miércoles, 3 de junio de 2020



San Biritute

Cuando en 1517, la “Santa Inquisición”, célebre institución de la oscura España medieval es trasladada a América, la información sobre la sexualidad entre aborígenes comienza a distorsionarse y la Iglesia a reprimir costumbres ancestrales. Las crónicas salidas de la conquista basadas en la tradición oral de los pueblos indígenas, de las cuales nacen la leyenda y el mito, son fuentes a las que recurre la historia a falta de una documentación fehaciente. Pero, al ser prohibidas y satanizadas las naturales costumbres y expresiones culturales, sobre la práctica sexual prehispánica, lo único que hemos podido conservar de esta, es la representación muda manifestada en vasijas y figurillas de barro o en monolitos esculpidos en piedra.
El español tan vinculado a los movimientos y migraciones de la humanidad a través de la Península Ibérica, aprendió a no detenerse en nada ni andarse por las ramas en aquello de poseer sexualmente a mujeres de diferentes razas. Manifestándose primero con las moras y judías, y cuando llega como conquistador del Nuevo Mundo, donde había multiplicidad de costumbres en la práctica sexual, en particular aquella de la relación previa a cualquier tipo de unión formal, no tiene límites en hacerlo con las indias y más tarde con las negras. Y si a esta tendencia le agregamos la práctica común de la sodomía entre los nativos, la tradicional rijosidad latina y la palabra cálida dicha al oído de sus mujeres, causó una verdadera explosión demográfica. Pues, según la tradición a ellas las hacía muy felices y a sus familias muy honradas de que sus jóvenes hembras pariesen hijos de los conquistadores.
Este encuentro sexual entre dos culturas, produjo en la autóctona conductas extrañas en la relación familiar, al punto que provocó la promulgación de muchas ordenanzas que establecían castigos para “el indio cristiano que tuviese acceso con india infiel o estuviere amancebado con ella, por la primera vez, que lo trasquilen y den cien azotes... También se le prohibió tener a su lado a “hermana suya, ni cuñada, ni tía, ni prima hermana, ni manceba de su padre”, no fuera que entre ellos hubiese una unión carnal reñida con la religión. Es decir, que se produjo lo que podríamos llamar una estampida carnal, un ocurrir de todo entre todos. 
Esta breve información adquirida nos llevó a averiguar, muy superficialmente por cierto, qué ocurrió entre nosotros. Y descubrí una tradición sobre un tótem, que además de atribuírsele gran cantidad de poderes para hacer felices a nuestros indígenas de los manglares y de bosque tropical seco, era un símbolo sexual armado de tremendos atributos llamado San Biritute. Pero, no te asustes querido lector, no se trata de un desviado del santoral de la Iglesia Católica, sino, según Francisco Huerta Rendón, del amo y señor del recinto de Zacachún perteneciente a la parroquia Julio Moreno en la provincia del Guayas. 
Este nombre lo lleva nada menos que un tótem monolítico tallado por los antiguos pobladores del bosque tropical seco, que hoy tiene mucho de seco y nada de bosque, que cubría la planicie de la provincia del Guayas comprendida entre las montañas de Colonche y Chongón y el mar, que hoy, nos quieren robar. Este sitio cuando fue visitado por estudiosos de la arqueología, se situaba entre lomas de poca altura, perdido entre ceibos, guayacanes, amarillos, bálsamos, cascoles, algarrobos y rodeado por brusqueros achaparrados. 
Entonces era Zacachún un caserío de una sola calle que acogía una población muy limitada, que se alzaba sobre el espinazo de una colina marcada con profundas grietas, cicatrices originadas por la lluvia, tal si fuera el erizado y escamoso lomo de una iguana. En una de las lomas comprendidas en esa topografía, oculto desde los tiempos prehispánicos se hallaba un icono deificado llamado Biritute. 
Considerado como una especie de “mentolátum” utilizado para todo (pero que no servía para nada), era venerado por los habitantes del pueblo y tenido por celoso cancerbero protector de sus devotos. Se le atribuían poderes capaces de generar lluvias copiosas y abundantes cosechas, quitar dolores y espantar ladrones. No había dolencia ni padecimiento que se resistiese a sus virtudes curativas. Al punto, que para tratar las enfermedades de la sangre o del padrejón, los zacachunenses no requerían de emolientes o pócimas especializadas, brebajes o pistrajes, aguachirles o bebistrajos, emplastos o menjunjes, cataplasmas o potingues, sino simplemente tocarlo.
Pero estas potestades no solo eran su fuerza ni su vigorosa eficacia, para todo tenía solución y remedio. Hacía que la menstruación volviese a las menopáusicas y que ya abuelas, las mujeres se embarazasen. Igual cosa ocurría con las jóvenes en “estado de merecer” que habían sido sacadas a cuarto aparte, y que pese al empeño del cholo no entraban en aquello de la concepción. 
Para alcanzar su gracia, durante lo más cerrado de las tinieblas y oscuridad de una noche de verano, nunca en invierno porque las lluvias atenuaban sus amplios poderes (palabrejas de moda), las interesadas debían darse un estrecho arrumaco con enérgico restregón y mucha entrega contra la fría piedra totémica, y asir con ambas manos el descomunal, pétreo y erecto falo que sin ningún pudor exhibía el señor de Zacachún.
Pero, pese a los poderes descritos algunas veces solía fallar. Cuando esto ocurría, especialmente en el día de difuntos (2 de noviembre), las perjudicadas, asimismo por la noche depositaban a sus pies la clásica mazamorra morada, plátanos verdes asados al carbón de guayacán, humitas, carnes secas y ahumadas al calor del fogón, etc., para estimular su apetito, pues se dice que los tenía muy variados. En otras palabras, lo que podríamos llamar, un suculento y sustancioso delicatessen, digno del más conspicuo aniñado, que, además, se lo acompañaba generosamente con chicha de jora y aguardiente de punta. 
Los perros y chanchos del pueblo (generalmente abundantes) se daban el atracón del año, como lo evidenciaban los restos esparcidos por el suelo, en clara señal de disputas canino-porcinas. Sin embargo, de la chicha ni una gota había sobrado algún aficionado al picantito del fermento. Después de este espléndido obsequio a la inexpresiva deidad, las interesadas en entrar “en estado”, confiadas, insistían en el estimulante proceso nocturno. Para volver una y otra vez al catre, y encontrar a los Tigreros, Banchones o Villones profundamente dormidos y ajenos a sus requiebros amorosos. 
Así las cosas, entre las afectadas no cabía duda que el culpable de estos aletargamientos carnales o evidente falta de rigor en la obligación marital, no era otro que Biritute. Entonces, a la impasible masa de naturaleza sorda, que mostraba un pudendo petrificado y erosionado por centurias de entusiasta manoseo, se le armaba la gorda. Se encapotaban los cielos y la valdivia cantaba: ¡al hueco va, al hueco va! El más anciano varón del recinto, asumiendo el papel de inquisidor, fuete en mano arremetía contra “Biri” para darle “tute”. Era tan fuerte la azotina que saltaban chispas de su espalda caliza, y las mujeres, esperanzadas siempre en el futuro, formadas en grupo de lloronas o plañideras, coreaban ¡no le pegues más, no le pegues!
Según relatan los cuenteros en Zacachún, reunidos en torno a la candela, el último ejecutor que propinó a Biritute tan inmerecido castigo, no vivió para contar el cuento. Se rasgó el firmamento y se precipitaron tan torrenciales lluvias que se pudrió el maíz, se ahogaron hasta las guaijas y tan malsano quedó el ambiente que a los pocos días acabó la vida del anciano verdugo. Desde entonces, buen cuidado tienen los vecinos de ni siquiera mirarlo mal, no se le ocurra, nuevamente, exprimir las nubes en forma tan exagerada. Las mujeres lo adulan con generosos regalos, lo regalan con alusivas oraciones respecto a su virilidad, pero sin mirar de frente, solo de soslayo, al impresionante príapo.
Con la llegada de los castellanos la fe en la efigie se enfrió, y como no se conocía el viagra, viejos y jóvenes, recurrían a su ancestral conocimiento, medios y recursos estimulantes. Convertidos en Ulises tropicales y muy ligeros de ropas, corrían su propia odisea. Devoraban distancias dentro de su nación huancavilca, vadeaban esteros, trepaban empinados montes y bajaban por tupidas cañadas, cruzaban extensos pajonales y tejidos manglares, para cosechar la estimulante yumbina, en el momento en que el “cuchucho” entraba en celo. Colectar ostiones gordos en El Salado durante la luna llena, hacer pasta de aguacate caído en menguante y amasar maní en leche de burra blanca con la flor del amancay del Guayas. 
Todo lo cual, macerado en el bajo vientre de una viuda joven dormida, pero sin alterar su sueño, se aplicaba como emplasto, usando el rabo de un tejón pillado en el acto reproductor. O se bebía como liviana pócima de un bototo curado con sebo de venado y enjundia de gallina, saturado con efluvios de la panza de un berrugate posorjeño. O se comía como una verdadera ensalada de Afrodita. Pese a esta odisea y a la introducción por los poros o por la vía oral de todo el recetario en el torrente sanguíneo de los recipientes, nunca hubo una explosión poblacional en el pueblo, que hoy languidece casi extinguido.
Hoy que el turismo costeño ha cobrado intensa actividad, debería orientarse hacia el recinto Zacachún para disfrutar de la visión que ofrece en el centro del pueblo, la tosca figura de Biritute junto a una cruz, la cual, un acucioso fraile alguna vez colocó para sustituirlo o por lo menos competir con él. Pero al no lograrlo, debió transar con los zacachunenses para, a cambio de llamarlo y considerarlo santo, permitirles que en la cara posterior del escapulario lleven la fotografía de esta figura porno precolombina.










6 comentarios:

  1. Interesante crònica de una supersticiòn ancestral, insòlito que la iglesia no haya podido eliminar esta especie de idolatrìa de la religiosidad de los autòctonos. Muy amena lectura, como de costumbre,
    Saludos,

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  2. Don José Antonio Gómez Iturralde, seguirá vivo a través de cada investigación y escrito realizado. Como siempre su pluma amena, jovial, directa. Bien informado y contribuyendo a nuestro aprendizaje.

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  3. la mariconada ancestral. Vengo leyendo que la lesbiana alcalde de bogotá puso medidas de bioseguridad ancestral en la narcominga de narcos ancestrales.

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  4. "El más anciano varón del recinto, asumiendo el papel de inquisidor, fuete en mano arremetía contra “Biri” para darle “tute”"

    Esto es como en el jardín cuando te hablan del "sambo Rondón". Para mí que Biritute viene de "virtud" (virtus) que procede del Latín "viris" que significa "varón, hombre" (virtud = cosas de varones).

    Samborondón viene de "Saint Brendan" una isla mitológica, me supongo porque antaño se suponía que La Puntilla era una isla. Lo mismo que Brasil era una isla mágica y California viene de Calida Fornax de un cuento de caballería.

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  5. "la “Santa Inquisición”, célebre institución de la oscura España medieval"
    Ah no, mejor estábamos con los moros, que descubrieron el agua y el baño y construyeran los acueductos Romanos /sarc que quemaron media España y la desertizaron, tomaban niños como impuesto de sangre y los tornaban en esclavos sexuales. Los moros bujarrones de la Isbania blanca de la baja Edad Media.

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  6. "Pese a esta odisea y a la introducción por los poros o por la vía oral de todo el recetario en el torrente sanguíneo de los recipientes, nunca hubo una explosión poblacional en el pueblo, que hoy languidece casi extinguido."

    Tanta labia para más de un pinche menhir. En la antigua Roma hasta los niños cargaban dijes en el cuello con forma pene alado como protección contra el mal de ojo y los malos espíritus, se llamaban "fascinos". En Europa había 1 menhir por cada 100 habitantes. El sanbiritute no fue ninguna revolución sexual ni resistencia indígena contra la "malvada inquisición española".

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