viernes, 11 de mayo de 2018



La Capitana de la Mar del Sur IV

El Naufragio

Lo incomprensible del hecho, es que al llegar el conjunto de buques a la altura del extremo suroeste de la isla Puná, supuestamente dentro de la ruta hacia la isla de la Plata, se produjo en la Capitana, sin que los otros se percatasen, seguramente por descuido, o a lo mejor intencionalmente, una caída de timón tan marcada a estribor, que apartó totalmente al convoy del derrotero fijado “y hallándose en tres grados y un quinto, debiendo ir a la vuelta del Nordeste, dando resguardo a tierra por ser de noche, sin prevención ninguna fue navegando a la vuelta del nordeste, cuarto al este, cruzando la tierra” [1]
Trayectoria sospechosa, pues interna a las naves dentro del golfo de Guayaquil, enfilando a tierra, como si fuesen guiadas por un navegante sin experiencia alguna, “pues estos montes de Chanduy se ven muchas leguas a la mar y se vinieron a meter tan cerca de la tierra que cualquier persona que tiene noticia de estos parajes y baje el paraje donde tocó el dicho navío, dice que era imposible el haberse perdido si no es que se hiciera a propósito” [2]. Cerca a las diez de la noche, con luna llena y cielo despejado, este sesgo fatal hizo correr a la Capitana con la proa puesta directamente a la caleta de Chanduy. 
Alrededor de las once de la noche, los pasajeros –no la tripulación– dieron la alarma sobre la peligrosa cercanía de tierra, que era visible por la claridad del plenilunio. El piloto mayor, Benítez, mandó a cerrar las escotillas, y al tiempo que prevenía a la Almiranta disparando salvas de cañón con dos piezas. Viró en redondo, tratando de poner proa al mar para evitar la inminente colisión, pero ya estaba metido en los bancos de arena. La Almiranta, que venía a sotavento de la Capitana, con el estampido de las salvas, al instante huyó de la tierra [3]y fondeó en espera de la suerte de la Capitana.
Lunes veinte y seis del mes de Octubre, entre diez y once de la noche, con luna clara dio vista la Capitana a tierra, mandó el Piloto Mayor acuartelar y viró en redondo haciendo viaje la vuelta del sueste cuarta al Sur y a media hora de haber acuartelado, tocó el galeón todo por parejo, y pocos de los que venían embarcados conocieron el daño, volvieron a virar vuelta al mar y luego dio la nao tres golpes recios, y con el último despidió el timón con que quedó sin gobierno, trataron de dar fondo y mientras se interlingaba un cable, tocó la nao otras muchas veces dando muchas trompadas en lo más peligroso del bajo, con que despidió muy gran parte de la quilla [4]
Para la Capitana, estaba sellado su destino, había llegado a lo que sería su tumba. La nave de mil toneladas, recargada –por la avaricia humana– hasta la segunda cinta, había perdido sus condiciones marineras y respondió con lentitud a la maniobra del piloto. La vuelta a que se la forzó cumplir, el peso propio, y la inercia, la llevaron directamente a los bajos. Intentaron contenerla arrojando un ancla, para dar fondo, con miras a voltear la proa mar afuera, pero todo fue inútil. No tuvieron con qué hacerlo, pues los cables estaban desentalingados, deshabilitados y metidos bajo una escotilla. Ansiosamente buscaron aparejar un calabrote con un ancla y la arrojaron al agua, pero al no estar este asegurado en ningún punto, se les fue de las manos. Entonces el buque golpeó sobre el banco de arena, una y otra vez con mucha violencia, al punto que perdió el timón y se fracturó la quilla, e inmediatamente empezó a hacer agua. 
Al poco tiempo, se separó del bajo y lograron fondearla con un cable interlingado al cabrestante, pero ya era tarde, la Capitana estaba herida de muerte. Dentro de ella habían siete palmos de agua, y aunque se hacían esfuerzos desesperados por achicarla, el nivel subía en forma ostensible. Cuando empezó a amanecer, reinaba un enorme desconcierto. Voces de mando ahogadas por los gritos de terror, y los estampidos de los cañones con que pedían auxilio al resto de naves, y anunciaban el peligro en que se hallaban, “dicen los que venían en él que fue una noche de gran confusión, porque todos juzgaron que era la hora última de la vida y ninguno pensó escapar con ella” [5].
Entre la desesperación, llantos y temores, las órdenes que se daban y medidas tomadas eran las precisas, y adecuadas para orientar el esfuerzo general y salvar el galeón. Por repetidas veces avisaron a la flotilla, con disparos de cañón pidiendo auxilio. Al amanecer del martes, el general Sosa envió en la única góndola del buque, en busca de socorro, a una persona representativa y de autoridad, como supuestamente lo era el caballero sevillano don Francisco Tello, que viajaba a bordo, para entrevistarse con el capitán Solís de la Almiranta. Esperanzados en la oportuna ayuda que recibirían de este para el rescate de sus vida y bienes, miraban ansiosos en búsqueda de algún movimiento que por lo menos indicara el retorno de la comisión. 
Pero fue grande su decepción cuando vieron la góndola, y al sevillano con ella, dirigirse a tierra, desamparando seiscientas almas que estaban embarcadas. Esta visión desalentadora, se agravó, hizo crisis y cundió el pánico, cuando avistaron al buque Almiranta levar anclas y poner proa a mar abierto. “La calamidad que se padeció en esta desdicha ha sido grande, desamparando cada uno su hacienda por salvar la vida, echándose a tierra unos, a la mar otros en palos, balsas o en lo que hallaban, habiéndose ahogado veinte, según se entiende” [6]. Posteriormente, el capitán Solís, aseguró que no había prestado el auxilio requerido por cuanto durante la noche anterior, su buque también había “planchado” los bajos y al reconocer el grave peligro en que se encontraba, dio fondo para pasar la noche y esperar la seguridad del día para alejarse de la costa, y es lo que había hecho.

Tratando de Mantenerla a Flote

Durante toda la noche, la tripulación y la gente de servicio de la nave, habían bombeado agua en un intento de mantenerla a flote. Con todo tipo de vasijas, cubos, etc., se achicaba el agua por la borda y las escotillas, pero todo esfuerzo era inútil, el nivel interior del agua era cada vez mayor y los hombres estaban completamente extenuados, ya no había brazos ni fuerzas. Tan pronto amaneció, muchos de los pasajeros –como desesperados náufragos– tomaron los bateles [7], y se dirigieron a la playa para salvar sus vidas. Este hecho nuevamente sembró el desconcierto entre la gente de a bordo, al punto que gran cantidad de ellos se arrojaron al agua, y asidos de palos, tablas, o de cualquier objeto flotante intentaban llegar a tierra. El número de individuos que abandonó el siniestro, entre los cuales se encontraba buena parte de la marinería, fue tan grande, que las maniobras de salvamento casi quedaron suspendidas. 
Los que servían en las bombas de achique, y se esforzaban con cubos o vasijas, eran los mercaderes y pasajeros, por lo cual, el hundimiento de la Capitana se tornó inevitable. En estas circunstancias, y por salvar la carga real, el general de Sosa ordenó desaparejar y derribar los árboles mesana y mayor esto es, desmantelar los mástiles del galeón, y luego de cortar el cable que los sujetaba al ancla, poco después de las tres de la tarde, izaron la cebadera [8], única vela que les había quedado, que montada en el bauprés les permitió gobernar el navío por entre los arrecifes, e impulsarlo para acercarse a tierra. 
Dios milagrosamente los salvó de unos arrecifes grandes donde iba aproada la nao, y la llevó por un canal y permitió que varase en cuatro brazas y media de agua, en frente de una caleta, en parte tan a propósito para sacar la plata, que la mayor industria y sabiduría de los hombres, no la pudieran prevenir, de allí salieron el Miércoles y Jueves a tierra en tablas, cajas y árboles, y en estos días obro Dios tantos milagros con esa gente, que apenas se pueden explicar [9]

La Última Morada

Arrumbados a tierra con la pequeña cebadera, se acercaron hasta tres leguas de distancia de la playa de Chanduy, hasta varar en un bajo a cuatro brazas y media de profundidad (la pleamar llegaba a seis brazas), al punto de comenzar la marea creciente, que en cierta forma vino en su ayuda pues el buque quedó estabilizado, hasta la bajamar que se produjo por la noche, en que el casco desmantelado empezó rápidamente a escorarse sobre la banda de estribor, hasta quedar las cubiertas y entrepuentes fuera de nivel. Esta posición, más el fuerte oleaje que sin cesar se abatía sobre la cubierta desmantelada, pero llena de escombros, no solo hizo imposible el descanso de los hombres que permanecieron a bordo, sino que empezó a desprender la tablazón y a destruir su estructura. 
El trabajo para construir balsas con los mástiles, y maderos desprendidos de la cubierta, etc., que debían atar y asegurar con la jarcia cortada en la oscuridad, era muy penoso y debían efectuarlo por turnos, pues el movimiento del mar no les daba tregua. No obstante todas las dificultades, lograron armar unas cuantas balsas para trasladar a tierra a los náufragos que no pertenecían al personal de servicio, los cuales debieron permanecer en sus puestos para iniciar el rescate del precioso cargamento. Aquellos que pudieron desembarcar al amanecer, entre los que contaba gente enferma e inútil, fueron comisionados para convocar a los indígenas a prestar socorro al naufragio, rescatar los tesoros del monarca y de los particulares. Pero como no encontraron ninguna respuesta significativa, se internaron tierra adentro en busca de poblados que pudieran suplir su alimentación y subsistencia.



[1]AGI, Doc., 14. Autos y relación de lo robado en la Capitana, 15/09/1655.
[2]Idem.
[3]Idem.
[4]AGI, Doc., 04. Carta del fiscal don Diego Andrés de Rocha, al rey, 19/12/1654.
[5]Idem.
[6]AGI, Doc., 10. Carta del virrey conde de Alva al rey, 08/01/1655.
[7]Pequeños botes.
[8]Vela que va en la verga del bauprés (mástil que sale de la proa) fuera del navío.
[9]AGI. Doc., 04. Carta del fiscal don Diego Andrés de Rocha, al rey, 19/12/1654.

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