sábado, 19 de mayo de 2018



La Capitana de la Mar del Sur … Parte final
Los robos del Maestre de la Plata, oficial responsable del registro y control de la plata que iba embarcada, son evidentes, pues era la persona que sabía dónde estaba cada barra y cada moneda. Su trabajo era velar por la seguridad del cargamento y entregar la mercadería a sus dueños al llegar al puerto de destino.
El piloto mayor y su ayudante, visto que eran gravemente acusados de negligencia, a la primera oportunidad huyeron tierra adentro, e ingresaron a un monasterio para evitar la acción de la justicia. Cosa sencilla de conseguir por el fuero especial que gozaban los miembros de la Iglesia, que a título de caridad cristiana permitía la impunidad. 
Francisco Tello, que en los momentos del hundimiento, lo vimos abandonar el navío en la única góndola, disponible para ayudar a los pasajeros a saltar salvos a tierra. Para hacerlo desaparecer, se dijo haber tenido un trágico fin en Cuba. Tello tenía un tío importante en Panamá, quien con toda seguridad arregló todo para urdir un “accidente”, de esa manera salvarlo de la cárcel.
El capitán Barragán fue condenado a la Guerra de Chile, donde morían muchos de los conquistadores por la bravura de los indios mapuche.  Para evitarlo, apeló al recurso de orate o enfermo mental, en otras palabras se hizo el loco y se internó en un manicomio. Ser enviado a esta guerra era un terrible destino –comparable al “frente ruso” durante la Segunda Guerra Mundial–. Sin embargo, debió permanecer encerrado en la casa de locos, pues, a pesar de su aparente demencia, se le mantuvo la sentencia y condena en espera que algún día recuperase la razón.
El cabo Luis Báez, que huyó con el chinchorro mar afuera sin prestar auxilio a la Capitana, adujo, que el estado de excitación de los pasajeros, y el temor que él tuvo, que a causa del histerismo, hundieran también la pequeña nave.
El corregidor de Guayaquil, que vendió una fragata a Juan Gómez Frías para que sacara plata robada de la Capitana, y al ser este apresado, le facilitó la fuga para que no lo comprometiese ante la ley. En el pliego de la referencia, comparece también la mujer de Gómez, llamada María de Calderón, para defender su dote dentro del juicio condenatorio del marido.
El despensero del navío, típico deshonesto y aprovechador, al ser acusado de desertor, argumentó que la despensa estaba casi hundida y que él tenía una pierna herida. Este vivaracho, por no haber pedido licencia para abandonar su puesto en la forma en que lo hizo, fue condenado a 10 años de servicio en la Guerra de Chile[1]. Con toda seguridad en ella quedaron sus huesos.
En este documento hay tantos datos ilustrativos e interesantes, que pese a ser oficial, que por regla general suelen ser pesados y repetitivos, hacen que su lectura resulte muy entretenida. Lo referente al capitán Juan Zorrilla es uno de estos, pues presenta el extraño caso de figurar como dueño de un bergantín, que tenía por verdaderos propietarios a un grupo de indígenas buceadores de la zona de Chanduy, quienes consistentemente hacían viajes a Panamá, y que “milagrosamente” apareció con ellos a bordo al amanecer del naufragio.
Al año siguiente del naufragio, los envíos de la plata rescatada del rey continuaban vigentes. En el margen izquierdo de la carta de don Pedro Vázquez de Velasco, presidente de la Audiencia de Quito, fechada el 12 de febrero de 1655, dice que “van registrados más de tres millones, todos a entregar a la Casa de la Contratación. que en tan breve tiempo parece imposible haberse sacado tanta cantidad, habiendo tantos impedimentos (...) Con la cantidad de plata que envié a Vuestra Majestad en el primer envío a Panamá y la que va en esta ocasión, aunque no se ha sacado toda la que vino registrada de Lima, se suple todo el registro de otros géneros de plata para que Vuestra Majestad se pueda servir de ella en las necesidades en que se halla, pues, además de las barras extraviadas que son nueve, que he aplicado a Vuestra Majestad por venir fundidas, sin números, peso ni ley, ni pagado el quinto” [2]. En otras palabras, los tres millones del rey, se completaron con aquellos valores recuperados, que no habían sido registrados y que sus dueños no dieron la cara. Esto hace pensar, que quienes no se prestaron a un ajuste de cuentas con el monarca, de alguna manera habían recuperado en forma satisfactoria sus valores. Luego de siete años de producido el naufragio de la Capitana de la Mar del Sur, todavía se mandaba funcionarios de Hacienda a Chanduy, así se conoció en el cabildo del 19 de febrero de 1661, que Lorenzo de Castro Navarrete, contador del Cabildo de Guayaquil había estado presente en Chanduy [3].
Por otra parte, “don Diego de Benavides y de la Cueva, Conde de Santistéban, Marqués de Solera; Caudillo Mayor del Reino y Obispado de Jaén, Alcalde de sus Reales Alcázares y Fortalezas; Comendador de Monreal en la Orden de Santiago; Gentil-Hombre de la Cámara de Su Majestad y de su Consejo y Junta de Guerra de España; Virrey, Lugarteniente, Gobernador y Capitán General de estos reinos y provincias del Perú, Tierra Firme y Chile, &a” [4](menudos titulejos los que utilizaba este ostentoso virrey peruano), luego de siete años de producido el naufragio, el 18 de diciembre de 1661, designa al capitán don Antonio Manrique de Lara Veedor y Contador de la saca de plata del buceo de Chanduy [5]
Finalmente viene otra historia, la muy reciente, que ha sido escrita por buscadores del pasado, no de huellas históricas, sino de riquezas y tesoros coloniales españoles. El tesoro de la Capitana fue de tal envergadura, que todo lo que extrajeron a lo largo del tiempo, como lo hemos visto, más lo no registrado por haber sido robado, lo que el mar esparció y sepultó con el navío, no ha sido suficiente para agotarlo. Tanto es así, que en febrero 1997, después de transcurridos 343 años, hubieron dos empresas que se entregaron al rescate de estos tesoros submarinos, que deben haber sido abundantes, pues los vimos darse de sombrerazos legales disputando su propiedad. Las cuales, según se ha dicho, invitaron en nuestro país a inversionistas particulares, que en fin de fines, no recibieron lo que se llama “un real”, de aquel contrabando oculto en los baos, o el tesoro real transportado en los pañoles del navío, a las arcas de Felipe IV o de Luis Méndez de Haro, su habilidoso tutor. 



[1]Era tan dura la lucha contra los indios mapuches, que equivalía a que a un soldado alemán, durante la Segunda Guerra Mundial, fuese enviado al “frente ruso”.
[2]AGI, Doc., 13. Carta al rey de don Pedro Vázquez de Velasco, 12/02/1655.
[3]Actas del Cabildo Colonial de Guayaquil,tomo IV, AHG, p. 26.
[4]Actas del Cabildo Colonial de Guayaquil,tomo IV, AHG, p. 54.
[5]Idem.

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