La Toma de Guayaquil IV
Luego de esta resolución y de una sesión salida de tono, Llona
pidió una copia certificada del acta y con ella fue a Bolívar. Quien, alegando
estar preocupado por el desorden causado por el Cabildo, que en realidad fue la
escandalosa conducta del populacho auspiciado por los mismos colombianistas,
tomó la decisión de asumir por la fuerza el gobierno de la provincia,
encomendando a su secretario José Gabriel Pérez que enviase el siguiente
oficio:
“Su
Excelencia el Libertador de Colombia para salvar al pueblo de Guayaquil de la
espantosa anarquía en que se halla, y evitar sus funestas consecuencias, lo
acoge, oyendo el clamor general, bajo la protección de la República de
Colombia, encargándose Su Excelencia del mando político y militar de esta
ciudad y su provincia: sin que esta medida de protección coarte de ningún modo
su absoluta libertad, para emitir franca y espontáneamente su voluntad, en la
próxima congregación de su representación a lo que la Junta respondió en el
acto que: deseando evitar todo motivo de inquietud y discordias, cesaba desde
luego en las funciones del gobierno y lo comunicaba a los cuerpos”.[1]
Simultáneamente,
ordenó al general Salom publicar un bando en el que los guayaquileños
abandonaban su libertad y su provincia bajo la protección de la República. Y
luego de arriar la gloriosa bandera albiceleste de Guayaquil con el
correspondiente escándalo callejero, “se
permitió izar sólo la bandera colombiana. Se declaró que cesaba en sus
funciones la administración anterior”.[2]
Ninguna
corporación ni aparentemente los autonomistas manifestaron su oposición. Habían
sido acorralados por la fuerza y para asegurar la posesión militar de la
ciudad, las únicas posibilidades de defensa de la autonomía como eran los
batallones “Guayaquil” y el heroico “Yaguachi”, habían sido embarcados en los
buques los surtos en la ría, supuestamente para sumarse al ejército de Santa
Cruz, que por orden de Bolívar también había sido movilizado antes de su
llegada a la ciudad y por la vía de Cuenca marchaba hacia el Perú.
Una vez
defenestrada la Junta y toda la administración, el 15 de julio, Olmedo se
dirige a San Martín –que al momento navegaba rumbo a Guayaquil en el navío
“Macedonia”– para informarlo de los acontecimientos: “El 11 del presente entró
en esta ciudad S.E. el Presidente de la República de Colombia en medio de las
aclamaciones debidas a su nombre. En el mismo día llegaron 1300 hombres que
había indicado S.E. al Gobierno venían destinados a pasar al Perú.
Posteriormente S.E. ha reasumido el mando político y militar de esta provincia,
habiendo cesado en consecuencia todas las funciones de la Junta de Gobierno. Lo
participo a V.E. para que en adelante sepa a quién debe dirigir sus
comunicaciones oficiales”.[3]
Bolívar,
hombre de pensamiento vertical, forjado en la guerra, acostumbrado a mandar,
ser obedecido y triunfar, no entendía otra forma de gobierno que el centralista
y el poder concentrado en su persona; lo demás, los congresos colombianos de
entonces, etc., no fueron sino pantallas y sus instrumentos para crear el
escenario de una falsa democracia. Por eso, no le fue posible comprender o por
lo menos admitir que lo que Guayaquil pedía y quería –y tenía todo el derecho
de hacerlo– era ser reconocida como entidad y espacio liberado, y desde esa
posición, negociar su ingreso o incorporación a una instancia mayor, que sin
duda era Colombia, pues la independencia del Perú todavía era un anhelo. Esta
era una postura justa. No era ni intransigente, ni aislacionista.
Al fin,
dueño de la situación escribe a Santander: “En primer lugar diré a Vd. que la
junta de este gobierno, por su parte, y el pueblo por la suya, me
comprometieron hasta el punto de no tener otro partido que tomar, que el que se
adoptó el día 13. No fue absolutamente violento, y no se empleó la fuerza, mas
se dirá que fue al respeto de la fuerza que cedieron estos señores. Yo espero
que la junta electoral que se va a reunir el 28 de este mes, nos sacará de la
ambigüedad en que nos hallamos”.[4]
En esta
carta confirma que la anexión no fue espontánea, sino resultado de la gran
presión ejercida apoyada en la fuerza de las armas, las argucias de Llona,[5]
la agresividad empleada por los colombianistas para crear la imagen de un
pueblo sometido que ansiaba un cambio de gobierno. Todo lo cual, al no haberse
producido un proceso electoral transparente y estando “El Patriota de Guayaquil”
sometido a la voluntad de Bolívar, resulta casi imposible determinar en qué
grado se manifestó adversa la opinión pública hacia el sometimiento de
Guayaquil por la fuerza.
Para culminar su nueva conquista,
el Libertador pronunció una arenga: ”Guayaquileños: Terminada la guerra de
Colombia ha sido mi primer deseo completar la obra del Congreso, poniendo las
provincias del sur bajo el escudo de la libertad, de la igualdad y de las leyes
de Colombia. El ejército libertador no ha dejado a su espalda un pueblo que no
se halle bajo la escolta de la Constitución y de las armas de la República.
Solo vosotros os veíais reducidos a la situación más falsa, más ambigua, más
absurda para la política como para la guerra”.
“Vuestra posición era un fenómeno
que estaba amenazado por la anarquía; pero yo he venido, guayaquileños, a
traeros el arca de salvación. Colombia os ofrece por mi boca, justicia y orden,
paz y gloria. Guayaquileños: vosotros sois colombianos de corazón porque todos
vuestros votos y vuestros clamores han sido por Colombia, y porque de tiempo
inmemorial habéis pertenecido al territorio que hoy tiene la dicha de llevar el
nombre del padre del Nuevo Mundo, mas yo quiero consultaros para que no se diga
que hay un colombiano que no ame sus sabias leyes”.[6]
En las condiciones dadas, nadie
podía chistar siquiera en contra de esta determinación. Al pueblo no le quedó
otra elección que escuchar obnubilado al carismático Bolívar, quien, en
cumplimiento de sus más caras ambiciones, perdió la capacidad de entender el
valor y significado del gobierno liberal y democrático establecido en esta
ciudad, y para destruirlo dio crédito a la calumnia: “pero al fin, no pudiendo
ya tolerar el espíritu de facción, que ha retardado el éxito de la guerra y que
amenaza inundar en desorden todo el Sur de Colombia, he tomado definitivamente
la resolución de no permitir más tiempo la existencia anticonstitucional de una
Junta que es el azote de Guayaquil y no el órgano de su voluntad”.[7]
[1]
Castillo, Op. Cit., “El Patriota de Guayaquil”, Nº 10, 13 de julio de 1822.
[2]
Encina, “Historia”, en Cubitt, “Anexión”, Pág. 15.
[3]
Olmedo, Epistolario, Pág. 496.
[5]
Hay indicios de que José Leocadio Llona no era precisamente un dechado de
honorabilidad. Pues, el asesor auditor de guerra José María Luzcano, pidió al
Ayuntamiento que certificase el comportamiento de él en los cargos desempeñados
y su honorabilidad, “y por el contrario el irregular manejo y procedimientos
del Procurador Síndico Llona, en anterior y presente conducta pública”. Acta
del Cabildo del 23 de agosto de 1822.
[6]
Julio Estrada, La
Lucha de Guayaquil por el Estado de Quito, Tomo II, Guayaquil, AHG, Pág.
606, 1984.
[7]
Bolívar, Op. Cit., Págs. 649-650.
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