martes, 3 de julio de 2018


Masonería y Liberalismo III

Revalorización del octubre revolucionario
Querido lector, hoy más que nunca es necesario tener una adecuada valoración de nuestra revolución y sus consecuencias sociales y políticas. Si has seguido mis artículos anteriores, te habrás enterado que el 9 de Octubre de 1820, la fecha magna ecuatoriana, no fue el simple movimiento o “asonada” del momento. Así la llaman algunos aferrados al absurdo de una identidad ecuatoriana única, que por su sectarismo nos les cabe en el magín que la independencia de nuestra patria es una consecuencia de la nuestra que intentan minimizar. Esa fecha, génesis de nuestro país como república independiente, no es solamente lo que describen historiadores e historiógrafos interesados. Va más allá del relato cronológico de los textos, que empieza con un baile, una niña romántica enamorada de un protagonista. Del conciliábulo de buenos ciudadanos convocados a una mesa que llamaron “Fragua de Vulcano”, que luego de jugar una partida de naipes en un cuartel concluye en un hermoso amanecer frente al Guayas. Este es un estereotipo que poco valora nuestra Historia.
La revolución que busca romper, y de hecho rompe con el poder español y culmina con la independencia del país el 24 de mayo de 1822, empieza antes del reinado de Carlos III. Desde entonces se producen el descontento que roe lentamente la estructura colonial de Guayaquil, hasta disponerla para la revolución. A lo largo del tiempo, por una acumulación de acciones centralizadoras de la férula monopolista peruana, que maniataban el desarrollo de la ciudad y su provincia, los guayaquileños empezaron a acariciar la esperanza de crecer con autonomía e instaurar el libre comercio con todo el mundo.
En marzo de 1820, llegaron a Guayaquil las noticias de la rebelión del 1 de enero, en que los generales Quiroga y Riego, sublevaron las tropas españolas que estaban en Cádiz y frustraron una gran expedición de veteranos de la guerra con Francia lista para zarpar a América. En el mes de agosto de 1820, llegaron de Lima a Guayaquil cuatro jóvenes oficiales del “Numancia” para incorporarse a los cuarteles que guarnecían esta plaza. A mediados de ese año Bolívar se acercaba por el norte, pues tenía dominado el sur de Colombia; el 7 de septiembre las tropas de San Martín, desembarcaron en Pisco; y desde entonces la flota de Cochrane, bloqueaba las costas peruanas, imponiendo inmovilidad a los españoles. 
Los dos libertadores requerían con urgencia la riqueza de la provincia. La posición geográfica y estratégica de la ciudad, ofrecía abrigo seguro a las naves de Cochrane, y su astillero le garantizaba la supervivencia de su flota. Con Guayaquil liberado era imposible la presencia de naves españolas, pues no tenían dónde carenarse ni abastecerse. El desarrollo de estos hechos, además de dar a la revolución de octubre características y consecuencias continentales, demuestran que fueron esperados con paciencia, y forjaron coyunturas previstas en una estrategia preconcebida; la oportunidad de vencer sin ser militares salida de la mente brillante de Olmedo. 
Para los guayaquileños, el día 9, había concluido la acción de armas. Entonces era el momento de afianzar el triunfo con la creación de un gobierno civil y una autoridad militar supeditada a este. A las diez de la mañana, el pueblo y los notables fueron convocados a Cabildo Abierto. Se promulgó el Acta de Independencia, y, “por voluntad del pueblo y de sus tropas” Olmedo fue designado como jefe político de la provincia, cargo que aceptó en forma transitoria, hasta constituir un gobierno con la institucionalidad de un pronunciamiento popular en el seno de una Asamblea. La cual fue convocada el 10 de octubre para reunirse el 8 de noviembre. 
Ningún otro movimiento social producido en los países vecinos ni en el nuestro, ni antes ni después de esta gloria nacional, tuvo estas particulares características organizativas. Era el momento de arrumbar la Provincia Libre acorde a lo prescrito por los ideales democráticos. Se había instaurado un gobierno civil para dictar leyes y regular las funciones inherentes; planificar el financiamiento de su administración y soportar la acción militar que garantizaría el sostenimiento de la independencia. Así nacería desde Guayaquil un nuevo país independiente.

La ciudad-estadoque quiso ser provincia
Olmedo designado jefe político por voluntad del pueblo, y por su condición de presidente interino del Ayuntamiento, reunía simultáneamente el mando del gobierno de la provincia, y el de la ciudad. Por esta circunstancia, la Provincia Libre, adquirió la característica de ciudad-estado. Su prestigio, honestidad y pensamiento liberal profundamente democrático, fueron los valores en que fundamentó el proceso de instaurar el gobierno indispensable para establecer y regular la función de las autoridades civiles. Y, además para facilitar y procurar el financiamiento de la administración y el soporte militar para la liberación de Quito. 
Una vez organizado lo fundamental: ley, orden y finanzas, Olmedo dispuso los primeros pasos hacia la institucionalización democrática. El 10 de octubre, poniendo de manifiesto su voluntad de conformar un gobierno representativo, convocó en cabildo abierto al primer Colegio Electoral. Apenas había transcurrido un día y la revolución ya estaba orientada a constituir un gobierno legítimo. Es el pensamiento liberal y republicano ilustrado del gran Olmedo que se expresa, y nos demuestra, que la revolución de octubre no fue un hecho casual, sino la respuesta a un plan político-estratégico concebido y madurado a lo largo del tiempo. 
Con el paso de los días, Escobedo, contrariando la determinación de los patriotas de considerar como hermano al “americano o español que ame la Patria”, empezó a usar la violencia contra los civiles y militares sometidos. Olmedo, civilista que no toleraba abusos, prefirió separarse voluntariamente de su cargo. Esta decisión de tan prestigiado hombre, tuvo un poderoso efecto, al punto que, el Ayuntamiento dispuso el 14 de octubre, la organización de una Junta Provisoria de Gobierno, hasta que se reuniese el Colegio Electoral. La cual, presidida por el coronel Gregorio Escobedo, que al propio tiempo era el jefe militar de la provincia, quedó compuesta, por el doctor Vicente Espantoso, como vocal designado por el Cabildo; el coronel Rafael María Jimena, en representación de la Junta de Guerra; y secretario con derecho al voto, el doctor Luis Fernando Vivero. 
Así, con la designación de estos dos vocales y el secretario, Olmedo, fiel a su ilustración democrática y republicana, como presidente del Ayuntamiento Constitucional manejó los hilos de la política, para en tanto se reunía la Asamblea Legislativa que elegiría un gobierno definitivo, controlar los excesos de Escobedo. 
Esta medida, no solo neutralizó a tal jefe militar, sino que permitió dejar en manos de la Asamblea la creación de un gobierno que además de la organización de la administración pública, atendiese sin interrupciones la organización militar requerida para afirmar y defender la libertad, y, como acción inmediata, emprender la campaña emancipadora de Quito. De esa manera, con Olmedo en lo civil y Escobedo en lo militar, dieron los primeros pasos hacia la institucionalización de la democracia. 

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