lunes, 20 de abril de 2020



Los fantasmas en Guayaquil

Las historias sobre fantasmas las encontramos perdidas en la noche de los tiempos, en épocas previas al cristianismo y en las tradiciones de muchas culturas, entre otras la nuestra. Han llegado a nosotros como supuestos espíritus o almas descarnadas que asumiendo distintas formas perceptibles se presentan ante la vista y sentidos de los vivos. La creencia está en todas las culturas. En occidente y oriente especialmente en la china, india y japonesa, en las cuales se acepta la existencia de fantasmas como almas en pena, que por haber dejado en vida alguna tarea por concluir o por ser una víctima que reclama venganza, no pueden alcanzar el descanso eterno y vagan por su ámbito en la esperanza que algún vivo satisfaga sus ansiedades. 
En el siglo XIX, Edgar Allan Poe, autor, entre otras cosas, de historias cortas relacionadas con el “Más Allá”, aborda frecuentemente el tema y acerca a los tiempos modernos todas estas creencias del común de las gentes. Por eso, la creencia o no en fantasmas, aparecidos o como se los llame, bajo la óptica contemporánea está más o menos condicionada al nivel cultural de la sociedad en que se vive. Y pese a que la información globalizada que nos llega en la actualidad da al traste con estos supuestos, en la oscuridad de la noche, o en el interior de casas cuyas condiciones sugieren sucesos sobrenaturales, son pocos los que pueden evitar, con los cabellos erizados, una sensación de presencias extrañas que les infunde miedo. 
Inglaterra es uno de los países donde los fantasmas son considerados parte de lo cotidiano, al punto que muchas casas se han valorizado cuando se ha descubierto uno de estos huéspedes etéreos. En muchos castillos los residentes están tan familiarizados con ellos, que podríamos decir que los extrañan cuando se ausentan. La Torre de Londres es el lugar donde el inventario es más variado: Ana Bolena, por ejemplo, se pasea sin cabeza todos los 19 de mayo por las noches; Thomas Beckett, el célebre arzobispo de Canterbury decapitado por Enrique II; el espectro de Eduardo V, los manes de Sir Walter Raleigh, y la sombra del Duque de Cork, etc. Además, las ciudades inglesas de York y de Derby también están reputadas como importantes centros fantasmales.
Hoy, en la medida que se han desarrollado nuevas tecnologías de comunicación, es muy frecuente observar en programas televisados que numerosos individuos, hasta empresas, buscan afanosamente entablar contacto con fantasmas. Además, no falta quienes intentan popularizar esta tradición, sugiriendo que los fantasmas son un acervo de energías o reflejos de personas que al morir dejaron su halo impregnado en el ambiente. 
Finalmente, los guayaquileños también hemos exhibido nuestra propia colección de aparecidos, duendes, espantos, etc. Por 1550 circulaban las historias de Pactos con el Diablo, del Naranjo Encantado y del Hada del Santa Ana, que sembraban el terror entre los vecinos del cerro. Por 1700, la Dama Tapada y La Canoita Fantasma daban escalofríos a los niños de la ciudad; ya en el siglo XIX nos acompañaban las historias de la Procesión de las Ánimas y por 1916 el Fantasma del padre Izurieta. 
En la década de 1920, se creía en el cuento del Tintín, un duende que tenía los pies al revés para desorientar a sus perseguidores y que obligaba a los padres de todas las jóvenes bellas de grandes ojos oscuros, que eran sus preferidas, a redoblar la guardia para que no fueran secuestradas y embarazadas por él. El pobre duende cargaba con la culpa de algún primo o enamorado audaz que burlaba la vigilancia paterna. Por eso hoy es obsoleto, ya no hay Tintín a quien culpar; no es necesario tener ojos bellos y grandes, ya que sin tapujos no se perdona ni a las bizcas. 
Al final de la calle de Bolívar, casi al llegar a Santa Elena, se hallaba una casa de antigua arquitectura de la cual se aseguraba, por el decir de las gentes, que se encontraba encantada. Frecuentes fenómenos tomados como sobrenaturales, causaban la alarma y provocaban el terror en el vecindario. Esta casa, pese a no ser la más vieja del sector, ni tan afectada por el paso del tiempo, tenía un aspecto lúgubre que la distinguía entre las demás. Por las noches, su apariencia, voces y ruidos sordos, inspiraban temor y sobrecogían el corazón de los transeúntes que atinaban a pasar por su portal.
Los chismosos del barrio afirmaban que en esta se había cometido un crimen horrendo y desde entonces se encuentra en pena el alma de la víctima, la cual se manifestaba de diferentes formas a la vista de los residentes. Igual número de descripciones espeluznantes relataban quienes habían habitado aquel edificio, hasta que fueron obligados a desocuparlo por los espantos causados por el huésped desconocido.
Tales afirmaciones hechas por 1923, consiguieron que muchos dueños de casa de Guayaquil empezaron a sospechar que en ellas habitaban fantasmas, pues era muy frecuente tener visiones espectrales, escuchar crujidos, rechinar de puertas, aullidos del viento, que realmente metían miedo a los inquilinos. Entre las casas que se tenían por residencia de almas en pena, había una situada en la calle Santa Elena, entre Diez de Agosto y Clemente Ballén; otra en el camino de La Legua o del panteón, muy cerca al Cementerio, desde donde se podía avistar los fuegos fatuos. Una más que se hallaba en la Boca del Pozo, otra a la entrada de la Quinta Pareja por el lado de Rocafuerte; la del Astillero, situada en Febres Cordero y Chile  y otra en la calle Tomás Martínez y Panamá. 
Pero la que presentaba las mayores características excepcionales que infundían pánico, al punto que ni los celadores querían acercarse, era una de dos pisos situada en la calle Bolívar y Pedro Carbo, frente al Tribunal de Cuentas. En la cual, en altas horas de la noche se veía aparecer entre las sombras un fantasma; además, se escuchaban ayes lastimeros, pisadas furtivas, entrechocar de huesos, arrastrar de cadenas, llamadas capaces de poner los pelos de punta al más pintado. Y todo esto, a causa de un asesinato que había quedado en la impunidad, por lo cual el alma de la víctima vagaba y se lamentaba en la oscuridad de la casa.
Relataban las crónicas del barrio de entonces que en aquella casa, unos diez años atrás se había cometido un espantoso crimen. Fue en el amplio departamento de los altos ocupado por una buena señora, de edad avanzada, quien llamaba Aurora Avendaño y que poseía una cuantiosa fortuna. Un buen día amaneció muerta la señora, completamente rígida, morada y sus labios acusaban el rictus de un profundo dolor, seguramente causado por algún envenenamiento con la comida de la tarde.
Hecha la autopsia, se determinó que había sido envenenada con estricnina. Mediante largo proceso trató la justicia de descubrir a los autores del homicidio; mas todo esfuerzo fue inútil, la causa se sobreseyó y puesta en libertad la doméstica a quien se había acusado  y retenido como responsable.
Sin embargo, la vindicta pública, desde el principio había señalado a un sobrino de la señora Avendaño, como el responsable del malvado acto cometido contra ella. Tal aseveración tenía su razón de ser y justificado fundamento, pues, el tal sobrino, además de ser un crápula de vida licenciosa y disipada, era el único heredero de la víctima. Esto, y las actitudes y detalles de su vida, paulatinamente lo delataron como el autor de la muerte de su benefactora. 
Contaba la gente, que acosado por tan grave juicio y sentencia de los vecinos, el criminal se sumió en una profunda depresión, y entregado al alcoholismo dilapidó la fortuna mal adquirida y se volvió loco. Poco tiempo después, tras esa miserable vida que eligió, murió sin que nadie derramase una lágrima y que fue su alma a padecer las torturas del fuego eterno en los abismos del averno.
Con el paso del tiempo, quienes habitaron aquella casa aseguraban ver apariciones de la víctima y el victimario. Una sombra blanca y una negra se perseguían sin descanso, produciendo escalofriantes ruidos y voces en el silencio de la noche.  Agregando que esta fantasmal presencia venida del otro mundo no sólo les hacía la vida insufrible, sino que sus familias debieron afrontar una serie de accidentes desgraciados. 
Los últimos propietarios de la casa, que ignorantes de la situación la habían adquirido, recurrieron a expertos en las ciencias ocultas y notables espiritistas para que actúen como mediadores en la comunicación con aquellos espíritus que no podían alcanzar la paz. Desde entonces, decía el común, que se había logrado dar el descanso a aquellas almas en pena, que aunque no habían suspendido totalmente las apariciones espectrales de la señora Avendaño y su criminal sobrino, ya no tenían la frecuencia ni sus condiciones aterradoras.

3 comentarios:

  1. Excelente lectura para terminar el día. Muchas gracias por darnos a conocer un poco de historia.

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  2. Excelente composición, siento como si hubiera estado ahí, en cada punto del relato.

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