sábado, 29 de diciembre de 2018
💞La homilía que fue leída ayer en el retiro por el Papa. Independientemente de la religión, vea qué hermoso lo que el Papa Francisco escribió sobre la familia. Un espíritu evangelizador, sin duda.
FAMILIA, LUGAR DE PERDÓN ...
No hay familia perfecta. No tenemos padres perfectos, no somos perfectos, no nos casamos con una persona perfecta ni tenemos hijos perfectos. Tenemos quejas de los demás. Decepcionamos unos a otros. Por eso, no hay matrimonio sano ni familia sana sin el ejercicio del perdón. El perdón es vital para nuestra salud emocional y la supervivencia espiritual. Sin perdón la familia se convierte en una arena de conflictos y un reducto de penas.
Sin perdón la familia se enferma. El perdón es la asepsia del alma, la limpieza de la mente y la alforria del corazón. Quien no perdona no tiene paz en el alma ni comunión con Dios. La pena es un veneno que intoxica y mata. Guardar el dolor en el corazón es un gesto autodestructivo. Es autofagia. El que no perdona se enferma física, emocional y espiritualmente.
Y por eso la familia necesita ser lugar de vida y no de muerte; El territorio de cura y no de enfermedad; El escenario de perdón y no la culpa. El perdón trae alegría donde la pena produjo tristeza; En la que el dolor causó la enfermedad.
Papa Francisco.
El Papa pide que este mensaje lo enviemos a todas las familias que conozcamos, y eso hago💞
martes, 25 de diciembre de 2018
Toma de Guayaquil
V
“He tomado definitivamente la resolución de no permitir más
tiempo la existencia anticonstitucional de una Junta que es el azote de
Guayaquil y no el órgano de su voluntad”.[1]
Así avanza el asalto armado con que Bolívar sometió la ciudad y su provincia.
Por eso, Fazio Fernández (1987) tiene razón cuando dice que: “La
presencia carismática de Bolívar y las 1300 bayonetas colombianas hicieron que
la reunión de la Representación Provincial derivase hacia una farsa legal… La
fuerza triunfó sobre la ley en uno de los episodios iniciales de la tragedia
que es la vida republicana de Hispanoamérica”.[2]
En “El Patriota de Guayaquil” del 10 de agosto de 1822 constan las
numerosas adhesiones a la incorporación a Colombia, resueltas por los pueblos
de los diferentes Partidos. Sin embargo, creemos que esta repercusión de los
hechos entre los vecinos de los diferentes Partidos fue también estimulada y
orientada por agitadores colombianos esparcidos por Sucre o colombianistas pro
anexión y la celeridad con que se remitieron a Guayaquil, las hace más
sospechosas aun.
El caso de Jipijapa y los pueblos vecinos son un ejemplo de manipulación:
entre el 16 y el 18 de julio se pronunciaron en pro de la protección de
Colombia, cuando los acontecimientos de Guayaquil apenas se habían producido el
13. Esto nos conduce a preguntarnos, ¿cómo es que pudieron conocer en tan corto
tiempo lo acontecido en Guayaquil, tomar una resolución y remitirla con tanta
premura? si cuando se produjo el 9 de Octubre de 1820 –fecha mucho más
significativa para toda la provincia– la noticia llegó a Jipijapa el 15 de
octubre de 1820; es decir, seis días más tarde y la adhesión a Guayaquil otros
tantos. ¿Cómo lograron tal aceleración, si la distancia y el tranco de las mulas
eran los mismos? Por esta razón, coincidimos con la manifiesta sospecha de
Cubitt.[3]
Además, se tomaron muchas medidas para neutralizar al vecindario de la
ciudad: se concedió licencia a las milicias, amnistía a los desertores, se
convocó a los acreedores de la deuda provincial (para arreglar pagos).[4]
También “se inició una campaña propagandística a través de El Patriota de
Guayaquil, periódico semanal y gaceta oficial, en manos de Bolívar desde su
arribo a la ciudad, para convencer a los guayaquileños de los beneficios y
popularidad del régimen bolivariano. (…) cartas adulatorias de Samborondón,
Yaguachi y Babahoyo, Palenque, Estero de Vinces, Santa Lucía y Daule (…)
Pichota. Montecristi y Charapotó, Portoviejo, Jipijapa, Canoa, Chone y
Chongón”.[5]
Todo había salido a pedir de boca para las intenciones
de Bolívar. Pues, tal como se lo propuso, logró debilitar la influencia y
presencia de los grupos autonomistas y peruanistas. Con su prestigio y carisma,
más 1.300 hombres de la Guardia, que actuaban como si fuese una ciudadela
conquistada, “convenció” a la gran mayoría que era inútil continuar oponiéndose
a su determinación de incorporar la Provincia a Colombia.
Sin embargo, los guayaquileños jamás abandonaron las
esperanzas y muchos de ellos, al poco tiempo de la anexión forzada, todavía
lograban perturbarlo: “El señor Roca (Francisco) y compañía están siempre
inquietando a Guayaquil, lo que hará nuestra suerte más difícil”.[6]
Pero faltaba legalizar el fraude electoral concebido
por Llona; debía reunir al sumiso Colegio Electoral a fin de concretarla con el
apoyo “unánime” de los diputados, teniendo buen cuidado que fuese notoria la
presencia de “tropa en la ciudad y buques en la bahía”, contraviniendo así lo
establecido en la convocatoria del 19 de junio (Cubitt).
El 28 de julio de 1822, en sesión preparatoria, se reunió el Colegio
Electoral. Y como acto inicial fue nombrada una comisión que debía verificar e
“informar sobre la suficiencia o legitimidad de los poderes conferidos por los
pueblos a sus respectivos suplentes”, que debían reemplazar a los titulares que
se habían resistido a las presiones y a otros que por temor a retaliaciones
habían huido de la ciudad.
Pero al momento de instalar la asamblea, curiosamente, a los asambleístas
les asaltó la duda sobre si Olmedo, último “Presidente del Congreso debía
continuar con el mismo destino en la Junta preparatoria que estaba reunida”.[7]
Y para aparentar una institucionalidad inexistente, Olmedo fue convocado y por
decisión unánime presidió la sesión inicial. Con su ejemplar honestidad y
encontrándose en Guayaquil, no había huido a refugiarse en los buques peruanos
surtos en la ría como lo afirman sus detractores, aceptó presidirla hasta su
sustitución inmediata.
Sobre la patraña de la fuga de Olmedo, hay “Una distinta interpretación
del problema puede formularse, planteándose que el relato principal de los
hechos, que es el del periódico <El Patriota>, fue falsificado por
Bolívar. Sin negar que Bolívar manipulaba el periódico para sus propios fines,
no consideramos digno de atención sería la idea que los hechos mismos hayan
sido fabricados por el Libertador”.[8]
¡Piensa mal y acertarás¡ reza un viejo adagio. La determinación del Libertador,
la fuerza de la opinión contraria a la anexión, fácilmente pudo conducir a
publicar tal noticia para sembrar el desconcierto. Ya lo había hecho en Pasto
para lograr que el coronel García se rindiese.
Las comisiones de la Asamblea quedaron formadas por colombianistas, la
mayoría rabiosos, que hacían coro a quienes deseaban hundir a Olmedo,
entablarle juicios y perseguirlo para justificar toda la diatriba con que
llenaron la cabeza de Bolívar. En la sesión del día 30, su más conspicuo
calumniador abrió las intervenciones diciendo: “que la residencia (juicio de
residencia) correspondía abrirla a las autoridades que se estableciesen después
de declarados los destinos de la Provincia: que siendo la presente una reunión
extraordinaria en que por circunstancias imprevistas había cesado la autoridad
de la Junta de Gobierno con los conocimientos populares del 13 de Julio que
dieron lugar a que S.E. el Libertador se en cargase del mando para proteger el
orden”. Y como no podía ser de otra forma, la primera resolución que tomó el
Congreso dictaminó lo siguiente: “que con arreglo al artículo 13 del Estatuto
provisorio se abra juicio de residencia a la Junta de Gobierno que compusieron
los señores José de Olmedo, Rafael Jimena y Francisco Roca”.[9]
[1]
Bolívar, Op. Cit., Págs. 649-650.
[2]
Fazio, Op. Cit., Págs. 109-110.
[3]
“Debemos añadir, primero, que las noticias de lo acaecido en la capital el 11,
12 y 13 de julio pudieron llegar a Jipijapa antes del 16 de julio: segundo, que
el caudillo del partido pro-colombiano, José Leocadio Llona, era oriundo del
lugar. Estos datos nos permiten dudar de la espontaneidad de la revolución a favor
de Bolívar en el distrito. “Anexión”, Pág. 16.
[4]
El Patriota de Guayaquil, de julio 20 y agosto 10 de 1822.
[5]
“Al publicar estas cartas se puso énfasis en su carácter más o menos oficial
como emanadas de los cabildos o de asambleas de notables. Aunque son muy
similares en su composición sería ir demasiado lejos afirmar positivamente que
fueron confeccionadas de antemano o inspiradas directamente por agentes
colombianos”. Cubitt, “Anexión”, Págs. 17-18.
[6]
Bolívar, Op. Cit., Págs. 689-691.
[7]
Memorias del General O’Leary, Tomo XIX, Caracas, imprenta “El Monitor”, 1883,
Págs. 343-344.
[8]
Cubitt, Anexión, Pág. 14
[9]
O’Leary, Memorias, Págs. 350-351.
miércoles, 19 de diciembre de 2018
La Toma de Guayaquil IV
Luego de esta resolución y de una sesión salida de tono, Llona
pidió una copia certificada del acta y con ella fue a Bolívar. Quien, alegando
estar preocupado por el desorden causado por el Cabildo, que en realidad fue la
escandalosa conducta del populacho auspiciado por los mismos colombianistas,
tomó la decisión de asumir por la fuerza el gobierno de la provincia,
encomendando a su secretario José Gabriel Pérez que enviase el siguiente
oficio:
“Su
Excelencia el Libertador de Colombia para salvar al pueblo de Guayaquil de la
espantosa anarquía en que se halla, y evitar sus funestas consecuencias, lo
acoge, oyendo el clamor general, bajo la protección de la República de
Colombia, encargándose Su Excelencia del mando político y militar de esta
ciudad y su provincia: sin que esta medida de protección coarte de ningún modo
su absoluta libertad, para emitir franca y espontáneamente su voluntad, en la
próxima congregación de su representación a lo que la Junta respondió en el
acto que: deseando evitar todo motivo de inquietud y discordias, cesaba desde
luego en las funciones del gobierno y lo comunicaba a los cuerpos”.[1]
Simultáneamente,
ordenó al general Salom publicar un bando en el que los guayaquileños
abandonaban su libertad y su provincia bajo la protección de la República. Y
luego de arriar la gloriosa bandera albiceleste de Guayaquil con el
correspondiente escándalo callejero, “se
permitió izar sólo la bandera colombiana. Se declaró que cesaba en sus
funciones la administración anterior”.[2]
Ninguna
corporación ni aparentemente los autonomistas manifestaron su oposición. Habían
sido acorralados por la fuerza y para asegurar la posesión militar de la
ciudad, las únicas posibilidades de defensa de la autonomía como eran los
batallones “Guayaquil” y el heroico “Yaguachi”, habían sido embarcados en los
buques los surtos en la ría, supuestamente para sumarse al ejército de Santa
Cruz, que por orden de Bolívar también había sido movilizado antes de su
llegada a la ciudad y por la vía de Cuenca marchaba hacia el Perú.
Una vez
defenestrada la Junta y toda la administración, el 15 de julio, Olmedo se
dirige a San Martín –que al momento navegaba rumbo a Guayaquil en el navío
“Macedonia”– para informarlo de los acontecimientos: “El 11 del presente entró
en esta ciudad S.E. el Presidente de la República de Colombia en medio de las
aclamaciones debidas a su nombre. En el mismo día llegaron 1300 hombres que
había indicado S.E. al Gobierno venían destinados a pasar al Perú.
Posteriormente S.E. ha reasumido el mando político y militar de esta provincia,
habiendo cesado en consecuencia todas las funciones de la Junta de Gobierno. Lo
participo a V.E. para que en adelante sepa a quién debe dirigir sus
comunicaciones oficiales”.[3]
Bolívar,
hombre de pensamiento vertical, forjado en la guerra, acostumbrado a mandar,
ser obedecido y triunfar, no entendía otra forma de gobierno que el centralista
y el poder concentrado en su persona; lo demás, los congresos colombianos de
entonces, etc., no fueron sino pantallas y sus instrumentos para crear el
escenario de una falsa democracia. Por eso, no le fue posible comprender o por
lo menos admitir que lo que Guayaquil pedía y quería –y tenía todo el derecho
de hacerlo– era ser reconocida como entidad y espacio liberado, y desde esa
posición, negociar su ingreso o incorporación a una instancia mayor, que sin
duda era Colombia, pues la independencia del Perú todavía era un anhelo. Esta
era una postura justa. No era ni intransigente, ni aislacionista.
Al fin,
dueño de la situación escribe a Santander: “En primer lugar diré a Vd. que la
junta de este gobierno, por su parte, y el pueblo por la suya, me
comprometieron hasta el punto de no tener otro partido que tomar, que el que se
adoptó el día 13. No fue absolutamente violento, y no se empleó la fuerza, mas
se dirá que fue al respeto de la fuerza que cedieron estos señores. Yo espero
que la junta electoral que se va a reunir el 28 de este mes, nos sacará de la
ambigüedad en que nos hallamos”.[4]
En esta
carta confirma que la anexión no fue espontánea, sino resultado de la gran
presión ejercida apoyada en la fuerza de las armas, las argucias de Llona,[5]
la agresividad empleada por los colombianistas para crear la imagen de un
pueblo sometido que ansiaba un cambio de gobierno. Todo lo cual, al no haberse
producido un proceso electoral transparente y estando “El Patriota de Guayaquil”
sometido a la voluntad de Bolívar, resulta casi imposible determinar en qué
grado se manifestó adversa la opinión pública hacia el sometimiento de
Guayaquil por la fuerza.
Para culminar su nueva conquista,
el Libertador pronunció una arenga: ”Guayaquileños: Terminada la guerra de
Colombia ha sido mi primer deseo completar la obra del Congreso, poniendo las
provincias del sur bajo el escudo de la libertad, de la igualdad y de las leyes
de Colombia. El ejército libertador no ha dejado a su espalda un pueblo que no
se halle bajo la escolta de la Constitución y de las armas de la República.
Solo vosotros os veíais reducidos a la situación más falsa, más ambigua, más
absurda para la política como para la guerra”.
“Vuestra posición era un fenómeno
que estaba amenazado por la anarquía; pero yo he venido, guayaquileños, a
traeros el arca de salvación. Colombia os ofrece por mi boca, justicia y orden,
paz y gloria. Guayaquileños: vosotros sois colombianos de corazón porque todos
vuestros votos y vuestros clamores han sido por Colombia, y porque de tiempo
inmemorial habéis pertenecido al territorio que hoy tiene la dicha de llevar el
nombre del padre del Nuevo Mundo, mas yo quiero consultaros para que no se diga
que hay un colombiano que no ame sus sabias leyes”.[6]
En las condiciones dadas, nadie
podía chistar siquiera en contra de esta determinación. Al pueblo no le quedó
otra elección que escuchar obnubilado al carismático Bolívar, quien, en
cumplimiento de sus más caras ambiciones, perdió la capacidad de entender el
valor y significado del gobierno liberal y democrático establecido en esta
ciudad, y para destruirlo dio crédito a la calumnia: “pero al fin, no pudiendo
ya tolerar el espíritu de facción, que ha retardado el éxito de la guerra y que
amenaza inundar en desorden todo el Sur de Colombia, he tomado definitivamente
la resolución de no permitir más tiempo la existencia anticonstitucional de una
Junta que es el azote de Guayaquil y no el órgano de su voluntad”.[7]
[1]
Castillo, Op. Cit., “El Patriota de Guayaquil”, Nº 10, 13 de julio de 1822.
[2]
Encina, “Historia”, en Cubitt, “Anexión”, Pág. 15.
[3]
Olmedo, Epistolario, Pág. 496.
[5]
Hay indicios de que José Leocadio Llona no era precisamente un dechado de
honorabilidad. Pues, el asesor auditor de guerra José María Luzcano, pidió al
Ayuntamiento que certificase el comportamiento de él en los cargos desempeñados
y su honorabilidad, “y por el contrario el irregular manejo y procedimientos
del Procurador Síndico Llona, en anterior y presente conducta pública”. Acta
del Cabildo del 23 de agosto de 1822.
[6]
Julio Estrada, La
Lucha de Guayaquil por el Estado de Quito, Tomo II, Guayaquil, AHG, Pág.
606, 1984.
[7]
Bolívar, Op. Cit., Págs. 649-650.
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