domingo, 17 de mayo de 2020


Piratas, corsarios y defensas 

El descubrimiento del Nuevo Mundo y el asedio permanente de Inglaterra para despojar a España de sus rutas comerciales, la obligó a desarrollar un cambio sustancial en sus estrategias. Ya no solo debía controlar las vertientes mediterránea y atlántica, sino el frente marítimo de Europa, África y América. Murallas, baluartes y fuertes fueron levantados en las costas para defenderse del gran número de enemigos constituidos en su mayoría por piratas y corsarios ingleses, franceses y holandeses. Los cuales ávidos por apoderarse de los tesoros asaltaban los galeones españoles en su ruta a la Península. Estas construcciones militares realmente servían de poco para la defensa de miles de kilómetros de costas e islas.

Desde la llegada a estas tierras del pacificador La Gasca (1546) recibió las sugerencias sobre la fortificación de Puná. Esta preocupación nacía porque sobre el lado del Caribe la lucha contra los piratas empezaba a cobrar importancia. Los primeros en asomar por las costas sudamericanas del Pacífico fueron los ingleses Drake (1583), que hizo pegar un susto terrible al vecindario y dos años después Cavendish (1585), que los obligó a pedir recursos para fortificarse. Los primeros corsarios en amagar seriamente a Guayaquil en 1615 fueron los holandeses guiados por Joris Van Spielbergen. Entraron a la cala de Puná, pero temieron remontar las 80 millas de un río desconocido, de lo contrario habría hechos de las suyas por cuanto la ciudad estaba desguarnecida. El segundo, en 1624, fue el holandés Jacobo L’Hermite, el cual desde Puná, donde había fondeado su flota, envió una excursión de cuatrocientos hombres bien armados que encontraron la ciudad totalmente desprovista de fortificaciones. Sin embargo, fueron derrotados y el propio L’Hermite, gravemente herido fue a morir a las islas del Guano en Perú. En venganza asaltaron Guayaquil por segunda vez y pese a un nuevo fracaso la dejaron destruida.

En 1627 Francisco Pérez de Navarrete decía en una carta: “estando fortificando como estoy esta plaza para defenderla de todo género de enemigos”. Al año siguiente se proponía fortificar la Punta de Santa Elena, pero José de Castro influenciaba para que sus habitantes obstaculicen la construcción un fuerte. En 1639 el conde de Chichón virrey del Perú, considerando que: “se haga más caso de su guarda que la que hoy se hace, pues aunque es así que la gente de este puerto es muy valerosa es tan poco el número el que tiene que no será bastante a resistir la invasión que se puede hacer con él”. Envió al capitán Miguel de Sessé, para que revise las construcciones defensivas, que no tenían carácter permanente, y le informase. Luego de lo cual Lima suministró artillería, armas cortas y municiones.
En vista de la debilidad de las defensas el Cabildo a petición del procurador general Pedro de Carranza, el 2 de mayo de 1643 propuso al vecindario solicitar al virrey el envío de “seis piezas de artillería a esta ciudad para su defensa por cuenta de Su Majestad”. Y empezaron los primeros trabajos consistentes en trincheras, muros de tierra y estacadas de madera incorruptible. Pero el armamento siempre insuficiente para equipar a las milicias de voluntarios motivó una permanente lucha contra el centralismo ejercido por Quito y Lima. En 1651 se levantó el baluarte de La Planchada conformado con muros de tierra y provisto de un estacado en las trincheras. Y con el fin de proporcionar movilidad a los defensores se construyó la calle que desde la orilla del río culminaba en la plaza de Santo Domingo. 
En 1670 el virrey de Lima envió a Guayaquil 6 piezas de artillería con pertrechos y municiones (solicitadas en 1643). Y al año siguiente con el pirata Henry Morgan merodeando las costas del virreinato se fundieron dos pedreros y tomaron medidas de defensa. Cuando en mayo de 1680 la presencia de los ingleses Coxon y Hawkins era una amenaza para las ciudades costeras, el Maestre de Campo Cristóbal Ramírez de Arellano construyó de su peculio en Guayaquil un fuerte y 2.000 varas de trincheras. En 1682 el ingeniero mayor Luis Venegas Osorio hizo un proyecto para defenderla mediante un sistema de murallas y baluartes. Pero a lo largo de más de cien años solo se levantaron cuatro con sus correspondientes cortinas. Los más importantes: La Planchada (el cual, el 24 de febrero de ese año, el vecindario contribuyó con cuatro mil pesos para la reconstrucción en cal y canto). San Felipe, La Concepción, y en 1779 el de San Carlos. Para facilitar la defensa de la ciudad y provincia el rey resolvió elevarla a la categoría de Gobernación Militar. 
En la descripción que hace el pirata francés Guillaume Dampier que intentó asaltar la ciudad en 1684 pero se extravió en los manglares de Punta de Piedra dice: “la ciudad tiene un fuerte en un lugar bajo y otro en una altura”. Se refiere a La Planchada que aun sobrevive y a San Carlos situado en la cumbre del cerro Santa Ana que eran los únicos puntos defensivos. Mucho tiempo atrás el Cabildo había pedido ayuda a Quito para aumentar las milicias y mejorar sus defensas. Pero fue inútil el 20 de abril de 168 piratas ingleses y franceses la tomaron por sorpresa y la asolaron. “Escondidos en Puná determinaron el plan de asalto: el Capitán Picard debía atacar el puerto principal con 50 hombres; el Capitán George Hewit asaltaría el fuerte pequeño con otros 50 hombres; Croignet con el cuerpo principal debía acometer la ciudad”. 
El Corregidor de Guayaquil general Fernando Ponce de León apenas contaba con 300 hombres entre vecinos y soldados con arcabuces y mosquetes de los cuales murieron 70. En ese tiempo solo existían tres remedos de fuertes: San Carlos, ubicado en la cima del cerro Santa Ana, el de Santo Domingo, por el estero de Villamar con dos cañones y el intermedio de La Planchada. “La falta de auxilios de Quito en el incidente de 1687, fue considerada por la ciudadanía guayaquileña no solo como manifiesta negligencia, sino un acto deliberado de deslealtad” (Laurence Clayton, Los Astilleros de Guayaquil).
El 24 de marzo del año siguiente se delibera en Cabildo abierto sobre la continua amenaza que pesaba sobre el puerto “no habiendo, como no hay fortificación formal y defendible en esta ciudad”. Este es el momento en que los vecinos resuelven trasladar la ciudad a un punto que ofrezca mejores posibilidades para evitar ser sorprendidos por atacantes. El lugar elegido fue el llamado Puerto Cazones posiblemente ubicado entre las actuales calles Elizalde y Diez de Agosto. En 1693 se concretó el cambio de lugar pero como no todos los vecinos estuvieron de acuerdo quedó dividida en Ciudad Vieja y Ciudad Nueva.
Tan pronto Ciudad Nueva se inició, con el objeto de contener a los invasores que la amagasen por esos rumbos se decidió construir en sus extremos norte y sur dos trincheras con sus correspondientes fosos paralelos. El foso sur a la altura de la actual calle Mejía y el norte por Elizalde. A quienes se quedaron en Ciudad Vieja los dejaron indefensos al punto que el fuerte de San Carlos desapareció por falta de mantenimiento. Al finalizar el siglo XVII Ciudad Nueva se encontraba totalmente rodeada por trincheras.
La lucha desplegada por los guayaquileños en defensa de la ciudad pese a la lenidad e indolencia del centralismo limeño y quiteño es ejemplarizadora. Es la voz del pasado que nos recuerda la necesidad de, en el presente, levantar nuestros baluartes para la lucha contra el centralismo a favor de una autonomía solidaria con las provincias menos desarrolladas. Apoyarlas en su crecimiento, modernización, progreso, hasta alcanzar la reducción de la pobreza de los ecuatorianos. Todo esto con la mirada hacia una patria única e integrada.
Al iniciarse el siglo XVIII el imperio ultramarino español llegaba a su ocaso. Inglaterra inundaba de contrabando las colonias americanas pues lo había desplazado del mar y despojado de todas sus rutas comerciales. Por otra parte con la muerte sin sucesión del rey Carlos II la corona de España se encontraba vacante. Esta oportunidad convocó a varias cortes europeas entre ellas la de Francia, que se sentía con facultades para reclamar el derecho a ocupar el trono español y con ello nació un largo conflicto del cual España saldría muy mal librada. 
El poderoso Luis XIV impuso a su nieto como rey de España con el nombre de Felipe V. Con este motivo Austria formó contra Francia la Gran Liga de la Haya compuesta por Inglaterra, Holanda, Portugal, el ducado de Saboya y el elector de Brandemburgo. Con lo cual se desató la llamada Guerra de Sucesión española, que duró doce años (1701-1713). Culminada en un desastre, mediante el tratado de Utrecht (1713) Felipe V fue reconocido como rey de España e Indias pero el reino perdió Gibraltar y Menorca y por el tratado de Rastadt (1714) fue despojado de los Países Bajos españoles.
Por cierto que en tales circunstancias la situación en las colonias era absolutamente crítica y ni hablar de las defensas de Guayaquil, cuyos recursos continuaban siendo insuficientes y su situación tan lamentable como siempre. En busca de cubrir esta falta el virrey de Lima marqués de Castel-dos-rius recibió entusiasmado la demanda del Cabildo guayaquileño por dotar a la ciudad de una fortaleza para su defensa, pero al poco tiempo de aprobar la idea murió. La vacante limeña fue llenada interinamente por dos obispos que como supuestamente hombres de paz, no se les movió un solo cabello ni sufrieron de insomnio por los problemas que agobiaban a nuestra ciudad. 
El 2 de mayo de 1709 Guayaquil debió afrontar un nuevo asalto, su defensa apenas constaba de trincheras de tierra sin ningún parapeto adicional. El corsario inglés Woodes Rogers al mando de siete veleros artillados con 44 y 74 cañones cada uno que habían sido armados en Londres por comerciantes de esa localidad atacó la plaza. El gobernador Jerónimo Boza y Solís fue avisado por el virrey de Lima de su presencia, pero al carecer la ciudad de medios para su defensa no opuso resistencia (también se dice que Boza era algo cobarde). Rogers desembarcó y a cambio de no incendiarla, asolarla y tomar más rehenes de los que ya tenía, exigió un rescate de 32.000 piezas de ocho. 
Mientras esperaba que los vecinos reuniesen tal suma, aprovechó el tiempo para explorar la cuenca baja del Guayas y haciendas aledañas, “en una de ellas en particular había una docena de bellas y gentiles jóvenes mujeres bien vestidas, donde nuestros hombres consiguieron varias cadenas de oro y aretes (…) algunas de sus cadenas de oro más grandes estaban ocultas en varias partes de sus cuerpos, piernas y muslos”. En el ínterin le fue posible a Rogers recabar información suficiente para escribir un libro en el cual consta una de las más coloridas y completas informaciones sobre la ciudad y costumbres de la época. 
En 1712 el corregidor Pablo Sáez Durón propuso al rey la construcción de un castillo. Mas considerando excesivo el presupuesto de 30.000 pesos este lo negó. En 1719 al pasar por Guayaquil con destino a Santafé, el primer virrey del Nuevo Reino de Granada pudo constatar la precariedad de sus instalaciones defensivas. Aprobó el proyecto sobre el fuerte (de la Concepción) presentado a Sáez y a fin de financiarlo autorizó el cobro de medio real por carga de cacao de 81 libras que saliese por el puerto. Por citas documentadas podemos ver que el estado de las instalaciones militares era verdaderamente desastroso: “la artillería está desmontada porque las cureñas están inservibles (…) faltando artillería no se puede hacer batería formal con solo pocas armas de arcabuces y escopetas”. El virrey José de Armendáriz encomendó al corregidor Juan Miguel de Vera que construyese dos baterías fuera de la ciudad, una en Punta Gorda y otra en Sono (río arriba de Puná). En 1726 además de las dos mencionadas se construía el fuerte de La Limpia Concepción. Y en el Cabildo del 9 de noviembre de ese año se conoció una carta del virrey, fechada a 3 de octubre, en que al respecto dispone que “se continúe con toda eficacia la reedificación del Baluarte que actualmente se está fabricando”. Estas fueron las condiciones en que Guayaquil debió afrontar los ataques de piratas, sin embargo, su progreso material nunca se detuvo, por el contrario, se vio estimulado.

1 comentario:

  1. Interesante lectura, recuento de las incursiones piratas a nuestra Guayaquil. El historiador quiteño Sebastián Donoso se refirió en una entrevista radial a una historia en particular, creo que es de la incursión de Woodes Rogers, en la que en concreto indicó que tras la tenencia de rehenes en Puná, entre los que estaban algunas jóvenes, al pasar los meses hubo nacimientos de niños pelirrojos, sin que en Guayaquil existiesen adultos con esa característica. Se rumoraba entonces, y se calla hasta ahora, que a esos niños les decían, a espaldas de sus familiares, piratillos. Eran hijos de los piratas que habían violado a algunas de las jóvenes secuestradas. No sé qué tanto de cierto hay en eso. ¿Podría comentarlo, don José Antonio? Gracias por todo.

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