sábado, 20 de abril de 2019





La Hípica y el Primer Hipódromo de Guayaquil I

El caballo llegó a América en el segundo viaje de Colón, y según Lucas Fernández de Piedrahita fue considerado como “los nervios de la guerra contra los naturales” y Hernán Cortés lo pondera confesando: “no teníamos después de Dios, otra seguridad sino la de nuestros caballos”.
“Fernández de Piedrahita fue un sacerdote e historiador colombiano. Obispo de Santa Marta (1669) y de Panamá (1676). Autor de una Historia General de la Conquistas del Nuevo Reino de Nueva Granada (1688), para cuya redacción consultó en Madrid documentos y manuscritos en gran parte inéditos”.
Con ellos también vino la pasión por las apuestas durante las carreras. Hay documentos conservados en el Archivo Histórico del Guayas que contienen juicios que ventilan demandas por apuestas sobre el tema. Un de estos trata de un juicio en mayo de 1775 por Fernando Díaz contra Manuel Romero, por el pago de veinte y tres pesos, saldo de mayor cantidad, como resultado de una carrera de caballos”.
El pleito se inicia en 1773, cuando se realiza una carrera para la cual, se designó juez árbitro al Regidor del Cabildo de Guayaquil don Manuel Plaza. Ante él se “cazaron” las apuestas, que consistían de dinero y otros efectos. Evento en que los litigantes corrieron igual riesgo en la “antigua costumbre de dichas carreras”.
Y “Así en esta dicha ciudad como en muchas otras capitales: gané la citada apuesta y me pagó mi opositor”. Pero solo canceló lo correspondiente a dinero sonante: “veinte y tres pesos originales”, más no el importe de los efectos que también formaban parte de la apuesta, como lo eran “Seis del valor de un jaquimón chapiado de plata. Siete de una sortija. Sinco de importe de un pañuelo de clarín bien obrado con sus pinos y vaciados”. Suma que el capitán Romero se comprometió a pagar. Mas en vista que no lo hacía, el acreedor empezó a presionarlo.
Díaz dice que lo encontró en la calle, pero “me suplicó el que lo aguardara exponiéndome no tener como satisfacerme en aquella ocasión”. Ante esta súplica, decidió esperarlo por un mes más, pero al ver que no se daba por aludido insistió en el cobro, y lo que recibió fue una serie de improperios que soportó “prudentemente con el ánimo de exigirle satisfacciones por medio de la autoridad”. Pero al no tener testigos de la agresión verbal, optó por desistir de la acción por injurias, y “solamente a fin de cobrarle por libramiento que para ello le dí al secretario del cavildo” (AHG. EP/J, 4912).
Esta afición a las carreras de caballos también era propia de hacendados, que la practicaban en poblaciones rurales donde había poca diversión. Fue así como en Baba, capital del cacao, durante las fiestas de la Natividad de 1806 se convino en realizar varias competencias por parejas de caballos. Todo lo programado se desenvolvía de acuerdo a lo previsto, y al caer la tarde tocó el turno de correr a una yegua contra un caballo.
Dieron la partida y arrancaron los animales, pero a los pocos metros el caballo empezó a corcovear arrojando al suelo al jinete, mientras que la yegua continuó la carrera y llegó a la meta. Los que apostaron a esta celebraban el triunfo mientras que los del caballo afirmaban no haber perdido. Fue tan agrio el pleito, que el Teniente del pueblo debió intervenir para dirimir las cosas, y sentenció que la ganadora era la yegua, lo cual fue aceptado por todos.
Sin embargo, al día siguiente uno de los perdedores llamado Juan Echeverría, protestó y se valió de su padre el capitán de milicias Juan José Echeverría, para que interviniese. Este mandó a llamar al sargento miliciano Alejandro Boniche, alias el Maltés, ganador de la apuesta. A Justo Vargas y otros para que declaren sobre lo ocurrido. Hecho esto, el capitán ordenó al Maltés la devolución del dinero, so pena de imponerle 10 pesos de multa o de vender su poncho, y si quería librarse de ello, debía repetir la carrera al día siguiente.
Pero el Maltés, que tenía bien puestos los pantalones le contestó; “que por lo que respectava a la pareja del día antes estaba desidida por el juez del pueblo, y que estaba pronto a haser segunda carrera con ciento o doscientos pesos porque la plata de la primera estaba ganada” (AHG. EP/J, 9555). Ante esta respuesta airada el capitán Echeverría ordenó la captura del Maltés, quien estuvo detenido por cuatro horas. El problema fue llevado a juicio por Alejandro Boniche, y  ventilado entre el 26 y 27 de diciembre. El 30 obtuvo una sentencia favorable y al hacer la tasación de las costas de la causa, que sumaban 29 pesos con 3 reales, el juez dictaminó que las debía pagar el capitán Echeverría por no haberse inhibido de conocer la causa en que estaba involucrado un hijo suyo. En documentos que comprenden los años 1816 1835 y 1837 (AHG. EP/J, 7320 y AHG. EP/J, 8099), constan múltiples problemas referidos a carreras de caballos realizadas en distancias de 200, 300 y 500 varas.
En una de estas competencias entre dos caballos, las apuestas subieron hasta 2.000 pesos, pero uno de estos era muy chúcaro y se hacía difícil emparejarlos para la partida, y el juez decidió que el jinete se apease hasta tranquilizar al animal. Al poco rato, pensando que estaban listos, dio la partida, pero el jinete del caballo brioso, que apenas había colocado el pie en el estribo no alcanzó a montar. Naturalmente, solo uno llegó a la meta y fue considerado el ganador por los interesados, demandando el pago de las apuestas.
En los albores de nuestra República, cuando no se realizaban las carreras “de a pie y de a caballo” en las calles de la ciudad, se lo hacía en la sabana Grande llamada de San Pedro como pista improvisada: “tras la ciudad, á su parte occidental, hay una hermosa sabana: allí se halla el largo canal de Estero Salado” (Manuel Villavicencio, “Geografía de la República del Ecuador”, Nueva York, Imprenta de Robert Craighead, Pág., 454, 1858).
Julio Estrada, en l tomo IV de la Guía Histórica de Guayaquil, incluye una recopilación de datos sobre el Hipódromo de Guayaquil y su trayectoria. Se inicia con notas aparecidas en el periódico Los Andes (El semanario Los Andes fundado en Guayaquil por el exiliado colombiano Juan Antonio Calvo, inició su circulación el 14 de marzo de 1863, el 13 de julio de 1891 fue convertido en diario y se mantuvo activo hasta 1895. J.A. Gómez Iturralde, Los Periódicos Guayaquileños en la Historia, 1821-1997, 1998).
 En los días 7 de octubre y 8 de noviembre de 1868, el mismo semanario publica: “Ha continuado funcionando nuestro naciente hipódromo (…) los caballos partieron de la esquina de San Francisco, separados por una cancha”. Como se puede entender se trataba de un lugar ocasional, que utilizaba la calle 9 de Octubre para realizar carreras de caballos nacionales, aptos solo para distancias cortas.
En años 1885 y 1899, encontramos los primeros pininos del Hipódromo de Guayaquil, entre estos, el contrato por 30 años celebrado entre el Municipio y los promotores, para construirlo en un gran solar municipal situado al sur de la ciudad en las calles Chimborazo y Puná (Plano levantado en 1900 por el Ing. Luis Alberto Carbo, Archivo JEY) lo cual deja constancia del interés por desarrollar en esta ciudad lo que ya existía en otras partes del mundo.
Con la anuencia municipal, la Empresa Hipódromo, también se propuso establecer una línea de carros urbanos que partía de la plaza de la Concepción (actual plaza Colón), hacia el sur por la calle Chimborazo hasta situarse frente al hipódromo. A punto de iniciar actividades, la Empresa animaba a los socios a cubrir el valor del 25% de las acciones suscritas. La convocatoria a los accionistas realizada en junio dio tan buenos resultados, que el 23 de noviembre, la Empresa hizo un nuevo llamado para acercarse al Banco Anglo-Ecuatoriano a cubrir el 25% que aun quedaba pendiente para alcanzar el capital de 64.000 sucres (“Guía Histórica de Guayaquil” tomo 5, Guayaquil, Poligráfica, Págs. 18-19, 2008).
Una vez inaugurado el Hipódromo en 1887 la Empresa de Carros Urbanos no vaciló en adquirir acciones de la Empresa del Hipódromo, que en 1903 aun permanecía y ocupaba un área de 13 manzanas situada entre la calle de Puná (Gómez Rendón), Santa Elena (Lorenzo de Garaycoa), Independencia (calle de Francisco Marcos), y Chimborazo, y la manzana al oeste de Santa Elena, entre Maldonado y Concordia (calle de Calicuchima) hasta Seis de Marzo (“Guía Histórica de Guayaquil” 2008).
La Empresa de Carros Urbanos dada la demanda de los usuarios, habilitó la ruta del sur que partía de la avenida Nueve de Octubre hasta el Hipódromo con un recorrido de 3.613 Mts. Y 16 rutas más por las principales calles de la ciudad, las que sin contar los desvíos, cambios y curvas, sumaban una extensión de 75 kilómetros. La del malecón tenía una extensión de 3.736 Mts. Que la servían diez locomotoras a vapor, numerosos mulares, 70 carros para pasajeros, 2 carrozas funerarias y 80 carros y plataformas para transporte de carga en general (J.A. Gómez, “Crónicas, Relatos y Estampas de Guayaquil”, Tomo III, 2006).


La Hípica y el Primer Hipódromo de Guayaquil I

El caballo llegó a América en el segundo viaje de Colón, y según Lucas Fernández de Piedrahita fue considerado como “los nervios de la guerra contra los naturales” y Hernán Cortés lo pondera confesando: “no teníamos después de Dios, otra seguridad sino la de nuestros caballos”.
“Fernández de Piedrahita fue un sacerdote e historiador colombiano. Obispo de Santa Marta (1669) y de Panamá (1676). Autor de una Historia General de la Conquistas del Nuevo Reino de Nueva Granada (1688), para cuya redacción consultó en Madrid documentos y manuscritos en gran parte inéditos”.
Con ellos también vino la pasión por las apuestas durante las carreras. Hay documentos conservados en el Archivo Histórico del Guayas que contienen juicios que ventilan demandas por apuestas sobre el tema. Un de estos trata de un juicio en mayo de 1775 por Fernando Díaz contra Manuel Romero, por el pago de veinte y tres pesos, saldo de mayor cantidad, como resultado de una carrera de caballos”.
El pleito se inicia en 1773, cuando se realiza una carrera para la cual, se designó juez árbitro al Regidor del Cabildo de Guayaquil don Manuel Plaza. Ante él se “cazaron” las apuestas, que consistían de dinero y otros efectos. Evento en que los litigantes corrieron igual riesgo en la “antigua costumbre de dichas carreras”.
Y “Así en esta dicha ciudad como en muchas otras capitales: gané la citada apuesta y me pagó mi opositor”. Pero solo canceló lo correspondiente a dinero sonante: “veinte y tres pesos originales”, más no el importe de los efectos que también formaban parte de la apuesta, como lo eran “Seis del valor de un jaquimón chapiado de plata. Siete de una sortija. Sinco de importe de un pañuelo de clarín bien obrado con sus pinos y vaciados”. Suma que el capitán Romero se comprometió a pagar. Mas en vista que no lo hacía, el acreedor empezó a presionarlo.
Díaz dice que lo encontró en la calle, pero “me suplicó el que lo aguardara exponiéndome no tener como satisfacerme en aquella ocasión”. Ante esta súplica, decidió esperarlo por un mes más, pero al ver que no se daba por aludido insistió en el cobro, y lo que recibió fue una serie de improperios que soportó “prudentemente con el ánimo de exigirle satisfacciones por medio de la autoridad”. Pero al no tener testigos de la agresión verbal, optó por desistir de la acción por injurias, y “solamente a fin de cobrarle por libramiento que para ello le dí al secretario del cavildo” (AHG. EP/J, 4912).
Esta afición a las carreras de caballos también era propia de hacendados, que la practicaban en poblaciones rurales donde había poca diversión. Fue así como en Baba, capital del cacao, durante las fiestas de la Natividad de 1806 se convino en realizar varias competencias por parejas de caballos. Todo lo programado se desenvolvía de acuerdo a lo previsto, y al caer la tarde tocó el turno de correr a una yegua contra un caballo.
Dieron la partida y arrancaron los animales, pero a los pocos metros el caballo empezó a corcovear arrojando al suelo al jinete, mientras que la yegua continuó la carrera y llegó a la meta. Los que apostaron a esta celebraban el triunfo mientras que los del caballo afirmaban no haber perdido. Fue tan agrio el pleito, que el Teniente del pueblo debió intervenir para dirimir las cosas, y sentenció que la ganadora era la yegua, lo cual fue aceptado por todos.
Sin embargo, al día siguiente uno de los perdedores llamado Juan Echeverría, protestó y se valió de su padre el capitán de milicias Juan José Echeverría, para que interviniese. Este mandó a llamar al sargento miliciano Alejandro Boniche, alias el Maltés, ganador de la apuesta. A Justo Vargas y otros para que declaren sobre lo ocurrido. Hecho esto, el capitán ordenó al Maltés la devolución del dinero, so pena de imponerle 10 pesos de multa o de vender su poncho, y si quería librarse de ello, debía repetir la carrera al día siguiente.
Pero el Maltés, que tenía bien puestos los pantalones le contestó; “que por lo que respectava a la pareja del día antes estaba desidida por el juez del pueblo, y que estaba pronto a haser segunda carrera con ciento o doscientos pesos porque la plata de la primera estaba ganada” (AHG. EP/J, 9555). Ante esta respuesta airada el capitán Echeverría ordenó la captura del Maltés, quien estuvo detenido por cuatro horas. El problema fue llevado a juicio por Alejandro Boniche, y  ventilado entre el 26 y 27 de diciembre. El 30 obtuvo una sentencia favorable y al hacer la tasación de las costas de la causa, que sumaban 29 pesos con 3 reales, el juez dictaminó que las debía pagar el capitán Echeverría por no haberse inhibido de conocer la causa en que estaba involucrado un hijo suyo. En documentos que comprenden los años 1816 1835 y 1837 (AHG. EP/J, 7320 y AHG. EP/J, 8099), constan múltiples problemas referidos a carreras de caballos realizadas en distancias de 200, 300 y 500 varas.
En una de estas competencias entre dos caballos, las apuestas subieron hasta 2.000 pesos, pero uno de estos era muy chúcaro y se hacía difícil emparejarlos para la partida, y el juez decidió que el jinete se apease hasta tranquilizar al animal. Al poco rato, pensando que estaban listos, dio la partida, pero el jinete del caballo brioso, que apenas había colocado el pie en el estribo no alcanzó a montar. Naturalmente, solo uno llegó a la meta y fue considerado el ganador por los interesados, demandando el pago de las apuestas.
En los albores de nuestra República, cuando no se realizaban las carreras “de a pie y de a caballo” en las calles de la ciudad, se lo hacía en la sabana Grande llamada de San Pedro como pista improvisada: “tras la ciudad, á su parte occidental, hay una hermosa sabana: allí se halla el largo canal de Estero Salado” (Manuel Villavicencio, “Geografía de la República del Ecuador”, Nueva York, Imprenta de Robert Craighead, Pág., 454, 1858).
Julio Estrada, en l tomo IV de la Guía Histórica de Guayaquil, incluye una recopilación de datos sobre el Hipódromo de Guayaquil y su trayectoria. Se inicia con notas aparecidas en el periódico Los Andes (El semanario Los Andes fundado en Guayaquil por el exiliado colombiano Juan Antonio Calvo, inició su circulación el 14 de marzo de 1863, el 13 de julio de 1891 fue convertido en diario y se mantuvo activo hasta 1895. J.A. Gómez Iturralde, Los Periódicos Guayaquileños en la Historia, 1821-1997, 1998).
 En los días 7 de octubre y 8 de noviembre de 1868, el mismo semanario publica: “Ha continuado funcionando nuestro naciente hipódromo (…) los caballos partieron de la esquina de San Francisco, separados por una cancha”. Como se puede entender se trataba de un lugar ocasional, que utilizaba la calle 9 de Octubre para realizar carreras de caballos nacionales, aptos solo para distancias cortas.
En años 1885 y 1899, encontramos los primeros pininos del Hipódromo de Guayaquil, entre estos, el contrato por 30 años celebrado entre el Municipio y los promotores, para construirlo en un gran solar municipal situado al sur de la ciudad en las calles Chimborazo y Puná (Plano levantado en 1900 por el Ing. Luis Alberto Carbo, Archivo JEY) lo cual deja constancia del interés por desarrollar en esta ciudad lo que ya existía en otras partes del mundo.
Con la anuencia municipal, la Empresa Hipódromo, también se propuso establecer una línea de carros urbanos que partía de la plaza de la Concepción (actual plaza Colón), hacia el sur por la calle Chimborazo hasta situarse frente al hipódromo. A punto de iniciar actividades, la Empresa animaba a los socios a cubrir el valor del 25% de las acciones suscritas. La convocatoria a los accionistas realizada en junio dio tan buenos resultados, que el 23 de noviembre, la Empresa hizo un nuevo llamado para acercarse al Banco Anglo-Ecuatoriano a cubrir el 25% que aun quedaba pendiente para alcanzar el capital de 64.000 sucres (“Guía Histórica de Guayaquil” tomo 5, Guayaquil, Poligráfica, Págs. 18-19, 2008).
Una vez inaugurado el Hipódromo en 1887 la Empresa de Carros Urbanos no vaciló en adquirir acciones de la Empresa del Hipódromo, que en 1903 aun permanecía y ocupaba un área de 13 manzanas situada entre la calle de Puná (Gómez Rendón), Santa Elena (Lorenzo de Garaycoa), Independencia (calle de Francisco Marcos), y Chimborazo, y la manzana al oeste de Santa Elena, entre Maldonado y Concordia (calle de Calicuchima) hasta Seis de Marzo (“Guía Histórica de Guayaquil” 2008).
La Empresa de Carros Urbanos dada la demanda de los usuarios, habilitó la ruta del sur que partía de la avenida Nueve de Octubre hasta el Hipódromo con un recorrido de 3.613 Mts. Y 16 rutas más por las principales calles de la ciudad, las que sin contar los desvíos, cambios y curvas, sumaban una extensión de 75 kilómetros. La del malecón tenía una extensión de 3.736 Mts. Que la servían diez locomotoras a vapor, numerosos mulares, 70 carros para pasajeros, 2 carrozas funerarias y 80 carros y plataformas para transporte de carga en general (J.A. Gómez, “Crónicas, Relatos y Estampas de Guayaquil”, Tomo III, 2006).


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