sábado, 27 de julio de 2019


Los monos de Guayaquil
En agradecimiento a churrasco323 por haberme llamado “simio de manglar”. 
Carlos II, rey de España (1665 – 1700) conocido como “El Hechizado”, fue el último de la dinastía de la Casa de Austria o Habsburgo, con lo cual al extinguirse la estirpe fue sucedido por Felipe V, el primero de los reyes Borbones. Luego sería Fernando VI, y éste a su vez por Carlos III autor de las Reformas Borbónicas que propiciaron una política de desarrollo y apertura entre la Península y el Imperio de Ultramar. 
El sobrenombre de hechizado se debía a su deplorable condición física, a su adicción a la brujería y a la frecuencia con que suponía ser presa de influencias diabólicas. Carlos II creció raquítico, enfermizo, de muy limitada inteligencia como la más degenerada y patética víctima de la endogamia practicada por los Austrias. 
Una semblanza del joven rey esrita durante su reinado, dice: “es más bajo que alto, feo de rostro; tiene el cuello largo, la cara alargada y como encorvada hacia arriba; el labio inferior protuberante, típico de los Austrias. Tan cargado de espaldas que para enderezarse debe arrimarse a la pared, a una mesa u otro apoyo que lo sostenga. Es lento, indiferente por lo siempre parece ausente; es torpe, indolente y pasmado. Carece de voluntad propia y se puede hacer con él lo que se desee”.
Además de esta triste figura y limitada condición intelectual, el monarca frecuentemente era presa de profundas depresionas, y se encerraba en la penumbra de la habitación más retirada del palacio. Entonces rechazaba toda expresión alegre o festiva con que juglares, saltimbanquis, bufones o enanos, se esforzaban por entretenerlo. Tampoco se interesaba en las varias actividades que le ofrecían sus cortesanos. Nadie atinaba con qué levantar el ánimo o provocar una sonrisa en el príncipe Habsburgo.
Sin embargo, en aquel entonces se hallaba en la Corte un personaje que había servido al rey como autoridad en Guayaquil. Quien conocedor de la ciudad y su entorno, sugirió que se ordene la captura de varios monos machín que poblaban los manglares de los esteros que rodeaban la ciudad. Con la agilidad que demandaba la penosa situación y condición en que estaba sumido el monarca, fue emitida la orden que disponía el zarpe de un navío para que a la brevedad posible cumpliese el cometido.
Así, en los albores de 1680, una nave de las conocidas como Navíos de Permiso, que efectuaban el viaje al margen de las Flotas de Galeones (creadas en 1561[1]para darse protección mutua), partió del puerto de Cádiz. Que por entonces superaba a Sevilla como centro del comercio con las Indias. Tras desafiar la incierta naturaleza del Atlántico el galeón arribó a la provincia de Tierra Firme (Panamá), y la comitiva portadora del encargo cruzó el Istmo en una recua de mulas. Tan pronto llegó a la costa del Pacífico se embarcó en un pequeño velero con rumbo hacia Guayaquil. 
Apenas la pequeña nave había dado fondo en el surgidero del Guayas y recibido las autoridades locales la orden real, se inició una intensa persecución para capturar a las monas paridas y arrebatarles sus crías. Sólo la voluntad de una Corte centrada en socorrer a su monarca, cuyas terribles limitaciones eran tan penosas para él como para España, pudo tolerarse sobre los hombros de los responsables de tan suigéneris cacería.
Para medio comprender la dificultad del cometido, basta imaginar un grupo de hombres persiguiendo los ágiles y arboreos animalitos entre la maraña de ramas de los manglares de El Salado. Luego de varios meses, una vez cumplida la tarea de capturar un número suficiente de individuos jóvenes para que se mantuviesen vivos los necesarios y satisfacer la demanda, se procedió a embarcarlos hacia España. 
Esta larga y detallada descripción tiene como finalidad dar una idea del tiempo que debió tomar el cumplimiento del mandato cortesano. Entre la captura para juntar los suficientes monos, los viajes de ida y vuelta a lomo de mula a través de la jungla del istmo de Panamá, y el periplo oceánico, debió mediar por lo menos un año. Periodo que, con toda seguridad estaría marcado por una ansiosa espera aumentada por la condición de El Hechizado, quien día a día presentaba un cuadro de mayor postración. 
Finalmente, los monos viajeros arribaron a Cádiz e inmediatamente los trasladaron al Real Alcázar de Madrid. Y cuál fue la alegre expresión de los cortesanos: “¡Al fin… Llegaron los monos de Guayaquil!!!”. Su sola presencia influyó en el ánimo del rey de tal manera, que con toda presteza se llamaron obreros para preparar un confinamiento adecuado, para que los jóvenes e inquietos animalitos se sintiesen a gusto dando rienda suelta a su nerviosa actividad ante el regio y maravillado espectador.
Desde entonces Guayaquil apareció en la geografía mental del monarca. Se interesó en llevar a su presencia a quienes, por una razón u otra hubieren estado en la ciudad, para con sus descripciones y relatos imaginar el ambiente natural en que vivían sus “monos de Guayaquil”. Esta asociación entre mono y guayaquileño prendió en la Corte española y desde sus corrillos pasó al ámbito del virrey del Perú, difundiéndose por todo el virreinato y consecuentemente entre nuestros compatriotas interioranos de la Real Audiencia de Quito. 
Así, con la fusión de estos adjetivos, se incorporó al vocabulario virreinal y de nuestros conocidos malquerientes, que desde el siglo XVII aplicaron indiscriminadamente y en forma peyorativa, el adjetivo mono, a todos los habitantes de la que fue la antigua provincia de Guayaquil (entonces formada por Manabí, Los Ríos, Guayas y El Oro). 
Pero esto es comprensible pues se debe a la ignorancia de nuestra historia, que empieza con la última mudanza de Guayaquil a la cumbre del cerro Santa Ana en 1547. Posición desde la cual, los monos desarrollaron la cuenca del Guayas y en poco más de dos siglos convirtieron a la Provincia de Guayaquil y su capital en la zona y ciudad más ricas de la América meridional. Riqueza que desde 1775 hasta 1970 sostuvo la totalidad del erario de la Audiencia y el Nacional.
Este desconocimiento los lleva a negar que el 9 de Octubre de 1820, los  monos, sin ayuda externa rompieran definitivamente con el coloniaje y trazaran solos el camino que condujo a la libertad a toda nuestra nación. Que en 1820 crearan la División Protectora de Quito y sacrificaron vida y fortuna por darle libertad. Que en 1822, financiaron un ejército internacional, de colombianos, venezolanos, peruanos, argentinos, chilenos, inglesos, irlandesas y cientos de monos procedentes del litoral, que el 24 de Mayo de 1822 nos liberó del dominio español. Y que en ese mismo año, Bolívar sometió manu militari a la Provincia Libre, porque su posesión era indispensable para la supervivencia del interior del Departamento del Sur.
El 16 de abril de 1827, Guayaquil, con la presencia del ejército que Junto a Bolívar fueron expulsados de Lima y llegaron a Guayaquil al mando del coronel Juan Butista Elizalde LaMar. Aprovechando esta fuerza militar y hastiados de la dictadura de Bolívar se rebelaron y expulsaron de la ciudad a todas las autoridades colombianas, exigiendo a Bolívar la formación de un país federal en base a Colombia la grande. Durante seis meses estuvo la ciudad en poder de los sublevados, hasta que vino Simón y en base a mentiras y promesas de hacerlo logró engañarlos nuevamente.
En 1828, en defensa de la patria, los tripulantes monos de la goleta “Guayaquileña” derrotaron a la corbeta peruana “Libertad” en el combate naval de Punta-Malpelo. De noviembre de 1828 a febrero de 1829 la defendieron del ataque de la escuadra peruana y triunfaron en el combate naval de Sono contra sus fuerzas sutiles. También los vencieron en varios combates a orillas del río Daule, en los de Piscano, la Bolsa y Baba, para culminar con su expulsión con el combate de Buijo y la toma de Samborondón. 
Fueron oficiales y soldados del 9 de Octubre, del 6 de Marzo de 1845, conocido como “la segunda independencia del Ecuador”. Como monos montoneros de Alfaro, lucharon largamente contra el conservadurismo y fueron únicos actores del triunfo de la Revolución Liberal el 5 de junio de 1895. En fin, una trayectoria cargada de heroísmo y determinación en la lucha por ganar y mantener todas las libertades que dignifican a los ecuatorianos. 
Hoy, gracias a la sensibilidad e iniciativa del mono Nebot, tenemos un monumento que nos identifica y enorgullece: el mono machín, simio de manglar, que domina el extremo norte de los túneles de los cerros Santa Ana y del Carmen. Que identifica al individuo inteligente, sociable, activo, ruidoso, gasatador y alborotador, que crea herramientas para trabajar y obtener su diario sustento. Símbolo silente al que no llega ninguna expresión peyorativa y que mira por encima del hombro a la envidia y a la malquerencia. 


[1]"las flotas de Indias fueron el mecanismo de funcionamiento del monopolio comercial español con América y constituyeron la esencia de la denominada Carrera de Indias que englobaba todo el comercio y la navegación de España con sus colonias".(Manuel Lucena)

8 comentarios:

  1. Con altura, elegancia e inteligencia, la libertad, el crecimiento y desarrollo de la costa que enaltece a un País, se consigue con trabajo y sudor producto de ese esfuerzo. No le debemos nada a nadie, todo al contrario. Siempre éxitos.

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  2. Muy bien expresado y redactado. No hay ciudad perfecta porque la hacemos los humanos, pero sin duda ser guayaquileño es un honor, nuestra historia habla por si sola y duela a quien le duela, Guayaquil es la casa grande de todos.

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  3. Siempre es un enorme orgullo ilustrarme con sus escritos. Mi admiración hacia su persona Sr.J.A. Gomez

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  4. Orgullosamente Mico de manglar, excelente articulo y respuesta. Guayaquil alimenta la 'burrocracia', sin recibir su merecido reconocimiento economico

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  5. Gracias por compartir sus conocimientos ... Sr. José tiene algún artículo sobre el origen de Santiago de Guayaquil. Gracias.

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