miércoles, 19 de diciembre de 2018




La Toma de Guayaquil IV

Luego de esta resolución y de una sesión salida de tono, Llona pidió una copia certificada del acta y con ella fue a Bolívar. Quien, alegando estar preocupado por el desorden causado por el Cabildo, que en realidad fue la escandalosa conducta del populacho auspiciado por los mismos colombianistas, tomó la decisión de asumir por la fuerza el gobierno de la provincia, encomendando a su secretario José Gabriel Pérez que enviase el siguiente oficio:
“Su Excelencia el Libertador de Colombia para salvar al pueblo de Guayaquil de la espantosa anarquía en que se halla, y evitar sus funestas consecuencias, lo acoge, oyendo el clamor general, bajo la protección de la República de Colombia, encargándose Su Excelencia del mando político y militar de esta ciudad y su provincia: sin que esta medida de protección coarte de ningún modo su absoluta libertad, para emitir franca y espontáneamente su voluntad, en la próxima congregación de su representación a lo que la Junta respondió en el acto que: deseando evitar todo motivo de inquietud y discordias, cesaba desde luego en las funciones del gobierno y lo comunicaba a los cuerpos”.[1]
Simultáneamente, ordenó al general Salom publicar un bando en el que los guayaquileños abandonaban su libertad y su provincia bajo la protección de la República. Y luego de arriar la gloriosa bandera albiceleste de Guayaquil con el correspondiente escándalo callejero,  “se permitió izar sólo la bandera colombiana. Se declaró que cesaba en sus funciones la administración anterior”.[2]
Ninguna corporación ni aparentemente los autonomistas manifestaron su oposición. Habían sido acorralados por la fuerza y para asegurar la posesión militar de la ciudad, las únicas posibilidades de defensa de la autonomía como eran los batallones “Guayaquil” y el heroico “Yaguachi”, habían sido embarcados en los buques los surtos en la ría, supuestamente para sumarse al ejército de Santa Cruz, que por orden de Bolívar también había sido movilizado antes de su llegada a la ciudad y por la vía de Cuenca marchaba hacia el Perú.
Una vez defenestrada la Junta y toda la administración, el 15 de julio, Olmedo se dirige a San Martín –que al momento navegaba rumbo a Guayaquil en el navío “Macedonia”– para informarlo de los acontecimientos: “El 11 del presente entró en esta ciudad S.E. el Presidente de la República de Colombia en medio de las aclamaciones debidas a su nombre. En el mismo día llegaron 1300 hombres que había indicado S.E. al Gobierno venían destinados a pasar al Perú. Posteriormente S.E. ha reasumido el mando político y militar de esta provincia, habiendo cesado en consecuencia todas las funciones de la Junta de Gobierno. Lo participo a V.E. para que en adelante sepa a quién debe dirigir sus comunicaciones oficiales”.[3]
Bolívar, hombre de pensamiento vertical, forjado en la guerra, acostumbrado a mandar, ser obedecido y triunfar, no entendía otra forma de gobierno que el centralista y el poder concentrado en su persona; lo demás, los congresos colombianos de entonces, etc., no fueron sino pantallas y sus instrumentos para crear el escenario de una falsa democracia. Por eso, no le fue posible comprender o por lo menos admitir que lo que Guayaquil pedía y quería –y tenía todo el derecho de hacerlo– era ser reconocida como entidad y espacio liberado, y desde esa posición, negociar su ingreso o incorporación a una instancia mayor, que sin duda era Colombia, pues la independencia del Perú todavía era un anhelo. Esta era una postura justa. No era ni intransigente, ni aislacionista.
Al fin, dueño de la situación escribe a Santander: “En primer lugar diré a Vd. que la junta de este gobierno, por su parte, y el pueblo por la suya, me comprometieron hasta el punto de no tener otro partido que tomar, que el que se adoptó el día 13. No fue absolutamente violento, y no se empleó la fuerza, mas se dirá que fue al respeto de la fuerza que cedieron estos señores. Yo espero que la junta electoral que se va a reunir el 28 de este mes, nos sacará de la ambigüedad en que nos hallamos”.[4]
En esta carta confirma que la anexión no fue espontánea, sino resultado de la gran presión ejercida apoyada en la fuerza de las armas, las argucias de Llona,[5] la agresividad empleada por los colombianistas para crear la imagen de un pueblo sometido que ansiaba un cambio de gobierno. Todo lo cual, al no haberse producido un proceso electoral transparente y estando “El Patriota de Guayaquil” sometido a la voluntad de Bolívar, resulta casi imposible determinar en qué grado se manifestó adversa la opinión pública hacia el sometimiento de Guayaquil por la fuerza.
Para culminar su nueva conquista, el Libertador pronunció una arenga: ”Guayaquileños: Terminada la guerra de Colombia ha sido mi primer deseo completar la obra del Congreso, poniendo las provincias del sur bajo el escudo de la libertad, de la igualdad y de las leyes de Colombia. El ejército libertador no ha dejado a su espalda un pueblo que no se halle bajo la escolta de la Constitución y de las armas de la República. Solo vosotros os veíais reducidos a la situación más falsa, más ambigua, más absurda para la política como para la guerra”.
“Vuestra posición era un fenómeno que estaba amenazado por la anarquía; pero yo he venido, guayaquileños, a traeros el arca de salvación. Colombia os ofrece por mi boca, justicia y orden, paz y gloria. Guayaquileños: vosotros sois colombianos de corazón porque todos vuestros votos y vuestros clamores han sido por Colombia, y porque de tiempo inmemorial habéis pertenecido al territorio que hoy tiene la dicha de llevar el nombre del padre del Nuevo Mundo, mas yo quiero consultaros para que no se diga que hay un colombiano que no ame sus sabias leyes”.[6]
En las condiciones dadas, nadie podía chistar siquiera en contra de esta determinación. Al pueblo no le quedó otra elección que escuchar obnubilado al carismático Bolívar, quien, en cumplimiento de sus más caras ambiciones, perdió la capacidad de entender el valor y significado del gobierno liberal y democrático establecido en esta ciudad, y para destruirlo dio crédito a la calumnia: “pero al fin, no pudiendo ya tolerar el espíritu de facción, que ha retardado el éxito de la guerra y que amenaza inundar en desorden todo el Sur de Colombia, he tomado definitivamente la resolución de no permitir más tiempo la existencia anticonstitucional de una Junta que es el azote de Guayaquil y no el órgano de su voluntad”.[7]


[1] Castillo, Op. Cit., “El Patriota de Guayaquil”, Nº 10, 13 de julio de 1822.
[2] Encina, “Historia”, en Cubitt, “Anexión”, Pág. 15.
[3] Olmedo, Epistolario, Pág. 496.
[4] Bolívar, Op. Cit., Pág. 652.
[5] Hay indicios de que José Leocadio Llona no era precisamente un dechado de honorabilidad. Pues, el asesor auditor de guerra José María Luzcano, pidió al Ayuntamiento que certificase el comportamiento de él en los cargos desempeñados y su honorabilidad, “y por el contrario el irregular manejo y procedimientos del Procurador Síndico Llona, en anterior y presente conducta pública”. Acta del Cabildo del 23 de agosto de 1822.
[6] Julio Estrada, La Lucha de Guayaquil por el Estado de Quito, Tomo II, Guayaquil, AHG, Pág. 606, 1984.
[7] Bolívar, Op. Cit., Págs. 649-650.

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