Escrito importante para la interpretación de Olmedo
En las Cortes de Cádiz, Olmedo encuentra el ambiente
de lucha política y con ello afirma las condiciones de líder que exhibió en
octubre y noviembre de 1820. Es bajo la protección de los liberales españoles,
que se forjó quien fuera el “Esclarecido prócer de la independencia
hispanoamericana, cantor sublime de esa misma noble causa, como de los héroes
que la defendieron y la hicieron triunfar gloriosamente, y caudillo y
sostenedor más tarde de las libertades públicas en su patria; he aquí los
títulos que recomiendan y transmitirán con honor a la posteridad el nombre de
D. José Joaquín Olmedo” (Pedro Carbo).
Olmedo, es la máxima expresión histórica y social de
una sociedad revolucionaria, republicana y autonomista. Es el gran líder y
pensador social del Guayaquil insurgente de la primera mitad del siglo XIX. Es
el tribuno que definió y ganó su espacio en la historia de la lucha social y se
consagró como combatiente incansable y prominente prócer de la libertad
ecuatoriana.
¿Que es el
Padre de la Patria, sí..? Porque concibió, intervino y defendió su libertad
fundamentada en el orden, prosperidad y educación: “yo aquí entiendo por
política, la ciencia que fundamentándose en los principios del derecho de todas
las naciones y en la conveniencia pública, solo atiende a promover y fomentar
el bien y prosperidad de los Estados (…) La instrucción, la ilustración de los
pueblos mina sordamente los fundamentos de un mal gobierno pero afianza y
consolida las bases de una buena Constitución” (segundo discurso, Abolición de
las Mitas (21/10/1812).
Esto
solamente cabe en la mente de un demócrata liberal, organizador de nuestra
provincia emancipada bajo leyes republicanas. Artífice de un país libre,
independiente, digno y democrático, quien “legítimamente gobernó un jirón del
territorio nacional independizado” (Aurelio Espinoza Pólit). Desde la soberanía
de Guayaquil, luchó hasta alcanzar la liberación de todo el territorio quiteño:
“en los primeros tiempos de la primera euforia, Guayaquil se lanzó a
reconstruir la unidad quiteña” (Demetrio Ramos Pérez).
Con cholos,
montuvios, mestizos y criollos litoralenses creó las Armas Protectoras de Quito
para liberar la Sierra que emprendió la marcha en noviembre de 1820. Desde
entonces mantuvo el apoyo logístico a las tropas hasta alcanzar su emancipación
el 24 de mayo se 1822.
Por el bien
común sacrificó hasta el derecho a la libre determinación del pueblo
guayaquileño: “nuestro deber y nuestro ardiente deseo de dar libertad a
nuestros hermanos de Quito y Cuenca nos hicieron franquear a las tropas de
Colombia el paso por nuestra provincia y entregar nuestros recursos” (Carta a
San Martín).
Como Jefe
Civil del Gobierno de la Provincia de Guayaquil, fue el responsable político y
financiero de la acción independentista, por eso, los generales triunfadores de
Pichincha, Andrés de Santa Cruz y Antonio José de Sucre, con evidente
reconocimiento a su autoridad, le enviaron sendos partes militares reportando
el éxito alcanzado el 24 de Mayo de 1822 (El Patriota de Guayaquil, del 5 y 8
de junio de 1822).
Enterado de
este triunfo, Olmedo se gloría diciendo: “Guayaquileños: Quito ya es libre:
vuestros votos están cumplidos; la Provincia os lleva por la mano al templo de
la Paz, a recoger los frutos de vuestra confianza y de vuestros sacrificios (…)
En vuestra sola felicidad está el premio de las fatigas que hemos sufrido por
la Patria (…) Sed moderados y virtuosos; vivid siempre cordialmente unidos y
seréis siempre libre y felices” (Proclama por la victoria de Pichincha).
Jamás cesó
de priorizar la libertad, la autonomía y el bien común, como aspiración
guayaquileña inextinguible: “Guayaquil concurrirá con sus Diputados en la
confianza de que variado el sistema central que nos arruina, se adopte el de
federación por ser el único que puede sacarnos de la miseria en que nos vemos
reducidos” (carta a Bolívar, 31/07/1827).
Es prócer
nuestro, y de América. Cuyo pensamiento ilustrado, moderno, ético y
humanitario, aun vigente, debe ser inculcado a la juventud como ejemplo
imperecedero. Y la forma de hacerlo, es elevarlo al pedestal de la gloria
brindándole lo que merece: el reconocimiento público de la ciudad.
En nuestros días, la promoción
comercial incita al consumismo. Anuncios luminosos hieren la vista y deslumbran
a conductores y peatones nocturnos. Todos con un fin: vender más. Esto no es
malo, pues empresas, comercios, bancos, etc., tienen todo el derecho, para bien
del país, de promover, mercadear y prosperar. Aun instituciones benéficas, aturden
al consumidor con iconos que sugieren provechos. Ingentes sumas se invierten en
reclamos comerciales; pero nada más. Ninguno estimula la práctica de una
ciudadanía participativa y responsable.
El guayaquileño actual,
mayoritariamente disminuido ante generaciones de predecesores, ilustrados,
participativos, filántropos y creadores de hitos de autodefensa para la
enseñanza y protección social, no conoce ni reconoce nuestros arquetipos
válidos. Tampoco crea facilidades para que la juventud lo haga, ni propicia el
uso de textos modernos que estimulen la lectura. Desconoce que el crecimiento,
transformación y regeneración urbana de Guayaquil, exige paralelismo entre su
adelantamiento y la educación, la formación en valores y el desarrollo
cultural, parece ignorar que la educación es la mejor semilla que puede sembrar
para su futuro beneficio.
No reacciona ante gobiernos
que no valoran a quienes forjaron e impulsaron la libertad, cultura y progreso
del país. Que persisten en propagar errores históricos. Que aplican programas
incoherentes y mantienen en la mediocridad al docente, destruyendo desde su
raíz el interés que la juventud podría desarrollar sobre la materia y
retroceden ante su obligación de educar al pueblo.
Nuestro empresariado debería
sumarse y respaldar la labor educativa municipal propiciada por el Alcalde.
Junto a la ESPOL y otras universidades calificadas estimular la creación de un
cuerpo que trace políticas pedagógicas modernas y ágiles. Que sin distorsiones,
sectarismos ni provincialismos, promueva programas didácticos para escuelas,
colegios, universidades, etc. Diseñe patrones únicos que propendan al
conocimiento general de nuestros valores y elija con autonomía los textos que
deben respaldar la gestión formativa.
Que termine con la supervivencia
de supuestos e hipótesis hechas de buena fe, pero que han sido superadas por la
investigación. Vigile normas, métodos y folletos empleados por dependencias
oficiales, municipales y empresas particulares en la actividad turística.
Fiscalice la labor de comunicadores sociales, para evitar que incurran en
errores sobre nuestra cultura y memoria histórica. Apoye y unifique políticas
culturales emprendidas por colegios, periódicos, radios, televisión,
fundaciones e instituciones guayaquileñas y propicie el conocimiento y
reconocimiento de nuestros arquetipos y grandes valores.
Las
leyes arrasadas por la corrupción, la crisis de representación legislativa, la
ninguna formación en valores, y los intentos de atropellar la libertad de
expresión, nos conducen al despeñadero. Por eso recordar sus pensamientos es
vital: “Todo buen ciudadano que mira la constitución y las leyes patrias con
una especie de culto religioso. Que reputa el orden como parte de la moral
pública, y que pospone su interés y sus pasiones al bien común jamás abusó de
la libertad de imprenta. No por eso calla servilmente, antes su misma probidad
le da energía para hablar más alto, para reclamar con más firmeza la
observancia de las leyes, y para declamar contra los abusos de autoridad”.
Desde 1887, por una
iniciativa del Municipio de Guayaquil, tres generaciones de guayaquileños que
antecedieron a nuestra juventud de hoy, empezaron a preparar a la ciudadanía y
a la ciudad para la celebración del centenario de la Revolución que permitió a
Guayaquil conducir, participar y financiar la independencia de todo nuestro
país.
Cuatro años más tarde,
en las sesiones del Cabildo celebradas los días 15 y 22 de julio de 1891 bajo
la presidencia del señor Pedro J. Boloña, se aprobó por unanimidad el proyecto
presentado por los señores Juan Illingworth y doctor Alfredo Baquerizo Moreno
para “erigir una columna, de bronce y mármol, en conmemoración del 9 de Octubre
de 1820”.
Ese mismo día, “el
Ilustre Concejo eligió, para el desempeño de esta Comisión” a los doctores
Manuel Ignacio Gómez Tama, Carlos Illingworth, Luis Alfredo Noboa, Aurelio
Noboa y Emilio Clemente Huerta, y a los señores Homero Morla, Luis Felipe
Carbo, Bolívar Icaza Villamil, Aurelio Cordero, Cesáreo Carrera, Enrique
Baquerizo Moreno, Ignacio Icaza Alarcón, Geo Chambers Vivero, José de Lapierre
y Julián Aspiazu.
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