Bolívar en Quito
Mientras permaneció en Quito, ante
una corte de incondicionales, se centró en designar y organizar al gobierno del
departamento, ”es una capital recién tomada, a la cual se deben dar leyes de
Colombia (...) no tengo tiempo para nada, no me faltan ratos para escribir,
pero me sobran meditaciones sobre lo que debo hacer con un grande y bello país
para conservarlo en su adhesión a nosotros (…) renunciar a Guayaquil es
imposible, porque será más útil renunciar al departamento de Quito (…) Desde
ahora anuncio a Vd. que debo permanecer mucho tiempo en el sur para no perder
el fruto de nuestros sacrificios por este país. El departamento de Quito debe
ser, según mi opinión, (¿capital?) de todas las provincias del sur (…) para que
Guayaquil no sea capital de departamento y no tenga influencias en las
provincias subalternas“.[1]
Finalmente, para tener manos
libres y desplazarse sin preocupaciones para someter a Guayaquil, decide que
”el general Sucre, su libertador (de Quito), lo mandará con el mayor aplauso de
sus pueblos“.[2] Durante su estadía en la
capital no solo envió, sino que también recibió muchas cartas[3] de los mismos guayaquileños bolivaristas,
entreguistas, que a la llegada de Sucre, en 1821, le llenaron la cabeza con
opiniones interesadas. Bolívar al igual que Sucre prefirió escuchar a quienes
lo adulaban y se decían colombianistas, antes que a los miembros de una ”Junta
que ya había demostrado una total independencia de criterio“.[4]
La Junta, que estaba segura de las
intenciones de Bolívar, envió al general La Mar como su representante, en el
vano intento de descubrir sus planes, informarlo de la realidad del Gobierno
guayaquileño y hacer frente a las calumnias vertidas por sus enemigos. “Los
jefes, oficiales y parciales que se han reunido en Quito y sitian a S.E. (Bolívar),
le han dado los informes más siniestros de este gobierno y las noticias más
equivocadas de la situación y opinión de este pueblo. Se la ha hecho creer que
toda la provincia está decidida por la república (Colombia), y que solo el Gobierno
se opone, oprimiendo y violentando la voluntad general”.[5]
La actividad política que desplegó
en Quito fue intensa, de lo cual, da fe su correspondencia. En ella deja
constancia de su preocupación por conservar sumiso al territorio quiteño “para
ganar Guayaquil, para conservar la armonía con el Perú, para no perder el
tiempo y para no chocar con la división del coronel Santa Cruz. Estos son los
días de darle gusto a todo el mundo“. Y para neutralizar al coronel peruano y evitar que se
opusiese a la anexión de Guayaquil, le promete enviar tropas al Perú tan pronto
la provincia se someta. ”Yo he lisonjeado a la división auxiliar de Santa Cruz
y felizmente este jefe es muy bello sujeto. He prometido mandar tropas al Perú,
siempre que Guayaquil se someta, y no nos dé más cuidados“.[6] Con esto halaga los sentimientos patrióticos de oficial
sanmartiniano, y elimina la posibilidad de que respaldase las pretensiones de
San Martín sobre Guayaquil.
El punto de partida para la anexión de Guayaquil con
una fuerza militar, a la que la provincia, ni remotamente tenía posibilidades
de oponerse, de neutralizar siquiera, y menos de rechazar, fue la batalla del
Pichincha y la sumisión incondicional de Quito y los quiteños. Por eso, Olmedo,
el gran guía y pensador de la Revolución de Octubre, pero en definitiva un
hombre de paz, no creía en la supervivencia de la Provincia de Guayaquil, ante
la arrolladora personalidad de Bolívar y la fuerza militar a sus órdenes. En
ese sentido escribe a Sucre: “La proximidad del Libertador nos promete la
aparición del iris (se refiere a la bandera colombiana). De todos modos, ya yo
estaba en vísperas de mi día; es decir viendo de cerca el momento de volver a
mi vida anterior. Siempre a la sombra no se sienten tanto los calores del sol
(…) Lamar pasa a felicitar en nombre del Gobierno a S.E. el Libertador”.[7]
Pocos días más tarde, cuando al mando de 3.000
veteranos de la Guardia, se aprestaba a emprender su ejercicio castrense contra
Guayaquil, escribe a Santander el 9 de junio de 1822: “Sucre
quedará al mando en Quito y yo pasaré al Sur con las tropas, con el objeto de
pacificar aquello y de tener una entrevista con San Martín. Supongo que en esta
marcha militar no perderé nada, al contrario, redondearé a Colombia, según son
mis deseos y deben ser las probabilidades; porque Vd. sabe que Guayaquil no es
Cartagena, que se defiende con sus murallas, y porque además yo empleo más la
política que la fuerza en las empresas de esta naturaleza“.[8]
Según carta de Sucre a Santander, el 5 de julio “ya había salido
la infantería, mi antigua división: me ha pedido (Bolívar), como digo, la
caballería y los 600 infantes”.[9]
Una operación planificada con 3.000 hombres de elite, un ejército avezado de
veteranos, contra un reducto sin murallas que alojaba a 20.000 habitantes, de
los cuales probablemente serían 6.000 hombres en edad militar, aunque no todos
en capacidad de sostener un enfrentamiento armado, no es precisamente una
gestión diplomática.
Este fue un alarde más ante Santander, pues asumiendo que había
ese número de guayaquileños aptos, de todos modos, la desproporción con los
1.300 que movilizó a Guayaquil, de 1 soldado bien armado, contra 4.6 viejos,
adultos y niños desarmados, era enorme y consecuentemente le aportaba una gran
seguridad a él y a su operación.
Bolívar, hombre acostumbrado a
triunfar y a ser adulado, a quien la Constitución colombiana lo convertiría en
”dictador de facto de Guayaquil“
(Lynch), no podía tolerar la puntualización que hace Olmedo en carta del 17 de
marzo de 1821: ”la provincia de Guayaquil está dispuesta a sostener el voto de
ser libre; y no lo está menos a cooperar con todas sus fuerzas a la hermosa
causa de América, excitada por sus propios sentimientos y estimulada por el
sublime ejemplo que le han dado los pueblos de Colombia“.[10]
El rechazo a esta actitud, nos dice que se
agudizó en él una severa y humana dificultad para tratar el tema con justicia,
que no quiso comprenderlo ni respetarlo, pues, su único interés era el de sumar
la provincia de Guayaquil a su proyecto. No encajaba en su pensamiento la actitud
de un pueblo que, si bien había requerido de ayuda para sostenerse libre, había
alcanzado su independencia por esfuerzo propio, por sí solo. Y si además de
esta, según él, intolerable actitud, pretendía escoger democráticamente su
destino, tenemos como resultado algo sencillamente inaceptable para el
autoritarismo de Bolívar.
[1]
Bolívar, Op. Cit., Págs. 646-648.
[2]
Bolívar, Op. Cit., Pág. 644.
[3] De Guayaquil le llegarían diatribas y acusaciones cada una de ellas
más injusta contra Olmedo, Roca y Ximena, los grandes conductores del proyecto
libertario de Guayaquil. Los aduladores que pronto aparecen como moscas
alrededor de cualquier pastel se apretujaban en torno a Bolívar. La anexión
implicaba la proliferación de cargos públicos que muchos anhelaban ocupar. A
otros seguramente los movía la venganza. Estos fueron estímulos a Bolívar, que
era un gran conocedor de la psicología social, de las debilidades humanas y de
cuanto son capaces de hacer los aduladores por figurar. El Libertador prestó
oídos a estas ruindades, que las inscribía y utilizaba para viabilizar su
proyecto geopolítico y someter a los guayaquileños.
[4] Julio Estrada Icaza, La
lucha de Guayaquil por el Estado de Quito, Vol. II, Guayaquil, AHG, Pág. 371,
1984.
[5]
Encina: “Historia”, en Cubitt “La Anexión de la Provincia de Guayaquil, 1822:
Estudio del Estilo Político Bolivariano”, Guayaquil, Revista N. 13 del Archivo
Histórico del Guayas, Pág. 11, 1978.
[7]
Olmedo, Epistolario, Pág. 495.
[9]
Bolívar, Op. Cit., Págs. 71-72.
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