miércoles, 30 de mayo de 2018




Guayaquil y Bolívar V


El principio del fin de Colombia la grande.

Aunque en forma tardía, Bolívar, luego de zafarse, contra su propia voluntad, del adulo y acaparamiento de limeñas y limeños, partió de la Ciudad de los Reyes el 3 de septiembre de 1826.[1]Llegado a territorio colombiano (desembarcó en Guayaquil el 12 de septiembre de 1826), el 14, escribe a don José de Larrea y Loredo: “por fin estoy en Colombia y lleno de la más lisonjera esperanza de poner a las diferencias que han asomado en Venezuela un término pronto”. [2]Más tarde, a su llegada a nuestra ciudad, como él mismo lo diría y reconocería luego de la revolución del 16 de abril de 1827: “muchos pueblos querían federación: [3]Guayaquil me la pidió”. [4]Una vez en Guayaquil recibió delegaciones de Quito y Cuenca, que, junto con los bolivaristas locales, le propusieron asumiera la dictadura para salvar a Colombia, “no quiero oír la palabra dictador”, les respondió. Pero el mismo día 14 escribe: “En el Sur hay una completa uniformidad, todos los departamentos me han nombrado dictador. Puede ser que lo mismo haga todo Colombia. Mucho se facilita entonces el camino para un arreglo completo”. [5]Y también al general Pedro Briceño Méndez, ministro de Guerra, “los departamentos de Guayaquil, Ecuador y Azuay me han aclamado dictador, quizá harán otro tanto el Cauca y los demás. Esta base apoyará mis operaciones y me presentará medios para organizarlo todo”. [6]

En el año 1826, las circunstancias que obligaron a Bolívar a abandonar Lima, eran parte del comienzo de una severa crisis interna en todo el territorio colombiano. Había comenzado, como todas las crisis político-sociales, con la debacle económica y administrativa del gobierno centralista bogotano y la corrupción de los políticos. En la Sierra, el primer sector en hacer crisis, que era el sostén de su economía, fueron la industria textil y la manufacturera de harina de trigo y sus derivados. [7]Estas, habían sobrevivido gracias a la protección que se les otorgaba mediante la prohibición del ingreso de tejidos extranjeros, y de la harina, que fue, luego de la apertura, la más significativa de las exportaciones de los Estados Unidos a Colombia. Mas, cuando las medidas protectoras fueron eliminadas, no pudieron competir en calidad ni precio con los productos similares, foráneos, que ingresaban libremente por el puerto de Guayaquil. Todo lo cual tuvo un efecto devastador en las finanzas serranas en particular. 

Otro ingrediente muy significativo dentro de la crisis, fue la política económica y fiscal aplicadas por el gobierno central de Bogotá, representado por el general Santander. Encarado, este, al sostenimiento de la guerra peruana, de la multitudinaria burocracia y de la pléyade de militares requeridos para ejercer la ocupación y sometimiento de Guayaquil y Pasto. Estos últimos, significaban una carga y un pesado gravamen sobre el pueblo, pues absorbían el 75% del presupuesto general. “Este rubro representó el egreso más fuerte del Distrito del Sur. El Gobierno Colombiano le concedió prioridad a la defensa nacional, además, los miembros del ejército recibieron reconocimientos por sus sacrificios por lo que se les otorgó compensaciones económicas y nombramientos en diferentes instituciones de la administración gubernamental.” [8]

Aun en la vida de los países ya independientes, en lugar de licenciarlos, se mantuvo verdaderos ejércitos como fuerza inmanente al poder, cuyo gasto impidió la educación del pueblo. Con tal fin, primero el gobierno colombiano, y posteriormente los de los países liberados, no hallaron nada mejor que comprometerse en la contratación de desmesurados préstamos extranjeros, en particular provenientes de inversionistas ingleses. Sus condiciones onerosas, su concreción a cargo de funcionarios y negociadores colombianos corruptos, produjeron el clamor ciudadano. Acusaron a Santander y muchos de sus allegados, por haberse apropiado de fondos en beneficio propio, negociados, además, en condiciones de escándalo y daño a los intereses públicos. 

Para atender las urgencias fiscales, el gobierno de Santander, recurrió “a la contratación de grandes empréstitos en el extranjero y particularmente en Inglaterra. El más importante de ellos, fue, sin duda, el contratado con la casa B.A. Gold Schmidt y Cía, en 1824, por un monto de veinte millones de pesos (...) Sin entrar a discutir la conveniencia que hubo en contratar esos empréstitos, no se puede dejar de notar la corrupción con que se manejó tanto la contratación cuanto la inversión de los mismos. En el caso concreto del empréstito de 1824, la actitud de los negociadores colombianos, nombrados por Santander, fue descaradamente deshonesta, pues contrataron el préstamo en condiciones financiera escandalosas, que superaban los límites máximos fijados por las mismas leyes británicas. Hubo más: en un evidente acuerdo de corruptelas con los prestamistas, los negociadores colombianos Arrublas y Montoya firmaron la obligación del crédito, una en Calais (Francia) y otra en Hamburgo (Alemania), a causa de que las leyes inglesas prohibían estipular un interés mayor que el cinco por ciento, y el préstamo había sido contratado al seis por ciento. A esto se agregaba el hecho de que, previamente a la contratación de este empréstito, el ministro de Colombia en Londres, Manuel José Hurtado, había consolidado el empréstito contratado antes para Colombia por José Antonio Zea, en condiciones igualmente escandalosas. [9]

La penuria de la administración se había generalizado a todos los estratos del aparato público. No solo que el Perú no pudo atender con oportunidad los reembolsos a Colombia por los gastos militares causados en la lucha por su libertad, sino que esta misma, tuvo una gran dificultad, o mejor dicho casi imposibilidad para cumplir con el servicio de la deuda externa. La caída de esos títulos en el mercado de valores londinense, condujeron a la quiebra a Gold Schmidt y Cía., [10]lo cual trajo como consecuencia para Colombia la muy significativa pérdida de dos millones de pesos y el descrédito internacional.

Esta crisis, precipitó y exacerbó las viejas resistencias y antipatías entre neogranadinos y venezolanos. Los más destacados oficiales incondicionales a Bolívar, que iniciaron con él la lucha por la independencia, fueron premiados con los más altos grados militares, por lo cual, en Bogotá se los consideraba un peligro para la estabilidad republicana. A su vez, ellos sentían haber pasado de la primera línea pública, ganada en la lucha independentista, a una segunda posición, frente al gobierno centralista, ejercido por un grupo de políticos y doctores bogotanos, vanidosos y corruptos. Según los venezolanos, estos utilizaban para la administración del país, los mismos métodos despóticos, autoritarios y no democráticos usados por el régimen colonial español que se pretendía extirpar. En el Distrito del Sur, se sufría por igual, el despotismo de la administración centralista granadina y la arrogancia corrupta del militarismo venezolano. [11]

En estas circunstancias de crisis, peligro de fraccionamiento y desintegración, Bolívar asumió el Poder Ejecutivo del país colombiano (por dos días). Rápidamente dictó las medidas para “simplificar la Administración Pública; suprimir empleados y corporaciones innecesarias; activar el cobro y percepción de las rentas; aumentarlas y restablecer el crédito nacional, igualando si era posible las entradas del Tesoro con los gastos (los ingresos apenas llegaban a 6 millones, mientras que los egresos ascendían a 15 millones).” [12](...) El Libertador antes de seguir a Venezuela, de donde lo llaman de urgencia... comunicó un plan sobre la organización futura de Colombia. Entre las disposiciones que dio respecto del Distrito del Sur, fue la creación de la Jefatura Superior con “facultades extraordinarias para establecer una administración más acorde con los hábitos, usos y costumbres de las gentes de esta región.” [13]

En la determinación de conservar la unión colombiana, el Libertador actuó con toda celeridad. Sin embargo, la separación de Venezuela, iniciada el 30 de abril de ese año, aunque Páez, en cierto momento rectificó y dio marcha atrás, tenía carácter de irreversible. [14]“El acta del 7 de noviembre y el Decreto de Páez convocando un congreso constituyente amenazaba ya a Colombia con una absoluta separación.” [15]De esta grave situación se enteró Bolívar en el camino hacia Venezuela, [16]razón por la cual hizo muy pocos altos hizo en el trayecto. El 1 de enero de 1827, el Libertador envió a Páez un decreto, mediante el cual garantizaba no ejercer persecuciones contra ningún implicado en la revuelta, a los cuales respetaría sus bienes y empleos; ratificó la autoridad de Páez, con la promesa de convocar una Convención Nacional. El general llanero, “no desoyó la voz del libertador presidente de la República”, y después de reconocer su autoridad puso término a los males causados por la rebelión. De este modo, otra vez Bolívar había logrado alejar, aunque momentáneamente, el fantasma de la guerra civil. Pero la utopía del Libertador estaba herida de muerte y condenada a su desaparición. La fragmentación era manifiesta, solo el autoritarismo podía mantener unida a Colombia, pero este sería un alto costo, y, a la larga perjudicial. Todas las naciones que la habían formado querían su independencia total o la federación con autonomía.

Al poco tiempo, el esfuerzo del Libertador por lograr armonizar nuevamente con Páez, fue anulado por el intento del Congreso granadino de juzgarlo por supuestas violaciones a las garantías constitucionales. Esto fue considerado como una afrenta a Páez, “que el partido autonomista venezolano interpretó como una nueva muestra de la animosidad neogranadina contra Venezuela (...) Páez envió una delegación ante Bolívar, con una comunicación (...) en la que acusaba a la política parcial e insidiosa del general Santander y su Gobierno.” [17]

El 13 de junio de 1828, se reunió en Bogotá una numerosa junta de padres de familia que desconoció todo lo actuado por la convención de Ocaña. Y, ese mismo día, emitió una proclama, que entre otras resoluciones, dispuso que el Libertador presidente se encargase del mando supremo de la república con plenitud de facultades. El 24, Bolívar entró al capital investido de todos los poderes dictatoriales, que aprobó y aceptó con las siguientes palabras: “la salvación de la patria; la custodia de su gloria y de su unión, creando una autoridad que aniquile la anarquía y la asegure dicha independencia y libertad.” [18]Pero antes de continuar con la desintegración de Colombia y el nacimiento de la República del Ecuador, veamos las más notables reacciones en Guayaquil, luego de su anexión forzada. 



[1]Acabaré esta carta complaciéndome con Vd. por el entusiasmo con que el pueblo de Lima manifestó su sentimiento de la ausencia de Vd. Para Vd. debe ser satisfactorio este acto popular, pues sin duda la recompensa que piden las grandes almas por sus servicios es el amor de los pueblos. Antonio José de Sucre, Op. Cit., carta de Sucre a Bolívar, fechada en Chuquisaca el 20 de septiembre de 1826, pp. 318-321.
[2]Simón Bolívar, Op. Cit., Vol. I, carta a José Larrea y Loredo, p. 1430-1431.
[3]He visto que se convocará la Gran Convención. Probablemente se tratará en ella de esta federación que tanto influye contra la existencia de Colombia. Se presenta la cuestión, si Colombia formará tres Estados federados de los tres antiguos Distritos, o si doce Estados, de los doce Departamentos. Aún no sé la opinión de Vd. pero pienso que el menor de los males, es la federación por Departamentos. La federación de los tres Distritos me parece la sanción de la ruina de Colombia. Tres Estados de los que cada uno pesa tanto relativamente como la Nación, es como decretar que cuando alguno de ellos quiera separarse para forma r una Republiquita independiente, lo haga sin que el Gobierno tengas los medios de contenerlo. Creo el mayor mal para la patria que haya tales tres Estados. Alguna vez pensé yo que podría ser así; pero me he convencido que esto sería la muerte y disolución de Colombia. . J. de Sucre, Op. Cit., pp. 325-327.
[4]Simón Bolívar, Op. Cit. Vol. II. carta a José Fernández Madrid, 26 de mayo de 1827, pp. 111-113.
[5]Idem. Vol. II, carta a José de Larrea y Loredo, del 14 de septiembre de 1826, pp. 1430-1431.
[6]Idem.  Vol. II, carta al general Briceño Méndez del 14 de septiembre de 1826, pp. 1431-1432.
[7]Mientras la Sierra sufría un progresivo deterioro económico y Quito buscaba afanosamente su puesto bajo el sol político, la Costa prosperaba y Guayaquil satisfacía su ego enriqueciéndose a base del comercio (...) El costeño tenía una ventaja: la naturaleza era su aliada. Mientras el indígena de la serranía tenía que verter en la tierra todas sus energías para poder subsistir, en la costa el montubio ha tenido siempre que pedir misericordia para evitar que la naturaleza lo ahogue con su feracidad. La desfavorable relación esfuerzo-producción que prima en la Sierra es indudablemente un factor que contribuyó a la rebeldía que ya hemos anotado (...) En la Costa una productividad multiplicada compensaba sobradamente el esfuerzo desplegado. Si la satisfacción no era total (y clima, insectos, pantanos e insalubridad ciertamente lo impedían), cuando menos puede pretenderse que había más que en la Sierra, y por ende un ambiente menos propicio a la insubordinación. Julio Estrada Ycaza. Op. Cit., p. 105.
[8]María Susana Vela Witt, El Departamento del Sur de la Gran Colombia: 1822-1830, Quito, Ediciones Abya Yala, 1999, p. 64.
[9]Núñez, en Nueva Historia del Ecuador, Op. Cit., p. 238.
[10]El doctor Olmedo comunica no poder cobrar una letra por quiebra de la Casa Gold Schmidt:  El señor Procurador Municipal manifestó la carta que con fecha once de febrero último, de Londres, había recibido el señor Dr. José Joaquín Olmedo, avisándole que la letra de dos mil Libras que había girado el Gobierno a favor de la Municipalidad contra la casa del señor Gold Schmidt, había salido fallida, en consideración a su estrepitosa quiebra; por lo que no podía cumplir con los encargos que le habían hecho a nombre de la Municipalidad por el señor Galarza, ni tampoco podía entrar en composiciones con la casa quebrada por carecer de facultades. Acta del Cabildo de Guayaquil celebrado el 7 de junio de 1826 (Por entonces, Olmedo era embajador en Londres).
[11]El mar de fondo de estos visibles conflictos políticos estaba constituido por la supervivencia de las viejas oligarquías locales y regionales de la época colonial que, aunque golpeada por los avatares de la guerra de independencia y por las medidas liberales del Gobierno republicano, seguían conservando lo esencial de su poder, y, en muchos casos, habían fortalecido este, vinculándose social o económicamente al poder militar republicano. Jorge Núñez, Op. Cit., p. 242. Esto último es el caso ocurrido entre Juan José Flores y la sociedad aristocrática terrateniente quiteña (el autor).
[12]José Manuel Restrepo, Op. Cit., Vol. V., p. 320
[13]Núñez, Op. Cit., pp. 247-248.
[14]En Guayaquil se conoció de este primer intento en julio de 1826, con este motivo se convocó una Asamblea popular, que resolvió condenar el movimiento separatista de Venezuela, y demostrar la lealtad de Guayaquil al Libertador: “Que el pueblo de Guayaquil ha apercibido con las más vivas sensaciones de dolor, la noticia de un movimiento popular en el Norte de Colombia, efectuado en los momentos más críticos de estar amenazado aquel territorio de una invasión por nuestros antiguos opresores, siempre prontos a aprovechar las disensiones intestinas de América.” Acta del cabildo celebrado el 6 de julio de 1826.
[15]Restrepo, Op. Cit., p. 330.
[16]El 25 de noviembre de 1826, Bolívar estaba ya en marcha para Venezuela y Santander quedaba nuevamente encargado del Poder Ejecutivo, con mando en aquellas regiones en las que el Libertador no gobernara directamente. Jorge Núñez, Op. Cit. p. 248.
[17]Núñez, Op. Cit., p. 255
[18]J.M. Restrepo, Op. Cit., p. 111

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