domingo, 26 de agosto de 2018





Europa del siglo XVIII
Europa en el siglo XVIII inicia un nuevo movimiento filosófico e ideológico. Bajo el ascenso de nuevas ideas se configura lo que se da en llamar la corriente ilustrada. En efecto, el siglo XVIII es el siglo de las luces o de la ilustración. Los grandes pensadores franceses, ingleses y holandeses permitieron la creación de un ambiente de libertad política, diversidad religiosa y prosperidad económica, que era el más adecuado para el triunfo del pensamiento ilustrado. Sin embargo, pese a estas conquistas obtenidas en muchos países europeos, hay que reconocer que la cuna de este movimiento de la Ilustración fue Francia.
Y en el campo de las transformaciones políticas, especialmente para las modificaciones de Europa, me atrevo a llamarlo, como lo han hecho prestigiosos historiadores europeos y latinoamericanos, el siglo de las revoluciones. Pues, las ideas transformadoras de la Ilustración, el pensamiento pionero de Adam Smith a favor del libre comercio y los derechos humanos, y la Revolución Francesa que plantea el derecho de autodeterminación de los pueblos, fueron movimientos intelectuales que removieron los cimientos de los estados autocráticos europeos y, además, apadrinaron las guerras de independencia de Iberoamérica y Haití.
Pero no fue solo esto. También fue el siglo del comercio y su expansión, así como de la apertura de las nuevas y grandes rutas mundiales, pero, estuvo ensombrecido por el dualismo entre Prusia y Austria con tres sangrientas guerras civiles y por varias guerras internacionales. La de Sucesión, 1740-1748, la de la Convención francesa, y las llamadas de Coalición movilizadas por William Pitt Jr. contra Francia: 1793-1797, 1799-1802 y 1805.
Sin embargo, en lo fundamental, que fue la lucha por la hegemonía de los mares para captar los mercados mundiales, yo diría que este siglo se reduce a la historia de Inglaterra. Pues, esta marcaba el ritmo del desarrollo al haber alcanzado un mayor grado de libertad de la persona y de la propiedad que el resto de Europa. Por el capital acumulado a través del comercio exterior y por sus actividades corsarias logró crear una banca de alto nivel que trabajaba con intereses relativamente bajos, que le representaron las condiciones decisivas para su industrialización (1780). Por otra parte, no podemos dejar de mencionar a los más connotados socios que Isabel I de Inglaterra armó en corso: William Paterson, quien más tarde sería el fundador del Banco de Inglaterra; Francis Drake, al cual se le dio el título de “Sir” y Henry Morgan, que campeó su audacia por las costas americanas.
La Gran Bretaña alcanzaba preponderancia porque tuvo la concurrencia de varios factores, que a lo largo de una generación la llevaron a vivir un desarrollo sensacional: un nuevo orden social que abrió a sus empresarios un campo de actividad amplio y libre, los ricos yacimientos de carbón, el desarrollo de la máquina a vapor, un mercado único sin aranceles interiores y una mano de obra barata obtenida mediante una gran injusticia social. Con ello, desarrolló una clase empresarial, emprendedora y audaz que superó a sus competidores europeos.
El Imperio Británico, por haber alcanzado las condiciones económicas, sociales y científicas fue el gran ganador de la lucha por la hegemonía y del conflicto mundial desde la Revolución Francesa, que a pesar del bloqueo continental impuesto por Napoleón (1806), y gracias al tipo de explotación humana referida, pudo adaptar su capacidad industrial a las necesidades del mercado mundial. Y con la supresión de las barreras comerciales inundó los mercados europeos y ultramarinos con una oferta de mercaderías aplastante. La aplicación de una economía abierta, y de mercados libres (aunque practicó algunas políticas proteccionistas), la ayudó como potencia industrial y dominante de los mares a ocupar una posición de supremacía mundial tras vencer a Francia.[1]

Siglo XVIII: España y la sociedad colonial
España tuvo a su alcance todo lo necesario para construir un imperio ultramarino, pero sus condiciones económicas y políticas no lo permitieron ni posibilitaron. Para hacerlo hubiera tenido que cambiar su economía y algunos aspectos de su visión del mundo y de la sociedad. Además, no lo pudo lograr porque para ello debía tener la seguridad de un ejército fuerte dentro y fuera de sus fronteras, eficiencia administrativa en los dos mundos, una economía fuerte, consolidada y en expansión, más centrada en la manufactura. Además, una flota mercante para un eficiente comercio y una marina de guerra para el control marítimo continental. Y para el caso de sufrir reveses internacionales, debió disponer de recursos técnicos y financieros para reconstituir ese poder.
Sin embargo, durante más de dos siglos, fue dueña y tuvo el control de las rutas navieras y de una intensa actividad comercial cautiva con el Nuevo Mundo, pero las perdió. Con los reinos de ultramar le ocurrió lo mismo, por cuanto no pudo reconocer la realidad de su independencia, hasta que los hechos ocurridos a partir de 1819 no se lo demostraron en forma irreversible: primero con la sublevación de los ejércitos que desde la Península se intentaba enviar a ultramar para sofocar la revolución, el de Andalucía a órdenes de Riego, y segundo, con la batalla de Ayacucho en 1824 en que es despojada del último jirón de territorio americano, el Perú.[2]
En la primera mitad del siglo XVIII ya era evidente la decadencia de España en el concierto de las grandes naciones y de los imperios coloniales europeos. Su derrumbamiento como potencia naval y la pérdida de las rutas comerciales a manos de las monarquías francesas e inglesas era inevitable, pues estas vieron en su debilidad económica y naviera la posibilidad de hacerse de sus posesiones americanas y asiáticas. Para entonces, España era lo que bien podríamos llamar un imperio ultramarino sin flota, que tuvo el constante desacierto de pasarse casi todo el siglo XVIII enfrentado a Inglaterra y a su enorme poderío marítimo y militar. “Realmente fue un caso insólito (…) que existiera un Imperio ultramarino sin flota para defenderlo (…) incapaz de defender sus enormes dominios ultramarinos del Atlántico y del Pacífico. Para semejante empresa habría hecho falta no una armada, sino varias, como las que tenían los británicos y los franceses”.[3]
La debilidad española en el mar era tan manifiesta que, por ejemplo, luego de la toma de Guayaquil en 1709 por el corsario inglés Woodes Rogers que obtuvo 30.000 pesos de rescate,[4] y el solo conocimiento del zarpe de siete navíos desde Inglaterra hacia las costas del Pacífico alarmó a las autoridades virreinales. Las cuales, para alcanzar cierto grado defensivo debieron pedir a todos lo barcos franceses, inclusive a los contrabandistas que se encontraban en el área, a integrarse “en una flota para defender el virreinato de un posible ataque inglés. A cambio de la ayuda militar de los franceses, el virrey suspendía las reales órdenes de prohibición del comercio a los franceses para que pudieran desembarcar y vender sus mercaderías”.[5]


[1] Otto J. Seiler, Op. Cit.,  Págs. 29 a 33.
[2] Gloria Inés Ospina Sánchez, “España y Colombia en el siglo XIX”, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, Pág. 24, 1988.

[3]  Manuel Lucena Salmoral, “Un Continente maduro para la independencia”, Revista La Aventura de la Historia, Nº 60, Madrid, Arlanza Ediciones SA, Pág. 58, 2003.
[4] Carta del virrey marqués De Castell Dos Rius a Don Cristóbal Ramírez de Arellano: “Por vuestra carta de trece y quince del pasado, quedo en inteligencia de todo lo sucedido aquel día con los enemigos que entraron en esa ciudad, y os apruebo todo lo que ejecutasteis que muy conforme a vuestras obligaciones, esperando continuaréis en lo que se ofreciere con la misma prudencia y cuidado, procurando, si los enemigos se han acabado de retirar de esa ciudad, reducir a los vecinos a que se restituyan en ella y vivan todos con el cuidado y prevención que conviene por si volvieren segunda vez.
Espero que todo lo que pudiéreis haber inquirido de sus designios, sus fuerzas, porte de bajeles y gente que traen, me informaréis muy por menor, por lo que importa tener estas noticias, como también, en qué paró el ajuste hecho/ de los treinta mil pesos con ellos y si han restituido los bajeles apresados con todo lo demás que se os ofreciere.- Dios os guarde.- Lima, ocho de junio de mil setecientos nueve. Actas del Cabildo Colonial de Guayaquil, Tomo X: 1708 – 1712. Tomo XI: 1715- 1716, Versión Ezio Garay Arellano, Guayaquil, Archivo Histórico del Guayas, Págs. 64-65, 2004.
[5] Carta del virrey marqués de Castell dos Rius a Su Majestad de 31 de diciembre de 1709. A.G.I. Lima, 483, en Jesús Turisu Sebastián. Op. Cit. Pág. 113.

No hay comentarios:

Publicar un comentario