martes, 28 de agosto de 2018



Continuación II
Carlos III, bajo las condiciones históricas en las que le tocó reinar se constituyó en el organizador de un régimen despótico. A este monarca le gustaba ser tenido y creído por ilustrado. Al acceder a la Corona de España aspiró a continuar con las exitosas políticas empleadas como gobernante de Nápoles y Sicilia, que fue la marca que identificó a su reinado en España. En esa misma línea, en 1764 le llegó el turno de la reforma al comercio interior y exterior de España con sus colonias en América y provincias extranjeras.
Durante su reinado penetraron nuevas ideas, que instauran en el Gobierno una nueva mentalidad, generando tendencias, que se orientan al predominio de la razón y las ciencias útiles. “Esta nueva mentalidad es el despotismo ilustrado, que fue resumido por Palacio Atard en cuatro grandes puntos: 1. Político-religioso: intenso desarrollo del regalismo. 2. Político-administrativo: centralización. 3. Económico-social: amplias y variadas medidas que constituyen un vasto programa de reformas. 4. Cultural: procurar elevar el nivel cultural y fijar la atención en aspectos científicos hasta entonces no cultivados”.
“Los representantes de esta nueva mentalidad, los ilustrados, comenzaron reuniéndose y formando tertulias y academias locales en las ciudades más importantes, por lo que vemos multiplicarse durante todo el siglo las discusiones y las agrupaciones literarias y científicas a lo largo de todo el territorio español”.[1]
Las cuales derivaron en sociedades económicas protegidas por la Corona que convocaron a los principales hombres de varias provincias que por iniciativa propia las extendieron por toda España alcanzando entre 1765 y 1786 el mayor número de ellas en todo el territorio. Su origen se atribuye a una consecuencia de la Ilustración, pues, estas fueron las que más aportaron a la defensa de la ideología, y a la vez fomentaron la ejecución de estudios de economía política y el crecimiento de lo local. Desde que la Sociedad Económica de la villa de Azcoitía, Guipúzcoa, la primera en fundarse en 1765, apenas se organizaron dos sociedades, la de Baeza y Tudela.
Pero a partir de 1774, surgieron en cualquier sociedad donde había un núcleo ilustrado, y se centraron en el fomento a las actividades agropecuarias. Y mediante la distribución gratuita de semillas, la enseñanza práctica en labores y conocimientos técnicos, o asesoramiento directo orientaban al campesino hacia la industrialización y conservación de los productos de sus cosechas.
“La dispersión geográfica de las Sociedades nos muestra la existencia de un núcleo importante en Andalucía. Según consta en los Expedientes de fundación que se conservan en el Archivo Histórico Nacional en la sección de Consejos Suprimidos, la primera que nació fue la de Baeza con fecha de solicitud del 8 de mayo de 1774 y su aprobación por el Consejo fue realizada el 31 de mayo de 1774, siguiendo una lista que consta de 31 sociedades”.[2]
Carlos III, para capear las condiciones históricas críticas intentó reconstituir el imperio español en decadencia. Para ello, implantó un reformismo controvertido que tendría su oposición en la corte, como todo lo novedoso. El temor a la apertura al libre comercio con las colonias de ultramar; que se ve reflejado en lo cauteloso del informe del fiscal general presentado en la segunda etapa del reinado de este progresista monarca: “Se hace, desde luego, cargo de la grande importancia del asunto y de la reflexión, circunspección y tiento con que es preciso proceder para el arreglo general del comercio y navegación de España con las Indias y más a vista de que el método de flotas y galeones en forma de comboy (sic),  sin distinción de tiempos de paz y guerra se ha observado puesto mas de 200 años, tiempo cuya razón muchas personas oyen con horror cualquier innovación persuadidos de que todos, o lo más que se han practicado desde principios de este siglo, lejos de producir aumentos de nuestro comercio, han conspirado a su destrucción y ruina”.[3]
“Por ser Cádiz en el día absoluta y única plaza de nuestro comercio de deposito de los caudales que se giran se interesan en conservarlo, y por consiguiente que no omiten medio, diligencia para convertir cualquier pensamiento, que se dirija a extender la navegación y el comercio a otros puertos, y malquistar las ideas que consideren contrarias a su particular interés”.[4]
El gran esfuerzo naval y las reformas realizadas por los reyes Borbones, si bien lograron dotar a España de una importante flota de guerra, no aumentaron el tonelaje de la mercante, que al término de la lucha de los Estados Unidos no pasaba de unas 150.000 toneladas. Esta limitación, más la carencia de capitales tenía estancado al indiscutible progreso de la industria y del comercio que se debió al abandono de los sistemas de monopolios.
El rey, luego de su experiencia con Inglaterra comprendió la urgencia de “fortalecer cuatro grandes centros de poder político, militar y económico, que fueron los virreinatos de México, Nuevo Reino de Granada, Perú y Río de la Plata, desde los cuales se haría una acción repobladora y defensiva en las tierras de frontera”, y enfiló sus decisiones hacia lo “fiscal, militar, jurídico, comercial y minero”.[5] Puso énfasis en la rehabilitación de la hacienda pública mediante la creación de nuevos impuestos, incremento de los existentes, para cuyo manejo se crearon aduanas, estancos y otros organismos de control.
El establecimiento de las sociedades económicas amigos del país en la Península, sirvió al monarca para flexibilizar sus relaciones con las instancias de poder colonial en ultramar, planteando propuestas de desarrollo implementadas por el imperio español. Para comprenderlas “será preciso definir la visión que dichas instituciones tenían de la economía, que teóricamente constituía su campo de reflexión y de actuación”.[6] Por esto es que algunas veces estas sociedades fueron órganos consultivos y en otras ocasiones manejaron una cierta cuota de poder local, desde donde podían ejecutar ciertos proyectos.
Estas reformas bajo la intervención y presión personal del monarca se concretaron en apenas cinco meses. Sin embargo, sus resultados en realidad no se dieron con tanta facilidad, pues las autoridades se vieron en la necesidad política de infundir tranquilidad a los comerciantes monopolistas españoles y ultramarinos, a fin de impedir revueltas no deseadas cuando precisamente España se hallaba inmersa en su rechazo a los jesuitas. Lo cual estuvo muy lejos de lograrse, pues, en toda América se produjeron cientos de protestas, motines e importantes levantamientos como la revolución acaudillada por Túpac Amaru en Perú, el 4 de noviembre de 1779 y la insurrección comunera en Guaitarilla, Colombia el 18 de mayo de 1800.            
Las condiciones históricas de las luchas interimperiales en Europa, la situación del imperio español y el asedio de sus vecinos, en provocaciones y enfrentamientos constantes, lo forzaron a una situación de permanente vigilancia y cuidado. Por eso, Carlos III se vio forzado a frenar y atenuar su política de imponer reformas que afectaron más a los criollos, quienes con más recursos debieron pagar más que el común. El monarca tuvo que acceder a sus peticiones,[7] realizando reformas selectivas y para consolidar su gobierno eligió las más urgentes. Con esta nueva política de selección y la espera por acontecimientos políticos favorables, el comercio americano permaneció estancado hasta 1770, en que muy tímidamente se intentó reactivarlo.
Para el imperio español los conflictos producidos en torno a los nuevos impuestos, como alcabala, guía y tornaguía, no cayeron en saco roto. Pronto se reforzó la organización militar que mantenía guarniciones en los puertos y plazas defensivas a las capitales virreinales. Se crearon las milicias voluntarias, intendencias militares y de Hacienda (1786), y se estructuraron las capitanías generales sostenidas por comandancias militares. Esta organización militar sobrevivió y fue la que debió enfrentar la lucha emancipadora americana a partir de 1810 hasta 1824 que termina con la independencia del Perú.
 “En el siglo XIX el panorama será muy distinto, al menos en los primeros años. Primero Trafalgar, luego la invasión francesa, más tarde la sublevación de las colonias y las guerras carlistas se encargarán de anular el progreso logrado a lo largo de la segunda mitad del siglo XVIII (…) la flota mercantil casi desaparece ya que la inestabilidad política no ofrecía alicientes a la inversión de capitales en el negocio marítimo”.[8]
En las tres primeras décadas del siglo XIX, como consecuencia de las guerras napoleónicas que cambiaron al mundo para siempre, las colonias españolas de América se sublevaron contra España (alcanzando su liberación total al finalizar 1824), y en 1814 cuando Fernando VII volvió a ocupar el trono se negaron a someterse. En 1815, con la derrota de Napoleón en la batalla de Waterloo, cesaron las guerras que azotaron a Europa desde 1789 y las naciones victoriosas, intentaron mantener la paz continental mediante la celebración anual de conferencias.
Sin embargo, las monarquías absolutistas austriaca, rusa y prusiana, agrupadas en la llamada Santa Alianza, en su intento de convertirse en árbitros para imponer el antiguo orden, recibieron el rechazo de la Gran Bretaña, la cual, regida por una monarquía constitucional impulsaba la autodeterminación de los pueblos. En 1820, el sur de Europa se hallaba inmerso en violentas revoluciones; el levantamiento militar liderado por Rafael del Riego, impuso en España la constitución ultra-liberal de 1812, y en Portugal, derrocada la Regencia, gobernaba una Junta liberal. Pese a estas conquistas liberales, los regímenes ibéricos no lograron consolidarse. “Revoluciones liberales estallaron también en Italia, pero fueron aplastadas por los ejércitos austriacos, que vinieron en ayuda de los autócratas locales. En 1821, Grecia se levantó contra los otomanos, que habían conquistado el país en 1453”.[9]


[1] María del Carmen Romero, Profesora-tutora del Centro Asociado de Córdoba,La Real Sociedad Patriótica de Amigos del País del reino de Córdoba (1779-1810)”, Córdoba, Revista de la Facultad de Geografía e Historia, núm. 4, 1989, Págs. 259-272


[2] María del Carmen Romero, “Amigos del País”, Pág. 259.
[3] Informe al rey, de Jerónimo Ustáriz Fiscal General
[4] Jesús Varela Marcos, “El primer reglamento para el libre comercio con América: su génesis y fracaso”, Anuario de Estudios Americanos Nº 46, Págs. 243-268, 1989.
[5] Lucena, Op. Cit. Págs. 60-61
[6] Marc Martí (Doctor en Historia, Profesor de la Universidad de Toulon, Departamento de Civilización Hispánica),  “Emblemas y Lemas de Las Sociedades Económicas de Amigos del País. Análisis de un Discurso de Intenciones”, Brocar, 19 (1995) Pág. 190.

[7] En los informes consultados que publica Jesús Varela en el Anuario de Estudios Americanos, que fueron presentados al rey entre febrero de 1772 y julio de 1773, se hace evidente la intención de dilatar las cosas mediante el empleo de la lentitud burocrática en los informes, estudios, elaboración de propuestas que tanto lastre agregaron a la eficacia del gobierno en su determinación.
[8] Cervera, “La Marina Mercante en la Política del Reformismo Borbónico”, Pág. 263
[9] Moisés Enrique Rodríguez “Bajo las Banderas de la Libertad”, Madrid, Boletín de la Real Academia de la Historia, tomo CCV. Págs. 127 a 133, 2008.

No hay comentarios:

Publicar un comentario