Visitas, viajeros y hoteles en Guayaquil
Nuestra ciudad a lo largo de la historia, por distintas razones, tal como ocurre en la actualidad continúa siendo un centro de atracción. El primer visitante que en 1555 llegó a nuestra riberas fue Fray Gierónimo Giglio, quien en su calidad de misionero da preferencia a la descripción de las costumbres nativas, mas no a la ciudad. Así mismo, a mitad del siglo XVI, el también misionero dominico Fray Reginaldo de Lizárraga la describe cuando todavía se hallaba en la cumbre del cerro Santa Ana: “Este pueblo de Santiago es muy caluroso por estar apartado de la mar. Tiene mal asiento por ser edificado en terreno alto, en figura como de silla estradiota”.
Lo mismo hacen el licenciado Salazar de Villasante en 1568: “Está sentada en una serrezuela, porque los llanos todos se anegan” y los corsarios, el francés Guillaume Dampier (1684) y el inglés Capt. Woodes Rogers (1709), diciendo en forma coincidente que “Ésta es la metrópoli de su provincia, como de una milla y media de largo y dividida en (ciudad) Vieja y Nueva”[1].
Así visitada y descrita por misioneros, corsarios, presidentes de la Audiencia, científicos como Jorge Juan de Santacilia y Antonio de Ulloa, gobernadores, comerciantes, etc., descubrimos el ambiente y carácter de ciudad puerto que adquiere Guayaquil y empieza a expresarse a medida que avanza en su desarrollo y en afirmar su influencia progresiva en todo el país. El esfuerzo acumulado por una casta que soportó toda adversidad, que siglo a siglo hizo florecer los campos, navegó, comerció, alcanzó la ilustración, se enriqueció e independizó, indefectiblemente la ha llevado a ser la hermosa ciudad turística que tenemos hoy.
Abrigada por el gran Guayas, se afirmó como puerto marítimo y fluvial. Nutrida por el mar y por el extenso laberinto de ríos y esteros de su cuenca, se afirmó como ciudad comercial. Fragatas y goletas, vapores y trasatlánticos la presentaron al mundo “como la colmena maravillosa de toda la Costa del Mar del Sur”.[2]
Y las balsas, canoas y chatas, enriquecieron su diario vivir. Embarcaciones de transporte y vivienda a la vez, en procesión interminable subían y bajaban por el río impulsadas por los hombres y el viento, movían comerciantes y mercadería a la Sierra centro-norte y sur, matizando en su diario ir y venir la monotonía de incipientes caseríos ribereños.
El parloteo en elevado tono de estos moradores de los ríos imprimía tintes y sentimientos humanos a la voz de las riberas. Durante el día, entre estos traficantes fluviales y las familias montuvias de las haciendas existía una hermandad, que se movía mediante el comercio de alimentos, aves de corral, etc., y la dependencia de unos con otros los conducía hacia una especie de socorro mutuo.
Día tras día, río arriba o abajo vivían el mismo escenario: mientras los distintos ganados pastaban, el montuvio machete en mano rozaba la maleza y la montuvia “enventanada” echaba maíz a las gallinas o en el “placer” de su casa asoleaba la ropa lavada con “jabón prieto”. Cientos de caimanes o lagartos, animales de sangre fría, tomaban sobre los bancos de arena el calor del sol para energizarse y buscar su alimento
A “la oración” (el atardecer), para pasar la noche ataban sus balsas o canoas a las raíces que asomaban en los barrancos erosionados. Una vez llegada la oscura, el tremolar al viento de las hojas de los árboles, se sumaba al suave rumor del agua y sumía en profundo sueño a quienes descansaban en espera del amanecer y los cambios de marea. En la quietud de los meandros, la brisa húmeda y fresca sacudía los árboles del profuso bosque, y junto a la corriente que murmuraba en sus contornos estimulaban sus fuerzas para la jornada del día siguiente.
Esta posición geográfica de Guayaquil, vecina al mar y dueña del Guayas, desde sus primeros años hasta la década de 1940 en que se inicia el desarrollo vial de nuestro país, era ideal para que todo viajero, desde un paisaje exuberante, tuviese fácil acceso a todas las ciudades del país, a su variedad de climas y geografía, y a la gran diversidad de plantas, animales, aves, insectos, etc., que se puede hallar en tan limitados espacios. Exploradores, geógrafos, geólogos, naturalistas, etc., más adelante artistas, toreros, ministros extranjeros, misiones diplomáticas, vulcanólogos, deportistas, turistas, etc., en fin, toda la gama de la actividad humana demandaría servicio, seguridad, hospedaje, alimentación, etc.
En 1820 cuando la independencia de la provincia de Guayaquil era inminente, la necesidad de espacios para hospedar a militares tuvo proporciones inéditas. El 7 de abril de ese año, el Gobernador Juan Mendiburu ofició al Cabildo, haciéndola extensiva al Procurador General, la orden de elaborar un padrón de las casas que pudiesen alojar a “los oficiales que de toda clase pasan por esta ciudad”.[3]Orden a la que el Ayuntamiento se opuso rotundamente, y “mandó que se contestase así al dicho señor Gobernador”.[4]
Sin embargo, con el arribo de cinco oficiales que habían sido apresados por la insurgencia, el Gobernador exigió al Cabildo procurar alojamiento para ellos “como para los que pudieran venir”, por no más de tres días contemplados en la ordenanza. Pero “estando dichos alojamientos más del término señalado, pagarán a sus dueños el arriendo y más gastos que causaren”.[5]
Esta modalidad de disponer de alojamiento para oficiales del ejército en casas particulares, se aplicó también durante la guerra de independencia y se la mantuvo vigente hasta 1825 en que cesó el movimiento de tropas hacia el Perú. En ese año “sólo a raíz de lograr nuestra Independencia aparece un dato sobre una casa posada y billar que ha abierto don José Y. Indaburu y Natal Malta, con permiso del Intendente, y la aprobación del Ayuntamiento”.[6]
Años más tarde, ciudadanos extranjeros residentes en la ciudad eran acreditados como cónsules que recibían y auxiliaban a sus coterráneos. Estos personajes bien vinculados socialmente, gestionaban su alojamiento entre familias hospitalarias con capacidad para recibirlos. Esta forma de ser, abierta hacia quienes tenían ideas liberales o experiencia para los negocios, fue determinante para el avance social y económico de la urbe.
De acuerdo a la información aparecida en los periódicos, a partir de 1842 el hospedaje en Guayaquil tenía ciertos recursos. Tanto es así que la Compañía Lírica del Sur, precedida por la excelente crítica de la prensa limeña, según El Correo Semanal, publicado en la segunda semana de septiembre de ese año llegó con todo su elenco e hizo la presentación de las operetas Norma, El Barbero de Sevilla, La Sonámbula, Elíxir de Amor, Marino Faliero y Belisario.
En 1900, el problema de hospedaje hotelero era menor, pues Antonio Vico arribó con su compañía de teatro, y hospedó sin dificultad al numeroso grupo formado por las actrices Ramona Valdivia, Carmen Diez, Esperanza Mestres, María Luisa Jiménez, Adela Martínez, María Huertas, Matilde Ramos, Soledad Moreno y María Camarero, así como los actores, Antonio y José Vico, Abelardo Rodríguez, Manuel Vásquez, Juan Elirí, Ricardo Bonafé, Luis Muñoz, Enrique Torrecilla, Ricardo Santés, Juan Pérez, José Aznar, Miguel Aparicio, Manuel Ramos, Pedro Soto, José Bonaplata, Emilio Arolo, José Jiménez, Arturo Benet y Pedro Bergés.
En las primeras décadas del siglo XX la capacidad hotelera de Guayaquil era considerable. En 1917 llegó la célebre figura del ballet mundial Ana Pavlowa y su compañía de danzas formada por 52 balletistas. En mayo de 1928, hizo su arribo la afamada “Reina de la Opereta” Esperanza Iris, y su numeroso rol de artistas. En 1929 el célebre actor norteamericano John Barrymore y su esposa Dolores Costello, pasaron su luna de miel a bordo de su yate en Galápagos, arribando a Guayaquil el 10 de febrero de ese año y el 19 se presentó en el teatro Olmedo su película “El Hermoso Brummel”. En 1946 y 1958, llegaron a Guayaquil y se hospedaron en el Hotel Metropolitano, el cotizado actor de Hollywood, Tyrone Power y Leonard Bernstain, director de la Orquesta Sinfónica de Nueva York. Al iniciarse la década de 1950, Mario Moreno, “Cantinflas” se alojó en el Hotel Majestic de Francisco Bruzzone.
En las postrimerías del siglo XX y principios de siglo XXI, la creciente demanda de hospedaje en Guayaquil es un estimulante para nuevas inversiones: el Hotel Rizzo administrado por Agustín Lamas de Asla es remodelado. En 1939, el inmigrante italiano Francesco Bruzzone Bava, levantó en la calle Sucre y Boyacá el Hotel del Pacífico. Al finalizar 1940 se constituyó la primera cadena hotelera con los hoteles Humboldt, habilitados con todos los recursos de la hotelería moderna, promovida por el banquero guayaquileño Víctor Emilio Estrada.
En 1952 se inauguró el Hotel Continental de Francisco Bruzone Baba, en la esquina suroeste de la calle Aguirre, intersección Chile; donde en la actualidad funciona transformado en Hotel Risso. En 1958, Vittorio Miraglia Papa, asociado con su hermano Giovanni, fundó el Hotel Palace en la esquina noroeste de las calles Chile y Luque. En la década de 1960, el empresario Fernando Lebed construyó el Hotel Atahualpa de muy corta vida.
El auge hotelero en esta ciudad se inicia en 1974 con la construcción del nuevo Hotel Continental, situado en la esquina noroeste de la calle Chille intersección Clemente Ballén y en 1978 el Gran Hotel Guayaquil. A partir de entonces se levantaron los más modernos: como el Boulevard, posteriormente transformado en Hampton Inn Guayaquil; el Oro Verde, Ramada, Unihotel, Grand Hotel Guayaquil, Hilton Colón, Sheraton, Howard Jhonson, Del Rey, Alexander, Doral, entre un centenar de lugares de alojamiento con menor prestancia.
Trayectoria hotelera
El intenso tráfico comercial y administrativo colonial desarrolló en Guayaquil el negocio para el alojamiento de viajantes, por esto se comprende que teniendo la ciudad un total de 61 casas, cuatro eran posadas que marcaban la partida hacia el Desembarcadero (Bodegas o Babahoyo), desde donde, por la cordillera de Angas y vía Guaranda se llegaba a la Sierra centro norte. También navegaban al sur, al puerto de La Bola a orillas del río Naranjal llevando el comercio hacia Cuenca, Loja y al norte del Perú. Ambos caminos vencidos los riscos, se juntaban en los páramos serranos gonde se hallaban tambos y fondas para descanso y alimentación de los viajeros.
Tanto en Bodegas como en La Bola se daba un escenario pintoresco que vale la pena describir brevemente: Mientras se descansaba en alguna casa posada, los arrieros preparaban las cabalgaduras, y enjaezaban las acémilas para transportar la carga. Luego, la partida de la recua era siempre un evento lleno de colorido, con sabor de despedida y llegada a su vez. Matizado de adioses o bienvenidas, el trotecito de las bestias, relinchos, horreos, coces, ladridos de perros, llenaban el ámbito de polvo y vaho de olor animal.
Las voces del baquiano de la tropa, con toda laya de imprecaciones y calificativos, dejaban oír el ánimo que infundía tanto a los recueros que servían la caravana como a las bestias que la formaban. Era la imagen viva de la influencia en ese entorno de un Guayaquil pujante y activo comerciante, que en poco más de dos siglos se transformaría en la más rica e importante urbe de la América meridional.
El comercio fluvial, de cabotaje e internacional movía a numerosos marchantes, agentes y representantes. Y como paso obligado entre Panamá y Santiago, ingresó la expresión cultural. Primero bajo la dirección de auroridades se escenificaban ataques y defensas entre indios y conquistadores. También entre moros y cristianos: la Toma de Granada, escenas del Cid, etc.
El Quijote, de reciente actualidad, cuya primera edición, según dice el cronista Luis Augusto Cuervo, “pasó casi en su totalidad a América y en menos de un año circulación”, libros de caballería o encantamientos, como Las Sergas de Esplandián: el Caballero de la Serpiente, Leonorina y la reina Calafia y otras de Garci-Ordóñez de Montalvo, autor de la edición española del Amadis de Gaula (1508).
Las compañías de artistas escénicos iniciaron la demanda de alojamiento en nuestra ciudad. Comedias, sainetes, presentación de danzas como la seguidilla Sevillana, la jota aragonesa, etc., o a la interpretación de zarzuelas, operetas, óperas, etc., arribaban a Guayaquil como paso obligado, según viniesen por Panamá o Magallanes, antes o después de presentarse en Santiago y Lima, que eran la plazan más importanten de la costa del Pacífico sur americano.
En 1851 un viajero polaco que llegó a Guayaquil, afirmaba que: “Sin la hospitalidad que distingue a los negociantes de Guayaquil me habría sido imposible residir allí, ya que no hay un solo hotel. Felizmente para mí, vine en el vapor con el señor J.M. Gutiérrez, hombre de raros méritos, con quien trabé amistad en el Perú y en Chile (…) Viví así un mes, albergado por mis anfitriones, que sabían combatir y subyugar los escrúpulos de mi delicadeza”.[7]
Según la Guía Histórica de Guayaquil se afirma que en 1853 se estableció el Hotel Francés, el cual aun existía en la ciudad diez años más tarde, y en este se hospedó el peruano Aníbal Pereira, hábil falsificador de billetes que tenía una causa penal en Paita. A poco de poner en circulación algunos billetes fue descubierto, “pero se fue sin ser visto ni oído (…) se mantiene escondido, o se habrá regresado; pero lo cierto es que él estuvo viviendo en el Hotel Francés cuando el primer descubrimiento”.[8]
En 1854, Ida Pfeiffer una trotamundos de nacionalidad alemana al tocar Guayaquil, dice: “En éste, el más importante puerto del Ecuador, no existe una hostería”.[9]
Probablemente tenía razón, pues hosterías u hostales baratas, que era lo que buscaba, eran una rareza. No así los hoteles que, aunque con capacidad limitada, ya se habían establecido algunos y no eran precisamente baratos.
En 1855 se construyó el ferrocarril que atravesaba el istmo de Panamá acelerando el viaje y facilitando la presencia cultural en nuestra rica ciudad. Los empresarios artísticos caleteaban en ella, hacían sus presentaciones por las que no solo hallaban una gran acogida a sus actos sino también mucho dinero. En 1916 fue abierto el Canal de Panamá y en 1919, con el último caso de fiebre amarilla, se declaró a Guayaquil “puerto limpio clase A” reabriendo al mundo las puertas de la ciudad.
En 1862, se inicia el Hotel de Europa, situado en la plaza de San Francisco bajo la casa del señor Federico Pérez, y se lo promovía en los periódicos: “las personas que se sirvan asistir a él no encontrarán nada que desear, pues estando montado a la europea, se hallará siempre un buen surtido de licores finos y las mejores viandas que pueden apetecerse. El servicio será esmerado”,[10]
Este hotel aun sobrevivía en 1882 y ofrecía a sus huéspedes la excelencia de sus servicios en la calle del Correo (Aguirre) Nº 56, Destruido en el Incendio Grande (5-6 de octubre de 1896), con Roberto Carozzi como administrador fue reconstruido en 1900, donde se alojó la célebre actriz francesa Sarah Bernhardt en su visita a la urbe. El Hotel Europa que se hallaba en 9 de Octubre y Boyacá, fue adquirido en la década de 1920 por los inmigrantes italianos Andre Gentile y Pascuale Ditto, y con el nombre de Hotel Ritz fue trasladado a 9 de Octubre y García Avilés.
También en 1862, en la casa de propiedad de los hermanos José Plácido, Juana y Francisca Roldán, situada en la esquina de las calles del Comercio (Pichincha) y Senado (Sucre) mediante un contrato de arrendamiento por doce años con el señor Luis Desserth se estableció el Hotel Francia. El contrato determinaba que Desserth podía cada tres años rescindirlo o traspasarlo a un tercero, asunto este último que por conveniencia personal transfirió a Antonio Elías, quien el 16 de abril de 1863 convocaba a los acreedores del Hotel de France o de Desserth que se presenten al establecimiento a cobrar sus créditos. Pero el 10 de enero de 1865 al cumplirse los tres años convenidos originalmente, Elías, inquilino por sucesión, hizo la entrega de la mencionada casa al arrendador José Plácido Roldán. [11]
En 1876 llegó a Guayaquil el viajero y explorador canadiense Thomas MacFarlane, quien hace una sucinta descripción de la ciudad en la que dice: “...la estadía de seis días en Guayaquil me permitió ampliar muchísimo mis conocimientos acerca de la ciudad (...) El hotel consistía en una serie de cuartos en el segundo piso, ninguno de los cuales tenía la bendición de poseer ventanas, por lo cual durante el día la luz siempre entra solo por la puerta abierta”.
“La puerta de mi dormitorio se abría a la calle que está al frente del río, y la vista que desde allí se tenía siempre era placentera y hermosa. Los muebles eran toscos y las camas duras, pero aun así prefería infinitamente estas habitaciones a las que había ocupado en Playas y en Totorillas. Las comidas se servían en un salón de la misma calle, y consistían en un café a las ocho de la mañana, un desayuno a las once de la mañana y una merienda a las cuatro de la tarde. Este horario se resolvió en dos comidas diarias..”.[12]
Seguramente se trataba del Hotel Nueve de Octubre que era el que en esa época podía calificarse como tal, pues el científico andinista Edward Whymper desembarcó en Guayaquil en diciembre de 1879, y mientras esperaba el buque para su retorno a los Estados Unidos, dice: “Durante la siguiente quincena viví en un hotel llamado Nueve de Octubre, en donde, aunque solitario en cierto sentido, nunca estaba sin acompañamiento (…) por la noche correteaban multitudes de ratones y enjambres de diminutas hormigas lo invadían todo. El áspero ruido del mordisqueo de voraces ratas estaba dominado por la suave música de innumerables mosquitos”.[13]
De la existencia de este hotel Nueve de Octubre, dan fe varios avisos aparecidos en los diarios: por ejemplo, un italiano llamado Enrico Rossi Galli impartía lecciones de canto en el cuarto número 6. [14]
Y unos periodistas señalaban: “Hemos visitado este establecimiento refaccionado hoy por su dueño el Sr. Adolfo Enríquez y notamos en su servicio esmero, aseo y prontitud. Las viandas que se ofrecen al público son variadas y buenas, los viajeros tanto del interior de la república como del exterior tienen pues con este hotel un lugar donde alojarse cómodamente”. [15]
Por entonces, también existía en la ciudad el Hotel Unión, hasta que apareció un aviso de arrendamiento que demuestra el cierre de sus operaciones: “el arriendo del local que hoy ocupa el hotel “Unión” sito en la calle de Luque que corre a cargo del Sr. Antonio Ivar. Para tratar, véase con su dueño señor Santiago Letechi”. [16]
En 1878, hay una referencia al Hotel Francés, que como hemos visto fue fundado en 1853. Sin embargo, por el tiempo transcurrido entre ambas fechas podría tratarse de la repetición del nombre. En todo caso, la modista Rosa Malavessi, que había sido ayudante en Lima de la madama Corina Dupo, se hospedaba en este y“ofrecía sus servicios profesionales a la ilustre sociedad del Guayas y en general a la de toda la República del Ecuador. Pudiendo hacer sobre medida gorras, sombreros y toda clase de vestidos para señoras y niños a la última moda. Las personas que deseen ocuparla pueden verla en el hotel Francés, habitación número 6”. [17]
En ese año se hallaba situado en la calle Luque y su administrador era el señor Antonio Ivar. [18].
Este número, cada vez más creciente de hoteles indica claramente el gran nivel cultural, científico, turístico y comercial que tenía la ciudad. Viajeros, empresarios taurinos guayaquileños que contrataban toreros y cuadrilleros a su paso al sur, gente de circo como Chiarini, llegados a finales de 1878, demandaban buen alojamiento, alimentación, etc.
El movimiento de extranjeros en Guayaquil era muy significativo, así lo confirma la vieja costumbre que tenían los más importantes hoteles de, bajo el título de “Ayer en los hoteles”, publicar en los periódicos las listas de pasajeros hospedados. En ellas podemos ver a ingleses, franceses, italianos, norteamericanos, españoles, etc., como: Grimonth, Hilbet, Bruce, Ragener, Bruckman, Adams, Jerome, Urzúa, Jacobs, Breau, Fruchia, Zacolli, Hansen, Harris, Dufrenne, Atkin, Reinhasdt, Lavezzo que por distintas razones visitaban la urbe.[19]
Pese a las bondades hoteleras sugeridas en este artículo, el francés Charles Wiener llegado por 1879, afirma que“Los enojos y el aburrimiento del extranjero que desembarca en Guayaquil empiezan desde el instante en que busca alojamiento. Allí no hay fondas ni hospitalidades, y los habitantes han debido perder las caballerescas y benévolas costumbres españolas, antes de poder contar con las facilidades que Europa ofrece a los transeúntes. Las casas particulares en otro tiempo abiertas siempre para el viajero, hoy se le cierran, y no hay más remedio que albergarse en chiribitiles indecentes y conformarse con los servicios de los indios toscos y estúpidos”. [20]Wiener, como buen francés sería muy tacaño, pues el disgusto que expresa al no haber hallado alojamiento gratuito así lo confirma.
En 1882, se inaugura en Guayaquil el servicio de cable submarino que le daba comunicación inmediata con el mundo, facilitando la reservación de hoteles, etc. También ese año, según el Almanaque Ecuatoriano o guía de Guayaquil existían cinco hoteles: Universo, situado en la calle General Elizalde Nº 18 y Comercio (Pichincha); Bolívar, en la calle de la Catedral Nº 99; Europa, calle del Correo Nº 56; Norero Hermanos, calle Sucre Nº 34; Pichincha, calle del Teatro (Pedro Carbo) Nº 146 y la Casa Posada Comercio en la calle del mismo nombre Nº 43.
La existencia del Grand Victoria Hotel situado en la esquina sur del Malecón y 9 de Octubre, de propiedad del señor Julio L. Baquero no solo la hemos hallado registrada por Julio Estrada en su Guía Histórica de Guayaquil, sino por un acontecimiento grave ocurrido en la ciudad: Como sabemos, el año 1910 es cuando se produce uno de los más intensos conflictos con el Perú, que casi nos lleva a la guerra, por lo que el pueblo guayaquileño atacó al Consulado del Perú que se hallaba “en los altos del Hotel “Victoria” situado en el Malecón intersección 9 de Octubre”. [21]
En vista de la demanda de comodidad pública, de lugares para expansionarse, conversar, ver pasar las bellas con sus contoneos tropicales, o simplemente beber un refresco, en 1893 el Municipio mediante el pago de una tasa de 0.20 centavos diarios permitió a los hoteles, salones, refresquerías, cafés, etc., instalados en el centro de la ciudad colocar mesas en los portales al pie de sus establecimientos.
En estos se atendía al público con refrescos, bebidas calientes, dulces, etc., excepto las alcohólicas. Así nacieron las “Pesebreras” donde se jugaba dominó y bebía chocolate caliente, como antecedentes de las “Carretillas” y de la hermosa y ya desaparecida costumbre guayaquileña de refrescarse, y reunirse a charlar en mesas instaladas en los portales bajo una gran tolda de lona.
En 1878, hay una referencia al Hotel Francés, que como hemos visto fue fundado en 1853. Sin embargo, por el tiempo transcurrido entre ambas fechas podría tratarse de la repetición del nombre. En todo caso, la modista Rosa Malavessi, que había sido ayudante en Lima de la madama Corina Dupo, se hospedaba en este y“ofrecía sus servicios profesionales a la ilustre sociedad del Guayas y en general a la de toda la República del Ecuador. Pudiendo hacer sobre medida gorras, sombreros y toda clase de vestidos para señoras y niños a la última moda. Las personas que deseen ocuparla pueden verla en el hotel Francés, habitación número 6”. [22]
Pese a las bondades hoteleras sugeridas en este artículo, el francés Charles Wiener llegado por 1879, afirma que“Los enojos y el aburrimiento del extranjero que desembarca en Guayaquil empiezan desde el instante en que busca alojamiento. Allí no hay fondas ni hospitalidades, y los habitantes han debido perder las caballerescas y benévolas costumbres españolas, antes de poder contar con las facilidades que Europa ofrece a los transeúntes. Las casas particulares en otro tiempo abiertas siempre para el viajero, hoy se le cierran, y no hay más remedio que albergarse en chiribitiles indecentes y conformarse con los servicios de los indios toscos y estúpidos” (Charles Wiener “América Pintoresca. Descripción de viajes al Nuevo Continente. Viaje al Río Amazonas y a las Cordilleras, 1879 – 1882”). Wiener, como buen francés fue muy tacaño, pues el disgusto que expresa al no haber hallado alojamiento gratuito así lo confirma.
En 1882, se inaugura en Guayaquil el servicio de cable submarino que le daba comunicación inmediata con el mundo, facilitando la reservación de hoteles, etc. También ese año, según el Almanaque Ecuatoriano o guía de Guayaquil existían cinco hoteles: Universo, situado en la calle General Elizalde Nº 18 y Comercio (Pichincha); Bolívar, en la calle de la Catedral Nº 99; Europa, calle del Correo Nº 56; Norero Hermanos, calle Sucre Nº 34; Pichincha, calle del Teatro (Pedro Carbo) Nº 146 y la Casa Posada Comercio en la calle del mismo nombre Nº 43.
La existencia del Grand Victoria Hotel situado en la esquina sur del Malecón y 9 de Octubre, de propiedad del señor Julio L. Baquero no solo la hemos hallado registrada por Julio Estrada en su Guía Histórica de Guayaquil, sino por un acontecimiento grave ocurrido en la ciudad: Como sabemos, el año 1910 es cuando se produce uno de los más intensos conflictos con el Perú, que casi nos lleva a la guerra, por lo que el pueblo guayaquileño atacó al Consulado del Perú que se hallaba “en los altos del Hotel “Victoria” situado en el Malecón intersección 9 de Octubre” (Semanario El Correo del Guayas, Pág. 7 Nº. 58 que circuló el 4 de abril de 1910).
En vista de la demanda de comodidad pública, de lugares para expansionarse, conversar, ver pasar las bellas con sus contoneos tropicales, o simplemente beber un refresco, en 1893 el Municipio mediante el pago de una tasa de 0.20 centavos diarios permitió a los hoteles, salones, refresquerías, cafés, etc., instalados en el centro de la ciudad colocar mesas en los portales al pie de sus establecimientos.
En estos se atendía al público con refrescos, bebidas calientes, dulces, etc., excepto las alcohólicas. Así nacieron las “Pesebreras” donde se jugaba dominó y bebía chocolate caliente, como antecesoras de las “Carretillas” y de la hermosa y ya desaparecida costumbre guayaquileña de refrescarse, y reunirse a charlar en mesas instaladas en los portales bajo una gran tolda de lona.
En febrero de 1895 llegó a Guayaquil Emilio Dufour traído expresamente por don Pedro Tallet para maestro de cocina de su Hotel Gran Cardinal ubicado en la calle Pichincha Nos. 50-52-54. Ese mismo año el diario El Globo en su edición del 28 de mayo, anunciaba habitación más comida por S/. 1.60 en el Grand Hotel Cristóbal Colón de propiedad de Camilo Drago, también situado en la calle Pichincha entre Colón y Sucre” (Guía Histórica de Guayaquil, tomo 5, 2008).[23]
El 12 de febrero de 1896 se produjo un gran incendio en la vecindad de la actual Casona Universitaria, en el cual se quemaron hasta los cimientos los hoteles Colón y el antiguo Francés. Fue un trágico preludio del “Incendio Grande” ocurrido el 5 y 6 de octubre de ese año, en que desapareció la zona residencial, comercial y bancaria de la ciudad y con ella todos los hoteles, pensiones y posadas que se hallaban desde la calle Aguirre hacia el norte, hasta Las Peñas y desde el malecón al oeste.
En este terrible flagelo desaparecieron los hoteles Francés, Colón, Gran Hotel, Europa, Continental, Iris, Gran Cardinal, ubicado en la calle Pichincha, el Nacional y el 5 de Junio. El 1 de marzo de 1898, se inauguró el Gran Hotel París, situado en Elizalde y Malecón, que tenía una extensión en la Plaza Rocafuerte (Almanaque Ecuatoriano o guía de Guayaquil de 1900).[24]Este fue uno de los primeros en levantarse después del gran incendio. En 1900, la extensión que el hotel París tenía en la plaza Rocafuerte fue cerrada.[25]Sin embargo, a la llegada de Hans Mayer en 1903 había algunos más como el Gran Hotel California, Guayaquil, Cosmopolita, “situado entre las calles de Pichincha y Pedro Carbo”,[26]y Gran Victoria. El 13 de agosto de 1900, El Grito del Pueblo publicó: “Se arrienda. El departamento que ocupó el “Hotel París” en la casa que fue del Dr. Modesto Jaramillo, situada en la Plaza Rocafuerte”.
El ilustre geógrafo y geólogo alemán Hans Meyer llegó al Ecuador en 1902 para estudiar sus alturas, y aunque al referirse a nuestra urbe no menciona específicamente ningún hotel, anota lo siguiente: “Digna realmente de una gran ciudad sudamericana, es sin embargo, la calle ancha que corre a lo largo de la orilla del río, el “malecón”, con su multitud de almacenes, “palacios” y hoteles”. Además, describe realmente la finalidad científica de su viaje y con cierta emoción se refiere a la maravillosa variedad existente en un país tan pequeño:
“El viaje que efectué en la primavera y el verano de 1903 a la República Sudamericana del Ecuador tenía, en lo principal, un fin: el estudio de las regiones cubiertas de nieve y hielo en la Cordillera ecuatoriana. La investigación de la alta zona montañosa prometía, precisamente allí, muy interesantes resultados. Pues talvez ningún otro país del mundo reúne en sí una tal plenitud de contrastes naturales, ni ofrece un número tan importante de problemas geográficos en una conexión espacial tan próxima, como la región andina del Ecuador, alzada, cual una torre, desde las cálidas llanuras tropicales hasta las regiones de las nieves eternas, por la inmensa fuerza volcánica, edificadora principal de las montañas”.
Y al referirse a nuestra urbe dice lo siguiente: “Como única ciudad comercial de toda la costa colombiana, ecuatoriana y peruana del norte, Guayaquil es no solamente el centro económico de esta enorme faja, sino la principal ciudad intelectual del Ecuador mismo, al contrario de la capital, Quito que en todos los aspectos, se queda atrás, por estar situada en el interior, lejos del gran intercambio mundial. De Guayaquil brotan todas las ideas reformistas, pero también todos los movimientos revolucionarios…” (Hans Meyer, “En los altos Andes del Ecuador, 1902-1904). [27]
En 1905, el Hotel Cataluña, se hallaba “frente a la puerta oriental del Parque Seminario, en la calle de la Municipalidad y Chile” (El Grito del Pueblo, 11 de febrero de 1905).[28]El Hotel Guayaquil, de propiedad de Martín Artieda, que hasta 1906 aparecía su publicidad en los diarios, estaba “situado en la segunda cuadra de la calle de Bolívar, a pocos pasos del muelle del Ferrocarril del Sur” (Ídem, 18 de octubre de 1905).[29]El Gran Hotel Royal, de propiedad de Sebastián Cabezas, se afincaba en el Malecón Nº 104 (Ídem, El 10 de diciembre de 1905).[30]El Hotel Oriente, de propiedad de C. Rodil, se ubicaba en la calle “Pichincha, entre Sucre y Municipalidad <10 de Agosto> (Ídem, diciembre 12 de 1907).[31]
Por los últimos días de agosto de 1921 la viajera norteamericana Blair Niles arriba a la ciudad y al referirse a ella, afirma: “Guayaquil ciudad limpia y fragante (…) sí que se puede decir que hay movimiento, fueron tan veraces esas palabras que nos fue imposible encontrar habitaciones en los principales hoteles Ritz y Tívoli, que fue inaugurado en 1918 por su propietario el inmigrante italiano Leo Mesticelli y los hoteles Guayaquil y Victoria.[32]Todos los hoteles estaban atestados de gente de manera que optamos por comprometer un departamento en una casa posada (…) situada en el Malecón. Teníamos un hermoso balcón que dominaba la ría (…) El menaje de los cuartos se reduce a lo indispensable, a lo cual se añade una hamaca de mocora muy grande” (Blair Niles “Correrías casuales en el Ecuador”.[33]
Por 1923, el ciudadano italiano Luiggi Pippa Frizzione inauguró el Hotel España en la calle Aguirre 707, entre Boyacá y García Avilés, administrado por Rafael E. Ramírez. Uno de los hoteles de primera clase fue el Grand Hotel construido en 1925 por la Junta de Beneficencia de Guayaquil, sobre una propiedad donada por el filántropo guayaquileño Rosendo Avilés, cuyo arrendatario y propietario de las instalaciones fue el señor Enrique Stagg.
Muchos recordarán este hotel: “con su pasaje interno de comunicación entre las calles Pichincha y Clemente Ballén, que era verdaderamente hermoso, adornado con farolas y rejas de hierro forjado, y al cual se le impuso el nombre del filántropo” (JA Gómez “Las calles de mi ciudad”, Tomo I, 1996).[34]En la década de 1950 fue convertido en el Hotel Crillón. Además, servían a Guayaquil otros establecimientos como los hoteles Crespo, Astoria, Excelsior y Lacassagne.
En la década de 1920 también existían en la ciudad hoteles como Cecil, Lusitania, Barcelona, Mediterráneo y el primer Hotel Palace situado en 9 de Octubre y García Avilés, donde poco tiempo después funcionó el Ritz. En la década de 1930, El Gran Hotel Guayaquil fue establecido y dirigido por su propietario Germán Suárez Bango y el inmigrante español Francisco Playa, instaló el Hotel Cataluña en la calle de la Municipalidad (Aguirre) y Chile, repitiendo el nombre del que se fundó en 1905. Igualmente lo fue el Hotel Londres, situado en la calle Abdón Calderón Nº 2101 y Malecón.
A medidos de 1930, Pedro Perrone Risso, descendiente de italianos, construyó el Hotel Majestic en Pedro Carbo 108 y 9 de Octubre, que sobrevivió hasta 1970 en que fue demolido para formar parte del complejo del Banco Central en esta ciudad.
El Hotel Metropolitano fue construido entre 1936 y 1937 por la Sociedad Técnica Fénix para el señor Isaac Aboab, ciudadano británico oriundo de Gibraltar, que además poseía dos hoteles del mismo nombre en las ciudades de Riobamba y Quito.Eldoctor Albert B. Franklin, profesor de la Universidad de Harvard, que visitó la ciudad en la década de 1930, escribió: “El hotel Metropolitano de Guayaquil, es uno de los hoteles más limpios, confortables y modernos de todas las Américas. Su único inconveniente (para el visitante) por más que se rodee de los lujos ultramodernos (…) su espíritu estará una y otra vez con el montubio y su piragua”.[35]
Estos datos sobre viajeros y científicos, artistas y actividad cultural, turistas y hoteles que hemos registrado en este artículo, encierran una verdad que es importante destacar. Esta es, que a despecho de interesados en distorsionar la realidad y alardear de una superioridad relativa, los guayaquileños, además de ser hospitalarios y trabajadores, receptivos y abiertos a toda expresión cultural, que asimilamos como elementos enriquecedores de nuestro espíritu eminentemente progresista.
Esto muestra y demuestra, que la vida espiritual de los habitantes de esta ciudad, tiene un profundo antecedente de rica actividad, pues la situación geográfica permitió disfrutar de la influencia cultural de visitantes, viajeros, científicos, compañías de danzas y teatrales que, en tránsito hacia el norte o el sur, desde tiempos remotos ya tocaban nuestras riberas, cuando otros lugares no pasaban de llevar una vida aldeana y monacal.
[1]José Antonio Gómez-Guillermo Arosemena, “Guayaquil y el Río, una Relación Secular, 1555-1765”. Volumen I, Guayaquil, AHG, Págs. 23 a 90, 1997.
[2]Miguel Aspiazu Carbo, “Guayaquil, Señora de la Comarca – 1955”, en “Guayaquil y el río” Vol. IV, Págs. 169-178, 1998.
[6]Julio Estrada Icaza, Guía Histórica de Guayaquil, Tomo V, 2008.
[20]Charles Wiener “América Pintoresca. Descripción de viajes al Nuevo Continente. Viaje al Río Amazonas y a las Cordilleras, 1879 – 1882”.
[23]Cecilia Estrada Solá – Antonieta Palacios Jara, “Guía Histórica de Guayaquil” tomo 5, Guayaquil, Poligráfica, Págs. 18-19, 2008.
[24]Almanaque Ecuatoriano o guía de Guayaquil de 1900.
[25]El Grito del Pueblo, 13 de agosto de 1900.
[26]El Grito del Pueblo, septiembre 1 de 1903.
[27]Hans Meyer, “En los altos Andes del Ecuador, 1902-1904”, Quito, Colección Tierra Incógnita, Ediciones Abya Yala. 1993.
[28]El Grito del Pueblo, 11 de febrero de 1905.
[29]Ídem, 18 de octubre de 1905.
[30]Ídem, diciembre 10 de 1905.
[31]Ídem, diciembre 12 de 1907.
[32]El Hotel Tívoli fue inaugurado en 1918 por su propietario el inmigrante italiano Leo Mesticelli.
[33]Blair Niles “Correrías casuales en el Ecuador”, Quito, Abya-Yala, Colección Tierra Incógnita, Págs. 37-60, 1995.
[34]José Antonio Gómez Iturralde, “Las calles de mi ciudad”, Tomo I, Guayaquil, Editorial Luz S.A., Págs. 87-89, 1996.
[35]Albert B. Franklin, “Ecuador, Retrato de un pueblo”, Quito, Corporación Editora Nacional, p. 76, 1984.
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ResponderEliminarMucho tiempo después se pudo conocer que este fue un movimiento que sufrió algunas renovaciones que estuvieron a mando del teólogo Karl Barth en el siglo XX. A él se le conoció más que nada por ver la teología con toques dialecticos.