lunes, 18 de mayo de 2020



Asalto peruano a Guayaquil

El Perú, siempre ambicionando la posesión de Guayaquil, había forjado un plan militar en territorio colombiano, que no vaciló en poner en práctica. El Gral. Illingworth, Prefecto de Guayaquil, junto a Wright y Taylor, planificaron la defensa de la ciudad habilitando y artillando la goleta “Guayaquileña” y la corbeta “Pichincha”. El 31 de agosto de 1828, se produjo un combate naval a la altura de punta Malpelo, en las inmediaciones de Tumbes, en el cual las naves colombianas mencionadas derrotaron a la goleta peruana “Libertad”, hecho con el que se consideraron rotas las hostilidades entre ambos países. 
En el ínterin, el almirante George Guisse comandante general de la Escuadra peruana,  a bordo de la fragata “Presidente” anclada en Puná el 3 de octubre de 1828, comunica al secretario y mayor de órdenes de la escuadra peruana teniente coronel Francisco del Valle Riestra, la captura de “dos empleados que fueron tomados en el Naranjal en la sorpresa que mandé hacer sobre ese pueblo...”[1]
Luego de este asalto a Naranjal, el 22 de noviembre de 1828, el almirante Guisse, al mando de la fragata “Protector” entró por sorpresa al río Guayas, guiado por un práctico que recogió en Puná,[2] y lo condujo hasta frente a la ciudad. A las cuatro y media de la tarde [3] inició un barrido contra las casas del malecón y la población civil bajo el fuego de metralla, balas y palanquetas, hasta las siete y media de la noche en que cesó por la imposibilidad de ver los objetivos. Y pese a que esta ardía en llamas, al amanecer del día siguiente reanudó el ataque. Las baterías de La Planchada y cuatro cañones emplazados en el malecón disparaban sin cesar contra las naves peruanas, manteniendo un sostenido combate que duró hasta las ocho y media de la noche del segundo día. 
A las seis de la mañana, casi al tercer día de combatir. “La pieza de artillería que tanto daño causó al enemigo por lo incesante de su fuego y lo certero de su puntería, estaba a cargo del Capitán de Navío José Antonio Gómez Valverde. Y es lo cierto que, cuando se presentó el almirante Guisse sobre la cubierta de la <Protector> para observar con su anteojo esa pieza que tanto daño causaba, acababa Gómez de fijar puntería... se hizo el disparo, y a poco más se observó que era arriada la bandera almirante en la nave peruana, la cual se dejó ir aguas abajo hacia La Puntilla...”.[4]
Según la nota necrológica publicada en Guayaquil consta que el almirante Guisse se opuso a las órdenes de ametrallar la ciudad: “Ha muerto el Almirante Martín Jorge Guisse en el combate del 24 del corriente a las diez de la mañana. Lo sentimos como un bravo militar que ha hecho distinguidos servicios a la causa Americana y es una lástima que en los últimos días de su vida se haya degradado en hacerse el instrumento de una facción. Nos es muy satisfactorio anunciar a nuestros lectores que el Almirante Guisse al recibir del Gobierno Peruano la orden de incendiar a esta ciudad, manifestó la última repugnancia”.[5]
El ataque peruano a Guayaquil ocurrido los días 23 y 24 de noviembre de 1828 recibió una recia respuesta por parte de los defensores de la ciudad. Aparte de Guisse, en la nave capitana Protector cayeron 21 tripulantes y un oficial que se inhumaron en la ciudad.[6] El comandante de la Presidenta, capitán Micklejon recibió dos heridas de gravedad y abordo de la nave durante el combate fueron heridos cincuenta marineros y clases. La Presidenta también recibió grandes averías y la corbeta Libertad hubiera corrido igual suerte, si no hubiese sido por la cobardía de su comandante José Boterín, que a la muerte de Guisse huyó del escenario.
Después de la derrota sufrida en Guayaquil, los buques de guerra peruanos continuaron sus irrupciones sobre los pueblos indefensos de la Costa. Lo cual, fue más que razón suficiente para que Gobierno de Colombia rompiese relaciones con el Perú, exigiendo satisfacciones por las armas, en caso de serle negadas por las vías diplomáticas. Sin embargo, la voz oficial aseguraba que Bolívar deseaba evitar este rompimiento, buscando por todos los medios la conciliación. 
“No será pues Colombia jamás responsable de las consecuencias de esta guerra, y creemos que los pueblos del Perú estarán bien convencidos que ella se fraguó desde el 26 de enero del año 1827 en que los anarquistas se apoderaron de sus destinos para obrar el mal a nombre de la patria. Ha principiado al fin, y si el Perú no vuelve sobre sus pasos, ¡quién sabe cuál será su duración!”.[7]
En Guayaquil apenas quedaba el batallón Ayacucho, ya que las otras unidades habían partido a Cuenca para unirse al ejército de Sucre que marchaba a detener la rebelión encabezada por La Mar. “Y no contando con elementos eficaces, tuvo que pactar una especie de armisticio, documento que debía tener una duración de diez días, a cuyo vencimiento, si no se tenía noticias procedentes del curso de la guerra en el interior o si ésta había sido adversa a las armas de Colombia, se comprometían las autoridades a entregar la plaza”.[8]
Mientras la escuadra peruana bloqueaba el golfo y atacaba Guayaquil, el ejército peruano, cumpliendo todas las etapas del premeditado plan de guerra, había invadido y ocupado las provincias de Tumbes y Loja, amenazando Cuenca. Las tropas de Colombia al mando de Sucre, asistido por Flores y O’Leary, las enfrentaron y derrotaron en los campos de Tarqui. Pese a esta derrota, a lo estipulado por el Tratado de Girón y a las repetidas veces que fueron conminadas a desocupar Guayaquil, no solo se negaban a hacerlo violando abiertamente el tratado. 
Finalmente, ante la pertinaz negativa, el 27 de junio de 1829, en la sabana de Buijo (Samborondón), Bolívar derrotó a los invasores, se firmó una suspensión de hostilidades y el 10 de julio de ese año se firmó un armisticio de sesenta días, hasta que fuera ratificado por el Congreso peruano. Una vez recuperada la ciudad, se reorganizó la administración pública y el jueves 6 de agosto de 1829, el semanario “El Colombiano del Guayas” reanudó sus labores y reapareció con el número 1, editorializando: ”Como los ciudadanos del sur están perfectamente instruidos de las fatales circunstancias que afectaron a este país en el largo período de seis meses, parece superfluo explicar aquí los motivos que dieron lugar a la supresión de este periódico, y la conveniencia que hay ahora de restablecerlo; más aún cuando fuera necesario investigar acontecimientos más notorios, nos abstendríamos de hacerlo por ahorrar recuerdos de dolor y amargas reconvenciones en la presencia del Libertador”.[9]
Durante la ocupación que sufrió la ciudad, la Escuela Náutica de Guayaquil permaneció cerrada y su edificio convertido en cuartel de las tropas invasoras que al haber sido expulsadas, fue “refaccionado el local de este importante establecimiento, volverán a seguir los estudios en todo el presente mes, los alumnos que estaban recibidos el tiempo que aquellos se interrumpieron y piensen continuarlos, se lo participarán al director para que los anote; y los jóvenes que al presente quieran dedicarse a la navegación, lo solicitarán por escrito al señor comandante de Marina.”
“Es de esperar que muchos padres de familia quieran aprovecharse de esta favorable ocasión de dar a sus hijos tan brillante y útil carrera, ya que el gobierno les proporciona gratis la enseñanza, y se esmera en premiar a los que aspiran por su aplicación y buen servicio a hacerse dignos de su protección”.[10]

El 12 de septiembre de 1829, el bergantín Congreso del Perú fondeó en el surtidero del Guayas y mediante un mensajero se anunció al Libertador la llegada del señor José Larrea y Loredo, ministro plenipotenciario del Perú encargado de negociar la paz, quien tan pronto desembarcó se puso en contacto con el negociador colombiano designado por Bolívar Dr. Pedro Gual, para dentro de los 60 días señalados en el armisticio redactar el documento diplomático. 
La antigua y gran reputación de ambos negociadores daba en Guayaquil esperanzas de alcanzar “una transacción digna y una reconciliación tan cordial y sincera que restablecerá las antiguas relaciones que ligaban antes los intereses de las dos repúblicas“.[11] “En efecto, las conversaciones se iniciaron el 16 de septiembre en Guayaquil, y el día 22 del mismo mes se suscribía por parte de los señores Gual y Larrea el Tratado de Guayaquil, que posteriormente fue aprobado, ratificado y canjeado por el Congreso y Gobierno del Perú”.[12]
Uno de los más importantes acuerdos, fue el referente a las fronteras entre los dos países, “que debían ser las mismas que tuvieron los Virreinatos de Santa Fe y de Lima, o sea la línea de separación de las dos entidades coloniales según la Cédula de 1740, pero facultando a las partes para poderla ratificar a través de mutuas concesiones de pequeños territorios que  contribuyan a fijar la línea divisoria de una manera más natural, exacta y capaz de evitar conflictos y disgustos entre las autoridades y habitantes de las fronteras”.[13]
Sin embargo, lo acordado y suscrito, como en todos los tratados celebrados a lo largo de nuestra historia con el Perú, que jamás fueron respetados por sus gobiernos, y tras una constante y premeditada estrategia militar de depredación, y una débil respuesta diplomática de nuestro país e indiferencia, o quizá parcialidad de los garantes, el territorio ecuatoriano histórico quedó reducido a la tercera parte. 




[1] Semanario “El Colombiano del Guayas” Nº 54 del 25 de octubre de 1828.
[2] “Premio a la traición: José Caamaño se presentó al Almirante Guisse cuando llegó este con la escuadra Peruana a la isla de Puná para bloquear a este puerto. Fue quien condujo a la fragata el 22 del pasado a esta ciudad. Tuvo la desgracia de varar el buque del Almirante el 24 por la mañana, y al momento fue ahorcado; ¡justa recompensa de su perfidia y traición!” El Colombiano del Guayas Nº 60, 6 de diciembre de 1828.

[3] Ibídem, 29 de noviembre, parte militar que da cuenta de la agresión: “...tengo el honor de poner en conocimiento de Vuestra Señoría que el 22 del corriente a las cuatro y media de la tarde, la escuadra peruana compuesta de la fragata “Protector”, corbeta “Libertad”, una goleta y cuatro lanchas cañoneras a las órdenes del almirante Guisse se presentó a la vista de la ciudad...” 

[4] Camilo Destruge, Álbum Biográfico Ecuatoriano.
[5] “El Colombiano del Guayas” Nº 59, del 20 de noviembre de 1828.
[6] Ibídem
[7] Editorial del periódico oficial El Colombiano del Guayas publicado el 20 de diciembre de 1828.
[8] Jorge Villacrés Moscoso, “Ecuador Historia Diplomática” Tomo I,  Guayaquil, Instituto de Diplomacia y Ciencias Internacionales,  EQ Editorial, Págs. 89-91, 1989.
[9] El Colombiano del 6 de agosto de 1829. 
[10] El Colombiano del Guayas Nº 5, jueves 3 de septiembre de 1829.
[11] Ibídem, jueves 17 de septiembre de 1829.
[12] Villacrés Moscoso, Op. Cit.
[13] Ibídem.

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