16 de Abril de 1827,
segundo intento
autonómico
A lo
largo de los pocos años de dependencia y subordinación de Guayaquil a Colombia,
en distintos tonos y oportunidades, los guayaquileños expresaron su latente
autonomismo. Aquel estaba fomentado y fermentado por el excesivo centralismo
colombiano.
La reacción
más seria tuvo su inspiración, cuando el 27 de enero de 1827, la Tercera
División Auxiliar al Perú, formada por los batallones colombianos (compuestos
mayoritariamente por hombres del Distrito del Sur) “Araure”, “Rifles” “Caracas”
“Vencedores” y un regimiento de húsares de Junín, constituido por dos
escuadrones, se sublevaron en Lima.
A la cabeza de
la rebelión, como jefe de Estado Mayor estaba el teniente coronel José Bustamante, y el coronel Juan Francisco Elizalde
La Mar, ambos guayaquileños, este
último primo del gran mariscal La Mar.
Bolívar, ya no
se encontraba en el Perú, y los soldados colombianos que habían cumplido con
honor y gloria la guerra por la independencia de ese país, luego de tres años
de permanencia en él, deseaban volver a su patria.
Nada, excepto
la disciplina y los planes del Libertador, parecía obligarlos a mantenerse
lejos de su terruño. Además, su presencia causaba desazón en el pueblo peruano,
y deseaban liberarse de las “tropas extranjeras que vejaban a las poblaciones
con las insolencias de vencedores, que consumían las rentas después de haber
sido magníficamente recompensadas”[1].
Todo esto los convertía en blanco del más grande repudio.
Se ha dicho
que fueron estimulados con dinero para que procedan como lo hicieron. Es
posible. Pero, también hay que reconocer que los peruanos debían estar hartos
de ellos, y estos de guerrear y permanecer tanto e inútil tiempo en tierra
extraña. Era la conjunción de hastío, cansancio, repudio y rechazo a la
prepotencia.
Varios
historiadores que aseguran que la causa de esta acción nace de un contubernio
entre los gobiernos del Perú y Estados Unidos con Santander, vicepresidente de
Colombia, en alianza secreta con La Mar, siendo la finalidad derrocar al
gobierno centralista colombiano.
Los hay
también que sostienen que se le dio dinero a Bustamante, y a Elizalde para
incorporar a Guayaquil al Perú[2].
Nosotros no
creemos en estos cuentos. Pues esta especie se fundamenta en calumnias nacidas
de quienes desconocen la permanente presencia del espíritu autonómico
guayaquileño, y de los aferrados a Colombia.
Por otra
parte, era evidente que los Estados Unidos, encontraban inconveniente a sus
intereses el establecimiento de otra nación poderosa al sur del continente y su
intervención sin duda fue más que probable.
Pero, no puede
asegurarse que ese constituyó el elemento determinante y decisivo.
Las cosas no eran así de simples,
nacidas de juicios, puramente, desde el punto de vista colombianista. Hay que
tener presente algunos aspectos. En primer lugar, la utopía de Bolívar de crear
una Colombia grande en base a nuestros atrasados y entre sí distantes países,
desarticulados física y espiritualmente, no pasaba de ser una quimera.
El proyecto de
esta nación grande “no contó con mayor sustento económico, lo que impidió
atender muchos aspectos de la vida del país, así mismo, no logró la cohesión de
sus regiones, permitiendo en ocasiones la competencia y hasta la rivalidad”[3].
Roto el único eslabón
que los unió, esto es, la lucha mancomunada por la libertad, las tendencias
políticas, los intereses e identidad de cada distrito y departamento, pugnaron
por agruparse en sociedades independientes y autónomas. Además, emergieron a la
superficie de la pugna los intereses de los caudillos militares, formados en la
guerra, con sus propias ambiciones y aspiraciones.
En segundo
lugar, la insurrección de enero no respondió a ningún plan preconcebido, es una
acción, que inclusive tomó de sorpresa a los peruanos, al punto de apresurarse
“a proporcionar a los sublevados los transportes, y cuanto para su regreso a
Colombia les era necesario, después de pagarles una gran parte de sus haberes
militares”[4].
El
espíritu autonómico característico de los guayaquileños (de ayer y de hoy), en
particular, se valió de la confluencia de todas estas condiciones. Ellos, como
ya lo hemos dicho, buscaban una coyuntura adecuada desde mucho tiempo atrás.
Creyeron que aprovechándose de esta presencia militar, que aparentemente equilibraba
fuerzas, lograrían librarse de una dominación odiosa desde sus primeros
momentos. En esta ciudad y su provincia, las guarniciones estaban formadas por
extranjeros, no había tropas confiables, locales, para tales propósitos.
Recordemos
que, lo primero que hizo el Libertador, para asegurar la ninguna resistencia
armada a la anexión de la Provincia Libre, en julio de 1822, y evitar el
alzamiento de los espíritus rebeldes que él mismo había constatado existían,
fue no dejar en ella un solo cuerpo militar formado por hombres nativos.
Obrando con
astucia y para asegurar sus planes, a todos los envió al Perú. De allí que, es
imposible no colegir que estos conformaban, mayoritariamente, la división
sublevada en Lima. En esta ciudad, mantuvo solamente jefes y tropas granadinas
y venezolanas. Digo que fue una coyuntura, pues de la misma forma ocurrió con
la Revolución de Octubre de 1820; la presencia de los oficiales venezolanos,
Urdaneta, Febres-Cordero y otros, fue la
opción y oportunidad militar esperada.
Así la
rebelión del Perú, realizada por tropas y oficiales guayaquileños y azuayos, y la casual
presencia de La Mar en su hacienda Buijo[5]
se complementaron, muy conveniente con su vieja e inmanente aspiración
autonomista.
Ha de
recordarse que el gran mariscal La Mar, nació en Cuenca: fue cuñado de Vicente
Rocafuerte y gran amigo de Olmedo; tío de los coroneles Juan Francisco y
Antonio Elizalde La Mar. El primero de ellos, alto oficial de la Tercera
División insurrecta, y factor decisivo para su rebelión en Lima y de la
invasión a los departamentos de Azuay y Guayaquil. Su hermano Antonio era jefe
de estado mayor de la plaza de Guayaquil.
Entonces, si
los vínculos entre participantes eran tan evidentes, no se debe afirmar que
fuerzas externas impulsaron la revolución federalista de Guayaquil. Por eso no
coincidimos con aquello de calificar (apresuradamente) a La Mar de traidor.
Concordamos, en absoluto, con lo que sostiene el doctor Pío Jaramillo Alvarado
respecto a este valioso militar azuayo.
Su
participación, por haber estado presente, de forma accidental, como consta en
las actas del Cabildo guayaquileño, fue obligada precisamente porque mediaban
estas características de nacionalidad común, familia y amistad. No es posible,
entonces, que esta insurrección guayaquileña haya tenido el respaldo de
Santander, quizá urdió darlo después.
En el acta del
cabildo celebrado el mismo día de la revolución, consta que La Mar, fue
obligado por la Corporación Municipal a asumir la dirección del Departamento de
Guayaquil. Además, en carta dirigida al general José Gabriel Pérez, Jefe
Superior del Sur, confirma lo anterior, diciendo:
“Señor General: A US. consta que yo estaba en el campo y que vine
a esta ciudad el 15 del corriente teniendo ya listo el buque que debía
conducirme a Lima como Diputado al Congreso, que debe reunirse el 1º del mes de
Mayo próximo; por tanto solo puedo responder a la nota apreciable de US.
acompañándole el acta celebrada por esta Ilustre Municipalidad, que me ha
puesto en el terrible compromiso de admitir este mando; ya se vé, que se me ha
hecho creer que así se evitarían muchos males”[6].
En el mismo
sentido, el 18 de abril, La Mar se dirige al Secretario de Estado del
Departamento del Interior, explicando que a pesar suyo, se encuentra comprometido
con la dirección del Departamento, pues no obstante su oposición fue, por
decisión popular, obligado a asumir; “no habiendo podido lograr que el pueblo,
ni la misma Municipalidad atendiesen mi profunda resistencia como General
peruano y que estaba a punto de marchar a Lima como Diputado al Congreso que
debe reunirse allí el 1º de Mayo Próximo”[7].
Estos son documentos que reafirman su ningún interés por desempeñarse en cargo
destacado alguno o de anexar Guayaquil al Perú, como se lo ha asegurado en
forma malintencionada. Hasta aquí
Los hechos
Tanto el Departamento
de Guayaquil, como todo el territorio de la antigua Audiencia, estaban
subordinados a lo que disponía un decreto legislativo, promulgado el 9 de julio
de 1821, mediante el cual se había otorgado a Bolívar facultades
extraordinarias para que con la fuerza militar, establecer el control y
gobierno de las provincias liberadas.
Este decreto
que debió suprimirse, continuó en vigencia por muchos años, y, como
consecuencia las garantías constitucionales colombianas eran nada más que letra
muerta. Esta libre disposición sobre vidas y haciendas, que les había permitido
esquilmar y atropellar los derechos de las gentes en todo el país hoy
ecuatoriano, estimuló el odio, que los habitantes de la Costa, en particular
los de Guayaquil, conservaban profundamente arraigado hacia el militarismo
extranjero, especialmente contra el colombiano.
Hasta el año de 1828 se vivía en el Sur bajo el régimen de terror.
Salom en Pasto y después su teniente el Coronel Flores, en Quito el Coronel
Morales y en Guayaquil el General Juan Paz del Castillo comprimían no solo los
movimientos revolucionarios como en Pasto, sino que castigaban de muerte por
las más ligeras sospechas. Estas escenas de sangre servían en Guayaquil para
avivar la odiosidad a los colombianos, y en las demás provincias para hacerles
arrepentir del entusiasmo con que habían recibido a sus Libertadores haciendo
por ellos los más nobles sacrificios. (...) la Constitución de Colombia no
existía sino en el nombre, en los Departamentos del Sur, gobernados
arbitrariamente por un Jefe Superior, empleo inconstitucional que dependía del
Libertador, de quien recibía órdenes en todo lo relativo a la guerra, y aun a
otras ramas de la administración, por poco que tuvieran relación con ellas[8].
Por estos
antecedentes de sujeción ominosa, y centralismo excluyente, tan pronto se
produce en Lima la insurrección de las fuerzas especiales que prestaban
servicios en el Perú, los guayaquileños, con la revolución del 16 de abril de
1827, se proponen exigir a Bolívar el establecimiento de un gobierno federal
para organizar de mejor manera la administración de Colombia, que ya traslucía
situaciones críticas.
Con el fin de
trasladarse al Distrito del Sur, su tierra natal, en abierta rebelión contra el
gobierno centralista, tropas y oficiales se movilizaron, unos hacia el Azuay y
otros, por mar, a Guayaquil. El teniente coronel José Bustamante tomó el mando
de Rifles, Araure y del regimiento de húsares. Penetró a territorio colombiano
por la vía de Macará, y entregó el mando al coronel Juan Bautista Elizalde de
los batallones Caracas y Vencedores, con los cuales, a principios de abril,
desembarcó en algunos puntos de las playas manabitas[9].
Se debe
reparar hacia dónde se movilizaron estas tropas. Y se encontrará, que desde la
lucha por nuestra independencia hasta las reacciones contra el centralismo
colombiano, Cuenca y Guayaquil, siempre coincidieron.
Una vez
reunidas las tropas y formadas en compañías penetraron al territorio de la
provincia hasta llegar a las goteras de Guayaquil. El coronel Juan Francisco
Elizalde al mando de 400 hombres, se acantonó en sus inmediaciones.
Ante la
presencia de tal contingente armado, el coronel Vicente González, hombre
profundamente nefasto y de mala recordación para los guayaquileños, fue enviado
a reclamar a Elizalde la sumisión a las autoridades del Departamento. Pero su
respuesta tajante, fue la de exigir la inmediata desocupación del territorio
por parte de las autoridades departamentales, las cuales ante tal amenaza se
pusieron en fuga.
La influencia
del pensamiento de Olmedo y Rocafuerte, respecto a la necesidad de que
Guayaquil se constituyera en espacio autónomo o federal, desde los años previos
y posteriores a la revolución de Octubre, caló hondo en el espíritu abierto,
buscador y rebelde de los guayaquileños.
Así germinó,
sin ninguna dificultad, en el campo abonado por el sentimiento autonomista
mayoritario, que primó en nuestra ciudad desde la época colonial. Esta actitud
se fue acentuando conforme sus elites y el pueblo tomaron la decisión. La
fuerza del republicanismo ilustrado de Olmedo que desde su juventud orientó su
pensamiento hacia la democracia, y concibió los fundamentos de la autonomía
guayaquileña, sumados al federalismo propiciado por Rocafuerte, que en defensa
del sistema establecido en México, publicó su obra Ventajas del Sistema Republicano, Representativo, Popular Federal
(1827), sentaron sus reales en la conciencia ciudadana hastiada de abusos y
atropellos.
En esta obra,
Rocafuerte, influenciado por la experiencia del gobierno representativo
practicado en las Cortes españolas, proclama al sistema republicano y
constitucional de gobierno, como el camino para alcanzar el éxito
administrativo de los países poscoloniales, y, recomienda la adopción y
perfeccionamiento de las instituciones liberales, como indispensables para
alcanzar el desarrollo y la prosperidad.
La intención de Guayaquil de
constituirse en un estado federal dentro de la República de Colombia, no fue,
de ninguna manera, un movimiento novelero salido del tropicalismo de sus
ciudadanos. Es la respuesta a un profundo pensamiento político, a una ideología
que se nutre de la libertad inmanente a la naturaleza humana. En esencia, las
ansiadas autonomías de hoy, tienen el mismo origen, son el producto de las
ideas de Olmedo y Rocafuerte, que a lo largo de los años, al fin, parecen
querer concretarse.
Evidentemente
esta forma de pensar que fue determinante para la aspiración federalista que
tomó cuerpo en Guayaquil a partir de 1826. Desgraciadamente, numerosos
gobiernos y el propio Rocafuerte, en su momento, recurrieron a la fuerza como
medio de resolver los conflictos sociales, económicos, políticos y religiosos
que dividían al país.
La presencia
de Elizalde (hermano de Antonio, héroes
y próceres del 9 de Octubre, quien no
era un invasor
ni un insubordinado), y sus tropas, que era cosa esperada por los
guayaquileños. Fue recibida por los autonomistas o federalistas de toda la
provincia, como una oportunidad imposible de desperdiciar.
Con el
respaldo de aquella fuerza militar, en la mañana del 16 de abril, el pueblo
exacerbado desconoció la autoridad del Jefe Superior del Sur, coronel José
Gabriel Pérez, pero se ratificó en la obediencia a la Constitución y leyes de
Colombia. Las tropas que guarnecían la ciudad, al mando del coronel Antonio
Elizalde y del segundo comandante del batallón Guayas, teniente coronel Rafael
Merino, se amotinaron, y sometieron al cuartel de artillería, situado al norte
de la ciudad.
Por otra
parte, el general Barreto se apoderó de la mayor parte del escuadrón de
Húsares, con los cuales sometió la guarnición y puso en fuga a las autoridades
que regían el Departamento. Entre ellos, los generales Valdés, y Tomás Cipriano
Mosquera, el coronel Rafael Urdaneta, y los comandantes Campos y Lecumberry,
además, de 14 oficiales de diferentes graduaciones.
Con el apoyo
del capitán del puerto, Manuel A. Luzárraga, buscaron refugio en los
bergantines de guerra “Colombia” y “Congreso”, y los buques “San Vicente” y
“Olmedo”, fondeados en el río Guayas. “Guayaquil se presenta en el día bajo una
administración, regida por las leyes de la República de Colombia, y unido a la
Nación; sin embargo de hallarse disueltos los vínculos constitucionales”[10].
Guayas y
Manabí, federalistas
La Corporación Municipal, reunida en
asamblea, se pronunció por la protesta revolucionaria de la Tercera División
Auxiliar al Perú, y, en vista que las autoridades nombradas por el ejecutivo de
Colombia, habían abandonado sus cargos, resolvió designar al mariscal La Mar
para dirigir la administración departamental civil y militar. Destacado militar
y ciudadano que se hallaba casualmente en su propiedad agrícola de “Buijo”, en
espera de asistir como diputado al Congreso peruano.
La ciudadanía
en su permanente búsqueda por los cambios políticos y administrativos
nacionales profundos, que habían sido puestos en el tapete, pero no discutidos
ni resueltos, previendo ataques armados no escatimó sacrificios personales ni
económicos, por lo cual, el Cabildo estableció “las cantidades recibidas
últimamente del vecindario en calidad de préstamo”[11].
Al día
siguiente, Mosquera envió una carta al mariscal La Mar, en la que pide
explicaciones e información sobre los motivos que tuvo la ciudadanía para
destituirlo de su cargo constitucional, y le asegura que se encuentra
tranquilo, al saber que gracias a él (La Mar), reina el orden en la ciudadanía[12].
Apenas producidos los acontecimientos, los guayaquileños, pese a estar en estado de rebelión, se
manifestaron unánimemente por afirmar la sujeción
a la República. Por conducto del ministro de Estado del Interior,
procedieron a informar al ejecutivo de todo lo ocurrido el día 16, y de las
intenciones que estos hechos tenían. Pues se consideraba de absoluta necesidad
que el gobierno estuviese al tanto de lo sucedido.
Simultáneamente
se puso al corriente a la “Honorable Cámara del Senado de la República, por conducto de los señores Doctores Francisco
Marcos y Pablo Merino, nombrados por este Departamento”[13]:
habiendo venido a esta Capital por orden del Supremo Gobierno de
la Nación, el señor General de Brigada Antonio Obando, a hacerse cargo de la
Tercera División Militar del Perú, que se halla en parte en este Departamento,
le ordena a su señoría Ilustrísima (La Mar) haga efectiva la orden del Supremo
Gobierno, mediante a hallarse a la cabeza de Guayaquil desde el amotinamiento
de las tropas en la mañana del 16 de Abril último. (...) que habiendo cambiado
las circunstancias de Abril acá, y teniendo el Gobierno más que medios
suficientes en el Sur para hacer respetar su autoridad, ponga en posesión del
mando de ese Departamento al citado señor General Obando, quien tiene
instrucciones para restablecer el orden constitucional, el Gobierno y las
autoridades legítimas, añadiendo que no quiera Dios, que, continuando su marcha
los autores del amotinamiento del diez y seis, intenten envolver este
Departamento en miserias y ruina, etc.; concluyendo, que si por desgracia así
sucediere, a pesar de lo sensible que le será emplear la fuerza, lo hará porque
es de su deber, y porque el Gobierno lo ordena[14].
El general
Antonio Obando, enviado por el mando militar del Departamento del Sur, vino a
Guayaquil para hacerse cargo del comando de las tropas. Pero la oficialidad de
menor graduación, que eran los verdaderos comandantes de la fuerza con que se
contaba para impedir la toma de la ciudad, no se sometieron (cortésmente) a su
autoridad militar. La ciudadanía que estaba de acuerdo con la implantación del
federalismo como forma de gobierno, los respaldó, por lo cual, al poco tiempo,
el general Obando pidió su retiro del conflicto.
“Y, habiéndose
leído, se penetró esta Municipalidad de los buenos sentimientos con que se
conduce el señor General Obando, y por tanto se acordó que se le conteste,
dándole las gracias por su laudable comportamiento en beneficio de la paz y
tranquilidad de esta Capital y su Departamento, como que está bien persuadido
por, experiencia práctica de que no se apetece otra cosa, sino el orden en todo
obedecimiento al Gobierno”[15].
La ciudad y sus autoridades tenían a
Obando como su testigo del cumplimiento de la Constitución y las leyes
colombianas. De la situación política y del ánimo colectivo, que no era otro
que el de esperar la respuesta del Gobierno respecto a sus aspiraciones de
constituir un estado federal. Confiaban que la palabra y el honor del general,
lo llevarían a testificar honestamente sobre la real situación
político-administrativa en que se hallaba Guayaquil. Sin embargo, las cosas no
ocurrieron de la forma esperada.
A todo esto, el general Pérez, ansioso
por someter a Guayaquil, había ordenado a Flores el asalto a la ciudad. En los
días siguientes, se cumplió una comisión presidida por el general Juan Paz del
Castillo, que se entrevistó con Flores, de cuya reunión, no salió nada
positivo, sino la ratificación de las intenciones de Pérez de tomar la ciudad
por la fuerza.
El 12 de junio, con la presencia del mariscal
La Mar y del general Obando, el Cabildo redactó la respuesta al general Juan
José Flores, ratificando la lealtad de Guayaquil a Colombia y la decisión de
sacrificarse contra cualquier agresión:
Los Cuerpos de la Tercera División Colombiana, están bajo las
órdenes del benemérito señor General Antonio Obando, y ni el Gobierno de este
departamento ni la Municipalidad, pueden deliberar cosa alguna sobre ellos. El
Batallón “Guayas” no puede ser disuelto, sin expresa orden del Gobierno
Supremo. A Guayaquil no pueden venir el batallón “Quito” ni el Escuadrón
Cedeño, sin la misma orden, y los Jefes y Oficiales veteranos comprometidos en
el acontecimiento del 16 de abril último, deben aguardar las superiores
resoluciones por estar comprendidos sus procedimientos en lo mismo de que se ha
dado cuenta (...) El señor General Antonio Obando, se manifestó ratificando sus
mismos anteriores sentimientos; y el señor Gran Mariscal la Mar, ratificó
también los suyos. La Municipalidad, con toda la efusión que corresponde a su
deber en las actuales circunstancias en el preciso caso de defender esta Capital
y su Departamento, se contase en todo y para todo con cuantos auxilios y
recursos estén a los alcances de esta Corporación, y que bajo este firme
concepto operen en sus disposiciones según lo tengan por conveniente (...) y
así puede V.S., seguir profanando nuestro suelo en la suposición de que todos
los guayaquileños están prontos a sacrificarse por defender sus hogares y sus
hijos, siendo V.S. responsable ante el Supremo Gobierno y ante el mundo entero,
de cuantos males sobrevengas por tan injusta agresión[16].
Desde los
primeros días de julio, la ciudadanía estuvo sometida a gran agitación e
incertidumbre. por sospechosa actividad del general Flores y sus tropas, que
habían comenzado su retirada hacia el interior, abandonando la intención de
tomar a Guayaquil por la fuerza: “El ejército que marchaba sobre Guayaquil ha
regresado al Ecuador a situarse en diferentes puntos del Departamento. Esto
debido a la tensa situación suscitada por la idea federacionista de Guayaquil”.[17]
El general
Obando era un mediador pacifista, que no deseaba una guerra civil. Mas, la
presión militar ejercida por Pérez y Flores, contrarios a su actitud lo
forzaron a retirarse del mando. Acto seguido, por intermedio del cura de Daule,
fray Juan de Herrera Campuzano, Flores, en un intento de sembrar el temor,
anunció que Pérez había retomado el mando y dispuesto nuevamente la acción de
fuerza. Y según él, eran órdenes que debía acatar por ser este su superior.
Mediante el mismo fraile, el Cabildo le respondió con una altiva nota, cuyo texto
se dio a la imprenta y circuló profusamente entre el vecindario.
El 6 de
julio, se recibió la noticia que el Gobierno central había designado intendente
del Departamento al general Ignacio Pareja, disposición constitucional que el
Cabildo aceptó y envió una falúa a Naranjal para que fuese trasladado a
Guayaquil. Ese mismo día, se despachó un mensaje al comandante general de Armas
de Colombia, haciendo hincapié en la agresividad de Juan José Flores:
Guayaquil no se halla en otra revolución que la que han causado
los señores generales Flores y Pérez. Se han empeñado en sobreponerse a la
autoridad nacional, y en devastar el departamento. Cuando este pueblo
abandonado a la anarquía por la fuga de los que gobernaban, hubo de constituir
una cabeza que conservase el orden y obediencia a la Constitución y a las
leyes, consignó esta resolución al discernimiento del poder ejecutivo, de quien
espera las providencias correspondientes. Quedó sellada esta materia para que
nadie fuese osado a interrumpir la marcha legal de que disfrutaba. Pero muy
luego aquellos señores han encontrado el recurso de justificar la agresión que
padecemos, atribuyendo a los guayaquileños el intento de agregarse al Perú. Por
la gran dificultad de que por semejantes conductos llegue limpia la verdad a la
presencia del gobierno, ha sido necesario resistir y abandonarse al exterminio,
antes que esos señores establezcan aquí su señorío. Y esto es cuanto pasa en
Guayaquil, quien algún día hará conocer a la nación y a todo el Continente el
inicuo modo con que se la trata y quienes son los verdaderos criminales.
Guayaquil: Imprenta de la Ciudad, por M.I. Murillo[18].
A todo esto,
la presencia de La Mar en Guayaquil tocaba a su fin. Reunidos en la sala
capitular, los ediles, recibieron como un balde de agua fría una carta con la
renuncia del mariscal. Esta vez no había forma de eludirla; no se trataba de
una argucia para librarse del compromiso y apartarse definitivamente de las
dificultades que le había acarreado la decisión unilateral de designarlo, aunque
fuere por aclamación popular, Jefe Civil y Militar de Guayaquil.
La razón
inapelable, fue que había sido designado Presidente de la República del Perú, y
ese motivo era más que suficiente para que automáticamente renunciase a la distinción guayaquileña que lo había
llenado de satisfacción y orgullo. “A pesar del dolor que le causa dejar su
familia y su País, se ve en el preciso e indispensable caso de marchar al Perú
(...) y seguidamente manifestó S.E. los más vivos sentimientos de fraternidad,
como uno de los mejores hijos que hacen honor al País de su naturaleza; con lo
cual se despidió de la Municipalidad”[19].
Como
guayaquileños, que además, a lo largo de la lectura nos hemos percatado de la
gran astucia y la constante habilidad
del Libertador para apartar de su camino
a quienes no le convenían a sus designios, no podemos dejar de pensar, en que
Bolívar pudo maniobrar a través de sus incondicionales adeptos de Lima, para
alejar a La Mar de Guayaquil.
La partida de Lamar para el Perú, en julio de 1827, dio paso a la
instauración de un Gobierno Federativo en el Departamento de Guayaquil. El
Cabildo Abierto que lo instituyó (julio 25), aprobó también que el Departamento
continuaría vinculado a Colombia por el término de un año, en espera de que en
ese lapso fuera convocada la Convención Nacional; de no suceder así, Guayaquil
ejercería su derecho para constituirse como a bien tuviere. En lo inmediato, la
asamblea declaró que Guayaquil se hallaba en libertad de darse sus propias
leyes y designar a sus gobernantes y tribunales, lo que efectivamente hizo;
anunció asimismo que se reconocería el pago de la deuda pública y los grados y
empleos militares. Para acabar de cimentar su proyecto federativo, la asamblea
designó a Diego Noboa para Intendente del Departamento y al coronel Antonio
Elizalde –sobrino de Lamar– para Comandante General[20].
El día 20 de
julio se dispuso la convocatoria de una gran Asamblea para el día 25, “para
tratar sobre este particular y lo demás que convenga en beneficio de esta
Capital y su Departamento”[21].
En ella se trataron y aprobaron quince puntos sobre la situación relacionada
con la revolución de abril. Finalmente, la asamblea resolvió, con el apoyo del
pueblo, cancelar a los empleados públicos, que al momento del enfrentamiento y
la defensa del Departamento ante la agresión del Gobierno, habían abandonado la
ciudad.
Ese mismo día,
fueron nombrados Diego Noboa como intendente del departamento y el coronel
Antonio Elizalde, como comandante general de armas, y al disolverse la
Asamblea, el pueblo manifestó su satisfacción por el éxito obtenido en tan
numerosa manifestación pública. En esta, se resolvió también despachar al
Libertador un correo en que las autoridades guayaquileñas expresaban su
pensamiento en torno a los acontecimientos.
El 16 de
agosto de 1827, circuló un suplemento del periódico de la ciudad, el semanario El Patriota de Guayaquil, informando a
la ciudadanía que “Los pueblos de Portoviejo, Jipijapa y Montecristi apoyan el
pronunciamiento de Guayaquil por el gobierno federal, y reconocen a los nuevos
jefes civiles y militares del Departamento encabezados por Diego Noboa y el
coronel Antonio Elizalde”[22].
Esto, más el
recibimiento que prodigaron en Manabí a los hombres de la Tercera División,
demuestran que lo acontecido involucraba a todo el Departamento de Guayaquil.
Así continuó el semanario propalando las ideas federalistas, presto a secundar
a quienes que con valentía se opusieron al Gobierno dictatorial y centralista
de Bogotá.
En estas
circunstancias, Flores, connotado miembro de la aristocracia terrateniente
quiteña, cesó de acosar militarmente a la ciudad, y, en secreto, se puso en
contacto con los líderes del movimiento guayaquileño, aparentando interés en
crear un estado federal independiente, formado por los tres departamentos del
Distrito del Sur.
Poco se ha
escrito de por qué, cómo y cuándo la ruptura de las viejas relaciones de
amistad, entre Bolívar y Rocafuerte, que se produjo precisamente con motivo de
las discrepancias que tuvieron en torno a las ideas federalistas, con que don
Vicente intentó convencerlo.
Hay una
extensa e interesante correspondencia, mantenida por ambos sobre el
tema. Pero Bolívar jamás estuvo
de acuerdo con ellas, y peor permitir que los
guayaquileños se saliesen con la suya y sus “egoísmos patrios”. Por esa
razón una de sus primeras preocupaciones, una vez asumido el poder en Colombia,
fue restablecer la tranquilidad y las leyes en el importante Departamento de
Guayaquil. Lo cual, en realidad implicaba, reprimir, y someter a quienes se
atrevieron a soñar con la autonomía.
Para ello,
mediante una proclama, se dirigió al pueblo, acusando a los dirigentes de ser
los causantes de la división, e instándolos a abrazarse fraternalmente “a la
sombra de los laureles, las leyes, y el nombre de Colombia”[23].
Instancia que deja ver con claridad la diferencia entre la “diplomacia” de ese
momento y la prepotencia esgrimida durante la toma militar de Guayaquil en
julio de 1822.
Por entonces,
cuando apenas habían transcurrido cinco años de la lucha en la ciudad por
decidir qué destino tomar, es muy posible que estos deseos persistiesen. Aunque
no en las mismas proporciones originales, pues la decepción y arrepentimiento
de los bolivaristas era muy profunda. Sin embargo, deben haber existido grupos cuyas
simpatías tendían indistintamente al federalismo, la sujeción al centralismo
colombiano o el sometimiento a las ya marcadas ambiciones peruanas, situación
que debe haber generado tensiones internas.
Aprovechando
el estado de agitación en que se encontraba la ciudad, los simpatizantes
peruanos, dirigidos por los comandantes José Antonio Carvallo, Juan José y
Ramón Arrieta[24], se amotinaron con la
finalidad de proclamar su pertenencia al Perú. Mas, al no encontrar el apoyo
del pueblo, se acobardaron, y en apenas dos días fueron anulados por las
fuerzas del Gobierno guayaquileño.
Este
alzamiento desprestigió al movimiento federalista y al Gobierno del Departamento,
permitiendo que Flores, quien permanecía agazapado en espera de la oportunidad
para aplastarlos, se valió de una argucia para engañar a Elizalde, y conseguir
el sometimiento de las tropas de la guarnición.
Flores y el
general Ignacio Torres entraron en Guayaquil y el 25 de septiembre de 1827,
entregaron al intendente Diego Noboa, que había tenido una enérgica actitud
cuando se produjo el “motín de los Arrietas”, una carta fechada en Bogotá en
agosto 15, mediante la cual se le informaba que el secretario de Estado y del
Interior, por disposición del vicepresidente, general Santander, había designado
intendente de Guayaquil al general Ignacio Torres. También se le informó que,
estando ya convocada la Convención Nacional, que debía dilucidar las aspiración
federalista de los guayaquileños, era necesario que todo volviese al orden
constitucional.
Antes de
pronunciarse el Cabildo escuchó el dictamen de diez padres de familia y
principales vecinos.[25]
Todo esto deja en claro, que nunca hubo la apertura para entender qué y cuáles
eran las posiciones guayaquileñas.
En los días
subsiguientes, el general Torres, quien había sido posesionado como intendente
por el Cabildo, se retiró y designó como tal al almirante Juan Illingworth[26].
Por lo cual, superado el conflicto y a la hora de las retaliaciones, el
semanario El Patriota de Guayaquil,
medio de expresión de la libertad ciudadana, fue clausurado en forma definitiva
el 15 de septiembre de 1827.
Y, lo
sorprendente, es que haya sido hecho con la anuencia y conocimiento de Bolívar.
¿O no lo fue? Cinco meses duró el conflicto, y la decisión de los guayaquileños
fue tal, que Flores no se atrevió a asaltar la ciudad por temor a sus
resultados y consecuencias. Entró a ella por un ardid y cuando ya no habían
tropas para sostenerla.
La Convención
Nacional parcial al Gobierno central colombiano, fue una verdadera maniobra
política que desvió la atención, y dejó sin piso legal a la transformación
política por la que los guayaquileños lucharon. Sometidos a la autoridad
colombiana, de la cual nunca tuvieron la intención de separarse (hay documentos
que prueban), continuaron en las mismas o peores condiciones.
Flores, por
disposición del Libertador asumió el control total y definitivo del Distrito
del Sur. Su triunfo sobre la intención guayaquileña de recuperar su autonomía
mediante la constitución de un gobierno federal, es la misma semilla que
permanentemente le germina al provincialismo y centralismo ecuatoriano para
mantener sus privilegios en desmedro de la unidad y el progreso nacional.
La historia
nos enseña que la revolución del 16 de abril de 1827, no fue ni la primera ni
única expresión de autonomía solidaria guayaquileña. Ni será la última, pues
este sentimiento cada vez adquiere más fuerza, y la alcanzaremos para bien del
Ecuador. Es la única forma y camino con que los ecuatorianos podríamos unirnos
e integrarnos como una nación diversa.
[1] Francisco X. Aguirre
Abad, Op. Cit., pp. 444-445.
[2] La nota del General
La Mar de 12 de mayo al General Flores, justifica que la pretensión de estos
sediciosos era sustraer a Colombia sus Departamentos del Sur y agregarlos al
Perú en cambio de un poco de dinero ofrecido a Bustamante y sus cómplices. A.J.
de Sucre, Op. Cit., pp. 328-330.
[3] María Susana Vela
Witt, el Departamento del Sur en la Gran
Colombia, 1822-1830, Quito, Abya-Yala, 1999, p. 105.
[4] Aguirre Abad, Op.
Cit. pp. 444-445
[5] La Corporación
Municipal, reunida en asamblea, se pronunció por el golpe revolucionario de la
Tercera División Auxiliar al Perú, y, en vista que las autoridades nombradas
por el ejecutivo de Colombia, habían abandonado sus cargos, resolvió designar
al mariscal La Mar –que se encontraba en su propiedad agrícola de “Buijo”– para
dirigir la administración departamental civil y militar. José Antonio Gómez, Algunos referentes históricos guayaquileños,
Guayaquil, ESPOL, 2000, p. 120.
[6] Daniel Florencio
O’Leary, Memorias del general O’Leary,
Caracas, Editorial El Monitor, 1884., Tomo XXV, pp. 254-255.
[8] Francisco X. Aguirre
Abad, Op. Cit., p. 431-432.
[9] “Si en lugar de
dividir sus fuerzas hubiera Bustamante atacado y tomado a Guayaquil con todas
sus tropas, y seguido su marcha hasta Pasto a dar la mano al Gobierno
constitucional, la dictadura de Bolívar habría acabado desde entonces.”
Francisco Xavier Aguirre Abad, Op. Cit. p. 445.
[10] Semanario El Patriota de Guayaquil, del 16 de
abril de 1827.
[11] Acta del Cabildo de Guayaquil celebrado el 17 de
abril de 1827.
[12] O’Leary, Op. Cit.,
Tomo XXV, Carta de T.C. Mosquera a La Mar del 17 de abril de 1827, pp. 254-255.
[13] Acta del cabildo
celebrado el 12 de mayo de 1827.
[14] Ibídem, cabildo del 6 de junio de 1827.
[15] Acta del Cabildo de
Guayaquil celebrado el 8 de junio de
1827.
[16] Acta del cabildo
celebrado el 12 de junio de 1827.
[17] Semanario El Patriota de Guayaquil, 6 de julio de
1827.
[18] Proclama del Cabildo
de Guayaquil, publicada el 5 de julio de 1827, en la Imprenta de la Ciudad.
Colección Biblioteca Carlos A. Rolando, copias AHG.
[19] Acta del Cabildo de
Guayaquil, celebrado el 20 de julio de 1827.
[21] Acta del Cabildo del
20 de julio de 1827.
[22] Acta del Cabildo del
20 de julio de 1827.
[23] Acta del cabildo
celebrado el 27 de agosto de 1827
[24] Asonada que fue
conocida como el “motín de los Arrietas”, que se produjo entre el 9 y el 11 de
septiembre de 1827.
[25] Acta del cabildo
celebrada el 25 de septiembre de 1827.
[26] Actas del Cabildo,
celebrados el 30 de septiembre y el 16 de octubre respectivamente.
Excelente. Mil gracias por escribir y reseñar esta importante parte de nuestra historia.
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