Comercio
de cabotaje
Apenas establecidos Guayaquil y su
provincia eran ya un reducto diferente, pues su condición mercantilista las
condujo al predominio sobre las demás. Y, por la demanda creciente de artículos
de consumo, el comercio exterior y costero se agilitaron, se hicieron más
eficientes y seguros mediante naves mayores y veleros de menor desplazamiento.
Con estos últimos se dinamizó la construcción naval en los astilleros, cuya
principal actividad estaba destinada a los grandes navíos de comercio y
defensa, pero demandaba más tiempo.
En 1841, gracias a Rocafuerte se inició
la navegación a vapor. Anteriormente todo el comercio de cabotaje se hacía
mediante balandras y goletas de dos palos, conocidas localmente con el nombre
de “pailebotes”, variante de la palabra inglesa payload boat (embarcación de
carga útil). Ambas, mientras eran cargadas, permanecían atracadas en los
muelles o a pilotes hincados en el lecho del río, frente al mercado de la
orilla, o de las casas de comercio. La función que cada una cumplía era
distinta: mientras la balandra penetraba por los esteros, o a los puertos de
menor profundidad, el pailebote, navegaba a los más distantes. Aparejado con
dos velas latinas y dos foques era más rápido y, por su mayor desplazamiento
soportaba más carga.
Con la carga completa, generalmente de
propiedad del armador, que consistía básicamente de harinas de trigo o plátano,
subproductos o elaborados como maicena, galletas, fideos, etc. Azúcar, panelas,
confites, etc. Sal en grano, arroz pilado, granos secos, frutas secas, etc.
Tejidos burdos, como bayetas, jergas, yute; telas de algodón y otras
suntuarias; tabaco elaborado, aguardiente, breva de mascar, pólvora,
herramientas varias, etc. Suelas, cueros, pita, jarcia, alquitrán, cemento,
zinc corrugado, etc., o con sus propietarios a bordo, zarpaban cuando se
iniciaba la marea vaciante para facilitar la orza contra el viento.
La duración del viaje de ida y vuelta,
dependía de las distancias, del viento y de los negocios de compra y venta en
cada puerto, muchas veces debían esperar que se complete la carga. Desde
Esmeraldas, traían de vuelta cocos secos, maderas, mangle, concha prieta, etc.
De Manabí, cacao, café, maní, sal prieta, lana de ceiba, etc. Al paso por la
península, recogían la carga de sal en grano y refinada, pescado salado,
alquitrán, brea, etc. Cuando viajaban a Galápagos cargaban aceite de lobo
marino o de ballena para el alumbrado público, bacalao salado, etc.
Desde la colonia este comercio cubría
tres rutas básicas: 1) las balandras que penetraban por el río Naranjal hasta
el puerto de Bola, llevaban mercaderías para Cuenca y volvían con sombreros,
tejidos, maderas, aguardiente, etc. 2) El viaje a Puerto Bolívar y Santa Rosa
por el canal de Jambelí, que también comerciaba con el norte del Perú. Y, 3,
por el canal del Morro se bordeaba la punta de Santa Elena para cubrir la costa
norte. A lo largo de ella recalaban en el Morro, Playas, Chanduy, Salinas,
Santa Elena, en Guayas. En Manabí, tocaban en Cayo, Machalilla, Puerto López,
Manta y Bahía. Fondeaban en los puertos esmeraldeños de Muisne, Atacames,
Esmeraldas, Río Verde, Valdez y San Lorenzo. Alcanzaban también Galápagos,
Tumaco en Colombia y Panamá.
Por entonces, era de uso corriente
llevar cacao y sombreros de paja toquilla de contrabando a Panamá, desde donde
se reexportaban a otros países. De allí nace el nombre de “panamá hat” que se
endilgaba en forma ilegítima al sombrero de Montecristi. El retorno desde el istmo
también lo hacían con mercadería ilegal que la introducían por las caletas
costeras o por el Estero Salado hasta Guayaquil.
A partir de 1841, pese a que el
privilegio de navegación concedido en 1839 a William Wheelwright exceptuaba el
cabotaje, hizo tabla rasa de la ley, y se apoderó, hasta 1880, del comercio
costero. En enero de 1866 el Gobierno contrató con la Compañía de Vapores del
Pacífico el transporte de la valija del correo entre los puertos ecuatorianos y
desde estos a los puertos colombianos, peruanos y chilenos que tocasen los
vapores de la compañía; ésta recibía 1.000 pesos mensuales por efectuar tal
servicio. Naturalmente, amparada por esta facultad, la empresa naviera derivó
su actividad al comercio de cabotaje.
Dos años más tarde, se contrató el
transporte del correo con la Compañía Sudamericana de Vapores, la cual continuó
violando las leyes que prohibían ejercer el cabotaje. El Congreso Nacional,
vista la violación de la ley, decidió regularizar tal situación, y, el 1º de
septiembre de 1888 promulgó un decreto que, en lo concerniente decía: “El
comercio de cabotaje costanero y fluvial en las costas occidentales de la
República es libre para los buques tanto nacionales como extranjeros”. Con este
golpe, el comercio costero casi quedó en manos de las compañías extranjeras de
vapores. La balandra perdió importancia, más no el pailebote. Este se mantuvo
firme en el cabotaje, hasta 1930 en que hizo su aparición el motovelero, el
cual con velocidad e itinerarios fijos lo llevó a la desaparición. El “Faraón”
fue no de los sobrevivientes que conocí cuando niño, el cual por no pagar
parrilla para su carenaje, se varaba dos veces al año en la playa del barrio
Las Peñas, frente a mi casa.
El motovelero, como su nombre lo
indica, navegaba a motor de combustión interna, movido por diesel, y, por una
vela que le permitía economizar combustible o salir de algún apuro por falla
mecánica. Construido de madera en Puná o Posorja, bajo el mismo patrón de las
balandras pero de mayor tamaño que los pailebotes. Bodegas amplias para la
carga, camarotes para pasajeros y entrepuente para la tripulación. La cual, la
mayoría de las veces estaba constituida, desde el capitán, el cocinero, hasta
el último marinero, por una familia. Los más conocidos apellidos marineros,
todos “cholos”, eran Tigrero, Orrala, Quimí, Mite, Parrales, Chalén, Yagual,
entre otros, que abundaban en esas rutas.
El primer armador, dueño de una empresa
de cabotaje, fue caballero manabita don Simón Delgado Gutiérrez, padre de los
Delgado Cepeda, quien con sus motoveleros “Servia”, “Cóndor I” y “Cóndor II”,
sirvió y prosperó dentro del comercio costero. Otro de ellos, fue don Julio
Hidalgo Martínez, quien desde su oficina en “El Conchero” se mantuvo hasta el
final, por 1950, en que gracias al Comité Ejecutivo de Vialidad del Guayas, se
había iniciado el plan vial de la provincia. Las últimas naves de esta clase
fueron el “5 de Junio”, “Carchi”, la motonave “Colón”, cuyo capitán era el
“cholo” Arias. Las cuales dominaron el comercio de cabotaje en nuestra costa y
Galápagos, y prosperaron llevando el progreso a los puertos ecuatorianos. Los
guayaquileños entendieron que su futuro no estaba en las montañas si no en el
río y el mar, por eso centraron en ellos sus esfuerzos y alcanzaron con éxito
el desarrollo mercantil y urbano de la ciudad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario