viernes, 7 de diciembre de 2018




Bolívar en Quito
Mientras permaneció en Quito, ante una corte de incondicionales, se centró en designar y organizar al gobierno del departamento, ”es una capital recién tomada, a la cual se deben dar leyes de Colombia (...) no tengo tiempo para nada, no me faltan ratos para escribir, pero me sobran meditaciones sobre lo que debo hacer con un grande y bello país para conservarlo en su adhesión a nosotros (…) renunciar a Guayaquil es imposible, porque será más útil renunciar al departamento de Quito (…) Desde ahora anuncio a Vd. que debo permanecer mucho tiempo en el sur para no perder el fruto de nuestros sacrificios por este país. El departamento de Quito debe ser, según mi opinión, (¿capital?) de todas las provincias del sur (…) para que Guayaquil no sea capital de departamento y no tenga influencias en las provincias subalternas“.[1]
Finalmente, para tener manos libres y desplazarse sin preocupaciones para someter a Guayaquil, decide que ”el general Sucre, su libertador (de Quito), lo mandará con el mayor aplauso de sus pueblos“.[2] Durante su estadía en la capital no solo envió, sino que también recibió muchas cartas[3] de los mismos guayaquileños bolivaristas, entreguistas, que a la llegada de Sucre, en 1821, le llenaron la cabeza con opiniones interesadas. Bolívar al igual que Sucre prefirió escuchar a quienes lo adulaban y se decían colombianistas, antes que a los miembros de una ”Junta que ya había demostrado una total independencia de criterio“.[4]
La Junta, que estaba segura de las intenciones de Bolívar, envió al general La Mar como su representante, en el vano intento de descubrir sus planes, informarlo de la realidad del Gobierno guayaquileño y hacer frente a las calumnias vertidas por sus enemigos. “Los jefes, oficiales y parciales que se han reunido en Quito y sitian a S.E. (Bolívar), le han dado los informes más siniestros de este gobierno y las noticias más equivocadas de la situación y opinión de este pueblo. Se la ha hecho creer que toda la provincia está decidida por la república (Colombia), y que solo el Gobierno se opone, oprimiendo y violentando la voluntad general”.[5]
La actividad política que desplegó en Quito fue intensa, de lo cual, da fe su correspondencia. En ella deja constancia de su preocupación por conservar sumiso al territorio quiteño “para ganar Guayaquil, para conservar la armonía con el Perú, para no perder el tiempo y para no chocar con la división del coronel Santa Cruz. Estos son los días de darle gusto a todo el mundo“. Y para neutralizar al coronel peruano y evitar que se opusiese a la anexión de Guayaquil, le promete enviar tropas al Perú tan pronto la provincia se someta. ”Yo he lisonjeado a la división auxiliar de Santa Cruz y felizmente este jefe es muy bello sujeto. He prometido mandar tropas al Perú, siempre que Guayaquil se someta, y no nos dé más cuidados“.[6] Con esto halaga los sentimientos patrióticos de oficial sanmartiniano, y elimina la posibilidad de que respaldase las pretensiones de San Martín sobre Guayaquil.
El punto de partida para la anexión de Guayaquil con una fuerza militar, a la que la provincia, ni remotamente tenía posibilidades de oponerse, de neutralizar siquiera, y menos de rechazar, fue la batalla del Pichincha y la sumisión incondicional de Quito y los quiteños. Por eso, Olmedo, el gran guía y pensador de la Revolución de Octubre, pero en definitiva un hombre de paz, no creía en la supervivencia de la Provincia de Guayaquil, ante la arrolladora personalidad de Bolívar y la fuerza militar a sus órdenes. En ese sentido escribe a Sucre: “La proximidad del Libertador nos promete la aparición del iris (se refiere a la bandera colombiana). De todos modos, ya yo estaba en vísperas de mi día; es decir viendo de cerca el momento de volver a mi vida anterior. Siempre a la sombra no se sienten tanto los calores del sol (…) Lamar pasa a felicitar en nombre del Gobierno a S.E. el Libertador”.[7]
Pocos días más tarde, cuando al mando de 3.000 veteranos de la Guardia, se aprestaba a emprender su ejercicio castrense contra Guayaquil, escribe a Santander el 9 de junio de 1822: “Sucre quedará al mando en Quito y yo pasaré al Sur con las tropas, con el objeto de pacificar aquello y de tener una entrevista con San Martín. Supongo que en esta marcha militar no perderé nada, al contrario, redondearé a Colombia, según son mis deseos y deben ser las probabilidades; porque Vd. sabe que Guayaquil no es Cartagena, que se defiende con sus murallas, y porque además yo empleo más la política que la fuerza en las empresas de esta naturaleza“.[8]
Según carta de Sucre a Santander, el 5 de julio “ya había salido la infantería, mi antigua división: me ha pedido (Bolívar), como digo, la caballería y los 600 infantes”.[9] Una operación planificada con 3.000 hombres de elite, un ejército avezado de veteranos, contra un reducto sin murallas que alojaba a 20.000 habitantes, de los cuales probablemente serían 6.000 hombres en edad militar, aunque no todos en capacidad de sostener un enfrentamiento armado, no es precisamente una gestión diplomática.
Este fue un alarde más ante Santander, pues asumiendo que había ese número de guayaquileños aptos, de todos modos, la desproporción con los 1.300 que movilizó a Guayaquil, de 1 soldado bien armado, contra 4.6 viejos, adultos y niños desarmados, era enorme y consecuentemente le aportaba una gran seguridad a él y a su operación.
Bolívar, hombre acostumbrado a triunfar y a ser adulado, a quien la Constitución colombiana lo convertiría en ”dictador de facto de Guayaquil“ (Lynch), no podía tolerar la puntualización que hace Olmedo en carta del 17 de marzo de 1821: ”la provincia de Guayaquil está dispuesta a sostener el voto de ser libre; y no lo está menos a cooperar con todas sus fuerzas a la hermosa causa de América, excitada por sus propios sentimientos y estimulada por el sublime ejemplo que le han dado los pueblos de Colombia“.[10]
El rechazo a esta actitud, nos dice que se agudizó en él una severa y humana dificultad para tratar el tema con justicia, que no quiso comprenderlo ni respetarlo, pues, su único interés era el de sumar la provincia de Guayaquil a su proyecto. No encajaba en su pensamiento la actitud de un pueblo que, si bien había requerido de ayuda para sostenerse libre, había alcanzado su independencia por esfuerzo propio, por sí solo. Y si además de esta, según él, intolerable actitud, pretendía escoger democráticamente su destino, tenemos como resultado algo sencillamente inaceptable para el autoritarismo de Bolívar.


[1] Bolívar, Op. Cit., Págs. 646-648.
[2] Bolívar, Op. Cit., Pág. 644.
[3] De Guayaquil le llegarían diatribas y acusaciones cada una de ellas más injusta contra Olmedo, Roca y Ximena, los grandes conductores del proyecto libertario de Guayaquil. Los aduladores que pronto aparecen como moscas alrededor de cualquier pastel se apretujaban en torno a Bolívar. La anexión implicaba la proliferación de cargos públicos que muchos anhelaban ocupar. A otros seguramente los movía la venganza. Estos fueron estímulos a Bolívar, que era un gran conocedor de la psicología social, de las debilidades humanas y de cuanto son capaces de hacer los aduladores por figurar. El Libertador prestó oídos a estas ruindades, que las inscribía y utilizaba para viabilizar su proyecto geopolítico y someter a los guayaquileños.
[4] Julio Estrada Icaza, La lucha de Guayaquil por el Estado de Quito, Vol. II, Guayaquil, AHG, Pág. 371, 1984.
[5] Encina: “Historia”, en Cubitt “La Anexión de la Provincia de Guayaquil, 1822: Estudio del Estilo Político Bolivariano”, Guayaquil, Revista N. 13 del Archivo Histórico del Guayas, Pág. 11, 1978.
[6] Bolívar, Op. Cit., Págs. 646-648.
[7] Olmedo, Epistolario, Pág. 495.
[8] Bolívar, Op. Cit., Págs. 638-640
[9] Bolívar, Op. Cit., Págs. 71-72.
[10] Olmedo, Epistolario, Pág. 369

No hay comentarios:

Publicar un comentario