domingo, 10 de mayo de 2020


Memoria del Guayas

“La voz del Río es lenta, la voz del Río es grave, el Patriarca barbudo viejas historias sabe. Hay en las vibraciones de sus rudos acentos ecos de tempestades y rugidos de vientos y voces de las nieves de los montes lejanos; en las límpidas fuentes y en los negros pantanos, el agua que fue nube y el agua que fue hielo se dicen en secreto la nostalgia del cielo.
El conduce armonías de la virgen floresta y los gritos de angustia de la quebrada enhiesta; el lloró en las cascadas y rugió en el torrente y lanzó en el arroyo su canción estridente; acompaña en sus trinos a las aves canoras, en los himnos triunfales de solemnes auroras”.[1]
A lo largo de los años he escrito, que fue un privilegio haber nacido en el barrio de Las Peñas, y esto es real, sencillamente porque numerosos chiquillos fuimos testigos de la intensa vida que tuvo el Guayas. La presencia de los grandes veleros escuela que el 7 de mayo de 2010 nos visitaron, que bellamente describió Miguel Orellana Arenas en su libro titulado Guayaquil a toda Vela, despertaron la memoria más querida de un guayaco que la mayor parte de su niñez y juventud se desarrollo junto al río Guayas, navegando por sus corrientes y revesas, a remo o a vela. 
Grabada en la médula de los huesos está la imagen de los pocos vapores fluviales que llegaron a la década de 1920-30, las decenas de lanchas que los reemplazaron imprimiendo velocidad al comercio ribereño, balandras, balsas y toda la variedad de canoas. El arribo de los buques de guerra alemanes, ingleses, franceses, italianos que al entrar frente a la ciudad lo hacían con las banderas del Código Internacional de Señales desplegadas y la saludaban con 21 cañonazos. Terminado este homenaje tradicional marinero, las baterías instaladas en el fortín, en la cumbre del cerro Santa Ana, correspondían la cortesía con iguales andanadas. 
Con los estampidos, los chicos del barrio nos despertábamos y al primer domingo siguiente, íbamos en nuestros botes o canoas cuatro o cinco amigos a rodear la nave, muchas veces nos arrojaban chocolates, pero la mayoría los devolvíamos indicando que lo que deseábamos era subir al buque. Cuando lo comprendían bajaban el portalón y nos invitaban a subir. La primera vez que lo logramos fue por 1936 en el crucero Emden. Por señas el oficial que nos recibió en el portalón nos hizo entender que debíamos avanzar hacia la popa, y una vez en ella nos agrupó en línea y nos indicó que debíamos hacer una venia a la bandera. A partir de entonces, lo primero que hacíamos al subir a bordo de cualquier buque era saludar su bandera.
Uno de los que más recuerdo fue el crucero alemán Emden, no aquel de la Primera Guerra Mundial, encallado y hundido en 1914 en la isla de Cocos, sino el más moderno que entró a Guayaquil en 1936 y participó en la segunda conflagración mundial. Y lo recuerdo, como lo harían mis amigos, hoy todos desaparecidos, pues el capitán nos envió a tierra en una lancha del buque que atracó en nuestro barrio en el  muelle de la Cervecería Nacional, a fin de que nos cambiásemos de ropa y volviésemos abordo para almorzar con él. Recuerdo lo principal del menú: lentil suppen, sauerkraut con frankfurters y un buen pedazo de apfelstrudel con helado.
Otro hecho memorable fue la presencia de la compañía naviera Grace Line, que vez abierto el canal de Panamá (1916 estableció con sus naves un itinerario directo de pasajeros y carga entre Guayaquil y Nueva York, y, como buen irlandés que era su fundador, las bautizó con nombres tomados del santoral, como: “Santa Tecla”, “Santa Isabel”, “Santa Elena”, “Santa Flavia” y el mayor de ellos el Santa Lucía, que sólo pudo entrar una vez a la dársena de Guayaquil. Buques de gran calado que por los bancos de arena no podían entrar al puerto, más adelante fijaron su fondeadero en Puná. 
Luego la compañía financió al Gobierno ecuatoriano la colocación de faros y boyas para la navegación nocturna en el Guayas. A partir de 1926, entraron al surgidero del Guayas los más pequeños, como el “Santa Inés”, y “Santa Rita”. Más tarde lo habían el “Santa Margarita” y el “Santa Lucía”. La Grace, con varios técnicos estadounidenses realizó un estudio hidrográfico, el cual una vez concluido, lo entregó al Gobierno y financió la señalización del canal, inversión que pagó el Estado con el impuesto de “pilotaje y faro”. 
En 1930 empezó la época bananera, y la Grace fue el soporte que abrió los mercados y puertos del Atlántico que permitieron el desarrollo de la actividad. Grace hizo historia en el desarrollo de la ciudad-puerto, y, mientras permaneció sirviéndola movilizó más del 50% del comercio exterior ecuatoriano. Vinculada al comercio porteño, no tuvo competidores. Sin embargo, otras navieras como: “Holandesa de Vapores”, “Sudamericana de Vapores”, “Italiana de Navegación”, “Hamburgo Amerika line” y “Norddeutscher Lloyd”, que más adelante formaron la compañía “Hapag Lloyd”, también sirvieron al comercio marítimo de Guayaquil.
En 1936 la Grace utilizó hidroaviones tipo “Baby Clipper Sikorsky S 43”, para el servicio de pasajeros y de correo entre Cristóbal (Panamá) y Guayaquil, posteriormente viajarían a Talara y el Callao en Perú. Estos aparatos acuatizaban en el río, sobre la ribera oeste de la isla Santay, y los pasajeros eran transportados a tierra en lanchas fleteras que se encontraban en el Muelle Fiscal, después de lo cual, con sus motores avanzaban río arriba hasta la llamada Rampa (a la altura del estribo oeste del puente del Guayas sobre el Daule, donde subía para revisión y tanquear combustible. El río Guayas fue el primer terminal aéreo de nuestra ciudad y del Ecuador.
El 15 de febrero de 1936, treinta hidroaviones de la Marina de Guerra de los Estados Unidos realizaron un imponente vuelo de cortesía sobre nuestra ciudad y acuatizaron en el río cual si fuesen una parvada de patos para inmediatamente elevarse. Cumplido lo cual, volvieron a su base de operaciones donde la flota del Pacífico de ese país realizaba maniobras en aguas ecuatorianas con la anuencia del Gobierno Nacional.
Cuando los Estados Unidos intervino en la Segunda Guerra Mundial, nuestro país se vio obligado a declarar la guerra a los países del Eje. Al momento de esta declaratoria, estaban surtos en el río varios buques mercantes alemanes y holandeses (sometidos por Alemania). Cerca de la media noche de una fecha que no recuerdo, nos despertó el estrépito de media docena de sirenas, que a manera de despedida de Guayaquil hicieron sonar los buques que escapaban para no caer en poder del Gobierno. El único que no logró salir por algún desperfecto, fue el mercante Alemán Zerigo. Su capitán lo incendió y fue una árdua labor del Cuerpo de Bomberos de Guayaquil apagar el fuego con sus unidades fluviales. El buque recibió tanta agua en su interior que quedó totalmente escorado y muy cercano a su hundimiento frente a la ciudad. Una vez rescatado sirvió al comercio del país bajo nuestra bandera.
Desde que tengo uso de razón hasta que fue abandonado por la navegación fluvial, todos los años, al celebrarse el 9 de Octubre, el río se veía atestado por una frenética procesión de vapores, lanchas, botes y los veleros del Guayaquil Yacht Club. Naves engalanadas con banderas albiceleste y llenos de personas subían y bajaban a lo largo del malecón, en el cual, una multitud abigarrada en sus orillas aplaudía y vivaba a Guayaquil Independiente 
Así el Guayas y el tráfico por su riquísima red, sus hechos históricos e inolvidables visitas de buques procedentes de mundos lejanos alimentaron nuestra memoria, desarrollaron nuestro civismo, el amor a la ciudad y a la patria. Además, hicieron posible el crecimiento alcanzado hasta entonces, lo que constituye una deuda moral nacional hacia nuestro litoral y hacia su cultura montubia. Guayaquil, emporio de trabajo, ciudad crecida al arrullo de su gran ría vestida de jacintos de agua, de canoas y balandras, que aun arrima su corriente al malecón sobre cuyos muros restriega su lomo como un gato ronroneante. 
El Guayas fue el escenario de una sinfonía de puerto, interpretada con sonoras sirenas, esfuerzo y sudor. Despedida de pañuelos, de buques zarpando. Cadencia de remeros, chirriar de cabrestantes y parvadas de aves marinas también desaparecidas de su diario vivir. Ámbito marinero crecido en un Guayas tan nuestro, que hoy agoniza en soledad, sin vida. Por todo esto, la sociedad está obligada a recuperarlo como parte vital de nuestra identidad, debe tenerlo presente con fines turísticos y recordarlo una y otra vez.




[1] Poema “La Voz del Río” del Dr. Wenceslao Pareja y Pareja. Admás fue uno de los grandes médicos guayaquileños que trabajaron por extirpar la fiebre amarilla de la ciudad.

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