sábado, 29 de febrero de 2020



Memoria sobre el nacimiento de la hípica

El caballo llegó a América en el segundo viaje de Colón, y según Lucas Fernández de Piedrahita[1] fue considerado como “los nervios de la guerra contra los naturales” y Hernán Cortés lo pondera confesando: “no teníamos después de Dios, otra seguridad sino la de nuestros caballos”. Con ellos también vino la pasión por las apuestas durante las carreras. Hay documentos conservados en el Archivo Histórico del Guayas que contienen juicios que ventilan demandas por apuestas sobre el tema. Un de estos trata de un juicio en mayo de 1775 por Fernando Díaz contra Manuel Romero, por el pago de veinte y tres pesos, saldo de mayor cantidad, como resultado de una carrera de caballos”.
El pleito se inicia en 1773, cuando se realiza una carrera para la cual, se designó juez árbitro al Regidor del Cabildo de Guayaquil don Manuel Plaza. Ante él se “cazaron” las apuestas, que consistían de dinero y otros efectos. Evento en que los litigantes corrieron igual riesgo en la “antigua costumbre de dichas carreras”. Y “Así en esta dicha ciudad como en muchas otras capitales: gané la citada apuesta y me pagó mi opositor”. Pero solo canceló lo correspondiente a dinero sonante: “veinte y tres pesos originales”, más no el importe de los efectos que también formaban parte de la apuesta, como lo eran “Seis del valor de un jaquimón chapiado de plata. Siete de una sortija. Sinco de importe de un pañuelo de clarín bien obrado con sus pinos y vaciados”. Suma que el capitán Romero se comprometió a pagar, mas, en vista que no lo hacía el acreedor empezó a presionarlo.
Díaz dice que lo encontró en la calle, pero “me suplicó el que lo aguardara exponiéndome no tener como satisfacerme en aquella ocasión”. Ante esta súplica, decidió esperarlo por un mes más, pero al ver que no se daba por aludido insistió en el cobro, y lo que recibió fue una serie de improperios que soportó “prudentemente con el ánimo de exigirle satisfacciones por medio de la autoridad”. Pero al no tener testigos de la agresión verbal, optó por desistir de la acción por injurias, y “solamente a fin de cobrarle por libramiento que para ello le dí al secretario del cavildo (Sic)”.[2]
Esta afición a las carreras de caballos también era propia de hacendados, que la practicaban en poblaciones rurales donde había poca diversión. Fue así como en Baba, capital del cacao, durante las fiestas de la Natividad de 1806 se convino en realizar varias competencias por parejas de caballos. Todo lo programado se desenvolvía de acuerdo a lo previsto, y al caer la tarde tocó el turno de correr a una yegua contra un caballo.
Dieron la partida y arrancaron los animales, pero a los pocos metros el caballo empezó a corcovear arrojando al suelo al jinete, mientras que la yegua continuó la carrera y llegó a la meta. Los que apostaron a esta celebraban el triunfo mientras que los del caballo afirmaban no haber perdido. Fue tan agrio el pleito, que el Teniente del pueblo debió intervenir para dirimir las cosas, y sentenció que la ganadora era la yegua, lo cual fue aceptado por todos. 
Sin embargo, al día siguiente uno de los perdedores llamado Juan Echeverría, protestó y se valió de su padre el capitán de milicias Juan José Echeverría, para que interviniese. Este mandó a llamar al sargento miliciano Alejandro Boniche, alias el Maltés, ganador de la apuesta. A Justo Vargas y otros para que declaren sobre lo ocurrido. Hecho esto, el capitán ordenó al Maltés la devolución del dinero, so pena de imponerle 10 pesos de multa o de vender su poncho, y si quería librarse de ello, debía repetir la carrera al día siguiente.
Pero el Maltés, que tenía bien fajados los pantalones le contestó; “que por lo que respectava a la pareja del día antes estaba desidida por el juez del pueblo, y que estaba pronto a haser segunda carrera con ciento o doscientos pesos porque la plata de la primera estaba ganada”.[3] Ante esta respuesta airada el capitán Echeverría ordenó la captura del Maltés, quien estuvo detenido por cuatro horas. El problema fue llevado a juicio por Alejandro Boniche, y  ventilado entre el 26 y 27 de diciembre. El 30 obtuvo una sentencia favorable y al hacer la tasación de las costas de la causa, que sumaban 29 pesos con 3 reales, el juez dictaminó que las debía pagar el capitán Echeverría por no haberse inhibido de conocer la causa en que estaba involucrado un hijo suyo. En documentos que comprenden los años 1816, 1835 y 1837,[4] constan múltiples problemas referidos a carreras de caballos realizadas en distancias de 200, 300 y 500 varas. 
En una de estas competencias entre dos caballos, las apuestas subieron hasta 2.000 pesos, pero uno de estos era muy chúcaro y se hacía difícil emparejarlos para la partida, y el juez decidió que el jinete se apease hasta tranquilizar al animal. Al poco rato, pensando que estaban listos, dio la partida, pero el jinete del caballo brioso, que apenas había colocado el pie en el estribo no alcanzó a montar. Naturalmente, solo uno llegó a la meta y fue considerado el ganador por los interesados, demandando el pago de las apuestas.
En los albores de nuestra República, cuando no se realizaban las carreras “de a pie y de a caballo” en las calles de la ciudad, se lo hacía en la sabana como pista improvisada: “tras la ciudad, á su parte occidental, hay una hermosa sabana: allí se halla el largo canal de Estero Salado”.[5] El tomo IV de la “Guía Histórica de Guayaquil”, incluye una recopilación de datos sobre el hipódromo de Guayaquil y su trayectoria. Se inicia con notas aparecidas en el periódico Los Andes [6] los días 7 de octubre y 8 de noviembre de 1868: “Ha continuado funcionando nuestro naciente hipódromo (…) los caballos partieron de la esquina de San Francisco, separados por una cancha”. Como se puede entender se trataba de un hipódromo ocasional, que utilizaba la calle 9 de Octubre para realizar carreras de caballos nacionales, aptos solo para distancias cortas.
En años 1885 y 1899, encontramos los primeros peninos del Hipódromo de Guayaquil, entre estos, el contrato por 30 años celebrado entre el Municipio y los promotores, para construirlo en un gran solar municipal situado al sur de la ciudad en las calles Chimborazo y Puná,[7] lo cual deja constancia del interés por desarrollar en esta ciudad lo que ya existía en otras partes del mundo. Con la anuencia municipal, la Empresa Hipódromo, también se propuso establecer una línea de carros urbanos que partía de la plaza de la Concepción (actual plaza Colón), hacia el sur por la calle Chimborazo hasta situarse frente al hipódromo. A punto de iniciar actividades, la Empresa animaba a los socios a cubrir el valor del 25% de las acciones suscritas. La convocatoria a los accionistas realizada en junio dio tan buenos resultados, que el 23 de noviembre, la Empresa hizo un nuevo llamado para acercarse al Banco Anglo-Ecuatoriano a cubrir el 25% que aun quedaba pendiente para alcanzar el capital de 64.000 sucres.[8]
Una vez inaugurado el Hipódromo en 1887,[9] la Empresa de Carros Urbanos no vaciló en adquirir acciones de la Empresa del Hipódromo, que en 1903[10] aun permanecía y se extendía en un espacio de “13 manzanas abarcando el rectángulo entre Puná (Gómez Rendón), Santa Elena (Garaycoa), Independencia (Marcos), y Chimborazo, y la manzana al oeste de Santa Elena, entre Maldonado y Concordia (Calicuchima) hasta Seis de Marzo”.[11]
La revista ”Fin de Siglo” en su edición del 15 de julio de 1899 anuncia el inicio de la temporada de carreras de caballos. Afición que crecía y los asistentes se multiplicaban en proporción a las competencias. En otras palabras el público no asistía solo a ver las carreras sino a respirar ese ambiente que surge del interés sentido por un espectáculo favorito. El 8 de julio de 1900, al abrirse la temporada el público quedó sorprendido por las importantes reparaciones realizadas en la parte alta del edificio y en la baja de la cancha, en las secciones de remate, parí-mutuel y cantina. Por entonces habían cuatro carreras de 500, 550, 600 y 750 metros, premiadas con 50, 60, 80 y 100 sucres. 
Un importante evento social y deportivo eran tales reuniones, de las que periódicos y revistas se hacían eco; destacaban la numerosa asistencia, describían el ambiente de los palcos ocupados por la clase alta, y la presencia de hermosas señoritas bellamente ataviadas. Las tribunas y las áreas populares colmadas por personas de diferentes estratos sociales, movidos por el interés de cubrir apuestas y disfrutar del evento, eran también comentadas. Al abrir la tarde se la iniciaba con carreras de bicicletas, convirtiendo al hipódromo en el primer velódromo de la ciudad, que al estar algo alejado del centro los palcos y boletos se vendían en la peluquería de José Guillamet.
Las inscripciones de las carreras de abrían regularmente con quince días de anticipación, de esa forma había suficiente tiempo para atender la demanda. Ante la inexistencia de un reglamento de carreras, con cierta frecuencia se producían roces entre el empresario del hipódromo que quería impedir el remate de las carreras y el rematista empeñado en efectuarlo. Enfrentamientos que terminaban con la intervención del Intendente de Policía, que zanjaba el problema suspendiendo tanto el remate cuanto la oferta del pari-mutuel.
Pese a que no siempre la concurrencia era masiva, había ocasionales llenos completos, siempre movidos por la necesidad de plantar hitos contra el centralismo, dedicando la venta de boletos a enfrentar carencias que los gobiernos no satisfacían: “Fueron las carreras de ayer unas de las mejores de la temporada. La concurrencia numerosa atraída por el objeto a que se destina el producto de la función, que es la obra de los anunciadores eléctricos de incendios; y por el brillante despeje[12] verificado por el Cuerpo de Bomberos, que tuvo el mismo éxito que en las fiestas patrias de Octubre”.
Con cierta frecuencia se producían desafíos entre hacendados que arrendaban la pista de carreras para realizar competencias privadas con fines benéficos. Una de estas está registrada en El Grito del Pueblo del 26 de diciembre de 1900, como una conflictiva carrera de 750 metros entre los caballos “Pujavante” y “Tortuga”, que generó un total de apuestas por la suma de 12.000 sucres, que culminó con el triunfo de “Pujavante”. Pero los jóvenes parciales de ambos caballos causaron un conflicto que tardó en resolverse, lo que motivó el despacho de “unas notas de la Intendencia tanto al Ministerio de lo Interior cuanto a la Municipalidad en las que solicitaba la expedición de un Reglamento de Carreras”.[13] Entre 1907 y 1908, en las carreras dominicales los asistentes debían incrementar con su óbolo los fondos de la Junta Patriótica de Guayaquil, y se anunció la segunda importación de caballos pura sangre, que participaron con éxito en los eventos celebrados el 9 de Octubre.[14]
En 1909, el hipódromo supuestamente estaba ubicado en terrenos donde más tarde sería el Barrio del Centenario,[15] y en 1910 Juan Bautista Ceriola, afirmaba que el Jockey Club se mantenía activo al sur de la calle El Oro entre Chile y Lorenzo de Garaycoa. Sin embargo, el Nº 2 del “Semanario Sportivo Turf”, que entró en circulación el domingo 4 de junio de 1916, en su editorial dice lo siguiente: “La calle de Puná, trayecto obligado para el tráfico de los automóviles y coches que conducen a las familias al Hipódromo, está en muy malas condiciones.”[16] Es decir, que el hipódromo se mantenía en las calles Puná y Chimborazo. El semanario, también publicaba pronósticos, el resultado de la carreras, noticias hípicas, etc. 
Los jóvenes aficionados y sustentadores de la vida activa del hipódromo, durante muchos años mantuvieron serias discrepancias y estériles actitudes que, en definitiva, perjudicaban a la actividad hípica. Sin embargo, dentro del primer semestre de 1921 las cosas dieron un giro que terminó con la pugna que paralizaba la acción: “La hípica guayaquileña, que cuenta en su seno con un entusiasta núcleo de nuestra mejor juventud, está de plácemes con la reorganización del Jockey Club, en una forma que conforta las más caras  aspiraciones”. Efectivamente, la Sociedad Anónima Jockey Club se reorganizó con un capital suscrito de 200.000 sucres y su directorio, presidido por Leonardo Sotomayor designó las autoridades hípicas.[17]
Llegado el año 1923 la empresa decidió trasladar sus instalaciones al Parque Municipal, donde posteriormente se desarrolló el Parque Forestal. “El Concejo aceptó la propuesta, comprometiéndose a dar por terminado el contrato de 1919 y celebrar uno nuevo”. Este nuevo instrumento tenía una vigencia de cinco años con un canon de arrendamiento trimestral por 689,90 sucres. En 1934 se levantó una nueva gradería de madera en reemplazo de la que se había desplomado.[18]
El Jockey Club había recibido algunos créditos del Banco Territorial, y para facilitar el manejo de la deuda, la consolidó mediante una hipoteca por la suma de 430.000 sucres. Esto fue comunicado a la Corporación Municipal para su debido registro, la cual respondió haber tomado “debida nota de los particulares que contiene su comunicación”.[19]
En 1956, desaparecieron la viejas instalaciones y la afición creó el Hipódromo Santa Cecilia, en terrenos de propiedad de la hacienda Mapasingue. El cual estuvo situado en lo que es hoy el Colegio Balandra, en la ciudadela Los Ceibos con frente a la avenida Leopoldo Carrera Calvo. Tan pronto concluyó la construcción, los promotores notaron que resultaría estrecho para alojar a la afición guayaquileña. Así ocurrió durante uno de los más notables clásicos corridos, celebrado el 24 de julio de 1966, donde participó el famoso jinete uruguayo Irineo Leguísamo, que venía precedido de gran fama. A quien en una jornada inolvidable venció el ecuatoriano Leonardo Mantilla Aponte, convirtiéndose en el jockey más cotizado por nuestra afición hípica. En 1980 fue inaugurado el Hipódromo de Buijo, donde se trasladó la emoción de las carreras de caballos, las apuestas y el esparcimiento para todos. 
Familias enteras, aficionados y propietarios de caballos vibran con cada competencia dominical en el hipódromo Miguel Salem Dibo, El Buijo. Desde las tribunas y los palcos la emoción se acelera al ritmo de los jinetes que guían a los caballos hacia la meta. Un lugar donde se halla la oportunidad de apostar y de conocer las glorias de la hípica que hoy son parte importante de las carreras”.[20]



[1] Fernández de Piedrahita fue un sacerdote e historiador colombiano. Obispo de Santa Marta (1669) y de Panamá (1676). Autor de una Historia general de las conquistas del Nuevo Reino de Granada (1688), para cuya redacción consultó en Madrid documentos y manuscritos en gran parte inéditos.
[2] AHG. EP/J. 4912.
[3] AHG. EP/J 5955.
[4] AHG. EP/J 7320, AHG. EP/J 14604 y AHG. EP/J 8099 
[5] Manuel Villavicencio, “Geografía de la República del Ecuador”, Nueva York, Imprenta de Robert Craighead, Pág., 454, 1858.
[6] El semanario Los Andes fundado en Guayaquil por el exiliado colombiano Juan Antonio Calvo, inició su circulación el 14 de marzo de 1863, el 13 de julio de 1891 fue convertido en diario y se mantuvo activo hasta 1895. José Antonio Gómez Iturralde, “Los Periódicos Guayaquileños en la Historia 1821-1997”, Tomo I, Guayaquil, AHG, 1998.
[7] Plano de la ciudad levantado en 1900 por el Ing. Luis Alberto Carbo. Archivo JEY.
[8] Cecilia Estrada Solá – Antonieta Palacios Jara, “Guía Histórica de Guayaquil” tomo 5, Guayaquil, Poligráfica, Págs. 18-19, 2008.
[9] Los terrenos municipales destinados al Hipódromo, constan en el plano de la ciudad levantado en 1887 por el Dr. Teodoro Wolf. “Desarrollo Histórico de Guayaquil”, Universidad de Guayaquil, lámina 10-22, 1987.
[10] Plano de la ciudad levantado en 1903 por el Ing. Otto von Buchwald. Ídem, lámina 12-22.
[11] Estrada Solá-Palacios Jara, Op. Cit.
[12] Juegos de agua que se realizaban en la calles, en los cuales los bomberos manifestaban sus destrezas en la lucha contra incendios.
[13] La información contenida en este párrafo y los anteriores ha sido obtenida del periódico El Grito del Pueblo publicado en Guayaquil entre el mes de mayo de 1900 y enero de 1901, que se encuentra en la hemeroteca del Archivo Histórico del Guayas.
[14] Revista Patria, del 1 de noviembre de 1907 y 1 de julio de 1908. Hemeroteca del AHG.
[15] Plano de la ciudad, levantado en 1909 por el agrimensor municipal, Francisco J. Landín. Mapoteca del AHG.
[16] “Turf Semanario Sportivo” Nº 2 del domingo 11 de junio de 1916. Hemeroteca del AHG.
[17] “El Turf”, año II, Nº 35, de junio 17 de 1921. Hemeroteca del AHG.
[18] Estrada Solá-Palacios Jara, Op. Cit.
[19] Sesión ordinaria del Concejo Cantonal celebrada el 25 de abril de 1944, Revista Municipal No. 122 y 123 del 1 de mayo de ese año.
[20] La Revista, El Universo: Domingo 18 de enero de 2009.

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