martes, 27 de noviembre de 2018




El Ejército de Guayaquil al mando de Sucre

En el semanario quedó registrado que el 25 de enero de 1822, el coronel Andrés de Santa Cruz, Jefe de Estado Mayor, en operación militar coordinada con el comando de Sucre salió de Ica, Perú, hacia el norte, al mando de una tropa de 1.200 hombres que agrupaba argentinos, chilenos y peruanos. En el camino debió acantonar en Piura, posición en la que recibió la orden de San Martín de iniciar la marcha y conforme a sus preferencias decidió penetrar por Macará para reunirse con la División del Sur, comandada por Sucre.
Sucre a su vez, al ser informado por San Martín de la puesta en camino de Santa Cruz, “se resolvió a moverse de Guayaquil con su División, constante de 1.700 plazas”, para alcanzarlo en Cuenca. Todos estos desplazamientos, por la cortesía que se estilaba entonces, fueron previamente notificados al general español Tolrá, pues, correspondían al rompimiento de hostilidades y término de una tregua, que “ni Aymerich, primero, ni Mourgeón, después, habían querido ratificar tal armisticio”.[1]
El encuentro de ambos ejércitos se produjo el 9 de febrero de 1822 en la población de Saraguro. A partir de entonces los movimientos del comando de Santa Cruz, responden a las órdenes de Sucre. El 9 de marzo, “El Patriota” anunció que el 21 de febrero Sucre había ocupado Cuenca, donde permaneció más de un mes “esperando que avanzara por el Norte el ejército libertador” (vana espera, pues conocemos que no pudo pasar de Pasto). Entretanto aumentó sus fuerzas con quinientos reclutas (cuencanos) sacados del país.[2] El 2 de febrero, Santa Cruz había hecho lo propio con Loja: “el bravo comandante Santa Cruz, que manda la vanguardia. Dos provincias libres han sido el principio de esta campaña a costa solo de las fatigas de la marcha”.[3]
En el mes de marzo se produce una situación adversa para los planes de la liberación de Quito. El día 2, por razones que no viene al caso pormenorizar, Santa Cruz recibió la orden de San Martín de abandonar la campaña sobre Quito, ponerse a las órdenes de La Mar y dar contramarcha hacia Lima, lo cual comunica a Sucre el 29. “Tengo el sentimiento de comunicar a V.S. que se hace necesaria e inevitable la separación de la División de mi mando que por ordenes expresas de mi gobierno debe retrogradar sobre la capital de Lima que, amenazada por las tropas de los generales La Serna y Ramírez, corre el mayor peligro”.[4]
El 31, desde Cuenca, Sucre lo conmina a no olvidar lo que significa para el ejército de Colombia su anunciada retirada. “Al leer la nota de V.S. de anoche, he visto que V.S. poseyéndose de un absoluto espíritu de obediencia a la orden que ha recibido para la retirada de su división por el peligro que pueda amenazar a Lima, se ha olvidado del peligro que en el acto amenaza con esta retirada al más brillante ejército de Colombia, y con él a la república, y aun diré al Perú”.[5] Esto es la confirmación de que el triunfo de Pichincha no fue solo de los colombianos mandados por Sucre, sino del ejército continental que participó en la campaña.
Según lo registra el historiador peruano Jorge G. Paredes, estas órdenes “a Santa Cruz de retrogradar desde cualquier posición que se encontrase y se pusiese a órdenes de La Mar”, fueron trasmitidas a La Mar por San Martín, en respuesta a un acuerdo entre este y la Junta de Gobierno de Guayaquil a fin de evitar que la Provincia de Guayaquil fuese anexada a Colombia por la fuerza.
Al respecto, el 3 de marzo, Monteagudo (hombre de confianza de San Martín) ofició a La Mar en el sentido que en el caso que Guayaquil “solicitase sinceramente la protección de las armas del Perú, por ser su voluntad conservar la independencia de Colombia, en tal caso emplee V.S. todas las fuerzas que están puestas a sus órdenes en apoyo de la espontánea liberación del pueblo.[6] Pero, si por el contrario, el gobierno de Guayaquil y la generalidad de los habitantes de la provincia, pronunciasen su opinión a favor de las miras de Colombia, sin demora vendrá V.S. al departamento de Trujillo a tomar el mando de la costa norte, reunir la división del coronel Santa Cruz en Piura, aumentarla hasta donde alcancen los recursos del territorio, y obrar según lo exija la seguridad del departamento de Trujillo...”.[7]
Finalmente, Santa Cruz, según su conciencia de militar pundonoroso, asumió su responsabilidad y contraviniendo órdenes expresas del gobierno del Perú decidió permanecer al lado de Sucre. De esta forma las tropas unidas reanudaron la marcha sobre Quito y el 23 de abril de 1822, según el parte que eleva Sucre a La Mar tomaron posesión de Riobamba.[8] Una vez en ella, Sucre arenga a los soldados, citando la composición de su ejército: “¡Peruanos, argentinos, colombianos![9] La victoria os espera sobre el ecuador (la línea equinoccial): allí vais a escribir vuestros nombres gloriosos, para recordar con orgullo las más remotas generaciones. Soldados, vuestras privaciones van a concluirse. Los trabajos de la campaña serán recompensados debidamente por el reconocimiento de la república”. [10]
En vista que el avance militar era sostenido, y buena parte del país había sido liberada, la Junta de Gobierno de Guayaquil decidió reabrir el comercio con la Sierra, que había cerrado al inicio de la campaña: “Hallándose ya libres muchas provincias de la Sierra por los progresos que han hecho las armas de la División unida que marcha sobre Quito (…) quedaban suspendidas las disposiciones que eliminaban el comercio con los pueblos del interior y la abolición del impuesto a que los sometía el Gobierno colonial. Y para aquellos que debían viajar hacia el interior o desde éste a Guayaquil, se les extendería el correspondiente pasaporte del Gobierno”.[11] 
El 3 de mayo, desde el cuartel general de Latacunga, Sucre se dirige a María Ontaneda Larraín, dama influyente quiteña, pidiéndole ejerza su persuasión y ascendiente sobre las autoridades españolas en Quito para evitar la confrontación armada: “Esta es la ocasión más oportuna para que Vd., en virtud de la notoria decisión por la causa de la independencia con que se ha distinguido en esa capital, repita sus esfuerzos (…) a fin de evitar que las armas sean las que decidan la suerte de esta hermosa parte del territorio de Colombia”.[12]
El 17, desde el cuartel general en Chillo, en las goteras de Quito, con el ánimo de proteger a un informante anónimo, le escribe sin nombrarlo: “me ha manifestado que Vd. desea venirse; pero esto no nos es útil. Continúe Vd. allá (…) para darme diarios avisos de las operaciones del enemigo, de su fuerza, de sus disposiciones, de sus medidas de defensa, o si resuelven en su desesperación atacarnos”. En la necesidad de obtener información fehaciente, le propone corromper a soldados y oficiales: “puede asegurar a cada soldado de Infantería que se me presente, que tendrá diez y seis pesos de gratificación (…) a los de caballería se le darán veinte o veinticinco (…) a los oficiales se les remunerará cualquier servicio que hagan”.[13]
Con la batalla de Pichincha ocurrida el 24 de Mayo de 1822, se consolida la independencia de los territorios de la Audiencia de Quito, alcanzada por una guerra que iniciaron, participaron y sustentaron, con grandes sacrificios personales y colectivos, los habitantes de la Provincia de Guayaquil, es decir: parte del sur de Esmeraldas, Manabí, oeste de Bolívar, Los Ríos, Guayas y El Oro.
“La victoria esperó ayer a la división libertadora con los laureles del triunfo sobre las faldas del Pichincha. El ejército español que oprimía estas provincias ha sido completamente destruido en un combate encarnizado, sostenido por tres horas. En consecuencia, esta capital y sus fuertes están en nuestras manos. (…) Esta gloriosa jornada, marcada con la sangre de quinientos cadáveres enemigos, y con trescientos de nuestros ilustres soldados, ha producido sobre el campo mil cien prisioneros de tropa, siento sesenta jefes y oficiales, catorce piezas de artillería, mil setecientos fusiles, fornituras, cornetas, cajas de guerra, banderas y cuantos elementos que poseía el ejército español”.[14]



[1] Camilo Destruge, “Historia de la Revolución de Octubre y Campaña Libertadora”, Guayaquil, Offset Abad, Págs. 285.286. 1982.
[2] José Manuel Restrepo, “Historia de la Revolución de Colombia”, IV Tomo, Medellín, Editorial Bedout, Pág. 345, 1969.
[3] El Patriota, 9 de marzo de 1822.
[4] Jorge Paredes, Op. Cit., Pág. 21.
[5] Sucre, “De  mi propia mano”, Págs. 58-60
[6] Esto demuestra que San Martín era partidario de dejar a los guayaquileños la decisión sobre su destino, sin someterlo a la fuerza. Actitud diametralmente opuesta al pensamiento de Bolívar:Yo no pienso como V.E. que el voto de una provincia debe ser consultado para consultar la soberanía nacional, porque no son las partes sino todo el pueblo el que delibera en las asambleas generales reunidas libre y legalmente”. Fragmento de carta de Bolívar a San Martín, “Simón Bolívar, Obras Completas”, Págs. 649-650.
[7] Jorge Paredes, Op. Cit., Pág. 21.
[8] Castillo, El Patriota de Guayaquil, 11 de mayo de 1822.
[9] No cita a chilenos, venezolanos, cuencanos ni guayaquileños, porque a los primeros incluía en la tropa argentina y los demás en la colombiana.
[10] Sucre, “De mi propia mano”, Págs. 60-61.
[11] El Patriota, 18 de mayo de 1822.
[12] Sucre, “De mi propia mano”, Págs. 61-62.
[13] Sucre, Op. Cit., Págs. 62-63.
[14] Sucre, carta dirigida al coronel Bernardo Monteagudo, ministro de relaciones exteriores del Perú. Op. Cit., Pág. 64.

lunes, 26 de noviembre de 2018




LOS VAPORES FLUVIALES 

El río, para bendición nuestra y de la patria toda, nos condujo al mar y este abrió el horizonte de nuestro pensamiento. Por él ingresaron las ideas y la libertad, fluyeron la riqueza y vida guayaquileña, y es su comunión con la ciudad-puerto el soporte de nuestra identidad y forma de ser. 

El comercio guayaquileño era cada vez más intenso y mejor legislado: en 1831 entró en vigencia el código de comercio español de 1829, y la Convención de Ambato de 1835, declaró abiertos nuestros puertos a los buques mercantes españoles. Vicente Rocafuerte y Pedro Gual trabajaron para establecer la navegación de vapor, por lo cual la legislatura de 1837 concedió por cuatro años, a la compañía inglesa Pacific Steam Navigation Company, fundada por Guillermo Wheelright, privilegio de navegación de vapor en aguas ecuatorianas, exceptuando la navegación de cabotaje.

La revolución industrial comenzó a sentirse en el país por 1839. Los precios internacionales del cacao subieron ante la demanda por la bebida del chocolate entre los europeos. Nacieron nuevas empresas procesadoras y las fábricas incrementaron sus compras. La navegación de vapor acortó las distancias y favoreció notablemente el desarrollo del comercio internacional, y, las empresas agrícolas guayaquileñas empezaron a crecer con el auge de la pepa de oro.

Rocafuerte, en su vehemencia introducir la navegación de vapor en el Guayas, lo llevó a formar una compañía para construir un buque de vapor. En 1840, con 50.000 pesos de capital fundó la Compañía del Guayas para la Navegación de este Río en Buques de Vapor. Dinero aportado por el propio Rocafuerte, Manuel Antonio de Luzárraga, Manuel de Ycaza, Vicente Gainza, Carlos Luken, Juan Rodríguez Coello, José Joaquín Olmedo, Manuel Espantoso, Francisco de Ycaza y Horacio Cox. Espíritu empresarial que condujo a aquellos hombres, pese a los limitados recursos del país en industrias mecánicas, e instalaciones navales especializadas, se atrevieron a construir en los astilleros de Guayaquil una nave de vapor; más adelante, sin recursos, recurrieron al gobierno de Flores para concluir la construcción del vapor “Guayas”, nave que ha quedado inmortalizada en el Escudo de Armas ecuatoriano. 

1841, fue un año prolífico para los planes civilizadores de Rocafuerte: el primer vapor de alto bordo, “Perú”, fondeó en el Guayas el 7 de junio; el 6 de agosto fue botado el “Guayas”, y, el 8 de octubre ancló en el puerto el vapor “Chile”, excepto el “Guayas” ambos pertenecían a la compañía naviera de Wheelright, la cual abrió sus oficinas en esta ciudad, a cargo de Manuel Antonio Luzárraga, y permaneció navegando por nuestras costas por casi ochenta años. A partir de entonces, la navegación de vapor impulsada por Rocafuerte empezó a introducirse en la cuenca del Guayas. Su panorama se vio colmado de volutas de humo, sonoras sirenas, cadencioso ritmo de máquinas y batir de aguas por grandes ruedas propulsoras. Esta modalidad, adoptada por empresarios guayaquileños, produjo desde el principio grandes cambios en los medios de transporte fluvial para la movilización de pasajeros y carga. 

Empresa que, pese a sus bemoles, en poco tiempo se convirtió en un negocio rentable. Al pasar revista a la era de los vapores fluviales y a los hombres que intervinieron en su desarrollo, encontramos a los siguientes: Enrique Baquerizo Moreno, Luis Aguirre Overweg, Gabriel Enrique Luque, Agustín y Carlos Tola, Felipe Avellán Usubillaga, José Arzube Villamil, Julio Leopoldo y Manuel Martín Icaza, los Elizalde, Pablo Indaburu y Clemente Yerovi (este último llegó a ser Presidente de la República en momentos muy inciertos para el país).

La construcción del buque “Guayas”, parecería ser la última realizada en los Astilleros de Guayaquil. Sin embargo, en 1857, llegó a Guayaquil el capitán Elisha Lee con cierto capital, e importó dos cascos metálicos que fueron armados en el astillero, con dos máquinas de vapor cada uno, los cuales, con el nombre de “Capitán Lee”, y “Smyrk”, de mayor tonelaje, surcaron el Guayas por muchos años (a bordo del último murió el general Flores de un ataque de uremia en 1864). La compañía fundada por Rocafuerte entre 1858 y 1862, construyó y mantuvo bajo su propiedad los vapores “Bolívar” y “Washington”, este último, se incendió en Babahoyo en diciembre de 1865. 

La modernidad que vino con el siglo XX, y la demanda mundial del cacao, fueron el detonante para el desarrollo de la navegación fluvial en la cuenca del Guayas, por cuyos ríos fluyeron hacia la urbe motor de la economía nacional, el cacao, y otros productos exportables. Bonanza que atrajo una gran migración interna, pues de 70.000 habitantes que tenía la ciudad a principios del siglo XX, pasó a 120.000 en su primer tercio. Este crecimiento económico y poblacional, la necesidad de movilizar la producción al puerto, la demanda de transporte de pasajeros, fueron las razones para que entre 1861 y 1899, se importaran 19 cascos metálicos con sus respectivas máquinas de vapor, fabricados por la firma Pusey & Jones Co. originaria de Wilmington, Estados Unidos. De estos vapores, dos fueron impulsados por hélice, uno por rueda posterior, y el resto por ruedas laterales. La obra muerta, es decir la estructura de las naves, fue construida en los astilleros de la ciudad.

Durante la estación seca los vapores no subían más allá de Babahoyo y requerían de una tripulación de 17 hombres, y cuando venían las lluvias, subían hasta Ventanas o Vinces con 22 tripulantes a bordo, pues las palizadas y las crecientes hacían más difícil el curso. Además, debían abastecerse de leña para los calderos en muy malas condiciones, muchas veces con el agua al pecho, hacían una cadena humana para recolectar la leña y colocarla a bordo.

La dependencia del río y sus mareas fue una constante con la cual los guayaquileños se identificaron. Para tener una idea de la salida de los vapores era indispensable conocer e, cambio de mareas, por ello, la información diaria de los periódicos contenía, tanto las horas en que estas se producían como los itinerarios de zarpe y los destinos de los vapores. Eran noticia también la calidad de las naves y “su andar”. Por todo lo cual podemos decir que, la vida del río ligada a todas las actividades comerciales y agrícolas tenían su respuesta en los periódicos de la ciudad.

A comienzos de 1920 se inicia la crisis del fundamento de los ingresos económicos del país: la producción y la exportación cacaotera. Las enfermedades proliferaron en las plantaciones de cacao. Con motivo de la Primera Guerra Mundial, se produjo el desplome del precio internacional del producto, lo cual agudizó y agravó la situación financiera. Sólo los empresarios más solventes sobrevivieron y mantuvieron el monopolio de la producción y exportación  del cacao, y con ello abiertas las rutas de los grandes ríos.

Nombres de vapores como el “Daule”, “Lautaro”, “Pampero”, “Colón”, “Chimborazo”, “Olmedo”, perduran en nuestra memoria histórica. Con la demanda de eficiencia, rapidez, versatilidad del transporte, fueron desplazados por lanchas movidas a petróleo como la “Bienvenida”, “Brenda”, “Pilsener”, y muchísimas más, que hacían el tráfico por la enorme cuenca del Guayas.

Este movimiento fluvial que tenía como eje a Guayaquil, era teatro de animación, traía y llevaba gentes, intercambio de ideas, cargas, noticias, chismes, etc. Rumor de mundo pequeño, de nacionalidad en ciernes, que viajaba de arriba abajo desde la profunda cuenca del Guayas hasta el mar. El cortejo de vapores y otras embarcaciones, que se movía con cada cambio de marea, constituía una actividad generadora de riqueza, evocadora de esfuerzo; dinamismo de construcción de nación, de navegantes. Actividad que hoy agoniza ante un río solitario, vacío y sin vida, que como elemento fundamental de la guayaquileñidad espera ser recuperado para la sociedad.