vida el desacato.
El bergantín al voltear hacia el baluarte San Carlos fue tomado por la corriente en revesa, y tal como lo había previsto el práctico, por la levedad de la brisa no respondió al timón. Y acabó tan profundamente varado sobre la playa, que el bauprés quedó justo sobre una gran cantidad de madera apilada en la orilla, que al momento de la embestida era utilizada como parapeto por los defensores.  


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