“Guayaquil evolucionará seguramente según los modelos que ya ha adoptado y en forma mucho más desordenada. La causa se debe, en parte, a una más rápida velocidad de adopción de los estilos en el puerto principal (…) debido a los contactos más numerosos con el extranjero, favorecidos por las funciones comerciales y portuarias (importación-exportación), que siempre han existido en esta ciudad. La rápida velocidad de adopción genera otro fenómeno, el de la rápida obsolescencia del estilo adoptado en provecho de otro más nuevo y más de moda”.[1]
¿Qué es Guayaquil?
La historia litoralense ecuatoriana no comienza con la conquista hispana, aunque así se ha querido que la veamos. Lo nuestro, el espíritu autonomista que nos identifica empieza mucho antes.
En nuestro extenso, fértil y cálido territorio del litoral había culturas, religiones, señoríos, cacicazgos, organización política, acciones guerreras. Estas organizaciones sociales tenían activo y extenso intercambio y comercio en la gran red fluvial del Guayas.
Incluso estos pueblos prehispánicos autóctonos habían conformado una sociedad indígena estructurada que habitaba en una población llamada Guayaquile. Esta organización social ya existía a orillas del río de Guayaquil. Es cuando al finalizar 1535 Benalcázar cumple el traslado de la ciudad de Santiago al Litoral que aparece el conquistador hispano para demoler la sociedad descrita.
Pero nació una ciudad de comerciantes, que tenía siglos de práctica ancestral, puesfue una actividad que sirvió para integrar un territorio político y cultural afín, formado desde el litoral colombiano sur y norte peruano. Y por supuesto, de ésta nació la confederación de mercaderes costeños formada por manteños, huancavilcas, punáes, chonos y tumbesinos.
Acciones y actitudes frente a la vida que permitieron la dispersión de información y tecnología entre los antiguos americanos litoralenses del Pacífico. Redes de comercio originadas por aquellos que constituyen nuestro ancestro. Actividad centrada en el litoral ecuatoriano que acarreó un desarrollo socioeconómico distinto de otros pueblos que se asentaban en las serranías andinas. Es decir, una estructura social a plenitud.
Las diferentes sociedades aborígenes que habitaban en nuestro litoral, con éste tráfico comercial, no solo ampliaron su riqueza y soporte económico, que los llevó a un proceso de unificación y expansión, sino que los condujo a una polarización mercantil.
Fueron formaciones sociales del litoral que se definieron por una forma de producción que puso de relieve una vocación de espacios abiertos, la cual, en términos modernos podríamos encasillarla como una actividad y red de comercio mercantil precolombiano.
Ante este encausamiento, las sociedades interandinas se orientaron hacia formas productivas vinculadas directamente con el litoral. Por eso decimos que la conquista española no fue la génesis de nuestro mundo. Su aborigen, ya era navegante, mercader, emprendedor, con vinculaciones río-mar, y mentalidad abierta como su horizonte.
Por otra parte, cronistas e historiadores, cuentistas y novelistas, cartógrafos y pintores, todos han ido legando a la posteridad su imagen e idea de la ciudad- puerto de Santiago de Guayaquil. La huella que se discierne en esas imágenes y escritos va de lo económico a lo histórico, de lo puramente descriptivo a la crisis de identidad; de los encuentros y desencuentros entre sujeto ilustrado y objeto espacial en constante proceso; de una ciudad-puerto en continua transición hacia una definición iconográfica y humana que en la actualidad pretende el sondeo profundo de la voz unánime que lo configura y determina; que va, en fin, tras el rastreo, la ampliación, la recuperación y el entendimiento de su mitología y realidad.
A lo largo de su recorrido histórico, Guayaquil se enarbola, primero, desde una perspectiva colonial europea para luego pasar a ser cronotopo histórico durante las lides de la emancipación, y después cimiento de disputas ideológicas nacionales y regionales hasta convertirse en el transcurso del presente siglo en escenario de luchas de clase, de tradiciones y cambios, de presencias extranjeras y de aceleración de migraciones locales que ubican al puerto entre lo regional y lo nacional, entre la identidad propia y la globalización, entre los valores de una sociedad de consumo y las voces urbanas colectivas que se desorientan en la ambivalencia y ambigüedad de tener que dar un salto de lo regional a lo moderno y lo posmoderno.
En ese transcurso de siglos, el Guayaquil de la letra y el poder se retrae para dar paso al de la oralidad de sus habitantes. La voz oligárquico-burguesa cede el espacio, al menos en la esfera pública, a la de la clase media y a la de las grandes mayorías (Angel Rama, en La Ciudad Letrada, Hanover, N.H., 1984, ha trazado, desde la perspectiva de la letra, las crisis por las que han transitado las relaciones entre intelectuales y ciudades latinoamericanas).
[1]Sophie Bock, “Quito, Guayaquil: Identificación Arquitectural y Evolución Socio-Económica en el Ecuador (1850-1987)”, Guayaquil, CERG, Pág. 213, 1988.
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