sábado, 25 de agosto de 2018



CAPÍTULO I
La Independencia de Guayaquil




“El agua es, sin duda, todo lo que se ha dicho que es: unión, transporte, intercambio y acercamiento; pero a condición de que el hombre consienta en ello, y más aún, a condición de que esté dispuesto a pagar lo que cuesta. El mar también es, y lo ha sido durante largo tiempo, una separación, un obstáculo, barrera que ha sido menester franquear. Y esta victoria no es de las que se obtienen de una vez y para siempre; ha representado y sigue representando un esfuerzo continuo, una hazaña sin cesar renovada”.
Fernand Braudel[1]

La búsqueda de nuevas rutas era el motivo que movía la iniciativa de exploraciones y la creatividad de marinos avezados para lanzarse al mar. El siglo XV estuvo plagado de hombres, que antes que grandes marineros o guerreros, que descubrieron nuevos horizontes, fueron grandes aventureros. Esto ayudó a Europa y al mundo a ampliar su visión de espacio, de rutas y de comercio.
El descubrimiento de América forma parte de ese proceso de búsqueda que visionarios y aventureros vivieron en el siglo XV. Cuyas postrimerías, que cerró Cristóbal Colón con su épico viaje, no pudieron ser mejores para Europa y el mundo que lo que hizo. Un genovés con visión de nuevas rutas, un buscador tenaz y decidido a realizar su sueño en procura de descubrirlas. Por eso, siempre que hablemos de la conquista y la independencia americana, tenemos que necesariamente comenzar por la relación de Europa con los océanos.

La conquista oceánica
El final del siglo XV es el momento de los grandes navegantes, y descubridores. Ellos abrieron el camino a lo que Europa conocerá después. Portugal a la cabeza de los descubrimientos marítimos abre importantes rutas hacia el sur. Al doblar el cabo de Buena Esperanza (1488), se alcanzó el océano Índico con la nave más versátil construida en aquella época: la carabela[2], poniendo al alcance de Europa los mercados asiáticos de especias y otros tesoros altamente cotizados. Como resultado de un proceso de expansión de la economía y la sociedad europea, cuatro años más tarde, España, con un fin preconcebido y alejado de toda casualidad busca otras rutas hacia el Asia y descubre un nuevo mundo (1492).[3]
Pero, la iniciativa de esta actividad descubridora corresponde a Portugal, país ibérico que poseía una marinería avezada, los mayores adelantos técnicos para la navegación de que se disponía entonces (la brújula o el astrolabio) y la grácil carabela de su creación. Poco tiempo después, el Reino de Castilla se suma al protagonismo lusitano y en abierta competencia por el dominio del mar enfrentan el desafío de los océanos, para convertirse en los mayores devoradores de espacios.
Previamente España y Portugal, con clara visión de las posibilidades que les ofrecía su posición geográfica y condición marinera, mediante el tratado de Alcaçovas-Toledo (1479), se habían repartido el océano Atlántico con una línea imaginaria “horizontal, al norte de la cual estaba la zona castellana y al sur la portuguesa”.[4]
En apenas pocas décadas más, gracias a Magallanes se produce la conquista del Pacífico americano, la posesión y colonización de su territorio[5] y queda descubierta para España la ruta comercial hacia el Asia (1519), iniciando con ello la mundialización del comercio y las relaciones internacionales. La suma del continente africano, histórica fuente de mano de obra esclava, y la expansión de la cultura comercial europea por el Pacífico hasta las costas asiáticas, así lo determinaron.
El tránsito de los siglos XV al XVI y de este al XVII fueron épocas de expansión marítima. Sin embargo, después de esto, vinieron periodos de retroceso y decadencia. El siglo XVII marcó la decadencia de España y Portugal como potencias coloniales, mientras las rivales Holanda, Inglaterra y Francia, trabadas en una encarnizada lucha intentaban consolidar el poder marítimo en el Caribe y en la costa este de Sudamérica. En cuanto a Inglaterra, pese a los logros personales de los almirantes Tromp y de Ruyter, su capacidad naval aun se hallaba en proceso de consolidación, pero gracias a su condición de territorio insular y a la habilidad política de la reina Isabel I, pronto demostró superioridad ante las otras potencias.
Al finalizar el siglo XVII, Gran Bretaña reunía como ningún estado europeo, todas las condiciones económicas, sociales, culturales, geográficas, poblacionales y políticas para situarse y desarrollarse como primera potencia marítima. Así lo hizo, porque supo aprovecharlas magistralmente. Y mediante una política exterior y de seguridad previsora, logró crear una poderosa flota tripulada por hábiles marinos; superó a Holanda[6] como potencia oceánica y se apoderó del comercio en Asia y del triángulo comercial comprendido entre la costa occidental de África, el Caribe, Sudamérica y Europa.[7]
Al iniciarse el siglo XVIII, la monarquía española, que había logrado salir del Mediterráneo y descubrir mundos lejanos, comenzaba su declive. Nación poseedora de una marina de guerra fuerte y poderosa enfrentaba una realidad de plena decadencia. Por eso, puede decirse que, para ese tiempo, el imperio español carecía de una armada potente y de marinería bien adiestrada, con espíritu militar y sobre todo decidida a recuperar el poder marítimo en sus territorios de ultramar. Por lo que muy pronto se vio convertida en juguete y entregada a la merced de las nuevas potencias, Francia, Gran Bretaña y el reino austriaco de los Habsburgo.
El siglo XVIII europeo no es un buen tiempo para España. Inglaterra y Francia adquieren un desarrollo acelerado como potencias. España y Portugal se rezagan, y afectados por profundas frecuentes crisis entran en un marcado proceso de retroceso. Ingleses y franceses necesita conquistar un lugar en el espacio de los nuevos imperios, por eso lanzan ofensivas para adueñarse de las rutas comerciales y asegurarse un lugar en el concierto de las grandes naciones europeas. 
Este siglo también se caracterizó por los enfrentamientos internacionales protagonizados por el Imperio Británico y Francia, que en su lucha por la hegemonía facilitaron la independencia de los Estados Unidos (1776), culminando con la batalla marítima de Trafalgar (1805) y la destrucción de la flota hispano-francesa. Con este triunfo contundente Inglaterra aseguró un siglo de dominio absoluto de los mares. Tras una lucha feroz desarrollada lo largo de 200 años, Gran Bretaña alcanzó la hegemonía naval, y en cuanto a relación de propiedades, también modificó de manera sustancial el mapa de Iberoamérica.[8]


[1] Braudel, “El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II”, México, Fondo de Cultura Económica, México, 1987,
[2] “La carabela era una nave diseñada por constructores navales portugueses: segura, extremadamente marinera, veloz y capaz de navegar con viento en contra dando bordadas con su vela latina, o velejar a favor del viento con una vela mayor, cuadrada, cercana al mástil”. José Antonio Gómez,La conquista, el poblamiento y las mujeres españolas en Guayaquil”, www.archivohistoricoguayas.org

[3] Muchos historiadores, al escribir sobre la lucha independentista de Hispanoamérica y consecuentemente sobre la de la Provincia de Guayaquil y su consecuencia la de la Audiencia de Quito, han omitido y aun no se percatan, que tanto el descubrimiento y conquista de América, como la batalla de Ayacucho, último golpe al poder colonial español, son parte de un mismo proceso histórico que se inició en 1492 y concluyó en 1824 con el surgimiento de numerosas naciones libres.
[4] María Luisa Laviana Cuetos, “Historia de España. La América española, 1492-1898. De las Indias a nuestra América”. Madrid, Ediciones Temas de Hoy, Pág. 10. 1996.
[5] “En época de Felipe II, hombres y mujeres procedentes de todos los reinos de España, partían de Palos de Moguer como integrantes de la “Carrera de Indias”, iniciada con la carabela, que gracias a sus especiales características se generalizó rápidamente por el mundo ibérico. Pero esta grácil nave, tenía un inconveniente: no había sido concebida para transportar masivamente pasajeros, como era la demanda. Poco después se utilizó la carraca y finalmente el galeón para movilizar los colonos”. José Antonio Gómez, artículo citado, www.archivohistoricoguayas.org

[6] “La poderosa flota holandesa, cuya capacidad de transporte era tan grande como todas las flotas de Europa juntas, su posición de intermediario entre el ámbito económico del Báltico y de España, la importancia de la pesca holandesa, el comercio con la India Occidental (sobre todo el comercio de oro y esclavos), y el comercio con la India Oriental (con especias y productos de lujo) convirtieron a Ámsterdam durante 150 años en el emporio más grande del mundo y en centro europeo de crédito, hasta ser desplazado, después de la mitad del siglo XVIII, por Londres, nuevo epicentro de la economía mundial gracias al poder económico de sus colonias, su dominio del mar y su sistema bancario eficaz”. Otto J. Seiler, “La navegación Ibero-Americana”,  Herford, Mittler, Pág. 24, 1992.
[7] Paul Kennedy, “The rise and the falls of the Grate Powers, Economic Change and Millitary Conflict from 1500 to 2000, Londres, en Otto J. Seiler, Pág. 19, 1988.
[8] Alfred Thayer Mahan, “The Influences of Sea Power upon History”, Boston, 1890. En Otto J. Seiler, “La navegación Ibero-Americana”,  Herford, Mittler, Pág. 24, 1992.


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