La conquista y sus efectos
El informe de Pascual de Andagoya sobre
la existencia de un poderoso reino al sur de Tierra Firme (Panamá), sacó a
Francisco Pizarro y Diego de Almagro de sus cómodas existencias. Asociados
estos con Hernando de Luque y con el licenciado Gaspar de Espinoza, sevillano,
que fue el financista de la empresa conquistadora, Pizarro realizó un primer
viaje que fracasó.
En un segundo intento, después del
episodio en la isla del Gallo, que protagonizaron los “trece de la fama” y para
no volver fracasado a Panamá, convence a Bartolomé Ruiz –enviado para
capturarlo y llevarlo de vuelta a Panamá– de navegar al sur. Tocan Puná y
Tumbes, y deslumbrado por las riquezas halladas en esta última, vuelve al istmo
donde es recibido en triunfo.
En 1528 viaja a España, y obtiene las
concesiones buscadas. Carlos V lo designa Adelantado de los territorios que
conquistase. Y el 27 de diciembre de 1530, zarpa al sur desde Panamá, pasa por
alto la selva que presentaba la Costa (ecuatoriana) y continuó al Tumbes que
había conocido en viaje anterior.
Este hecho de ignorar los extensos territorios
costeros que más tarde formaron nuestro país, le llegó a Pedro de Alvarado,
gobernador de Guatemala, como noticia por el “correo de brujas” que
evidentemente existía en aquel entonces. Aguijoneadas sus apetencias y
ambiciones viajó a España y valiéndose de ardides convenció al emperador Carlos
V que tales territorios no habían sido concedidos a Pizarro.
Una vez lograda la venia real para conquistarlos, y
con la intención de despojar a éste y a sus socios de las grandes extensiones
de tierra que comprendían el litoral y la serranía, identificada por el padre
Velasco como Reino de Quito, zarpó del puerto de la Posesión (Guatemala) el 1
de enero de 1534.
Enterado en Panamá del zarpe de la
expedición de Alvarado, el licenciado Gaspar de Espinoza, protector de
Sebastián de Benalcázar, quien a la vez se desempeñaba como teniente de
gobernador de Piura, envió un rápido esquife para prevenirlo de esta amenaza
que pesaba sobre sus intereses comunes. Benalcázar, tan pronto recibió tan
preocupante información, los primeros días de marzo de ese año marchó para
enfrentar al gobernador Alvarado. Diego de Almagro –sospechando una traición
por parte de Benalcázar– fue tras él a marchas forzadas.
En el ínterin, las diez naves que
formaban la flota de Alvarado, que constituyeron la más poderosa armada que
había navegado la Mar del Sur, había zarpado con 600 hombres de mar y tierra y
223 caballos. Luego de 33 días de navegación alcanzó la Costa manabita y
desembarcó en Caraque (Bahía de Caráquez) el 25 de febrero de 1534.
Una vez reunido, entre los indígenas, un contingente
humano que hiciera de tropa en situación de servidumbre, la expedición inició
una marcha que al poco tiempo se encontró con una selva impenetrable, cruzada
de ríos y obstáculos a cada paso. Una ruta de espanto y muerte que solo la
codicia y la ambición pudo estimular su recorrido.
Luego de seis meses de permanecer perdido en la
manigua, y sufrir cientos de bajas entre españoles e indios, llegó a un poblado
indígena a orillas de un río (Daule). En balsas, navegó aguas abajo hasta la
confluencia del río Amay (Babahoyo) y lo remontó hasta acercarse a la
cordillera. 600 cadáveres dejó Alvarado a lo largo del camino, coronó los Andes
y descendió a los valles interandinos.
“Siguiendo
mi jornada adelante –dice el propio Alvarado en su informe– hallé rastros de
caballos y los pueblos quemados y despojados, en lo cual conocí que habían
españoles en la tierra”.
La marcha fue esforzada y los
resultados no fueron nada halagadores. Después de luchar seis meses de tan
desastrosa marcha, este hallazgo que confirmaba la presencia de españoles en la
zona, sumió en la decepción y desesperanza a él y a sus tropas que imaginaban
un viaje inútil y la correspondiente pobreza.
La fundación de Santiago de Quito (Guayaquil).
La situación era compleja y difícil. El
dilema que se presentaba en la mente de los conquistadores era, la forma de
llegar más rápido a estas tierras y tomar posesión legal de ellas. De esta
forma, cada grupo podría justificar jurídicamente la toma de posesión de estos
territorios en nombre de la corona española.
Por eso uno y otro se empeñaron en
llegar lo más rápido a la región de los valles quiteños para realizar las
fundaciones de acuerdo a las exigencias de la conquista, que mediante la
fundación de una ciudad y dos villas justificarían la posesión y apropiación de
estas tierras para beneficio de ellos. De esta forma, ambos capitanes y sus
tropas, a marchas forzadas intentaron alcanzarlas y elegir el sitio adecuado.
Cinco meses tardaron Almagro y
Benalcázar en llegar a las inmediaciones de la actual Riobamba, el mismo tiempo
que Alvarado tardó en coronar la cordillera y descender a las planicies
interiores. Los exploradores de Almagro descubrieron su presencia, y ante la
inminencia del encuentro entre ambas tropas, a fin de afianzar la posesión
legal del territorio, el 15 de agosto de 1534, Diego de Almagro fundó la ciudad
de Santiago, que por estar en el territorio quiteño, asumió el topónimo Quito.[1]
Por la amenaza que implicaba la presencia de
Alvarado, el acto fue tan precipitado, que Almagro no cumplió todos los
requisitos legales que exigía una fundación, no levantó el rollo ni repartió
los solares, solo firmó el acta. Y el 26 de agosto, con la fuerza legal que le
daba el documento de se entrevistó con Alvarado para negociar su retiro.
La partida la había ganado Almagro y
como hábiles negociadores de intereses comunes decidieron no enfrentarse sino
establecer un diálogo conciliador de estos. En efecto Almagro y Alvarado sabían
que tenían que proteger y recuperar la inversión de ellos y sus socios en la
empresa.
Almagro, aunque tenía la sartén por el
mango, el poder y la toma de posesión, sabía que no podía arriesgar lo que
habían logrado. Por eso entendió bien las necesidades de Alvarado. Con la
habilidad de conquistador y comerciante, le abrió un espacio de negociación que
podía ser ventajoso para las dos partes.
En efecto. Terminaron tranzando, uno venció y el otro se retiró, pero ambos se
protegieron.
Por la suma de 100.000 pesos oro,
Alvarado abandonó la empresa. Le vendió un galeón, tres naves y dos navíos de
su flota y cuanto aprovisionamiento iba a bordo de estos. Toda su artillería y
otras armas, esclavos, caballos, aderezos, etc. Hecho lo cual, Alavarado se
retiró del escenario dejando la mayoría de sus hombres, quienes ante las
promesas de riqueza hechas por Almagro no vacilaron en cambiar de jefe.
Una vez resuelta la transacción con
ventaja para las huestes de Pizarro, trece días después de fundar la ciudad de
Santiago de Quito, el 28 de agosto, Almagro fundó la villa de San Francisco de
Quito, en el mismo lugar que lo había hecho con Santiago. Y era tal su urgencia
por volver al Perú, que ni siquiera firmó el acta de fundación.[2]
La transacción había aumentado notablemente el
número de hombres y soporte de vituallas a la empresa de Almagro. Con este gran
incremento que hemos visto, Almagro encargó a Benalcázar la conquista del
norte, la pacificación del territorio quiteño y el traslado y asentamiento de
la villa de San Francisco. El conquistador Benalcázar inició la marcha y en la
búsqueda del tesoro de Atahualpa asoló cuanto poblado indígena encontró a su
paso.
Amparado en la Real Cédula promulgada
por Carlos V, el 4 de mayo de 1534, que facultaba al conquistador para que
“cada y cuando le pareciera que un pueblo fundado o que fundare se deba mudar
de sitio la pudiese mudar al sitio que le pareciere, con su nombre”,[3] el 6 de diciembre de 1534, dio nuevo y
definitivo asiento a la villa de San Francisco de Quito en el lugar que hoy se
encuentra, sobre las ruinas humeantes que había abandonado Rumiñahui.
En marzo de 1535, Benalcázar envió al norte –a las
provincias de Quillasinga y Condelunamarca– a dos hombres de su confianza, los
capitanes Pedro de Añasco y Juan de Ampudia, a que busquen información sobre
las riquezas y sociedades existentes en esos territorios. Los capitanes
delegados hicieron bien su trabajo y no tardaron en informarle de los tesoros
hallados en esos destinos.
Con esta información, y conociendo Benalcázar por
los hombres de Alvarado de la existencia de ríos y caminos, que habían recorrido
con Alvarado para llegar a la Sierra, más la jurisprudencia previa del traslado
de San Francisco de Quito facultado por la cédula mencionada, decidió pedir a
Francisco Pizarro su autorización para conquistar tales provincias del norte.
Decisión que fue apoyada por Juan de Espinoza, hijo de su protector.
Conforme avanzaba el proceso de
conquista se iban aclarando muchas cosas para la sociedad Pizarro, Almagro y
Benalcázar. Los socios debieron frotarse las manos por el éxito y los
beneficios obtenidos. La empresa conquistadora finalmente estaba en sus manos y
los territorios de las sociedades aborígenes les pertenecían.
Todo estaba claro en la mente de
Benalcázar: ante la inutilidad de la fundación de Santiago de Quito en
Riobamba, emplazamiento que no cumplía ningún propósito para la conquista, la
trasladaría al litoral a orillas del río que era vía expedita hacia las
montañas.[4] De esta forma para satisfacer la
logística que demandaba tal operación militar, obtendría un puerto más cercano
que Paita. Estas conclusiones, encajan perfectamente con los acontecimientos
posteriores que culminaron con el traslado de Santiago a las tierras bajas.
Pocos meses después de los éxitos
obtenidos, siguió en su tarea de extender la conquista e incorporar y saquear
otros territorios. En junio de 1535, Benalcázar salió desde Quito hacia el
Perú,[5] tocó Santiago, que no era otra cosa
que un simple campamento militar. Lo levantó, y con la dotación de soldados que
lo guarnecían se encaminó al sur.
Se reunió con Pizarro, le entregó parte
de los tesoros recogidos en el saqueo de los poblados quiteños y obtuvo la
anuencia requerida para tal empresa. Con sus aspiraciones colmadas se trasladó
a su gobernación de San Miguel de Piura donde concedió un descanso de un mes a
sus hombres.
[1] Para
enfrentarse a la intromisión de Alvarado, Diego de Almagro –en nombre de
Pizarro__– funda el 15 de agosto de 1534 la ciudad de Santiago, en el asiento
de Riobamba, en plena zona Andina. Un año después, Sebastián de Benalcázar la
traslada a los llanos costeros, junto a un pueblo indio llamado Guayaquile y al
río de Guayaquil, a unos 25 kms. al este de su actual ubicación. El principal
motivo de este traslado fue la necesidad de mejorar las comunicaciones entre el
núcleo conquistador de Quito y el mar, por donde se podían recibir refuerzos de
hombres y animales. Adam Szaszdi y Dora León Borja, Los recursos y desarrollo
económico de Guayaquil, 1535-1605. Bamberg, Alemania, Hermann Kellenbenz und
Jurgen Schneider, 1978.
[2] Libro Primero
de Cabildos de Quito, tomo I.
[3] Miguel
Aspiazu Carbo, El Acta de Fundación d la Ciudad de Santiago de Guayaquil
(Santiago de la Provincia de Quito), 15 de agosto de 1534, Guayaquil, CCE
Núcleo del Guayas, 1970. p.
[4] Pareciéndole
a su señoría que el dicho pueblo se debía mudar a otra parte, con él en su
nombre se pueda mudar, porque al presente, a causa de ser la tierra nuevamente
conquistada e andar acabándose de pacificar, no se ha visto ni tiene
espiriencia de los sitios donde mijor pueda estar el dicho pueblo. Julio
Estrada Icaza, Guía Histórica de Guayaquil, Guayaquil, Poligráfica, 1995, p,
10.
[5] Vido como el
dicho capitán Sebastián de Benalcázar se partió desta villa para ir a la costa
e vido ir con el dicho capitán al dicho Diego de Sandoval e que sabe que se
conquistó la dicha tierra e se hizo la dicha ciudad. Testigo Antón Diez,
Probanza de Diego de Sandoval, Quito, 19 de noviembre de 1539.
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