lunes, 29 de julio de 2019


La Gobernación Militar de Guayaquil

Los jóvenes viajeros Jorge Juan de Santacilia y Antonio de Ulloa fueron quienes sugirieron a la Corona la urgencia de elevar a Guayaquil a la categoría de Gobernación Militar, pues hasta esa fecha era apenas un corregimiento cuyas condiciones de defensa contra agresiones extranjeras eran muy precarias.

El tema vio pasar el tiempo hasta ser tratado a instancias del rey, cuando debió considerar una solicitud de fondos hecha por el Cabildo de Guayaquil para atender las necesidades de defensa y salubridad pública. El Fiscal del Consejo de indias informó a la Corte la necesidad de atender esta demanda y nombrar para su dirección a un militar profesional con el título de Corregidor o de Gobernador, con que estaría más autorizado. El último en ocupar este cargo en Guayaquil, fue el General José de Cortázar, guayaquileño, que sufría como toda la población tal postergación, y fue quien se dirigió directamente a la corte y a través de esta al rey, planteando el estado de plaza indefensa en el que había caído Guayaquil, por la negativa permanente de las autoridades limeñas de atender los graves problemas que, pese a su importancia, azotaban a la ciudad. El 14 de enero de 1761 el rey resolvió que se provea el corregimiento como gobierno en sujeto militar.

El 8 de diciembre del año siguiente el teniente coronel Juan Antonio Zelaya y Vergara, militar navarro nacido en Miranda de Arga en 1712 y muerto en Popayán en 1776, fue nombrado gobernador de Guayaquil, pero tuvo que por orden del Virrey que ausentarse durante un año de la ciudad para aplastar la revolución de los estancos o los motines del aguardiente y la aduana de Quito.Revuelta que continuó y pese a la abolición de los estancos y del impuesto de aduana se tomaron el Palacio de la Audiencia.
Una vez dominados los motines, en septiembre de 1776Zelaya, con plenos poderes, entró en Quito pacíficamente como presidente de la Audiencia, gobernador interino y capitán general, junto con los españoles expulsados un año antes. Tras la pacificación volvió a Guayaquil como Gobernador y Superintendente de la Real Casa de la Moneda de Popayán en 1770. El 11 de octubre se presentó ante el Cabildo, cuya posesión consta en el acta de la fecha, fue incorporado al “uso y ejercicio de dicho empleo, habiendo jurado por Dios Nuestro Señor y una señal de Cruz, según forma de derecho, su cuyo cargo prometió de usar bien, fiel y legalmente de dichos empleos”.
Zelaya, al mes de posesionado y enterado de la planificación de la ciudad hecha por el Ing. Francisco de Requena y de los problemas sociales, sin perder el tiempo ordenó se empiece la obra del edificio del Cabildo hasta su terminación, que diariamente se dé audiencia pública al pueblo por parte de las autoridades de justicia, y dispuso además que todos los sábados, sin excepción alguna, los presos sean visitados por las autoridades para determinar el estado en que se los mantenía y de sus familias para su tranquilidad espiritual: “se haga visita de cárcel”.
Otro acierto de Zelaya fue realizar un censo para determinar el recurso poblacional y de la producción con que contaba la provincia. Al poco tiempo emite un informe al virrey, en el que afirma haber 4.914 habitantes en la ciudad y 300 en las haciendas del campo; con 142 familias de españoles peninsulares y 468 negros, indios (cholos) y sus descendientes. Estos últimos predominaban sobre los negros, pues en la provincia se prefirió utilizar las migraciones internas, antes que la importación de esclavos negros.
El astillero de Guayaquil continuaba siendo el único de “la Mar del Sur donde se construyen y carenan las embarcaciones que la navegan”. En el Astillero donde trabajan hacheros, oficiales, calafates, un maestro mayor de carpinteros y uno de calafates, personal todo bajo las órdenes del capitán de la Maestranza. Todos nombrados directamente por el virrey de Nueva Granada del que entonces dependía Guayaquil en lo militar.
En su primer informe al virrey, Zelaya deja constancia que el comercio con Quito y las ciudades del norte se movía por intermedio de las Reales Bodegas de Babahoyo, desde donde eran conducidas en recuas de mula a lo largo de los escabrosos cerros de la cordillera de Angas, pasando por San José de Chimbo y Guaranda para coronar los páramos del Ángel y descender al interande. Desde las Bodegas de Yaguachi se ascendía siguiendo el curso del río Chanchán hasta llegar a Alausí y bajar a Riobamba y el comercio hacia el austro, Cuenca, Loja, etc., partía de Guayaquil en balsas, remontaba el río Naranjal hasta el puerto de La Bola. Los arrieros y sus recuas de mulas subían por el camino de Macará y Zaruma a la cordillera de Molleturo, pasaban por los tambos de Foyashi y Chocar. Se cruzaba el río Burgay antes de Biblián , hasta llegar a Cuenca desde donde para llegar a Loja se cortaba por el camino de la Toma para coronar la altura del cerro Villonaco.
A estos mercados llegaban la sal del Morro, y de la Punta de Santa Elena, pescado, algodón mucho ganado vacuno, caballar y mular; de Baba se obtenía, cera, tabaco en rama, arroz, pita, cacao. Del Perú se recibía el botijambre; de Tierra Firme (Panamá) ropas y hierro; la tinta y añil de Guatemala; de Acapulco, loza, olores y especería (traía a América desde Filipinas por la ruta llamada “del galeón de Manila”), también, cordobanes y jabón de los valles. Desde la Sierra llegaba a la provincia de Guayaquil: harina, cascarilla, paños, lienzos, bayetas, sayales y toda especie de frutos serranos.
Era la época en que se iniciaba el auge del cacao. Además de este producto, Zelaya mencionaba las maderas, el tabaco en hoja, las ceras ("blanca" y "prieta"), las pitas, las suelas y los cocos. Además de los cocos, los únicos bienes alimenticios de consumo inmediato eran aquellos que se transportaban a la cercana costa del Chocó (Colombia): carnes, quesos, sebo y algunas fanegas de sal. Solamente la cera, las suelas y las pitas eran los productos en los que podemos reconocer algún nivel de valor agregado; tratándose en los demás casos, fundamentalmente, de bienes de recolección.
Mencionó, además, aquellos productos que animaban el comercio activo de Guayaquil hacia el exterior, pero que en realidad constituían solamente reexportaciones provenientes de otras provincias americanas (textiles serranos, harinas de la costa norte peruana, etc.). El caso más relevante en este tipo de comercio intermediario lo constituía el tráfico de vinos y aguardientes de uva del Perú. Las “botijas peruleras”, como se las conocía, eran reexportadas hacia el Chocó, los puertos centroamericanos de Realejo y Sonsonate y Acapulco.
Al finalizar el siglo XVIII, el litoral ecuatoriano, se especializaría cada vez más en la producción de cacao, optando por importar (desde los valles de la costa norte peruana o desde el interior andino) los bienes alimenticios necesarios, ya desplazados de la producción de la economía local por un esfuerzo concentrado en la producción de la pepa de oro.
“La producción de alimentos tampoco aumentó al ritmo de la población de Guayaquil. La situación no parecía tener arreglo posible, por cuanto los propietarios preferían sembrar cacao y tabaco. La sierra, que abastecía a la costa de carne, leche, mantequilla, quesos y casi todos los vegetales, frutas y granos, disminuía su producción agropecuaria por efecto de la declinación demográfica y la depresión económica por la que entonces atravesaba” (Al llegar 1800, el litoral ecuatoriano, se especializaría cada vez más en la producción de cacao, optando por importar (desde los valles de la costa norte peruana o desde el interior andino) los bienes alimenticios necesarios, ya desplazados de la producción de la economía local por un esfuerzo concentrado en la producción de la pepa de oro.
“La producción de alimentos tampoco aumentó al ritmo de la población de Guayaquil. La situación no parecía tener arreglo posible, por cuanto los propietarios preferían sembrar cacao y tabaco. La sierra, que abastecía a la costa de carne, leche, mantequilla, quesos y casi todos los vegetales, frutas y granos, disminuía su producción agropecuaria por efecto de la declinación demográfica y la depresión económica por la que entonces atravesaba” (Michael T. Hamerly, Historia Social y Económica de la antigua provincia de Guayaquil 1763 - 1842, Guayaquil, AHG, Págs. 151-152, 1987).
El gobernador Zelaya recibió una calurosa recepción y baño de fuego. Pesadilla recurrente que ha azotado a Guayaquil desde sus primeros días españoles. El 10 de noviembre de 1764, se produjo en la ciudad el incendio más severo y extenso, que bien se lo podría llamar el más grande, pues proporcionalmente fue mayor que el del 5 al 6 de octubre de 1896. Este incendio por su extensión y efecto destructor pasó a la historia como “el fuego grande”, y se originó por una disputa doméstica entre marido y mujer: esta le arrojó una raja de leña encendida y él le devolvió el golpe con una olla de aceite que cayó sobre la candela. Al instante, la casa era de caña y paja, ardió en violentas llamas, que casi no le dio tiempo de escapar a la pareja. El fuego, favorecido por el viento, corrió incontenible asolando ciento cincuenta casas, haciendo inútil todo esfuerzo para atajarlo, por lo que llegó al Barrio del Centro.
A Zelaya, que se hallaba entre quienes luchaban contra el flagelo, se le prendieron sus vestiduras, y “de no haberlo despojado de sus ropas prontamente un vecino, hubiera trascendido a su cuerpo y aumentado nuestra pena”. Por otra parte, los muebles rescatados y acumulados en plazas, plazoletas y la orilla del río, por la alta temperatura causada por el fuego se encendieron y sirvieron de puente para que el incendio contaminase las casas inmediatas.
En el informe de Zelaya consta un hecho curioso: “ se desgajaron las nubes en una copiosa lluvia con truenos y relámpagos, de suerte que parecía el juicio universal para confundirnos”. Seguramente el intenso calor producido por el incendio provocó un trastorno atmosférico y se descolgó un torrencial aguacero que lo apagó evitando que desparezca la ciudad. Como era de esperarse, esta feliz coincidencia dio lugar a que los devotos la atribuyeran a misericordias divina y milagros celestiales.
Zelaya realizó la reconstrucción de la ciudad y emprendió muchas obras de saneamiento. Al finalizar su periodo en 1771, había dejado bien definidos los linderos de la provincia d Guayaquil: “por el norte con el Gobierno de Esmeraldas, por el este con los corregimientos de Quito, Guaranda, Latacunga y Cuenca; por el sur con el de Piura y por el oeste con el Mar Pacífico”.
Igualmente estableció su división política que se formaba por once partidos: por el norte los de Ojiva o Babahoyo, Palenque y Balzar, por el sur el de Machala o Puná, por el este los de Naranjal y Yaguachi, por el oeste los de Cabo Pasado, Portoviejo y Punta de Santa Elena y los de Daule y Baba al centro.
Zelaya fue reemplazado en la gobernación de Guayaquil por el coronel Francisco de Ugarte (1772-1779). Su paso por nuestra ciudad dejó muy malos recuerdos, pues se ganó la antipatía de los guayaquileños.

sábado, 27 de julio de 2019


Los monos de Guayaquil
En agradecimiento a churrasco323 por haberme llamado “simio de manglar”. 
Carlos II, rey de España (1665 – 1700) conocido como “El Hechizado”, fue el último de la dinastía de la Casa de Austria o Habsburgo, con lo cual al extinguirse la estirpe fue sucedido por Felipe V, el primero de los reyes Borbones. Luego sería Fernando VI, y éste a su vez por Carlos III autor de las Reformas Borbónicas que propiciaron una política de desarrollo y apertura entre la Península y el Imperio de Ultramar. 
El sobrenombre de hechizado se debía a su deplorable condición física, a su adicción a la brujería y a la frecuencia con que suponía ser presa de influencias diabólicas. Carlos II creció raquítico, enfermizo, de muy limitada inteligencia como la más degenerada y patética víctima de la endogamia practicada por los Austrias. 
Una semblanza del joven rey esrita durante su reinado, dice: “es más bajo que alto, feo de rostro; tiene el cuello largo, la cara alargada y como encorvada hacia arriba; el labio inferior protuberante, típico de los Austrias. Tan cargado de espaldas que para enderezarse debe arrimarse a la pared, a una mesa u otro apoyo que lo sostenga. Es lento, indiferente por lo siempre parece ausente; es torpe, indolente y pasmado. Carece de voluntad propia y se puede hacer con él lo que se desee”.
Además de esta triste figura y limitada condición intelectual, el monarca frecuentemente era presa de profundas depresionas, y se encerraba en la penumbra de la habitación más retirada del palacio. Entonces rechazaba toda expresión alegre o festiva con que juglares, saltimbanquis, bufones o enanos, se esforzaban por entretenerlo. Tampoco se interesaba en las varias actividades que le ofrecían sus cortesanos. Nadie atinaba con qué levantar el ánimo o provocar una sonrisa en el príncipe Habsburgo.
Sin embargo, en aquel entonces se hallaba en la Corte un personaje que había servido al rey como autoridad en Guayaquil. Quien conocedor de la ciudad y su entorno, sugirió que se ordene la captura de varios monos machín que poblaban los manglares de los esteros que rodeaban la ciudad. Con la agilidad que demandaba la penosa situación y condición en que estaba sumido el monarca, fue emitida la orden que disponía el zarpe de un navío para que a la brevedad posible cumpliese el cometido.
Así, en los albores de 1680, una nave de las conocidas como Navíos de Permiso, que efectuaban el viaje al margen de las Flotas de Galeones (creadas en 1561[1]para darse protección mutua), partió del puerto de Cádiz. Que por entonces superaba a Sevilla como centro del comercio con las Indias. Tras desafiar la incierta naturaleza del Atlántico el galeón arribó a la provincia de Tierra Firme (Panamá), y la comitiva portadora del encargo cruzó el Istmo en una recua de mulas. Tan pronto llegó a la costa del Pacífico se embarcó en un pequeño velero con rumbo hacia Guayaquil. 
Apenas la pequeña nave había dado fondo en el surgidero del Guayas y recibido las autoridades locales la orden real, se inició una intensa persecución para capturar a las monas paridas y arrebatarles sus crías. Sólo la voluntad de una Corte centrada en socorrer a su monarca, cuyas terribles limitaciones eran tan penosas para él como para España, pudo tolerarse sobre los hombros de los responsables de tan suigéneris cacería.
Para medio comprender la dificultad del cometido, basta imaginar un grupo de hombres persiguiendo los ágiles y arboreos animalitos entre la maraña de ramas de los manglares de El Salado. Luego de varios meses, una vez cumplida la tarea de capturar un número suficiente de individuos jóvenes para que se mantuviesen vivos los necesarios y satisfacer la demanda, se procedió a embarcarlos hacia España. 
Esta larga y detallada descripción tiene como finalidad dar una idea del tiempo que debió tomar el cumplimiento del mandato cortesano. Entre la captura para juntar los suficientes monos, los viajes de ida y vuelta a lomo de mula a través de la jungla del istmo de Panamá, y el periplo oceánico, debió mediar por lo menos un año. Periodo que, con toda seguridad estaría marcado por una ansiosa espera aumentada por la condición de El Hechizado, quien día a día presentaba un cuadro de mayor postración. 
Finalmente, los monos viajeros arribaron a Cádiz e inmediatamente los trasladaron al Real Alcázar de Madrid. Y cuál fue la alegre expresión de los cortesanos: “¡Al fin… Llegaron los monos de Guayaquil!!!”. Su sola presencia influyó en el ánimo del rey de tal manera, que con toda presteza se llamaron obreros para preparar un confinamiento adecuado, para que los jóvenes e inquietos animalitos se sintiesen a gusto dando rienda suelta a su nerviosa actividad ante el regio y maravillado espectador.
Desde entonces Guayaquil apareció en la geografía mental del monarca. Se interesó en llevar a su presencia a quienes, por una razón u otra hubieren estado en la ciudad, para con sus descripciones y relatos imaginar el ambiente natural en que vivían sus “monos de Guayaquil”. Esta asociación entre mono y guayaquileño prendió en la Corte española y desde sus corrillos pasó al ámbito del virrey del Perú, difundiéndose por todo el virreinato y consecuentemente entre nuestros compatriotas interioranos de la Real Audiencia de Quito. 
Así, con la fusión de estos adjetivos, se incorporó al vocabulario virreinal y de nuestros conocidos malquerientes, que desde el siglo XVII aplicaron indiscriminadamente y en forma peyorativa, el adjetivo mono, a todos los habitantes de la que fue la antigua provincia de Guayaquil (entonces formada por Manabí, Los Ríos, Guayas y El Oro). 
Pero esto es comprensible pues se debe a la ignorancia de nuestra historia, que empieza con la última mudanza de Guayaquil a la cumbre del cerro Santa Ana en 1547. Posición desde la cual, los monos desarrollaron la cuenca del Guayas y en poco más de dos siglos convirtieron a la Provincia de Guayaquil y su capital en la zona y ciudad más ricas de la América meridional. Riqueza que desde 1775 hasta 1970 sostuvo la totalidad del erario de la Audiencia y el Nacional.
Este desconocimiento los lleva a negar que el 9 de Octubre de 1820, los  monos, sin ayuda externa rompieran definitivamente con el coloniaje y trazaran solos el camino que condujo a la libertad a toda nuestra nación. Que en 1820 crearan la División Protectora de Quito y sacrificaron vida y fortuna por darle libertad. Que en 1822, financiaron un ejército internacional, de colombianos, venezolanos, peruanos, argentinos, chilenos, inglesos, irlandesas y cientos de monos procedentes del litoral, que el 24 de Mayo de 1822 nos liberó del dominio español. Y que en ese mismo año, Bolívar sometió manu militari a la Provincia Libre, porque su posesión era indispensable para la supervivencia del interior del Departamento del Sur.
El 16 de abril de 1827, Guayaquil, con la presencia del ejército que Junto a Bolívar fueron expulsados de Lima y llegaron a Guayaquil al mando del coronel Juan Butista Elizalde LaMar. Aprovechando esta fuerza militar y hastiados de la dictadura de Bolívar se rebelaron y expulsaron de la ciudad a todas las autoridades colombianas, exigiendo a Bolívar la formación de un país federal en base a Colombia la grande. Durante seis meses estuvo la ciudad en poder de los sublevados, hasta que vino Simón y en base a mentiras y promesas de hacerlo logró engañarlos nuevamente.
En 1828, en defensa de la patria, los tripulantes monos de la goleta “Guayaquileña” derrotaron a la corbeta peruana “Libertad” en el combate naval de Punta-Malpelo. De noviembre de 1828 a febrero de 1829 la defendieron del ataque de la escuadra peruana y triunfaron en el combate naval de Sono contra sus fuerzas sutiles. También los vencieron en varios combates a orillas del río Daule, en los de Piscano, la Bolsa y Baba, para culminar con su expulsión con el combate de Buijo y la toma de Samborondón. 
Fueron oficiales y soldados del 9 de Octubre, del 6 de Marzo de 1845, conocido como “la segunda independencia del Ecuador”. Como monos montoneros de Alfaro, lucharon largamente contra el conservadurismo y fueron únicos actores del triunfo de la Revolución Liberal el 5 de junio de 1895. En fin, una trayectoria cargada de heroísmo y determinación en la lucha por ganar y mantener todas las libertades que dignifican a los ecuatorianos. 
Hoy, gracias a la sensibilidad e iniciativa del mono Nebot, tenemos un monumento que nos identifica y enorgullece: el mono machín, simio de manglar, que domina el extremo norte de los túneles de los cerros Santa Ana y del Carmen. Que identifica al individuo inteligente, sociable, activo, ruidoso, gasatador y alborotador, que crea herramientas para trabajar y obtener su diario sustento. Símbolo silente al que no llega ninguna expresión peyorativa y que mira por encima del hombro a la envidia y a la malquerencia. 


[1]"las flotas de Indias fueron el mecanismo de funcionamiento del monopolio comercial español con América y constituyeron la esencia de la denominada Carrera de Indias que englobaba todo el comercio y la navegación de España con sus colonias".(Manuel Lucena)

jueves, 25 de julio de 2019


A manera de introducción de algunos artículos sobre Guayaquil: Pionera de la Aviación Nacional. A continuación cito la opinión de dos importantes estudiosos extranjeros de nuestras circunstancias hitóricas e identificatorias.

¿Qué es Guayaquil?

Cronistas e historiadores, cuentistas y novelistas, cartógrafos y pintores, todos han ido legando a la posteridad su imagen e idea del puerto de Santiago de Guayaquil. La huella que se discierne en esas imágenes y escritos va de lo económico a lo histórico, de lo puramente descriptivo a la crisis de identidad; de los encuentros y desencuentros entre sujeto ilustrado y objeto espacial en constante proceso; de un puerto en continua transición hacia una definición iconográfica y humana que en la actualidad pretende el sondeo profundo de la voz unánime que lo configura y determina; que va, en fin, tras el rastreo, la ampliación, la recuperación y el entendimiento de su mitología y realidad.  
            A lo largo de su recorrido histórico, Guayaquil se enarbola, primero, desde una perspectiva colonial europea para luego pasar a ser cronotopo histórico durante las lides de la emancipación, y después cimiento de disputas ideológicas nacionales y regionales hasta convertirse en el transcurso del presente siglo en escenario de luchas de clase, de tradiciones y cambios, de presencias extranjeras y de aceleración de migraciones locales que ubican al puerto entre lo regional y lo nacional, entre la identidad propia y la globalización, entre los valores de una sociedad de consumo y las voces urbanas colectivas que se desorientan en la ambivalencia y ambigüedad de tener que dar un salto de lo regional a lo moderno y lo "posmoderno." En ese transcurso de siglos, el Guayaquil de la letra y el poder se retrae para dar paso al de la oralidad de sus habitantes. La voz oligárquico-burguesa cede el espacio, al menos en la esfera pública, a la de la clase media y a la de las grandes mayorías (Angel Rama, en La ciudad letrada, Hanover, N.H., 1984, ha trazado, desde la perspectiva de la letra, las crisis por las que han transitado las relaciones entre intelectuales y ciudades latinoamericanas).

Una reflexión sobre nuestra identidad.

De tal manera que en la reflexión sobre la identidad de los “guayaquileños” la diversidad cultural, la participación activa de los múltiples actores sociales que la conforman deberían ser incluidas. Todos los protagonistas de la historia, los invisibles, los marginados de las crónicas escritas, los que continúan resistiendo el modelo monocultural del mestizaje deberían ser también tomados en cuenta, recuperados del aislamiento para compartir en igualdad de condiciones un colectivo amplio y heterogéneo en posiciones, ideales e intereses.
La construcción de la identidad implica un proceso de toma de conciencia de los dispares y heterogéneos componentes que intervienen desde el pasado a la actualidad en la dinámica de la integración regional y nacional. Sin una clara vocación política que estimule programas de educación y culturas reflexivos sobre el proceso de integración cultural seguiremos especulando sobre quiénes fuimos, quiénes somos, y en qué nos diferenciamos y qué nos une como ciudadanos y ciudadanas, como nación o como pueblos. Buscar la participación de lo diverso no significa descomponer el país sino democratizarlo, flexibilizarlo, aprovechar la diversidad para sobrevivir en la globalización (Lo Cholo y lo Indígena en la identidad guayaquileña, Dra. Silvia Álvarez).

Empecemos por decir que Guayaquil es 
La Pionera de la Aviación Ecuatoriana

Es sabido que por la condición de ciudad-puerto la modernización del país siempre entró por Guayaquil y como consecuencia de esto, mediante el cable submarino instalado por la International Tejegraph Company llegó a Salinas, en la Penísula de Santa Elena, y entró en servicio en 1882. Por éste modernísimo sistema de comunicación internacional, llegaron las noticias de los primeros experimentos de los hermanos Wilbur (1867-1912) y Orville Wright (1871-1948) al probar su primer planeador biplano (1899) de cinco metros de envergadura en el que “volaron”. En 1901 construyeron un tunel donde probaban y diseñaban las alas que iban adaptando a sus bicicletas. Más adelante probaron su segundo planeador que tenía 6.7 Mts., de longitud y lanzándose desde una colina, y luego de más de 1000 intentos lograron planear por unos 190 Mts. El 17 de diciembre de 1903, luego de coplar un motor a su planeador realizaron su vuelo en el Flyer III, que pasó a la historia como el gigante salto a la aviación mundial.
En vista del gran avance que fue el inicio de la aviación mundial, en 1911 en Guayaquil se organizó el “Club Guayas de Tiro”, cuyo objetivo era adiestrar a la juventud para la defensa nacional; pues el problema fronterizo con el Perú de 1910, no había sido olvidado. Además, los progresos descritos de lo que sería la aviación mundial indujo a sus miembros a interesarse en ella, por lo que agregaron a su razón social, “y Aviación” de esa manera podemos decir que aquellos guayaquileños fueron quienes determinaron que Guayaquil sea la precursora de la Aviación Nacional.
El Club Guayas de tiro y aviación, envió a Italia al ítalo-ecuatoriano Cosme Renella, a fin de seguir un curso en una academia de aviación. Y como el Club Guayas tenía el propósito de adquirir un avión, desarrollaron una campaña parra levantar fondos para lo cual se organizó un Comité Pro-aviación, comité que sobrevivió hasta poco antes de 1941. En noviembre de 1912, llegó a Guayaquil con un avión de su propiedad, el piloto chileno Eduardo Molina. Se propuso hacer unas exhibiciones aéreas en la ciudad, para lo cual se designó como campo de aterrizaje los terrenos del hipódromo Guayaquil Jockey Club.  Tres vuelos hizo, dos de ellos llevando un pasajero, el primero fue el mayor Julio Jáuregui, y el segundo el señor Leonardo Sotomayor Luna. En la segunda oportunidad despegaron con bastante mala suerte; pues al comenzar el decolaje el tren de aterrizaje rozó con el tendido telefónico y se precipitó al suelo: afortunadamente ni el piloto ni el pasajero sufrieron lesiones.
Una vez en Italia Renella, en plena Primera Guerra Mundial (1914-1918), se incorporó a la aviación de ese país en donde tuvo una sobresaliente actuación por su habilidad y valentía. En 1915 ingresó a la Escuela Militar de Aeronáutica de Chile y en 1920 voló por primera vez su avión que llevaba el nombre de “Guayaquil”. En pleno vuelo, al efectuar un viraje, súbitamente el motor se detuvo y el aeroplano se estrelló destruyéndose por completo, Renella fue rescatado gravemente golpeado y herido. Una vez recuperado de sus lesiones, dispuso que los valores recaudados de esta exhibición fallida fueran donados, para la creación de “La Escuela Cóndor de Aviación” en esta ciudad. El 27 de diciembre de 1914, el piloto italiano Atilio Canzini, realizó el primer vuelo directo Guayaquil-Quito. Y el 2 de mayo del año siguiente, zarparon hacia Italia cuatro de los graduados, acompañados de tres alférez navales para asistir a una escuela de aviación en ese país.
Una vez finalizado el conflicto mundial en 1918, los fondos donados por Renella se habían incrementado, al punto que el 5 de junio de 1921 se concretó en esta ciudad la formación de la primera Escuela de Aviación en el Ecuador, cuyo primer director fue el marino capitán de corbeta Juan Francisco Anda. El 12 de ese mes y año se inauguró en Durán del Campo de Aviación El Cóndor. A partir del 15 de julio de 1822 los aspirantes a pilotos iniciaron los cursos teóricos y prácticos y en 1924 se graduaron los primeros ocho aviadores ecuatorianos. 
En 1920 llegaron a Guayaquil el piloto italiano Elia Liut y el mecánico Fedelli, quienes trajeron un biplano que había sido adquirido por don José Abel Castillo, propietario y director de diario El Telégrafo. El 8 de agosto de ese año, en el avión que había sido bautizado como “El Telégrafo I”, realizó el primer vuelo sobre la ciudad para lo cual utilizó como pista de aterrizaje el campo del Jockey Club. El 29 de ese mes Liut efectuó un vuelo de reconocimiento de Guayaquil a Cuenca. Hizo un recorrido de 113 kilómetros en 2 horas 13 minutos, con lo cual piloto y avión fueron los primeros en cruzar Los Andes Ecuatorianos. El Telégrafo I intervino en los actos conmemorativos al Primer Centenario del 9 de octubre de 1820, e hizo algunas exhibiciones acrobáticas sobre el espacio guayaquileño para finalmente aterrizar sin novedad. 
Con la proximidad de las fiestas de Cuenca, Elia Liut organizó un equipo para acondicionar El Telégrafo primero para realizar un vuelo a esa ciudad, mientras Liut y el mecánico Fedelli reparaban el avión, Guicciardi, el tercero del equipo, viajó a Cuenca para preparar un espacio para el aterrizaje. El 3 de noviembre de 1920 se elevaron llevando una valija de correo pero el mal tiempo no les permitió continuar el vuelo y debieron regresar a la ciudad. En la mañana del día siguiente Liut y El Telégrafo Primero se elevaron sin dificultades, a las 11 de la mañana llegaron a su destino, las autoridades y el pueblo cuencano lo recibieron llamándolo como “El Cóndor de los Andes”. 

lunes, 22 de julio de 2019


Bolívar dictador

En todas las transformaciones sociales alcanzadas por los pueblos del mundo que lucharon para salir del autoritarismo monárquico, la más determinante fue la revolución hispanoamericana que terminó con el imperio colonial español. “En la independencia (…) se frenan para siempre los imperios y surge un derecho nuevo. Salen remozadas todas las otras expresiones de la revolución. En este cuadro, Bolívar entra a ser el instrumento que trabaja en lo más radical del más revolucionario de los siglos. Su obra está ahí. Y solo ahí. No hay que equivocarse.”[1]
Por otra parte, el historiador peruano Ricardo Mariátegui Oliva en pocas palabras resumió la trayectoria de Bolívar: “Bolívar siempre actuó dubitativamente: proclamó libertad y procedió como un absolutista; sostuvo la soberanía del pueblo y trató de destruirla; invocó la justicia y la proscribió; dimitió tres veces una autoridad temporal y electiva, procurando, en cambio, una perpetua y hereditaria”. 
José García Hamilton, un estudioso argentino de Bolívar, considera que el Libertador fue consistentemente dictatorial: En 1815 estando desterrado en Jamaica, Bolívar, en su famosa “carta”, manifiesta su decepción sobre la primera experiencia republicana en Venezuela, opinando que las instituciones representativas no eran compatibles con nuestro carácter hispanoamericano.
Víctor Andrés Belaúnde afirma que: “Bolívar consiguió tres diferentes decretos que le permitieron ejercer el poder ejecutivo con toda amplitud, o sea, la verdadera dictadura como lo exigían las necesidades de la guerra”.La realidad de la turbulenta vida deSimón Bolívar, se mantuvo en la constante expectativa de ser consagrado presidente vitalicio de Venezuela y de todos países que había liberado.
Opiniones adversas unas favorables otras, que tienen el aval de la investigación y numerosas publicaciones serias registran posturas dictatoriales desde1813. El 23 de enero de 1815 es nombrado capitán general de la Confederación de la Nueva Granada, perosu autoritarismo sufre el rechazo en Cartagena y se embarca para Jamaica donde el 6 de septiembre de ese año escribe su famosa carta, que en uno de sus párrafos, dice:“Esta nación se llamaría Colombia (…) Su gobierno podrá imitar al inglés; con la diferencia de que en lugar de un rey habrá un poder ejecutivo electivo, cuando más vitalicio (…) una cámara o senado legislativo hereditario (…) y un cuerpo legislativo de libre elección, sin otras restricciones que las de la Cámara Baja de Inglaterra”.[2]
  En 1819,cuando la mayor parte del territorio venezolano se hallaba libre, en la Convención Constituyente de Angostura propone la misma especie concebida en Jamaica, pero es rechazada. Tras el triunfo de Boyacá (7 de agosto de 1819), corrió igual suerte en la convención de Cúcuta (Nueva Granada) en 1821, en que fue rechazada la presidencia vitalicia a cambio de un periodo de cuatro años.
Luego del triunfo de los ejércitos unidos comandados por Sucre y Santa Cruz, obtenido el 24 de mayo de 1822 en Pichincha, Bolívar pudo entrar a Quito el 16 de junio y el 13 de julio, al mando de 3.000 veteranos de élite de su guardia personal, en un acto de fuerza, sin respetar libertades anexó Guayaquil a Colombia. Desde entonces permaneció en nuestro territorio hasta obtener del Congreso colombiano la anuencia para viajar al sur. El 7 de agosto de 1823 [3]zarpó de Guayaquil, “al fin me voy lleno de confianza de que no seré mal visto por el Congreso, por un acto a que la necesidad me obligaba”.[4]El 1 de septiembre, arribó al Callao y en Lima fue recibido con gran pompa. Al día siguiente el Congreso Constituyente peruano lo elevó a la dignidad de “suprema autoridad”. 
El10 de febrero de 1824, es designado Dictador del Perú, con el fin de enfrentar la tremenda anarquía reinante: “Considerando (...) que sólo un poder dictatorial depositado en una mano fuerte, capaz de hacer la guerra, cual corresponde a la tenaz obstinación de los enemigos de nuestra independencia, puede llenar los ardientes votos de la representación nacional (...) la suprema autoridad política y militar de la República queda concentrada en el Libertador Simón Bolívar”.[5]
La verdad es que no defraudó esta confianza, pues en un solo año los libró no solo del desorden sino de la presencia de tropas españolas (Junín y Ayacucho). En este punto, cesa la guerra y la acción militar por la independencia, y aflora en él su aspiración dictatorial y obtiene que los peruanos lo elijan a la distancia Presidente de esa nación yel Congreso Constituyente al renunciar a sus funciones y le entrega sin restricciones toda la autoridad de la República. 
Después del triunfo de Ayacucho (diciembre 9 de 1824), el mariscal Sucre continuó su marcha hacia el Alto Perú (hoy Bolivia), y el 9 de febrero de 1825, junto al abogado Casimiro Olañeta convocaron a todas las provincias a reunirse en Chuquisaca en Asamblea Deliberante para decidir la suerte de la región. En el ínterin, Bolívar después de firmar el Tratado de Ayacucho con el general Canterac, emprendió la ruta de Sucre. Entre tanto, una nueva Asamblea celebrada en Chuquisaca el 9 de julio de ese año decidió la total independencia altoperuana,[6]y promulgó un decreto designándolo Padre de la República y Jefe Supremo del Estado. Y como la más alta muestra de reconocimiento dio el nombre de Bolivia al nuevo país, encargándole de redactar a su albedrío la primera carta política boliviana. “A propósito: estoy haciendo una Constitución muy fuerte y muy bien combinada para este país…”[7]Bolívar, que de ninguna manera era ajeno a estos “encargos”, tuvo al fin la oportunidad de imponer sus ideas rechazadas una década atrás en Angostura y Cúcuta, es decir: gobernar con un presidente vitalicio, senadores hereditarios y diputados elegidos por el pueblo.
El congreso peruano lo declara dictador, como tal impone la constitución boliviana. Hemos visto que el 10 de febrero de 1824 Bolívar fue investido como dictador del Perú por el Congreso de ese país. “Cuando el 10 de febrero de 1825 se reinstaló por última vez el Congreso Constituyente, todo estaba montado, armado y decidido: Bolívar continuaría como dictador. Ese día, Carlos Pedemonte al frente de una comisión parlamentaria fue al Palacio  de Gobierno para invitar a Bolívar a la sesión de reapertura. En tono servil le dijo que el Congreso se estremecería si el Libertador dijese algo que se pueda entender como su dimisión a la autoridad suprema”.[8]
“El error de Bolívar fue no volver a Colombia. Después de la batalla de Ayacucho, y con toda seguridad después de la fundación de Bolivia (…) y permaneció en Lima donde los placeres del poder y el sueño fascinador de una Federación de los Andes se impusieron a su mejor juicio (…) se había acostumbrado ahora al poder dictatorial. Desde 1813 había ejercido su autoridad casi sin obstáculos y en Lima su posición adquirió los atributos y prerrogativas de un sultanato”.[9]
Finalmente, tomó su tardía decisión y el 3 de septiembre de 1826 zarpa a Colombia a bordo del bergantín “Congreso” y deja el Perú regido por un Consejo de Gobierno encargado de imponer la constitución vitalicia boliviana.Pero este cae luego de la sublevación del 26 de enero de 1827, y ante el descontento general del pueblo limeño, el presidente del Consejo, Andrés Santa Cruz Villavicencio, al día siguiente convocó un Congreso Constituyente Extraordinario, que desconoció la constitución vitalicia de Bolívar, convocando a la vez nuevas elecciones para elegir Presidente de la República. La dictadura de Bolívar en el Perú había concluido.  
Entre tanto, el 16 de marzo de 1826 el Congreso de Colombia, cuando la beligerancia entre Páez y Santander era evidente, reeligió para un nuevo periodo a Bolívar como Presidente y a Santander como Vicepresidente (12 y 16 de junio de 1826),[10]y ante la rebelión inició “un proceso de acusación contra el comandante del departamento de Venezuela, José Antonio Páez”.[11]Sin embargo, Bolívar, que era un convencido que la Constitución de Cúcuta era demasiado liberal, asumió una actitud benevolente, pues la consideraba una brillante oportunidad para liquidar la constitución vigente, que consideraba como “el arca que nos ha de salvar del naufragio que nos amenaza por todas partes”.[12]
Al paso por los departamentos de Guayaquil, Cuenca y Ecuador es aclamado como dictador, y pese a su aparente rechazo a la idea consideraba la dictadura como esencial para el éxito de su proyectada reforma constitucional. Sin embargo el grito de rebelión lanzado por Páez en Venezuela, había resonado ya en los oídos guayaquileños. La administración centralista, cuyos beneficios no llegaban al Departamento del Sur, demostraba ser incapaz para vencer las grandes distancias, y al impedir su desarrollo amenazaba con la desintegración del ilusorio gran país colombiano.“El grito de rebelión había ya repercutido en Guayaquil. Los separatistas de ese sector, que ya en 1823 se vieron obligados a frenar su descontento y resentimiento, se manifestaron públicamente ahora contra la República Colombiana condenando la potencia que los había dominado”.[13]El 10 de julio de 1826, se produjo la “subversión del Ecuador”; el Cabildo guayaquileño, se pronunció exigiendo reformas para alcanzar una autonomía local con carácter federalista.[14]Y el 16 de abril de 1827 la ciudad estuvo en manos de los federalistas por varios meses,[15]hasta que por las mentirosas promesas de Bolívar depusieron las armas y pudo ingresar a la ciudad el general Flores. 
En la ruta entre Quito y Bogotá está Popayán, y cuando Bolívar llegó a ella no solo encontró con una oposición mayoritaria a sus ideas políticas, sino que José Hilario López, ferviente partidario de Santander, que a la sazón se desempeñaba como intendente, se oponía tenazmente a cualquier pronunciamiento del Cabildo como hubieran deseado recibir el propio Libertador y su séquito de oficiales, quienes incómodos con tal situación se expresaban con sorna sobre la Constitución Colombiana. Además, las críticas veladas hacia la administración de Santander emitidas por él, agravaron las cosas. Por eso cuando llegó a Bogotá a mediados de noviembre de 1826, “fue recibido con Lemas y discursos que exaltaban el carácter sagrado de la Constitución y la Leyes de Colombia”.[16]
Bolívar mandó entonces un delegado militar hacia Bogotá para que, en el camino, instara unas “actas populares” para exigir la reforma de la Constitución. Santander le escribió para decirle que esas actas no eran legales, a lo que Bolívar respondió que “no eran legítimas, pero sí populares, y por lo tanto propias de una república eminentemente democrática”. Bolívar y Santander acordaron finalmente convocar a una nueva convención constituyente en Ocaña. Pero al comprobar que su vicepresidente había obtenido en las elecciones más delegados que él, Bolívar retiró sus convencionales y dejó sin quórum a la asamblea. Simultáneamente, por medio de un "autogolpe", se constituyó en dictador de la Gran Colombia bajo el paradójico título de Libertador Presidente y destituyó a Santander de la vicepresidencia.

Poco tiempo pudo disfrutar Bolívar de esta “suma del poder público”, buscada durante más de una década. Sin embargo no pudo sostener políticamente su dictadura y, en 1830, renunció y murió en Santa Marta, mientras la Gran Colombia se desintegraba.Vale decir como describe Belaúnde “era un autoritarismo pero sin el nombre de monarquía. Bolívar prefería el autoritarismo exótico, la tiranía activa y de esta forma lograr las estabilidades y la eficiencia en el gobierno”.El historiador Elías Pino Iturrieta, una de las autoridades más respetadas de Venezuela con respecto al Libertador, dijo que fue “un aristócrata bien informado de las tendencias liberales, pero distanciado del pueblo en términos abismales”.
Los mitómanos bolivarianos exageran el valor de Bolívar, un hombrecito de muy baja estatura, erotómano, que sufría de orquitis crónica, lo cual le impedía concebir un hijo, le atribuyen todo a él y olvidan a los miles de hombres que sustentaron su lucha y consiguieron la libertad de sus patrias. No hay duda que, tuvo valor y mucho, pero no lo hizo solo.  



[1]Germán Arciniegas “Bolívar y la Revolución”, Cuarta edición, Santafé de Bogotá, Editorial Planeta, Pág. 345, 1993.
[2]Contestación de un Americano meridional a un Caballero de esta Isla (Henry Cullen).
[3]Ibídem, Carta de Bolívar al general Bartolomé Salom, Guayaquil, 7 de agosto de 1823, Pág. 795.
[4]Ibídem, Carta a Santander, fechada en Guayaquil el 6 de agosto de 1823, Pág. 792
[5]  Resolución del Congreso peruano.
[6] “… tras independizarnos en solo 15 meses, los 21 siguientes en vez de libertad sufrimos una brutal represión y la amputación de la mitad de nuestro antiguo territorio. Ninguna nación latinoamericana ha pagado tanto por su independencia”. Herbert Morote, “Bolívar: Libertador y enemigo Nº 1 del Perú”, Tercera Edición, Lima, Jaime Campodónico Editor, diciembre 2007.
[7]Bolívar a Santander: Chuquisaca, 27 de octubre de 1825. Archivo Santander, Vol. XIII, Bogotá, Águila Negra Editorial, Pág. 257, 1918.
[8]Herbert Morote, Op. Cit. Pág. 194.
[9]Gerhard Masur, Op. Cit. Págs. 517-518.
[10]Salvador de Madariaga, “Bolívar” Tomo II, México, Editorial Hermes, Pág. 397, 1951. Julio Hoenigsberg, “Santander Ante la Historia” Tomo II, Barranquilla, Colombia, Imprenta Departamental, Págs. 599-602, 1969. Santander obtuvo el apoyo decidido de Bolívar como lo manifiesta en carta de febrero 23 de 1825. ¿???
[11]Bushnell, Op. Cit. Pág. 256.
[12]Carta de Bolívar a Antonio Gutiérrez de la Fuente de mayo 12 de 1826, Lecuna. ¿???
[13]Gerhard Masur, “Simón Bolívar”, Bogotá, Editorial Grijalbo, Pág., 519, 1984.
[14]Actas del Cabildo de Guayaquil, del 6 y 10 de julio de 1826, libro XXXI, Págs. 167-181.
[15]José Antonio Gómez, “Vigencia y Permanencia de Olmedo”, Guayaquil, AHG, Págs. 79-104. 2001.
[16]Bushnell, Op. Cit. Pág. 374.

domingo, 21 de julio de 2019


Piratas, Corsarios y Defensas I

El descubrimiento del Nuevo Mundo y el asedio permanente de Inglaterra para despojar a España de sus rutas comerciales, la obligó a desarrollar un cambio sustancial en sus estrategias. Ya no solo debía controlar las vertientes mediterránea y atlántica, sino el frente marítimo de Europa, África y América. Murallas, baluartes y fuertes fueron levantados en las costas para defenderse del gran número de enemigos constituidos en su mayoría por piratas y corsarios ingleses, franceses y holandeses. Los cuales ávidos por apoderarse de los tesoros asaltaban los galeones españoles en su ruta a la Península. Estas construcciones militares realmente servían de poco para la defensa de miles de kilómetros de costas e islas.

Desde la llegada a estas tierras del pacificador La Gasca (1546) recibió las sugerencias sobre la fortificación de Puná. Esta preocupación nacía porque sobre el lado del Caribe la lucha contra los piratas empezaba a cobrar importancia. Los primeros en asomar por las costas sudamericanas del Pacífico fueron los ingleses Drake (1583), que hizo pegar un susto terrible al vecindario y dos años después Cavendish (1585), que los obligó a pedir recursos para fortificarse. Los primeros corsarios en amagar seriamente a Guayaquil en 1615 fueron los holandeses guiados por Joris Van Spielbergen. Entraron a la cala de Puná, pero temieron remontar las 80 millas de un río desconocido, de lo contrario habría hechos de las suyas por cuanto la ciudad estaba desguarnecida. El segundo, en 1624, fue el holandés Jacobo L’Hermite, el cual desde Puná, donde había fondeado su flota, envió una excursión de cuatrocientos hombres bien armados que encontraron la ciudad totalmente desprovista de fortificaciones. Sin embargo, fueron derrotados y el propio L’Hermite perdió la vida. En venganza asaltaron Guayaquil por segunda vez y pese a un nuevo fracaso la dejaron destruida.

En 1627 Francisco Pérez de Navarrete decía en una carta: “estando fortificando como estoy esta plaza para defenderla de todo género de enemigos”. Al año siguiente se proponía fortificar la Punta de Santa Elena, pero José de Castro influenciaba para que sus habitantes obstaculicen la construcción un fuerte. En 1639 el conde de Chichón virrey del Perú, considerando que: “se haga más caso de su guarda que la que hoy se hace, pues aunque es así que la gente de este puerto es muy valerosa es tan poco el número el que tiene que no será bastante a resistir la invasión que se puede hacer con él”. Envió al capitán Miguel de Sessé, para que revise las construcciones defensivas, que no tenían carácter permanente, y le informase. Luego de lo cual Lima suministró artillería, armas cortas y municiones.
En vista de la debilidad de las defensas el Cabildo a petición del procurador general Pedro de Carranza, el 2 de mayo de 1643 propuso al vecindario solicitar al virrey el envío de “seis piezas de artillería a esta ciudad para su defensa por cuenta de Su Majestad”. Y empezaron los primeros trabajos consistentes en trincheras, muros de tierra y estacadas de madera incorruptible. Pero el armamento siempre insuficiente para equipar a las milicias de voluntarios motivó una permanente lucha contra el centralismo ejercido por Quito y Lima. En 1651 se levantó el baluarte de La Planchada conformado con muros de tierra y provisto de un estacado en las trincheras. Y con el fin de proporcionar movilidad a los defensores se construyó la calle que desde la orilla del río culminaba en la plaza de Santo Domingo. 
En 1670 el virrey de Lima envió a Guayaquil 6 piezas de artillería con pertrechos y municiones (solicitadas en 1643). Y al año siguiente con el pirata Henry Morgan merodeando las costas del virreinato se fundieron dos pedreros y tomaron medidas de defensa. Cuando en mayo de 1680 la presencia de los ingleses Coxon y Hawkins era una amenaza para las ciudades costeras, el Maestre de Campo Cristóbal Ramírez de Arellano construyó de su peculio en Guayaquil un fuerte y 2.000 varas de trincheras. En 1682 el ingeniero mayor Luis Venegas Osorio hizo un proyecto para defenderla mediante un sistema de murallas y baluartes. Pero a lo largo de más de cien años solo se levantaron cuatro con sus correspondientes cortinas. Los más importantes: La Planchada (el cual, el 24 de febrero de ese año, el vecindario contribuyó con cuatro mil pesos para la reconstrucción en cal y canto). San Felipe, La Concepción, y en 1779 el de San Carlos. Para facilitar la defensa de la ciudad y provincia el rey resolvió elevarla a la categoría de Gobernación Militar. 
En la descripción que hace el pirata francés Guillaume Dampier que intentó asaltar la ciudad en 1684 pero se extravió en los manglares de Punta de Piedra dice: “la ciudad tiene un fuerte en un lugar bajo y otro en una altura”. Se refiere a La Planchada que aun sobrevive y a San Carlos situado en la cumbre del cerro Santa Ana que eran los únicos puntos defensivos. Mucho tiempo atrás el Cabildo había pedido ayuda a Quito para aumentar las milicias y mejorar sus defensas. Pero fue inútil el 20 de abril de 168 piratas ingleses y franceses la tomaron por sorpresa y la asolaron. “Escondidos en Puná determinaron el plan de asalto: el Capitán Picard debía atacar el puerto principal con 50 hombres; el Capitán George Hewit asaltaría el fuerte pequeño con otros 50 hombres; Croignet con el cuerpo principal debía acometer la ciudad”. 
El Corregidor de Guayaquil general Fernando Ponce de León apenas contaba con 300 hombres entre vecinos y soldados con arcabuces y mosquetes de los cuales murieron 70. En ese tiempo solo existían tres remedos de fuertes: San Carlos, ubicado en la cima del cerro Santa Ana, el de Santo Domingo, por el estero de Villamar con dos cañones y el intermedio de La Planchada. “La falta de auxilios de Quito en el incidente de 1687, fue considerada por la ciudadanía guayaquileña no solo como manifiesta negligencia, sino un acto deliberado de deslealtad” (Laurence Clayton, Los Astilleros de Guayaquil).
El 24 de marzo del año siguiente se delibera en Cabildo abierto sobre la continua amenaza que pesaba sobre el puerto “no habiendo, como no hay fortificación formal y defendible en esta ciudad”. Este es el momento en que los vecinos resuelven trasladar la ciudad a un punto que ofrezca mejores posibilidades para evitar ser sorprendidos por atacantes. El lugar elegido fue el llamado Puerto Cazones ubicado entre las actuales calles Elizalde y Diez de Agosto. En 1693 se concretó el cambio de lugar pero como no todos los vecinos estuvieron de acuerdo quedó dividida en Ciudad Vieja y Ciudad Nueva.
Tan pronto Ciudad Nueva se inició, con el objeto de contener a los invasores que la amagasen por esos rumbos se decidió construir en sus extremos norte y sur dos trincheras con sus correspondientes fosos paralelos. El foso sur a la altura de la actual calle Mejía y el norte por Elizalde. A quienes se quedaron en Ciudad Vieja los dejaron indefensos al punto que el fuerte de San Carlos desapareció por falta de mantenimiento. Al finalizar el siglo XVII Ciudad Nueva se encontraba totalmente rodeada por trincheras.
La lucha desplegada por los guayaquileños en defensa de la ciudad pese a la lenidad e indolencia del centralismo limeño y quiteño es ejemplarizadora. Es la voz del pasado que nos recuerda la necesidad de, en el presente, levantar nuestros baluartes para la lucha contra el centralismo a favor de una autonomía solidaria con las provincias menos desarrolladas. Apoyarlas en su crecimiento, modernización, progreso, hasta alcanzar la reducción de la pobreza de los ecuatorianos. Todo esto con la mirada hacia una patria única e integrada.
Al iniciarse el siglo XVIII el imperio ultramarino español llegaba a su ocaso. Inglaterra inundaba de contrabando las colonias americanas pues lo había desplazado del mar y despojado de todas sus rutas comerciales. Por otra parte con la muerte sin sucesión del rey Carlos II la corona de España se encontraba vacante. Esta oportunidad convocó a varias cortes europeas entre ellas la de Francia, que se sentía con facultades para reclamar el derecho a ocupar el trono español y con ello nació un largo conflicto del cual España saldría muy mal librada. 
El poderoso Luis XIV impuso a su nieto como rey de España con el nombre de Felipe V. Con este motivo Austria formó contra Francia la Gran Liga de la Haya compuesta por Inglaterra, Holanda, Portugal, el ducado de Saboya y el elector de Brandemburgo. Con lo cual se desató la llamada Guerra de Sucesión española, que duró doce años (1701-1713). Culminada en un desastre, mediante el tratado de Utrecht (1713) Felipe V fue reconocido como rey de España e Indias pero el reino perdió Gibraltar y Menorca y por el tratado de Rastadt (1714) fue despojado de los Países Bajos españoles.
Por cierto que en tales circunstancias la situación en las colonias era absolutamente crítica y ni hablar de las defensas de Guayaquil, cuyos recursos continuaban siendo insuficientes y su situación tan lamentable como siempre. En busca de cubrir esta falta el virrey de Lima marqués de Castel-dos-rius recibió entusiasmado la demanda del Cabildo guayaquileño por dotar a la ciudad de una fortaleza para su defensa, pero al poco tiempo de aprobar la idea murió. La vacante limeña fue llenada interinamente por dos obispos que como supuestamente hombres de paz, no se les movió un solo cabello ni sufrieron de insomnio por los problemas que agobiaban a nuestra ciudad. 
El 2 de mayo de 1709 Guayaquil debió afrontar un nuevo asalto, su defensa apenas constaba de trincheras de tierra sin ningún parapeto adicional. El corsario inglés Woodes Rogers al mando de siete veleros artillados con 44 y 74 cañones cada uno que habían sido armados en Londres por comerciantes de esa localidad atacó la plaza. El gobernador Jerónimo Boza y Solís fue avisado por el virrey de Lima de su presencia, pero al carecer la ciudad de medios para su defensa no opuso resistencia (también se dice que Boza era algo cobarde). Rogers desembarcó y a cambio de no incendiarla, asolarla y tomar más rehenes de los que ya tenía, exigió un rescate de 32.000 piezas de ocho. 
Mientras esperaba que los vecinos reuniesen tal suma, aprovechó el tiempo para explorar la cuenca baja del Guayas y haciendas aledañas, “en una de ellas en particular había una docena de bellas y gentiles jóvenes mujeres bien vestidas, donde nuestros hombres consiguieron varias cadenas de oro y aretes (…) algunas de sus cadenas de oro más grandes estaban ocultas en varias partes de sus cuerpos, piernas y muslos”. En el ínterin le fue posible a Rogers recabar información suficiente para escribir un libro en el cual consta una de las más coloridas y completas informaciones sobre la ciudad y costumbres de la época. 
En 1712 el corregidor Pablo Sáez Durón propuso al rey la construcción de un castillo. Mas considerando excesivo el presupuesto de 30.000 pesos este lo negó. En 1719 al pasar por Guayaquil con destino a Santafé, el primer virrey del Nuevo Reino de Granada pudo constatar la precariedad de sus instalaciones defensivas. Aprobó el proyecto sobre el fuerte (de la Concepción) presentado a Sáez y a fin de financiarlo autorizó el cobro de medio real por carga de cacao de 81 libras que saliese por el puerto. Por citas documentadas podemos ver que el estado de las instalaciones militares era verdaderamente desastroso: “la artillería está desmontada porque las cureñas están inservibles (…) faltando artillería no se puede hacer batería formal con solo pocas armas de arcabuces y escopetas”. El virrey José de Armendáriz encomendó al corregidor Juan Miguel de Vera que construyese dos baterías fuera de la ciudad, una en Punta Gorda y otra en Sono (río arriba de Puná). En 1726 además de las dos mencionadas se construía el fuerte de La Limpia Concepción. Y en el Cabildo del 9 de noviembre de ese año se conoció una carta del virrey, fechada a 3 de octubre, en que al respecto dispone que “se continúe con toda eficacia la reedificación del Baluarte que actualmente se está fabricando”. Estas fueron las condiciones en que Guayaquil debió afrontar los ataques de piratas, sin embargo, su progreso material nunca se detuvo, por el contrario, se vio estimulado.