El asedio de Sucre I
Como hemos visto en páginas anteriores, Sucre, portador de los
nuevos planes de Bolívar de intervenir directa y militarmente para una campaña
más eficiente contra la Provincia de Guayaquil, ante la imposibilidad de pasar
por Pasto, buscó Buenaventura para salir por el mar.[1] En el informe al Ministro de Guerra y Marina, Pedro
Briceño Méndez, Sucre dice que a causa de una “calma chicha” que lo
mantuvo al pairo durante 28 días, hasta que finalmente pudo llegar y
desembarcar en Santa Elena (Ballenita). Y que, en la noche del 6 de mayo de
1821, tras una cómoda marcha por territorio amigo, sin resistencia alguna
arribó a Guayaquil. Después de lo cual, continuaron llegando tropas que se
acantonaron en El Morro en número de 938 hombres.[2]
Sucre fue enviado en calidad de Comandante General de la División
Colombiana del Sur destacada al departamento de Quito. A partir del 10 de mayo,
desde su cuartel general establecido en Guayaquil, intensificó el reclutamiento
de hombres aptos para el servicio militar en toda la provincia, destinados a
formar las fuerzas liberadoras de Quito.
“Al efecto promete los elementos de guerra necesarios de los que
existen en los parques, cuantos recursos pueda proporcionar el país y
ochocientos hombres de las tropas veteranas de la provincia por ahora, y
pagados y mantenidos por ella; que, incorporados a la división destinada por el
Libertador a obrar en el sur de la república, darán éste nuevo testimonio de su
devoción e interés por Quito, Cuenca y demás pueblos subyugados aún”.[3]
Con antelación a estos hechos arribaron a Venezuela, los
plenipotenciarios Sartorio y Espelius, representantes del gobierno español,
comisionados para en desesperado intento tratar de establecer la paz en una
América mayoritariamente independiente.[4]
Después de las negociaciones del caso, el 25 de noviembre de 1820 se
firmó, en la ciudad de Trujillo (Colombia), entre los plenipotenciarios de
Bolívar y de Morillo[5] un armisticio
de paz cuyo plazo vencía el 24 de junio de 1821. Esta
tregua, obligaba a los firmantes a comunicar con cuarenta días de
anticipación la ruptura de hostilidades. La gestión diplomática fue sumamente
importante porque reconoció la existencia de Colombia como gobierno
independiente, y a la vez favoreció a la imagen de Bolívar, porque fue invitado
a negociar y pactar de igual a igual con
representantes de la Corona española.
El arribo de Sucre y las tropas colombianas a Guayaquil, provocó que
el presidente Aymerich lo acusara de haberse apropiado del territorio
guayaquileño violando la vigencia del armisticio en beneficio de Colombia. Con
este reclamo, el Presidente de la Audiencia intentaba mantener a la provincia
sin recursos militares para sojuzgarla fácilmente:
“La República á pretesto (sic) de auspicios, y protección, se ha
apoderado de la provincia de Guayaquil introduciendo las fuerzas que ha
colectado de varios puntos, y no ha cesado de hacer preparativos de guerra
antes de indicar el rompimiento, no obstante de que ellos obligan a los
Egércitos (sic) á evitar hasta los más leves indicios de hostilidad; de
consiguiente por lo tocante a Guayaquil no ha podido hacer la menor innovación,
debiendo permanecer absolutamente independiente de Colombia como lo estaba
antes de su publicación. (...) No puede U.S. dejar de confesar la bageza (sic)
y ruindad de éste procedimiento”.[6]
Ante esta posición, el 14 de mayo de ese año, Sucre, desde el
Cuartel General de Guayaquil, luego de consultar al respecto a Santander,
respondió puntualizando el tema: “Por el capítulo 8 de las negociaciones
concluidas el 21 de febrero entre V.E. y el señor coronel Morales, el gobierno
convino en que cualquiera de las provincias del territorio comprensivo a la ley
fundamental de Colombia, podía, aun cuando no estuviera incorporada a la
república, aceptar el armisticio sujetándose a ella. Sin esta negociación el
gobierno de Colombia estaba facultado para enviar tropas a cualquiera de las
provincias que no estuviesen oprimidas por las armas españolas. El gobierno de
Guayaquil deseando ponerse bajo los auspicios de la república, llamó sus tropas
y la venida de ellas a esta provincia en ningún sentido (comprometió) nuestra
buena fe”.[7]
Así, dejó en claro que el armisticio lo facultaba para incluir la
provincia en todo tratado de “alianza, paz o comercio que (Colombia) celebrare
con las naciones amigas, enemigas y neutrales”. Destacando que “la
regularización de la guerra entre Colombia y España por el tratado del 25 de
noviembre pasado, comprenda también a la provincia de Guayaquil”. El convenio
estipulaba dar a los guayaquileños, “los más importantes apoyos a la libertad
de Quito” (Arts. 2º. 5º y 6º de armisticio). Pues, “toda la acción de Bolívar
sobre Guayaquil descansaba sobre la base de que Guayaquil era parte integrante
de Colombia y no tenía derecho a la secesión”.[8]
A partir de entonces, Sucre, por cumplir con el mandato de
Bolívar, retomó la gestión iniciada por Mires para la incorporación de la Provincia
de Guayaquil a Colombia, y el 15 de mayo de 1821, firmó un tratado con la Junta
de Gobierno.[9]
Mediante el cual se vio obligada a reafirmarse en la conveniencia de unir a la Provincia
de Guayaquil con alguna de las grandes asociaciones de la América meridional, y
mientras la Junta Electoral lo decidía, ésta quedaba bajo los auspicios y
protección de Colombia.
“Con la venida del señor Sucre, autorizado plenamente por V.E., se
ha realizado aquel convenio, en el cual no hemos tenido otro objeto que
declararnos nuevamente bajo los auspicios y protección de Colombia, poner las
bases de nuestra existencia civil y política. Promover el engrandecimiento e
integridad de la República y apresurar los destinos que nos están reservados”.[10]
Pero esta resolución, según las leyes y Constitución del Gobierno guayaquileño
tenía que ser sometida al final reconocimiento del Colegio Electoral para poder
aplicarla.
[1]
El 4 de abril
de 1821, al mando de 650 hombres, Sucre zarpó de Buenaventura en las goletas
Alejandro I y Teodosio. El factor tiempo era muy importante, pues debía tener
preparadas las tropas en Guayaquil a fin de actuar sobre Quito, antes de que
venciese el plazo del armisticio. Pero la calma que se produjo en el viento le
jugó una mala pasada, pues debió permanecer a la deriva por 28 días. En ese
lapso se enfermó una gran cantidad de soldados, por lo cual se vio obligado a
desembarcar en la península de Santa Elena el 2 de mayo. Una vez en esa
población dejó 85 enfermos en un hospital de campaña, igualmente a todo el
batallón Santander, que afectado por la travesía se encontraba imposibilitado
de marchar. El 4 se puso en camino hacia Guayaquil, donde llegó el 6 por la
noche. Antonio José de Sucre, “De mi propia mano”, México, Fondo de Cultura
Económica,
[2]
El pueblo de Sta. Helena, en donde desembarcaron las tropas de Colombia, les ha
prestado cuantos auxilios han necesitado para su transporte y subsistencia: y
cuando se trataba de satisfacerle los gastos que ascendieron a cerca de 200
pesos, ha tenido la generosidad de cederlos en beneficio de la Patria (…) El
Gobierno ha recibido con el mayor aprecio este rasgo de patriotismo (…) le ha
dado las gracias en nombre de la Patria; y ha mandado publicarlo para su
satisfacción. Abel Romeo Castillo. “El
Patriota de Guayaquil”, 7 de julio de 1821.
[3]
Antonio José de Sucre, De mi propia mano, México, Fondo de Cultura Económica, Págs. 36-38,
1995.
[4]
Mijares, Augusto “El
Libertador”, Caracas: A. N. de Historia; ediciones de la Presidencia, Pág. 389,
1987. Jorge G. Paredes, Op. Cit., Pág. 13.
[5]
Pablo Morillo, conde de Cartagena, general en jefe del ejército español, a
quien el rey Fernando II conociendo sus virtudes y acierto demostrado en la
dirección de tropas le entregó el mando del ejército español destinado a
sofocar las rebeliones en América, donde hizo alarde de atrocidades.
[6]
Ibídem, sábado 23 de junio de 1821
[7]
Sucre, “De mi propia mano”, Pág. 39, y Castillo, “El
Patriota de Guayaquil”, sábado 9 de junio de 1821, Pág. 13.
[9]
Sucre, “De mi propia mano”, Págs. 36-38.
[10]
Nota del Gobierno de Guayaquil al Libertador relativo a tratados internacionales.
C.E. Vernaza, Recopilación. Págs. 221-223.
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