lunes, 29 de julio de 2019


La Gobernación Militar de Guayaquil

Los jóvenes viajeros Jorge Juan de Santacilia y Antonio de Ulloa fueron quienes sugirieron a la Corona la urgencia de elevar a Guayaquil a la categoría de Gobernación Militar, pues hasta esa fecha era apenas un corregimiento cuyas condiciones de defensa contra agresiones extranjeras eran muy precarias.

El tema vio pasar el tiempo hasta ser tratado a instancias del rey, cuando debió considerar una solicitud de fondos hecha por el Cabildo de Guayaquil para atender las necesidades de defensa y salubridad pública. El Fiscal del Consejo de indias informó a la Corte la necesidad de atender esta demanda y nombrar para su dirección a un militar profesional con el título de Corregidor o de Gobernador, con que estaría más autorizado. El último en ocupar este cargo en Guayaquil, fue el General José de Cortázar, guayaquileño, que sufría como toda la población tal postergación, y fue quien se dirigió directamente a la corte y a través de esta al rey, planteando el estado de plaza indefensa en el que había caído Guayaquil, por la negativa permanente de las autoridades limeñas de atender los graves problemas que, pese a su importancia, azotaban a la ciudad. El 14 de enero de 1761 el rey resolvió que se provea el corregimiento como gobierno en sujeto militar.

El 8 de diciembre del año siguiente el teniente coronel Juan Antonio Zelaya y Vergara, militar navarro nacido en Miranda de Arga en 1712 y muerto en Popayán en 1776, fue nombrado gobernador de Guayaquil, pero tuvo que por orden del Virrey que ausentarse durante un año de la ciudad para aplastar la revolución de los estancos o los motines del aguardiente y la aduana de Quito.Revuelta que continuó y pese a la abolición de los estancos y del impuesto de aduana se tomaron el Palacio de la Audiencia.
Una vez dominados los motines, en septiembre de 1776Zelaya, con plenos poderes, entró en Quito pacíficamente como presidente de la Audiencia, gobernador interino y capitán general, junto con los españoles expulsados un año antes. Tras la pacificación volvió a Guayaquil como Gobernador y Superintendente de la Real Casa de la Moneda de Popayán en 1770. El 11 de octubre se presentó ante el Cabildo, cuya posesión consta en el acta de la fecha, fue incorporado al “uso y ejercicio de dicho empleo, habiendo jurado por Dios Nuestro Señor y una señal de Cruz, según forma de derecho, su cuyo cargo prometió de usar bien, fiel y legalmente de dichos empleos”.
Zelaya, al mes de posesionado y enterado de la planificación de la ciudad hecha por el Ing. Francisco de Requena y de los problemas sociales, sin perder el tiempo ordenó se empiece la obra del edificio del Cabildo hasta su terminación, que diariamente se dé audiencia pública al pueblo por parte de las autoridades de justicia, y dispuso además que todos los sábados, sin excepción alguna, los presos sean visitados por las autoridades para determinar el estado en que se los mantenía y de sus familias para su tranquilidad espiritual: “se haga visita de cárcel”.
Otro acierto de Zelaya fue realizar un censo para determinar el recurso poblacional y de la producción con que contaba la provincia. Al poco tiempo emite un informe al virrey, en el que afirma haber 4.914 habitantes en la ciudad y 300 en las haciendas del campo; con 142 familias de españoles peninsulares y 468 negros, indios (cholos) y sus descendientes. Estos últimos predominaban sobre los negros, pues en la provincia se prefirió utilizar las migraciones internas, antes que la importación de esclavos negros.
El astillero de Guayaquil continuaba siendo el único de “la Mar del Sur donde se construyen y carenan las embarcaciones que la navegan”. En el Astillero donde trabajan hacheros, oficiales, calafates, un maestro mayor de carpinteros y uno de calafates, personal todo bajo las órdenes del capitán de la Maestranza. Todos nombrados directamente por el virrey de Nueva Granada del que entonces dependía Guayaquil en lo militar.
En su primer informe al virrey, Zelaya deja constancia que el comercio con Quito y las ciudades del norte se movía por intermedio de las Reales Bodegas de Babahoyo, desde donde eran conducidas en recuas de mula a lo largo de los escabrosos cerros de la cordillera de Angas, pasando por San José de Chimbo y Guaranda para coronar los páramos del Ángel y descender al interande. Desde las Bodegas de Yaguachi se ascendía siguiendo el curso del río Chanchán hasta llegar a Alausí y bajar a Riobamba y el comercio hacia el austro, Cuenca, Loja, etc., partía de Guayaquil en balsas, remontaba el río Naranjal hasta el puerto de La Bola. Los arrieros y sus recuas de mulas subían por el camino de Macará y Zaruma a la cordillera de Molleturo, pasaban por los tambos de Foyashi y Chocar. Se cruzaba el río Burgay antes de Biblián , hasta llegar a Cuenca desde donde para llegar a Loja se cortaba por el camino de la Toma para coronar la altura del cerro Villonaco.
A estos mercados llegaban la sal del Morro, y de la Punta de Santa Elena, pescado, algodón mucho ganado vacuno, caballar y mular; de Baba se obtenía, cera, tabaco en rama, arroz, pita, cacao. Del Perú se recibía el botijambre; de Tierra Firme (Panamá) ropas y hierro; la tinta y añil de Guatemala; de Acapulco, loza, olores y especería (traía a América desde Filipinas por la ruta llamada “del galeón de Manila”), también, cordobanes y jabón de los valles. Desde la Sierra llegaba a la provincia de Guayaquil: harina, cascarilla, paños, lienzos, bayetas, sayales y toda especie de frutos serranos.
Era la época en que se iniciaba el auge del cacao. Además de este producto, Zelaya mencionaba las maderas, el tabaco en hoja, las ceras ("blanca" y "prieta"), las pitas, las suelas y los cocos. Además de los cocos, los únicos bienes alimenticios de consumo inmediato eran aquellos que se transportaban a la cercana costa del Chocó (Colombia): carnes, quesos, sebo y algunas fanegas de sal. Solamente la cera, las suelas y las pitas eran los productos en los que podemos reconocer algún nivel de valor agregado; tratándose en los demás casos, fundamentalmente, de bienes de recolección.
Mencionó, además, aquellos productos que animaban el comercio activo de Guayaquil hacia el exterior, pero que en realidad constituían solamente reexportaciones provenientes de otras provincias americanas (textiles serranos, harinas de la costa norte peruana, etc.). El caso más relevante en este tipo de comercio intermediario lo constituía el tráfico de vinos y aguardientes de uva del Perú. Las “botijas peruleras”, como se las conocía, eran reexportadas hacia el Chocó, los puertos centroamericanos de Realejo y Sonsonate y Acapulco.
Al finalizar el siglo XVIII, el litoral ecuatoriano, se especializaría cada vez más en la producción de cacao, optando por importar (desde los valles de la costa norte peruana o desde el interior andino) los bienes alimenticios necesarios, ya desplazados de la producción de la economía local por un esfuerzo concentrado en la producción de la pepa de oro.
“La producción de alimentos tampoco aumentó al ritmo de la población de Guayaquil. La situación no parecía tener arreglo posible, por cuanto los propietarios preferían sembrar cacao y tabaco. La sierra, que abastecía a la costa de carne, leche, mantequilla, quesos y casi todos los vegetales, frutas y granos, disminuía su producción agropecuaria por efecto de la declinación demográfica y la depresión económica por la que entonces atravesaba” (Al llegar 1800, el litoral ecuatoriano, se especializaría cada vez más en la producción de cacao, optando por importar (desde los valles de la costa norte peruana o desde el interior andino) los bienes alimenticios necesarios, ya desplazados de la producción de la economía local por un esfuerzo concentrado en la producción de la pepa de oro.
“La producción de alimentos tampoco aumentó al ritmo de la población de Guayaquil. La situación no parecía tener arreglo posible, por cuanto los propietarios preferían sembrar cacao y tabaco. La sierra, que abastecía a la costa de carne, leche, mantequilla, quesos y casi todos los vegetales, frutas y granos, disminuía su producción agropecuaria por efecto de la declinación demográfica y la depresión económica por la que entonces atravesaba” (Michael T. Hamerly, Historia Social y Económica de la antigua provincia de Guayaquil 1763 - 1842, Guayaquil, AHG, Págs. 151-152, 1987).
El gobernador Zelaya recibió una calurosa recepción y baño de fuego. Pesadilla recurrente que ha azotado a Guayaquil desde sus primeros días españoles. El 10 de noviembre de 1764, se produjo en la ciudad el incendio más severo y extenso, que bien se lo podría llamar el más grande, pues proporcionalmente fue mayor que el del 5 al 6 de octubre de 1896. Este incendio por su extensión y efecto destructor pasó a la historia como “el fuego grande”, y se originó por una disputa doméstica entre marido y mujer: esta le arrojó una raja de leña encendida y él le devolvió el golpe con una olla de aceite que cayó sobre la candela. Al instante, la casa era de caña y paja, ardió en violentas llamas, que casi no le dio tiempo de escapar a la pareja. El fuego, favorecido por el viento, corrió incontenible asolando ciento cincuenta casas, haciendo inútil todo esfuerzo para atajarlo, por lo que llegó al Barrio del Centro.
A Zelaya, que se hallaba entre quienes luchaban contra el flagelo, se le prendieron sus vestiduras, y “de no haberlo despojado de sus ropas prontamente un vecino, hubiera trascendido a su cuerpo y aumentado nuestra pena”. Por otra parte, los muebles rescatados y acumulados en plazas, plazoletas y la orilla del río, por la alta temperatura causada por el fuego se encendieron y sirvieron de puente para que el incendio contaminase las casas inmediatas.
En el informe de Zelaya consta un hecho curioso: “ se desgajaron las nubes en una copiosa lluvia con truenos y relámpagos, de suerte que parecía el juicio universal para confundirnos”. Seguramente el intenso calor producido por el incendio provocó un trastorno atmosférico y se descolgó un torrencial aguacero que lo apagó evitando que desparezca la ciudad. Como era de esperarse, esta feliz coincidencia dio lugar a que los devotos la atribuyeran a misericordias divina y milagros celestiales.
Zelaya realizó la reconstrucción de la ciudad y emprendió muchas obras de saneamiento. Al finalizar su periodo en 1771, había dejado bien definidos los linderos de la provincia d Guayaquil: “por el norte con el Gobierno de Esmeraldas, por el este con los corregimientos de Quito, Guaranda, Latacunga y Cuenca; por el sur con el de Piura y por el oeste con el Mar Pacífico”.
Igualmente estableció su división política que se formaba por once partidos: por el norte los de Ojiva o Babahoyo, Palenque y Balzar, por el sur el de Machala o Puná, por el este los de Naranjal y Yaguachi, por el oeste los de Cabo Pasado, Portoviejo y Punta de Santa Elena y los de Daule y Baba al centro.
Zelaya fue reemplazado en la gobernación de Guayaquil por el coronel Francisco de Ugarte (1772-1779). Su paso por nuestra ciudad dejó muy malos recuerdos, pues se ganó la antipatía de los guayaquileños.

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