Continuación II
Carlos III, bajo las condiciones históricas en las que le tocó
reinar se constituyó en el organizador de un régimen despótico. A este monarca
le gustaba ser tenido y creído por ilustrado. Al acceder a la Corona de España
aspiró a continuar con las exitosas políticas empleadas como gobernante de
Nápoles y Sicilia, que fue la marca que identificó a su reinado en España. En
esa misma línea, en 1764 le llegó el turno de la reforma al comercio interior y
exterior de España con sus colonias en América y provincias extranjeras.
Durante su reinado penetraron
nuevas ideas, que instauran en el Gobierno una nueva mentalidad, generando
tendencias, que se orientan al predominio de la razón y las ciencias útiles.
“Esta nueva mentalidad es el despotismo ilustrado, que fue resumido por Palacio
Atard en cuatro grandes puntos: 1. Político-religioso: intenso desarrollo del
regalismo. 2. Político-administrativo: centralización. 3. Económico-social:
amplias y variadas medidas que constituyen un vasto programa de reformas. 4.
Cultural: procurar elevar el nivel cultural y fijar la atención en aspectos
científicos hasta entonces no cultivados”.
“Los
representantes de esta nueva mentalidad, los ilustrados, comenzaron reuniéndose
y formando tertulias y academias locales en las ciudades más importantes, por
lo que vemos multiplicarse durante todo el siglo las discusiones y las
agrupaciones literarias y científicas a lo largo de todo el territorio
español”.[1]
Las cuales
derivaron en sociedades económicas protegidas por la Corona que convocaron a
los principales hombres de varias provincias que por iniciativa propia las
extendieron por toda España alcanzando entre 1765 y 1786 el mayor número de
ellas en todo el territorio. Su origen se atribuye a una consecuencia de la
Ilustración, pues, estas fueron las que más aportaron a la defensa de la
ideología, y a la vez fomentaron la ejecución de estudios de economía política
y el crecimiento de lo local. Desde que la Sociedad Económica de la villa de
Azcoitía, Guipúzcoa, la primera en fundarse en 1765, apenas se organizaron dos
sociedades, la de Baeza y Tudela.
Pero a partir de 1774,
surgieron en cualquier sociedad donde había un núcleo ilustrado, y se centraron
en el fomento a las actividades agropecuarias. Y mediante la distribución
gratuita de semillas, la enseñanza práctica en labores y conocimientos
técnicos, o asesoramiento directo orientaban al campesino hacia la
industrialización y conservación de los productos de sus cosechas.
“La dispersión geográfica de
las Sociedades nos muestra la existencia de un núcleo importante en Andalucía.
Según consta en los Expedientes de fundación que se conservan en el Archivo
Histórico Nacional en la sección de Consejos Suprimidos, la primera que nació
fue la de Baeza con fecha de solicitud del 8 de mayo de 1774 y su aprobación
por el Consejo fue realizada el 31 de mayo de 1774, siguiendo una lista que
consta de 31 sociedades”.[2]
Carlos III, para capear las condiciones históricas críticas
intentó reconstituir el imperio español en decadencia. Para ello, implantó un
reformismo controvertido que tendría su oposición en la corte, como todo lo
novedoso. El temor a la apertura al libre comercio con las colonias de
ultramar; que se ve reflejado en lo cauteloso del informe del fiscal general
presentado en la segunda etapa del reinado de este progresista monarca: “Se
hace, desde luego, cargo de la grande importancia del asunto y de la reflexión,
circunspección y tiento con que es preciso proceder para el arreglo general del
comercio y navegación de España con las Indias y más a vista de que el método
de flotas y galeones en forma de comboy (sic),
sin distinción de tiempos de paz y guerra se ha observado puesto mas de
200 años, tiempo cuya razón muchas personas oyen con horror cualquier
innovación persuadidos de que todos, o lo más que se han practicado desde
principios de este siglo, lejos de producir aumentos de nuestro comercio, han
conspirado a su destrucción y ruina”.[3]
“Por ser Cádiz en el día absoluta y única plaza de nuestro
comercio de deposito de los caudales que se giran se interesan en conservarlo,
y por consiguiente que no omiten medio, diligencia para convertir cualquier
pensamiento, que se dirija a extender la navegación y el comercio a otros
puertos, y malquistar las ideas que consideren contrarias a su particular
interés”.[4]
El gran esfuerzo naval y las reformas realizadas por los reyes
Borbones, si bien lograron dotar a España de una importante flota de guerra, no
aumentaron el tonelaje de la mercante, que al término de la lucha de los
Estados Unidos no pasaba de unas 150.000 toneladas. Esta limitación, más la
carencia de capitales tenía estancado al indiscutible progreso de la industria
y del comercio que se debió al abandono de los sistemas de monopolios.
El rey, luego de su experiencia con Inglaterra comprendió la
urgencia de “fortalecer cuatro grandes centros de poder político, militar y
económico, que fueron los virreinatos de México, Nuevo Reino de Granada, Perú y
Río de la Plata, desde los cuales se haría una acción repobladora y defensiva
en las tierras de frontera”, y enfiló sus decisiones hacia lo “fiscal, militar,
jurídico, comercial y minero”.[5]
Puso énfasis en la rehabilitación de la hacienda pública mediante la creación
de nuevos impuestos, incremento de los existentes, para cuyo manejo se crearon
aduanas, estancos y otros organismos de control.
El establecimiento de las sociedades económicas amigos del país en
la Península, sirvió al monarca para flexibilizar sus relaciones con las
instancias de poder colonial en ultramar, planteando propuestas de desarrollo
implementadas por el imperio español. Para comprenderlas “será preciso definir
la visión que dichas instituciones tenían de la economía, que teóricamente
constituía su campo de reflexión y de actuación”.[6]
Por esto es que algunas veces estas sociedades fueron órganos consultivos y en
otras ocasiones manejaron una cierta cuota de poder local, desde donde podían
ejecutar ciertos proyectos.
Estas reformas bajo la intervención y presión personal del monarca
se concretaron en apenas cinco meses. Sin embargo, sus resultados en realidad
no se dieron con tanta facilidad, pues las autoridades se vieron en la
necesidad política de infundir tranquilidad a los comerciantes monopolistas
españoles y ultramarinos, a fin de impedir revueltas no deseadas cuando precisamente
España se hallaba inmersa en su rechazo a los jesuitas. Lo cual estuvo muy
lejos de lograrse, pues, en toda América se produjeron cientos de protestas,
motines e importantes levantamientos como la revolución acaudillada por Túpac
Amaru en Perú, el 4 de noviembre de 1779 y la insurrección comunera en
Guaitarilla, Colombia el 18 de mayo de 1800.
Las condiciones históricas de las luchas interimperiales en
Europa, la situación del imperio español y el asedio de sus vecinos, en
provocaciones y enfrentamientos constantes, lo forzaron a una situación de
permanente vigilancia y cuidado. Por eso, Carlos
III se vio forzado a frenar y atenuar su política de imponer reformas que
afectaron más a los criollos, quienes con más recursos debieron pagar más que
el común. El monarca tuvo que acceder a sus peticiones,[7]
realizando reformas selectivas y para consolidar su gobierno eligió las más
urgentes. Con esta nueva política de selección y la espera por acontecimientos
políticos favorables, el comercio americano permaneció estancado hasta 1770, en
que muy tímidamente se intentó reactivarlo.
Para el imperio español los conflictos producidos en torno a los nuevos
impuestos, como alcabala, guía y tornaguía, no cayeron en saco roto. Pronto se
reforzó la organización militar que mantenía guarniciones en los puertos y
plazas defensivas a las capitales virreinales. Se crearon las milicias
voluntarias, intendencias militares y de Hacienda (1786), y se estructuraron
las capitanías generales sostenidas por comandancias militares. Esta
organización militar sobrevivió y fue la que debió enfrentar la lucha
emancipadora americana a partir de 1810 hasta 1824 que termina con la
independencia del Perú.
“En el siglo XIX el
panorama será muy distinto, al menos en los primeros años. Primero Trafalgar,
luego la invasión francesa, más tarde la sublevación de las colonias y las
guerras carlistas se encargarán de anular el progreso logrado a lo largo de la
segunda mitad del siglo XVIII (…) la flota mercantil casi desaparece ya que la
inestabilidad política no ofrecía alicientes a la inversión de capitales en el
negocio marítimo”.[8]
En las tres primeras décadas del siglo XIX, como consecuencia de
las guerras napoleónicas que cambiaron al mundo para siempre, las colonias
españolas de América se sublevaron contra España (alcanzando su liberación
total al finalizar 1824), y en 1814 cuando Fernando VII volvió a ocupar el
trono se negaron a someterse. En 1815, con la derrota de Napoleón en la batalla
de Waterloo, cesaron las guerras que azotaron a Europa desde 1789 y las
naciones victoriosas, intentaron mantener la paz continental mediante la
celebración anual de conferencias.
Sin embargo, las monarquías absolutistas austriaca, rusa y
prusiana, agrupadas en la llamada Santa Alianza, en su intento de convertirse
en árbitros para imponer el antiguo orden, recibieron el rechazo de la Gran
Bretaña, la cual, regida por una monarquía constitucional impulsaba la
autodeterminación de los pueblos. En 1820, el sur de Europa se hallaba inmerso
en violentas revoluciones; el levantamiento militar liderado por Rafael del
Riego, impuso en España la constitución ultra-liberal de 1812, y en Portugal,
derrocada la Regencia, gobernaba una Junta liberal. Pese a estas conquistas
liberales, los regímenes ibéricos no lograron consolidarse. “Revoluciones
liberales estallaron también en Italia, pero fueron aplastadas por los
ejércitos austriacos, que vinieron en ayuda de los autócratas locales. En 1821,
Grecia se levantó contra los otomanos, que habían conquistado el país en 1453”.[9]
[1]
María del Carmen Romero, Profesora-tutora del Centro Asociado de Córdoba,
“La Real
Sociedad Patriótica de Amigos del País del reino de Córdoba (1779-1810)”,
Córdoba, Revista de la Facultad de Geografía
e Historia, núm. 4, 1989, Págs. 259-272
[2]
María del Carmen Romero, “Amigos del País”, Pág. 259.
[3]
Informe al rey, de Jerónimo Ustáriz Fiscal General
[4]
Jesús Varela Marcos, “El primer reglamento para el libre comercio con América: su génesis y fracaso”,
Anuario de Estudios Americanos Nº 46, Págs. 243-268, 1989.
[5]
Lucena, Op. Cit. Págs. 60-61
[6]
Marc Martí (Doctor en Historia, Profesor de la Universidad de Toulon,
Departamento de Civilización Hispánica),
“Emblemas y Lemas de Las Sociedades Económicas de Amigos del País.
Análisis de un Discurso de Intenciones”, Brocar, 19 (1995) Pág. 190.
[7]
En los informes consultados que publica Jesús Varela en el Anuario de Estudios
Americanos, que fueron presentados al rey entre febrero de 1772 y julio de
1773, se hace evidente la intención de dilatar las cosas mediante el empleo de
la lentitud burocrática en los informes, estudios, elaboración de propuestas
que tanto lastre agregaron a la eficacia del gobierno en su determinación.
[8]
Cervera, “La Marina Mercante en la Política del Reformismo Borbónico”, Pág. 263
[9]
Moisés Enrique Rodríguez “Bajo las Banderas de la Libertad”, Madrid, Boletín de
la Real Academia de la Historia, tomo CCV. Págs. 127 a 133, 2008.
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