viernes, 27 de diciembre de 2019



Las condiciones que consideró Guayaquil
Guayaquil buscaba inscribir su proyecto de libertad y alcanzar su independencia en el momento en que Hispanoamérica estuviese madura para intentar la ruptura total con el coloniaje, no antes. Esta actitud ha sido interpretada con ligereza por algunos historiadores, que han esgrimido la falacia que la negativa de los guayaquileños de apoyar a los quiteños en el movimiento del 10 de Agosto de 1809, se debió a sentimientos regionales adversos. Esto es totalmente alejado de la verdad. Estos no se comprometieron, porque tal movimiento no buscaba la ruptura colonial y porque su situación económica estaba en óptimas condiciones, y en ascenso, que no quisieron arriesgarla para embarcarse en una aventura contra la Corona y porque juzgaron que el poder militar colonial estaba intacto. 
Tan cierta era esta limitación en 1809, que Bolívar y los hombres agrupados en torno a él, aprendían apenas el arte de la rebelión en el cónclave secreto de su propiedad de El Palmito a orillas de río La Guayra[1].  Y San Martín, ni siquiera había llegado a Buenos Aires desde Europa[2].  
Es decir que las guerras de independencia como procesos bélicos –única forma de desalojar a los españoles– estaban recién en gestación. Consecuentemente, sumarse a un movimiento carente de estrategia, de profundidad, de ejército, y huérfano de sustentación continental, que en cualquier momento resultaría aplastado, habría sido un sueño de opio, equivalente a lanzarse a un despeñadero. Eso es lo que el coronel Jacinto Bejarano quiso decir con: ”Estamos listos, pero no están listas las condiciones externas“.
El escenario adecuado no existía aun: Podríamos decir que los guayaquileños con algo de visión y astucia mercantil lo percibieron así. Todavía estaban empeñados en clarificar su situación económica, negociar sus impuestos, gravámenes a sus transacciones,  etc. Olmedo, pese a que su pensamiento no se aparta de alcanzar la independencia, y la autonomía para su patria, va a las Cortes en plan de defensor del indígena, como negociador de facilidades para las colonias, es decir, como un diputado en pos de una legislación adecuada para progresar social y económicamente. 
Era necesario esperar el momento oportuno para evitar el fracaso, y este empezó a llegar cuando toda América se empeñó en romper el yugo que la humillaba. Eso, precisamente, pusieron en práctica, pues la experiencia quiteña les enseñó que solo sería viable la independencia si la concebían dentro de una visión macro y la incorporaban a un proceso continental. Y, así lo hicieron.
Cuando el imperio español estuvo agotado y debilitado militarmente por los sucesivos enfrentamientos con las potencias extranjeras, la monarquía, asediada interna y externamente, y su ejército fragmentado en muchos frentes de insurgencia, fue la hora decisiva. Entonces tomaron la resolución de alcanzar su emancipación. Con estas condiciones externas a favor, aunaron recursos propios, suficientes, y adoptaron una estructura militar que garantizaba el éxito. 
Factor favorable, fue también la llegada de San Martín a las costas peruanas: ”Apenas habían llegado á Guayaquil las primeras noticias de haber desembarcado la expedición libertadora en el Perú, cuando el espíritu de independencia comenzó a mover los ánimos de los moradores“[3]. Sin estos elementos asegurados, no habría sido fácil que acometiesen la empresa. 
Recordemos, además, las vacilaciones tenidas pocas horas antes del día de octubre señalado para la revolución. Las cuales fueron superadas cuando el grupo de oficiales venezolanos disidentes, les garantizaron la insubordinación de los cuarteles. Sin estos tres elementos, corrían hacia una aventura a la que no estaban dispuestos, pues tenían mucho que perder. Desde una bonanza económica, a la que no renunciarían por nada, ni por los bloqueos que haría el régimen colonial. 
Los líderes de Guayaquil calcularon y meditaron, planificaron y midieron sus pasos. Respondían más a una lógica de pensar bien, para no fracasar. Recordemos que el eje político de la independencia de Hispanoamérica, que buscaba involucrar su lucha a un movimiento único continental, estaba dado por las sociedades secretas, especialmente la masonería, en la cual militaban los liberales de Guayaquil. Los masones eran una línea de acción venida de Inglaterra, Francia, e Hispanoamérica. Triángulo que era el camino conductor al éxito[4].
”A partir de la emancipación de Guayaquil, cambió sustancialmente el curso de la guerra en Sudamérica. Privados de los ingresos tributarios causados por el cacao, del apoyo logístico del astillero de Guayaquil y de la formidable posición estratégica de nuestro puerto, los ejércitos realistas quedaron cercados en la sierra peruana“[5]
El triunfo regional y la división nacional
Con el desarrollo social, político y económico, de la Audiencia de Quito tomaron forma, hasta casi institucionalizarse tres espacios regionales: el centro-norte serrano, con Quito como eje; el austro, liderado por Cuenca; y la Costa toda, representada por Guayaquil. Estas realidades, han subsistido en la república desde la colonia, mas no podemos decir que de ellas surgieron tres planes distintos de independencia. Realmente no fueron si no dos, esto es, el monárquico fidelista de Quito, del 10 de Agosto de 1809, con el que tradicionalmente se identificaron las elites serranas (Roberto Andrade y Manuel María Borrero, ampliamente han tratado el tema), y el de Guayaquil y la Costa, cuyos líderes ilustrados alcanzan la ruptura total con el régimen monárquico el 9 de Octubre de 1820. El cual, no tiene ninguna semejanza ni es consecuencia del anterior. Esto no quiere decir, que hay que borrar de la memoria los antecedentes locales y foráneos que, como acciones precursoras tuvieron la importancia que ya hemos señalado en páginas anteriores.
Luego de los efectos políticos y militares que dejó el 10 de Agosto, cualquier tarea e intento de independencia tenía que comenzar por establecer y garantizar un espacio amplio de acción que, además de la voluntad y deseos de libertad tuviere también los recursos necesarios. Este solo podía ser asegurado desde la Costa, por que era la zona donde menos poder y control tenía España, y también porque en el mar y la región costera del Pacífico sur, su flota había sido seriamente debilitada. 
En estos hechos intervinieron diversos factores externos e internos. Entre los cuales podemos señalar a los efectos del tratado de Utrecht[6], y la presencia de barcos y marinos tanto ingleses como argentinos, chilenos, etc. La implantación de las reformas borbónicas, produjo un efecto no esperado, pues llevó a los españoles a imaginar que era tal el beneficio que traerían a las colonias, que llevaría a los criollos a plegar en una actitud de ”buen servicio“ hacia la corona, pero no fue así, ya que fueron expedidas demasiado tarde.
De otro lado, el espacio costero era la región que, tanto para independientes como para la corona podíaproporcionar un mejor control. Pero España lo había perdido casi en su totalidad, ya que se hallaba seriamente debilitada en el mar. Por ello, cualquier intento de retomar la Costa y el golfo de Guayaquil, era impracticable, pues ya no tenían pertrechos, la fuerza naval, el abrigo natural de la ría, ni los astilleros para mantenerla. 
Es decir, Guayaquil y su emancipación otorgaron no solo independencia regional a toda la costa americana, sino que, además, tornaron impracticable toda posibilidad de reconquista. Se abrió entonces, un gran espacio regional interno (de la antigua provincia de Guayaquil) independiente que permitió a las fuerzas de Bolívar (en el norte) y a las de San Martín (al sur) asegurar su libre acceso hacia los Andes.
Pero, además, hay otro aspecto que es importante destacar en la visión de los guayaquileños, en cuanto estrategia militar. Estos, a lo largo de casi dos años salen a enfrentar la contraofensiva española, pero en otro terreno: en la Sierra. Es decir no dejan que estos tomen o ganen espacio en su región, al no tener los españoles las condiciones para poderla tomar por mar, le otorga una relativa estabilidad al objetivo de Guayaquil, le da una garantía regional,  le permite una proyección interregional y convertirse en soporte para lo  nacional.
El triunfo  regional  de  Guayaquil, que  busca  expandirse a otros territorios está garantizado, un poco, por el desgaste al que fueron  sometidos el ejército y la marina española, la cual como sabemos,  fue casi anulada desde el tratado de Utrecht. Además, el  financiamiento inglés a expediciones corsarias, prácticamente liquidó a la ”Armada Invencible Española“, al punto que dejó de constituir un peligro para la campaña. 
De este modo el triunfo regional quedó garantizado por la posición de los guayaquileños, los cuales, inteligentemente perciben, que el estar en la Costa, y cerca al mar, obviamente los pone a buen recaudo, pues los enemigos tendrían que venir desde la Sierra y esto de por sí  encerraba una gran dificultad. 

El objetivo de la división protectora de Quito

Esta pregunta siempre fluye en los ambientes académicos de la historiografía ecuatoriana. Ya es conocido y ”reconocido“ que Guayaquil buscaba irradiar al interior del país su planteamiento independentista.  Para ello, qué mejor que empeñarse en acciones de coordinación externa y de resistencia interna. Los documentos de octubre ya nos permiten señalar qué era lo que buscaban los guayaquileños.
La mejor respuesta la encontramos en el número 6 del semanario El Patriota de Guayaquil, publicado el 15 de junio de 1822. Ese día, tan inmediato a la batalla de Pichincha, en el segundo, tercero y quinto párrafos de la proclama, la Junta de Gobierno expresa a la ciudadanía el júbilo por la liberación de Quito, diciendo: ”Esas aguas han hecho reflorecer el árbol de la Libertad, regando el 24 de Mayo á la hermosa Quito, y confirmando que la AURORA DEL 9 DE OCTUBRE, que rayó en nuestro horizonte, fue la aurora del brillante día en que la Libertad, con aire majestuoso, debía pasearse sobre la orgullosa cima de los Andes. 
(...) GUAYAQUILEÑOS: Cuando nos propusimos ser libres no podíamos dejar gemir en la opresión á los pueblos que nos rodeaban: la empresa era grande, y los tiranos miraron con desdén nuestro noble arrojo.¡Crueles! Ellos creyeron que vuestra sangre, que tres veces corrió en Guachi y Tanisagua, debilitaría y extinguiría la llama de vuestro amor patrio: pero se hizo más viva; y mientras vuestros hijos, hermanos y amigos corrieron á las armas, doblamos los esfuerzos, y todos nuestros recursos fueron empleados para conducir en nuestro auxilio á los hijos de la inmortal Colombia“. 
“GUAYAQUILEÑOS: Quito ya es libre: vuestros votos están cumplidos; la Providencia os lleva por la mano al Templo de la Paz, á recoger los frutos de vuestra constancia y de vuestros sacrificios[7].  
Este documento y su contenido, que es un verdadero canto guayaquileño a  la liberación de Quito, deja en claro, que la libertad de esta es consecuencia directa del 9 de Octubre, y no una afirmación de hoy. Es la jubilosa expresión de quienes participaron en ella con todas sus posibilidades, pronunciada apenas tres semanas después de la batalla del Pichincha, cuando los hechos habían sido confirmados, 



[1] Gerhard Masur, Op. Cit., p.89.
[2] San Martín, regresó a su patria, Argentina, en 1812 con el grado de teniente coronel y la medalla de oro de Bailén por su bizarro comportamiento en la batalla de ese nombre. San Martín, Enciclopedia Espasa.
[3] Juan Manuel Restrepo, Historia de la Revolución de Colombia, t. III, Medellín, Editorial Bedout, 1969, p. 90.
[4] “Miranda se dedicó a organizar en Londres una Junta Central Directiva en la cual lograron estar representadas no solo las colonias españolas del Nuevo Mundo, sino también las portuguesas del Brasil. Ya para entonces existía en el suelo de la Península juntas particulares de carácter secreto, como lo requería su peligroso programa, las cuales fueron transformándose lentamente, bajo la dirección de la de Londres , en otras tantas Logias Masónicas, siendo las más famosas las que en la primera década del siglo XIX llevaron el nombre de “Lautaro”, que San Martín, Alvear, Tapiola y los Carreras trasplantaron a sus respectivos países. Monteagudo, iniciado en los secretos las llevó al Perú, desde donde ascendieron hasta Quito...... Teniendo en cuenta las reuniones y conciliábulos que los suramericanos tenían en París y Londres, sus trabajos en las postrimerías del siglo XVIII y principios del XIX, y los más oscuros y reservados que fraguaban en la misma España, surge la idea de que se trataba de una vasta conspiración en toda América, que desde Buenos Aires hasta Méjico solo esperaba la ocasión para lanzar el grito de Independencia, ocasión o motivo que podía no ser lo mismo en cada uno de los países compro-metidos en la revuelta”. Jorge Pacheco Quintero, Influencia de la Masonería en la emancipación de América, Bogotá, Editorial La Gran Colombia, 1943, pp.50-51.
[5] Jorge Núñez, Guayaquil, una unidad colonial del trópico, Guayaquil, AHG, Colección Guayaquil y el río, 1997, p. 114.
[6] En la guerra de sucesión al trono español, los Habsburgo fueron apoyados por Inglaterra, Holanda y Portugal; en tanto que, los borbones franceses promovieron alianza con los españoles para enfrentar la presencia inglesa en España y América (Después de trece años de guerra, España firmó el tratado de Utrecht 1713), por el cual Felipe V, primer monarca Borbón es reconocido rey de España y de las colonias americanas. Gómez Navarro, et al. 1998. Historia Universal. Addison Wesley Longman Ed. México.
[7] Abel Romeo Castillo, El Patriota de Guayaquil y otros impresos, Volumen II, 1822, Guayaquil, AHG, 1987, p. 119

jueves, 19 de diciembre de 2019


Los bosques maderables de Guayaquil y su explotación

Los bosques maderables fueron el recurso natural que se constituyó en una de las más importantes fuentes y filones de ingresos con que contó Guayaquil durante la mayor parte de la época colonial. Además, su abundancia era la cantera de la que se nutrían sus astilleros. Este bien, de gran valor económico para la ciudad y su provincia, no era otra cosa que el producto de la enorme selva que contenía una abundante variedad de maderas de excelente calidad. Explotación que, además de producir ingentes ingresos al erario generaba mucho trabajo de campo. 
Lo más notable en cuanto a demanda de trabajo, además del recurso maderero, era la labranza y extracción de la madera cortada y su transporte desde la montaña hacia el principal mercado, Guayaquil. La movilización de las alfajías (origen árabe) de madera en bruto, se abarataba y facilitaba por los múltiples ramales de la inmensa red hidrográfica del Guayas. 
El extenso desierto del litoral peruano y norte chileno y la consecuente carencia de recursos madereros, desde los primeros tiempos de la colonia, provocaron la sobreexplotación de esta gran riqueza de la cuenca del Guayas. Pues, la enorme demanda de maderas finas, incorruptibles, caña guadua, etc., como materiales de construcción, permitió el crecimiento de un activo comercio de exportación. 
Por ello floreció la industria de la construcción en territorios vecinos, y dada la carencia que tenían de estos materiales, volcó su demanda hacia la provincia de Guayaquil. De allí que todas las antiguas edificaciones coloniales, civiles y militares, que aun subsisten en Lima, El Callao y otras ciudades vecinas a la costa, cuyo principal componente es la madera, fueron construidas y ornamentadas con las que se exportaban desde nuestra provincia. 
Esta inmensa riqueza forestal fue el punto de partida de la bonanza económica que impulsó y desarrolló la dinámica comercial guayaquileña. Además, factor decisivo para el crecimiento artesanal e industrial de la ciudad durante la edad moderna, cuya actividad estelar fue la construcción naval expresada en el gran auge de sus astilleros. 

Desde el principio existió una absoluta libertad en el corte de maderas. Sin embargo, hay documentos que desde 1650, registran la preocupación del Cabildo por controlar, sin ningún resultado, la explotación forestal indiscriminada en la provincia. En cada uno de los intentos se produjeron grandes tensiones movidas por intereses de los grupos o elites de poder. En ellas estaban incluidos no solo los presidentes de la Audiencia de Quito sino también los virreyes del Perú, pues todos ellos se encontraban envueltos directa o indirectamente con esa lucrativa actividad. 
Entre las mayores preocupaciones al finalizar el siglo XVII, está la explotación de los palos de maría, muy largos y derechos, utilísimos para la arboladura de las naves. Quizá por ser esta una madera que no crecía en otro lugar de la provincia, salvo en las célebres montañas de Bulubulu. El Cabildo preocupado, dice María Luisa Laviana, ordenó “que nadie corte árboles de maría, chicos ni grandes, sin licencia de este cabildo”,  pues se había cortado en exceso y “destrozado el monte Bulubulu” por lo que “convendría olvidar este bosque”. 
Al margen de estos árboles destinados a la construcción mástiles, los bosques guayaquileños hasta bien entrado el XVIII, continuaron siendo explotados sin mayores controles hasta finales de la época colonial. Todo esto ocurrió, pese a disposiciones de regulación vigentes desde mediados de ese siglo. El Cabildo de Guayaquil, consciente de la gravedad que implicaba este mal manejo de los recursos, hasta 1753, había aplicado una gran diversidad de fórmulas para controlar el negocio maderero. 
Medidas orientadas en tres direcciones fundamentales: reglamentar la exportación de madera; imponer en beneficio de las rentas municipales ciertos gravámenes sobre la explotación forestal; y por último, monopolizar la concesión de licencias o permisos para cortar madera en la provincia.
Fue necesario esperar hasta 1769 para que se produzca el primer intento serio para regular e imponer ordenanzas para someter la actividad a niveles técnicos y preservadores. Ese año el gobernador Juan Antonio Zelaya dictó un bando por el cual se prohibía cortar madera de todo tipo, sin la correspondiente licencia del gobierno. Para obtener esta autorización, los interesados debían contratar de su peculio “un maestro inteligente que señalará el gobierno, para que dirija y presencie los cortes” (Laviana). Las protestas no se hicieron esperar, pero no venían de quienes participaban en la extracción, sino de los comerciantes y traficantes limeños. Los cuales, convertidos en amos del negocio se agruparon en una junta de diputados y navieros, para debatir sobre el bando promulgado por Zelaya.
“Tratada largamente la materia, todos de un acuerdo convinieron en que la resolución y bando publicado por el dicho gobernador de Guayaquil contienen gravísimos inconvenientes en perjuicio y daño naval de esta Mar del Sur (...) semejante limitación de la antigua libertad en el corte de maderas, que además es una medida innecesaria, porque nunca se consideraron más copiosos de madera aquellos montes que en la presente ocasión” (Ídem).
La presión ejercida sobre el virrey, y sus propios intereses en tan importante actividad, lo llevaron a emitir la orden de anulación del bando que buscaba esta protección. No fue posible implantar una política inteligente de protección y explotación. Amat, terminó ordenando a Zelaya, que se limite a hacer una evaluación de los árboles que se iban a necesitar en la construcción de los navíos que se tenía proyectado construir. 
Todos los controles que imaginaron, terminaron en un rotundo fracaso, pues las medidas tomadas por el Cabildo, fueron sistemáticamente bloqueadas desde Lima. Es en el último tercio del siglo XVIII, probablemente por la bonanza económica que trajeron las plantaciones cacaoteras, que el negocio maderero pasó a segundo plano. Pues, si la mano de obra para el cacao era escasa, con mayor lo era para la tala de árboles, su labranza y transporte, que además, eran trabajos más duros. 
Por las trabas de los limeños, se dictaron nuevas medidas para la preservación de los bosques, esta vez emitidas por la corona española, que tajantemente, abolían la libertad en el corte de la madera. Medidas que tuvieron la abierta oposición del Cabildo guayaquileño, que aspiraba a monopolizar las licencias destinadas a la actividad maderera. Probablemente, fue por la merma de las rentas que estas limitaciones acarrearían a sus depauperadas finanzas.
Se impuso la emisión de una licencia del gobierno para la tala de árboles; se nombraron celadores, o vigilantes; se prohibió exportar la madera de cuenta, etc. Pero la parte más interesante y novedosa de estas ordenanzas es la referida a la conservación de los bosques y reforestación. 
Con una notable preocupación por el futuro ya que “no es prudencia mirar solo el tiempo presente y desatender el venidero”, el visitador José García León y Pizarro prohíbe cortar madera en algunos sitios considerados muy desforestados; encarga a las autoridades locales a determinar las zonas en que se vaya notando escasez; terminantemente dispone que solo se corten árboles jóvenes y ordena que los madereros repongan con nuevos plantíos el mismo número de árboles cortados, o que hagan algún otro beneficio al monte. 
Esta ordenanza estaba dirigida especialmente quienes talaban madera de guachapelí, por cuanto era vital para la estructura de los navíos. El visitador, también dispuso la siembra de abundantes semillas de esta especie para evitar su escasez y dictó otra serie de medidas aclarando, además, que todas ellas afectaban también a los arrendadores de la montaña de Bulubulu, pues su monopolio no les autorizaba a “destrozar la montaña con codicia y sin régimen”. En estas disposiciones se incluyó a quienes quieran cortar madera “en sus propios montes, respecto a que no impidiéndoseles como no se les impide el provecho y utilidad de ellos, solo se les prohíbe el mal uso” (Informe del visitador Pizarro)
Ya podemos ver desde donde viene el problema de la deforestación, que hoy continúa siendo un mal mundialmente acuciante. La depredación y explotación de los bosques naturales ecuatorianos parece ser una constante insalvable. La falta de decisión política para aplicar las leyes, ocasiona, por ejemplo, en la actual provincia de Esmeraldas, que los sobrevivientes “limeños” desde sus bastiones enquistados en ministerios de la moderna y aun vigente “audiencia”, hagan de las suyas con su riqueza natural maderera. 

martes, 17 de diciembre de 2019



ARTíCULO ANÓNIMO RECIBIDO VIA WHATSAPP EL DIA DE HOY:

17 DE DICIEMBRE DE 1830 MUERE SIMÓN BOLÍVAR, EN SANTA MARTA, COLOMBIA: 

Simón Bolivar murió un día como hoy,  un 17 de diciembre en 1830, absolutamente postrado, con una terrible tisis pulmonar que según su medico personal, el francés  Alejandro Próspero le habia destrozado los pulmones.

Bolívar vivió sus últimos días en la Quinta de San Pedro Alejandrino propiedad del español Joaquin de la Mier,  ironia de la vida, murió en la cama de uno de esos, de sus hermanos de sangre peninsulares, a los que había odiado y masacrado tanto, murió en estado deplorable, traicionado por  sus cómplices de la destrucción del Imperio Español, quienes le despreciaron e intentaron matarlo varias veces, a Venezuela nunca pudo volver porque la gente de José Antonio Páez quería asesinarlo.

El proyecto de la Gran Colombia por el que habia destrozado el Virreinato de la Nueva Granada y el Perú habian fracasado, Bolívar dejaba a una América destruida, partida en mil pedazos, con luchas internas de las hienas criollas que querian tomar el control de cada pedazo de tierra y montar su república, la economía destruida, los tesoros reales saqueados, un vacío de poder tremendo dejado por España. Desolación, Ruina y Muerte es lo que Bolívar dejaba en América del sur, era tan atroz, la destrucción de América que en sus últimas palabras, Bolivar hizo terribles premoniciones en una carta escrita por él a un colaborador suyo:

“1°. La América es ingobernable para nosotros. 2°. El que sirve una revolución ara en el mar. 3°. La única cosa que se puede hacer en América es emigrar. 4°. Este país caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos colores y razas. 5°. Devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos. 6°. Sí fuera posible que una parte del mundo volviera al caos- primitivo, este sería el último período de la América”.

Imaginen cuán irresponsable e (……) era este tipo que saca estas conclusiones después de haber destruido un continente, despedazado ricos reinos, entregado esas tierras a intereses británicos y teñido América de sangre por 20 años. Este maldito traidor no tiene perdón de Dios y murió atormentado, como no podia ser de otra manera y atormentado porque dejaba a América partida en mil pedazos escribe la famosa frase: «Todos debéis trabajar por el bien inestimable de la Unión: ¡Colombianos! Mis últimos votos son por la felicidad de la patria. Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la Unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro».

Fueron varios días de agonía, Bolivar no tuvo una muerte tranquila; tenía fiebres terribles, acceso de tos con mucha sangre, desasosiego, alucinaciones, rodeado de pocos colaboradores, sin hijo ni mujer que le cerraran los ojos, como debe morir un buen traidor a España.

Intranquilo, convencido de que le acechaban para asesinarle, Bolivar se manifestaba arrepentido durante las negras horas de la agonía: “ABOMINO DE HABER INICIADO UNA GUERRA CONTRA LOS ESPAÑOLES”  Le escucho decir su mayordomo Jóse Palacios.

La muerte de Simón Bolivar no generó dolor en Venezuela:
A diferencia de lo que pueden creer ahora los venezolanos, la verdad es que la Venezuela destrozada de la época no lloró a Bolivar, así lo evidencia los periódicos colombianos de la época que destacaron que la muerte de Bolivar genero un alivio en Venezuela e hicieron referencia al gobernador de Maracaibo, Juan Antonio Gómez quien escribió a Páez: “Bolívar, el genio del mal, la tea de la discordia o, mejor diré, el opresor de su patria, ya dejó de existir y de promover males que refluían siempre sobre sus conciudadanos. Me congratulo con ustedes por tan plausible noticia”.

Juan Vicente González estuvo durante años lamentando la indiferencia que mostraba Venezuela hacia Bolivar a dos años de su muerte escribe: “Dos años ha que duerme en paz nuestro Libertador. Ni una voz le acompaña, ni un recuerdo tal vez. Tan fácilmente olvida el corazón del hombre ”y a tres años de su muerte vuelve a escribir ”. “Asistí a la Cámara de Representante por ver lo que hacían los legisladores de mi patria con el Héroe que la creó, y mi alma quedó tan conmovida que hasta ahora no la ha dejado la funesta impresión. Yo vi escoger los colores más negros para retratarle, despedazar sobre sus sienes el laurel de la victoria, arrojar un velo de olvido sobre sus hazañas y cubrir con una nube de improperios sus eminentes glorias. En mi vida podré olvidar este espectáculo”.

Claro porque ni las sabandijas que se montaron en el poder ni el pueblo venezolano quería a Bolivar y asi fue por 50 años.

 El 21 de noviembre de 1842 cuando el gobierno de Páez lo llevo de vuelta a Venezuela y lo enterraron en la iglesia Metropolitana junto a sus padres y a su esposa lo sumieron en el olvido hasta 1876 cuando el masón autócrata Antonio Guzmán Blanco da comienzo de ese extravagante culto que ahora los venezolanos le profesan de modo irracional.

                                                                                                                       Anónimo   

Yo José Antonio Gómez Iturralde, que he leído sobre el mucho daño que inflingió al Gobierno Autónomo de Guayaquil y al más grande prócer ecuatoriano, fui invitado a firmar una carta, en unión de distingudos de la ciudad, dirigida a la alcaldesa de Guayaquil, señora Cynthia Viteri, solicitando que a la Avenida Simón Bolívar del Malecón, se le retire ese nombre y se la cambie por Avenida José Joaquín de Olmedo, el ideólogo y gran condudctor de nuestra independencia

domingo, 15 de diciembre de 2019


 

Un jíbaro en Guayaquil

 

En la época de nuestra referencia, 1925, a la actual Amazonia ecuatoriana se la  conocía como Oriente o Región Oriental, pero entonces como hoy, era totalmente desconocida para la mayoría de los guayaquileños. Y pese a su exuberante riqueza, era tenida y mantenida a la buena de Dios e ignorada por todos los gobiernos sin excepción. Cuando algún misionero salesiano, atinaba a venir por esta ciudad, causaba gran revuelo y era motivo de entrevistas y charlas, muy demandadas por todos aquellos que deseaban información sobre su misteriosa selva.

Si estas esporádicas visitas eran noticia, ya podremos imaginar el impacto que causó en nuestra ingenua y engañadiza sociedad, la noticia publicada por “El Guante” el 29 de julio de 1925. La cual, trataba de un jíbaro millonario llamado Chupe, cacique de Chuchubleza, quien, además era el jefe de seis capitanes, que no comían venado ni tomaban leche “por miedo a que le salgan cuernos”. Ante le llegada del personaje, el renombrado y cáustico periódico, que muchas veces estremeció a la opinión pública guayaquileña, hizo un minuto de silencio sobre los avatares de la Revolución Juliana y la persecución a don Francisco Urbina. 
El cacique Chupe, era rey y señor de una fracción de la tribu nombrada, que tenía sentados sus reales en la jurisdicción de Gualaquiza, al Oriente de Cuenca. Un basto territorio era su circunscripción, la inmensidad de la selva sus dominios y un numeroso clan le profesaba rendido vasallaje, que al no tener leyes escritas se sometía a las del más fuerte. Dominados por la superstición y los instintos, vivían sometidos por los brujos en sus más graves asuntos: la guerra y pese al temor a los cuernos, también a la conquista de la mujer.

Chupe había sido elegido cacique por bravo y fuerte, por su denodado valor y arrojo demostrado frente al enemigo. Su cargo no fue hereditario ni obtenido en los pasillos de alguna corte, poseía cuatro rifles 30-30, y era un gran tirador.

Pocos odios sentía, pero a los peruanos los detestaba: “Peruanos no queriendo, mujeres robando, mujeres quitando” explicaba, dando a sus brillantes ojillos la expresión de ferocidad y venganza. “Ellos cometen muchos atropellos contra los jíbaros; pero ninguna ofensa les duele tanto como los ultrajes contra las mujeres”, agregó José Harry Vyskocil, quien acompañaba a Chupe en su visita a Guayaquil. 
Este era un ciudadano checoeslovaco, que muy suelto de huesos aseguraba ser un ingeniero de minas y periodista, aunque más parecía un “caballero de industria”, que dijo haber recorrido la amazonia brasileña, peruana y boliviana, como enviado por el Departamento de Inmigración del Ministerio de Relaciones Exteriores de su país, para investigar en América las posibilidades que ofrecía la inmigración a sus coterráneos. 
“Su Alteza Real, decía el reportero de El Guante, que se “tragó el cuento”, es un mozo fornido, de treinta años de edad, de hermoso bronce el color de su tez. Ojos pequeños y chispeantes, que se animan ardorosos cuando se le hablaba de guerras y de mujeres”. Según parece, no hablaba bien el español y se le dificultaba hilar una conversación y cuando no podía comprender, lanzaba una sonora carcajada. Eso pasa a muchos que con la sonrisa pretenden ocultar lo que no comprenden.
Nuestro personaje, fue presentado en la ciudad por el “minero periodista” como un magnate; circuló por sus calles adornado con pendientes de plumas sujetas a las orejas, mediante unos carrizos que atravesaban sus lóbulos. Un gran collar de cuentas de vidrio negras pendía de su cuello y por toda vestimenta un taparrabo, que los chiquillos traviesos, más de una vez tiraron de este hasta colocarlo en situación incómoda, en vista de lo cual, empezó a vestir un largo faldón de bayeta. Finalmente, esta llamativa indumentaria, por sugerencia del checo, al tercer día la cambió por camisa y pantalón, pero caminaba sin zapatos por las calles. Sustituyó el collar por un pañuelo rameado que las horterillas de un almacén de confecciones le regalaron.
Chupe había sido catequizado por los misioneros salesianos, y para estar acorde a sus prédicas, debió abandonar sus creencias ancestrales de polígamo y pasó a cultivar la monogamia (por lo menos en teoría). Esta era la mejor prueba de la cristianización del clan, pues según el “promotor” checoeslovaco, “los jíbaros son amorosos por temperamento. El amor y la guerra su gran preocupación, ya que disfrutan de ella, pues no tienen otro origen que la captura de mujeres, por celos o venganzas y enredos amorosos”. 
Pero estas afirmaciones no fueron todas querido lector: el checo y Chupe aseguraban que en el fondo de la selva, elevado sobre una eminencia rocosa, al margen de uno de los ríos orientales, aseguraba poseer una casa señorial. Mejor dicho un castillo o fortaleza de dos pisos, donde vivía con su mujer, dos hijos, algunos guerreros y parientes que de él dependían. Lo describían como un recinto fortificado, rodeado por empalizadas reforzadas con grandes piedras. Hacia su interior se hallaban las trincheras y los fosos, donde se ocultan para asechar al enemigo. Y sus seis leales capitanes habitaban otras fortalezas semejantes en las inmediaciones del castillo. 
El ingeniero-periodista Vyskocil, explicó al periodista, que cuando la época del amor llega a la jibaría, los jóvenes toman esposa y se retiran con ella a lo más intrincado de la selva. Se ocultan en una pequeña choza, así alejados de curiosos e intrusos, durante cuatro, cinco o seis días, sin alimentarse, se entregan a sus desbordantes pasiones. Mas, a aquel rendido amor, la jíbara, en el futuro deberá pagarlo con el trabajo recio. Las más duras labores de la pequeña parcela son confiadas a ella. Mientras el hombre caza y se adorna con plumas, ella cuidará del desmonte, la siembra, la cosecha, de los hijos, del marido, de los animales y la covacha.
Otra de las obligaciones domésticas más importantes a cargo de las mujeres jíbaras, es la elaboración de la chicha. Con ocho o diez semanas de anticipación a toda fiesta, las viejas y jóvenes del clan se dedican a esto. La publicación, decía que sentadas alrededor de una gran vasija, masticaban vehementes toda la yuca que les cabía en la boca, y una vez bien desmenuzada y licuada por la saliva, la depositaban en la vasija agregándole agua. Una vez llena, era enterrada herméticamente taponada, y semanas más tarde, en que los gases de la fermentación hacían estallar el tapón, estaba lista de beberse. 
Empieza entonces el tiempo de la fiesta y del holgorio. A los amigos visitantes o huéspedes importantes, a quienes se desea distinguir con atenciones, se les reserva los mejores vasos de esta bebida salida de muchas de las bocas femeninas de la tribu. ¿Usted apreciado lector de mente occidental, daría un sorbo a este tan elaborado delicatessen amazónico? 
El señor Vyskocil, en 1925 decía lo que hoy sabemos hasta la saciedad: “jamás he visto una zona tan rica y plena de inmensas posibilidades como el Ecuador oriental; pero tampoco nada tan abandonado”. Y agregó diciendo: “Los pocos caminos que hay están completamente abandonados, el camino de Gualaquiza a Sigsig tiene 95 kilómetros de extensión; y si se dispone de buenas bestias se gastan, a causa de su mal estado, de cuatro a cinco días para recorrerlo. Chupe, sin embargo, lo hizo a pie en un solo día”. Bien por nuestro cacique amazónico, pues, para lograrlo debió caminar a regular tranco durante 23H45 sin detenerse.
Y así continúa el ingeniero relatando al deslumbrado reportero de El Guante: “En el Oriente se vive un estado de guerra permanente (…) acaba de finalizar una entre el Capitán Tulbirma y el Capitán Chiriapo, su cuñado. Chiriapo enviudó de la hermana de Tulbirma, y se casó con otra. Tulbirma, a su vez, se casó con la novia de Chiriapo y esta fue la causa de una guerra, en la que casi muere Chiriapo, pues Najasta, otro capitán, hermano de Tiubirma, asaltó sorpresivamente en una fiesta, con su lanza, a aquel jefe, que recibió dos heridas”. Es decir, casi un trabalenguas.
Su Alteza Real tenía una queja contra Guayaquil, pues en Cuenca, tanto las bellas cuencanas como los oficiales de la guarnición, lo habían colmado de regalos: un lote de vestidos usados, abalorios de todo orden, cuentas de vidrio, espejos y chucherías por el estilo. 
En cambio en Guayaquil ni agua. Más allá de la fotografía y el reportaje publicados… naipes. El periodista, como buen samaritano se hace eco del pedido dirigiéndose “a las damas piadosas y caritativas así como a los que deseen apoyar la civilización del Oriente, que envíen a Chupe, antes del lunes, ropas usadas y otros objetos que pueda él llevar a sus bosques, como recuerdo de la civilización occidental”. Los obsequios que a él, o para sus hermanos de la selva, se recibían en el cuarto No. 307 en el Hotel “España” (Calle de Aguirre entre Boyacá y Chanduy). 
Mientras esto era llevado a la broma, por ciudadanos y periodistas, sutilmente, como una mancha de hormigas guerreras, las fuerzas peruanas, se arrastraban por nuestro territorio en las narices a la cancillería, de decenas de gobiernos y del ejército.

El Grito del Pueblo

El diario de la mañana El Grito del Pueblo fue un órgano del partido radical, que circuló por primera vez el 22 de enero de 1895. Fue el primer diario que inició en el país el sistema de ilustración artística de los artículos referentes a personajes locales y nacionales, que de alguna manera se identificaban con las ciencias, artes, política, milicia o en cualquiera de las profesiones liberales.
Fue fundado con la finalidad de levantar la opinión y propalar la revolución en contra del gobierno de Cordero, que día a día avanzaba en forma incontenible; “sus artículos eran como un toque de somatén, como las vibrantes notas de un clarín de guerra” (Camilo Destruge). Era redactado por José de Lapierre, hábil periodista, que de su pluma salían artículos candentes o esas sátiras, esas picantes décimas y redondillas que le dieron justa fama. Federico V. Reinel era el director y Luciano Coral su cronista.
Notables periodistas de fuste que se habían formado a lo largo del tiempo eran sus colaboradores: Antonio Alomía, Manuel de J. Andrade, Gustavo Arboleda Restrepo, Julio Arce, César Borja Cordero, Manuel J. Calle, José Antonio Campos, Luis Felipe Carbo, Carlos Defilippe, Pedro Pablo Garaicoa, Nicolás Augusto González, doctor Juan Francisco Guzmán, Manuel F. Horta, Juan Bautista Ycaza Carrillo, Prof. Gustavo Lemos R., Gonzalo Llona, Pedro E. Manzo, Adolfo B. Masdeu, Carlos Matamoros Jara, Joaquín Morales, Ayres H. Nascimento, José Pardo Castro, doctor Vicente Paz, J. Camilo Piedrahita, Rafael Arístides Piedrahita, Juan B. Rolando Coello, José Vicente Ruiz, doctor Manuel Felipe Serrano, Pedro Valdez Mackliff, doctor Serafín Wither, José Antonio Campos, Ezequiel Calle, Juan Varela, Celiano Monge y Carlos R. Tobar.
Con estos distinguidos liberales El Grito del Pueblo se impuso la tarea de defender los intereses de la Nación y de hacer propaganda de las ideas radicales, por lo cual muy pronto adquirió una gran popularidad y llegó a ser un elemento decisivo y orientador de opinión en la lucha abierta que sostenía la oposición contra el gobierno del doctor Luis Cordero. 


Al poco tiempo el periódico se entregó de lleno a profundizar en el punzante asunto del negociado del crucero “Esmeralda” (pasaje vergonzoso de nuestra historia muy poco conocido por la juventud). En tres artículos que ocupaban cinco columnas de la primera edición se trataba del problema, en distintos tonos de gravedad. Esta actitud y frontalidad fue la clave del éxito que obtuvo y de la arrolladora popularidad alcanzada desde su aparición.
En el editorial del número 9 correspondiente a la publicación del 29 de enero de 1895, habla sobre la actitud del gobierno de entonces (cualquier semejanza es pura coincidencia): “La ambición de mando pretendiendo sobreponerse a la voluntad popular. ¡Qué absurdo! Eso es despreciar las enseñanzas que contiene la historia de todos los pueblos. Eso es cegarse, eso es dejarse dominar por el funesto vértigo que producen las alturas del poder.”
“los que se imaginan que situaciones como la presente pueden salvarse con arbitrariedades y tiránicas medidas, sufren un error. Se puede abusar de todo menos de la paciencia de un pueblo que durante diez años ha visto pisotear sus libertades; defraudar sus mejores rentas; comerciar con todos los intereses nacionales; entregar ilegalmente a los acreedores extranjeros una inmensa extensión de territorio (…) que venga el terror, que siempre la gloria será para las víctimas y la infamia para los tiranos.” Todos los días, sin descanso; sin dar tregua al gobierno un solo instante, martillaba el periódico sobre el tema con argumentos cada vez más aplastantes: “La patria ecuatoriana está de duelo” decía en el número 10. “la consigna que nos tiene dictada la majestad de nuestra misión como periodistas, nos llevará hasta el sacrificio antes que enmudecer.”
En el número 99 del 22 de abril apareció un fulgurante artículo editorial, titulado “Los Proscritos”, en que se daba cuenta de las prisiones y destierros efectuadas por el gobierno: “Hoy marchan al destierro los ilustres presos de la semana anterior, víctimas del despotismo del más ilegítimo y criminal de los gobiernos que ha tenido la república. Muchas son las familias que quedan desde hoy en la más triste orfandad, desoladas y sin apoyo, al separarse, quién sabe por cuánto tiempo del padre amoroso, del hijo, del esposo o del hermano que eran el sostén y guarda de los suyos (…) Los más corrompidos en la política; los venales e impenitentes del progresismo se han convertido en verdugos del pueblo y se ensañan con los hombres honrados, con la gente digna, con los escritores independientes.” Y finaliza el editorial, diciendo: “Nacidos para ciudadanos independientes de una república democrática, que no para feudos de canallas usurpadores, fustigaremos sin temor a los tiranos.”
Fueron escritos que exasperaron tanto a la autoridad, que ordenó la clausura de los talleres y el inmediato apresamiento de los señores Lapierre y Coral, que luego fueron deportados a Panamá. 
A los pocos días, sorpresivamente El Grito del Pueblo volvió a circular, editado clandestinamente, en un formato muy pequeño y distribuido cautelosamente. Reapareció como un revolucionario sin tapujos, y sin guardar ningún fuero ni disimulo incitaba a la insurrección. “Reaparecemos: Pequeños como la albahaca; perfumados como ella misma, con el perfume de la convicción, del patriotismo y del honor; pequeños decimos, pero airados, pero altivos, pero dignos, pero resueltos, reaparecemos en la arena de la Prensa, con más bríos aún a desafiar las iras de los chacales de la dictadura y a echarles nuestras últimas maldiciones...”
Hasta 1896, Federico Reinel fue propietario único de la empresa y director del diario. Hombre dinámico y emprendedor le imprimió al diario un desarrollo notable, adaptándolo a las modernas exigencias de la publicidad, hasta ubicarlo en primera línea entre los órganos de comunicación de entonces.
Bajo la inteligente acción del señor Reinel, El Grito del Pueblo prosperó en grado sumo y su popularidad se vio grandemente arraigada en la ciudadanía; en primera página publicó excelentes retratos litografiados de personajes notables, y más tarde lo fueron en fotograbado las ilustraciones de los hechos y hombres destacados. El diario llenaba las exigencias de los lectores, utilizando modernas técnicas de impresión e información. La empresa creció a niveles muy apreciables, se modernizaron sus máquinas y se agregaron los elementos tipográficos acordes con las nuevas técnicas. Siendo la primera empresa editorial de la ciudad en emplear al sistema de linotipo.

El 1 de enero de 1901, de su año IV de publicación, se editaba el número 2.178; y bajo el título de Dos Siglos, aparece en su primera página un notable artículo del doctor Alfredo Baquerizo Moreno, que extractamos en razón del espacio que disponemos, que con su notable elocuencia nos habla de libertades y derechos:
 “La libertad política, la libertad religiosa y el reconocimiento de los derechos naturales del hombre, son conquistas aseguradas en el transcurso del siglo. Nadie las niega o desconoce ya, como tampoco el hecho palmario y evidente que la democracia rige y gobierna el mundo civilizado, cualquiera que por otra parte sea la forma de gobierno de los diversos pueblos o naciones. Si por acaso salta a la vista tal o cual excepción, ésta solo sirve para confirmar la regla. Cierto que esas o parecidas libertades, son de hecho violadas o desconocidas en ocasiones; pero entonces mismo, lejos de desconocerse el derecho violado, se hace por encontrar el modo y forma con que el hecho odioso revista o presente las apariencias del derecho... ¡Existir! ¡Progresar! Dada, pues, esa existencia de la humanidad largos siglos en lo futuro, ¿quién puede medir ni abarcar lo que significará el progreso en la vida de lo porvenir?”
 “En los comienzos de la vida están la barbarie, la independencia brutal y salvaje, la lucha horrible y tenaz del hombre con la naturaleza, con las fieras y con el hombre mismo; la edad de oro, si ha de existir alguna vez, será la más brillante corona de los siglos, puesta a lucir en lo infinito del espacio, por obra de la ciencia, del amor y del trabajo de la grande alma humana.”
Ezequiel Calle, en su columna del domingo 17 de mayo de 1903, consigna datos históricos sobre el periodismo, que vale la pena reproducir: “Todos los gobiernos han tenido sus órganos de publicidad para dar cuenta de sus actos, sujetándolos a la sanción pública, y defenderse de los ataques de la oposición, en términos dignos y elevados, cual cumple a hombres de probidad, honor y dignidad. Jamás la diatriba ni el insulto canallesco tenían cabida en sus columnas.”
“Los que escribían en estos periódicos eran hombres de ciencia y conciencia, y sus producciones instruían deleitando. El primer Flores, tuvo a Antonio José Irisarri, autor de la Historia Crítica del asesinato del Gran Mariscal de Ayacucho y de otras obras de positivo mérito. García Moreno, al poeta Juan León Mera, autor de Cumandá; Veintemilla, al doctor Joaquín Fernández de Córdova, poeta y publicista; Caamaño, al doctor Ramón Borrero, el Larra ecuatoriano.”
“Esos periódicos eran focos de luz en medio de las agitaciones de la política y eran leídos con aplauso general. Vino la transformación política de 1895 y los órganos de palacio se convirtieron en respiraderos del infierno. Cayeron en manos de plumarios sin ilustración y sin talento, salvo honrosas excepciones, especie de garroteros condecorados que no han respetado nada, en su loco afán de fundar el imperio de las tinieblas y corromper el espíritu público, con escándalo de la moral y vilipendio de los tipos de imprenta.”

sábado, 30 de noviembre de 2019


El Perico

El 7 de noviembre de 1885, fundado por el doctor Francisco Martínez Aguirre, circuló en Guayaquil el primer número de este semanario terriblemente satírico, era de formato pequeño, cuatro planas a dos columnas. En su cabezote constaba el grabado de un perico que pluma enristre, avanzaba a pasos firmes; directamente bajo su título aparecía el siguiente lema: “Cada pájaro taje su propia pluma y enristre”, y en la siguiente línea constaba: “Si las aves cantan de diverso modo, según su especie, no se les impida que emitan sus sonidos, sonoros o destemplados, con que el Creador Supremo las dotara, siempre que no perturben la tranquilidad del bosque”. El estilo impecable, la frase a punto y el chiste nada vulgar pero filudo como un puñal fueron sus características. 
“El Perico emprenderá el vuelo de hoy en adelante por la tarde del sábado de cada semana, hasta que lo dejen con vida o lo encierren en sólida jaula, y seguirá dando la pata por el módico precio de un real”, decía en la primera edición. 
También trazaba sus artículos en prosa; y si bien predominaba la mordaz ocurrencia, en el contenían una sesuda y bien cimentada crítica; él mismo hacía los dibujos trabajando magníficos grabados, que eran simultáneamente la revelación del artista y ocurrente caricaturista que indefectiblemente llevaba a la víctima al ridículo, haciendo las delicias de los lectores. El doctor Martínez se complementaba magistralmente con Pepe Lapierre, que como genial versificador improvisaba los chistes, cuyos efectos sentía el gobierno y hacía trinar a funcionarios públicos, que no se atrevían a actuar en contra de los redactores del periódico más popular de Guayaquil.
Cada edición de El Perico era llamada “vuelo”, de allí que al referirse a otro periódico satírico, que circuló antes que éste, titulado Fray Gerundio y que tuvo muerte violenta al publicar su cuarto número. Haciendo reminiscencia de esto, El Perico en su “vuelo cuarto”, cuyas columnas aparecieron enlutadas, decía: “Dedicatoria. Al emprender el vuelo por cuarta vez, recuerdo que Fray Gerundio murió, violenta e inesperadamente, después de su cuarta salida a paseo. Párvulo valiente, sucumbió en su puesto, cumpliendo el noble deber que él mismo se impusiera...”
No obstante los temores del doctor Martínez, El Perico tuvo más larga vida que Fray Gerundio, pues su primera época llegó al número 15 que para aquellos años, en que la vida de cualquier periódico opositor era muy breve, se lo podría considerar como un éxito. Transcurría el tiempo en que el gobierno de Caamaño era acosado por los cuatro costados, y él mismo, el día 6 de febrero, había sido asaltado por un grupo de valerosos hombres con el ánimo de secuestrarlo y llevarlo a las montañas como rehén, en el intento de lograr alguna ventaja para la revolución. También una noche al llegar a Guayaquil había escapado de caer en manos de asaltantes, que luego de un gran tumulto, resultó muerto el intendente de policía del Guayas, coronel Guedes. Hechos que agravaban cada día la situación y provocaban reacciones violentas del gobierno.
Éste último número circuló el 13 de febrero de 1886, en plena actividad revolucionaria; El Perico se vio obligado a suspender su edición y sus editores huyeron para no ser capturados; pero el 9 de diciembre de ese año salió a la circulación el número 16 desde Palenque, tal ejemplar tiene otro grabado en su cabezote, esta vez, es un perico volando con un látigo en la mano izquierda y una pluma tajada en la derecha, que dice: 
“Heme aquí, de nuevo en la arena después de larga ausencia obligada por la más cruda persecución de los implacables y rapaces enemigos de toda ave virtuosa, que tomando a su cargo la defensa de los derechos del pueblo y la honra de la Patria, no rehúsa el peligro y lidia a pecho descubierto contra los pajarracos de conciencia elástica y afilada garra; que adueñados del poder han sacrificado las libertades públicas, en aras de su concupiscencia para que el infortunado Ecuador, marchando a retaguardia sirva de ludibrio a sus hermanos de Sudamérica; quienes más afortunados gozan de los beneficios de los fueros que la civilización moderna, concede a los ciudadanos reunidos para formar república soberana e independiente...”
Luego de la derrota de Alfaro en Jaramijó, fue fusilado Nicolás Infante el 1 de enero de 1885, y más tarde el montonero Crispín Cerezo. El 17 de diciembre de 1886, se publicó la noticia de la derrota de los “montoneros” en el río Tiaone, en Esmeraldas; la captura y posterior fusilamiento de Luis Vargas Torres (20/03/1887). El 16 de marzo de 1887, fue fusilado el soldado Froilán Arriaga. Hechos violentos que conmovieron a la opinión pública enardeciendo aún más los ánimos, por lo que el gobierno trataba de frenar, donde surgían, estas reacciones de la ciudadanía y de la prensa, aplicando medidas de extremo rigor.
El doctor Martínez y José de Lapierre fueron perseguidos, hasta que el primero cayó prisionero y enviado al destierro en Lima, donde permaneció hasta que terminado el período de Caamaño. Al subir al poder el doctor Antonio Flores Jijón, abrió las fronteras patrias a todos los exiliados y perseguidos. 
El 5 de enero de 1889, reapareció El Perico en cuyo primer editorial el doctor Martínez se expresaba así: “¡Alucinación de cerebros debilitados por el hambre del ostracismo! cuando se empeñaban en asegurarme la inesperada aparición de la “Libertad” en el firmamento de la Patria. Este astro hermoso y brillante, tan deseado por las víctimas de la tiranía pasada que sufrían las amarguras del destierro”, agregando, que “convencido de tan hermosa realidad, se aprestaba a emprender nuevamente en sus vuelos El Perico”.
En lo tocante al gobierno de Antonio Flores, podemos afirmar que se respetó ampliamente la libertad de imprenta, y en reciprocidad, la prensa no abusó de ella, desaparecieron de sus publicaciones los insultos, la diatriba y la violencia, su lenguaje se tornó culto y mesurado para bien de la sociedad.
En esta segunda oportunidad, El Perico se editó en la Imprenta Liberal de propiedad del doctor Martínez Aguirre, quien fundó además, el semanario El Átomo. Semanario de las mismas características de formato de El Perico, pero dedicado a la enseñanza cívica y moral de niños y jóvenes, pues durante el gobierno de Antonio Flores, hubo paz y respeto a los derechos ciudadano y no había motivo para atacarlo. 
El Perico alcanzó, en esta vez, hasta el número 11 que circuló el 9 de agosto de 1890. Apareciendo por una tercera época, desde diciembre de 1903 hasta el número 27 que circuló el 20 de agosto de 1904.
El doctor Martínez, fue un notable guayaco que nació en 1850 en Baba, Los Ríos, floreciente cantón residencia de numerosos hacendados del cacao. Recibió su educación primaria en el Seminario de Guayaquil y la secundaria en el San Vicente del Guayas, donde se graduó de bachiller en Filosofía. Su padre lo envió a Europa donde permaneció un tiempo asimilando su cultura, al regreso, desembarcó en los Estados Unidos e ingresó a la ya famosa Universidad de Pensilvania, donde, el 14 de marzo de 1871 recibió el grado de médico cirujano. Retornó a su nativa Guayaquil, viajó a Quito e ingresó a la Escuela de Medicina de la Universidad Central y refrendó el título adquirido en Universidad de Pensilvania.
Desde 1878 hasta 1910, fue catedrático de la Universidad de Guayaquil. En 1897 el doctor Pedro José Boloña fue designado decano de la Facultad de Fisiología y el doctor Martínez fue su asistente de cátedra y profesor de Topografía Anatómica y en 1899 asumió el decanato. Las contribuciones del doctor Martínez para el desarrollo de los estudios médico quirúrgico en la Escuela de Medicina de la Universidad de Guayaquil fueron notables. Y la dedicación con que tomó a cargo
los cursos de Anatomía Topográfica y Descriptiva, y toda su vida profesional fue ejemplar dentro de la afamada Facultad de Medicina de nuestra Universidad.
Fue Senador por Los Ríos en 1901-1903, Ministro de Instrucción Pública, desde 1906 a 1909, Gobernador del Guayas y Ministro del Interior en 1907, Concejal del Municipio Guayaquil, miembro de la Sociedad Protectora del Bombero, de la Sociedad Filantrópica del Guayas, Jefe Político del Cantón Guayaquil, Ministro de Salud 1891-92, Vicepresidente de la Sociedad Liberal Democrática, Miembro Honorario de la Facultad de la Escuela de Medicina, Presidente de la segunda sección del Primer Congreso Médico Nacional.
Esta notable figura pública y padre de la ciudad murió en Guayaquil el 8 de febrero de 1917 a la edad de 67 años. Fue honrado por la Facultad de Medicina y el MI Municipio de Guayaquil, por sugerencia de José Antonio Gómez I, miembro de la Comisión Municipal nominadora de calles, designó como Francisco X. Martínez Aguirre a la avenida principal de la ciudadela Santa Cecilia al norte de la ciudad.

miércoles, 20 de noviembre de 2019


El primer obispo de Guayaquil
Hace algún tiempo, uno de los investigadores del Archivo Histórico, puso en mis manos una copia del “Auto General de Visita”, practicada por el primer obispo de Guayaquil en los años 1844 y 1845. Al revisarlo, lo encontré interesante, digno de comentarse y buena parte de reproducirse, pues nos muestra la atenta vigilancia que el prelado ejercía sobre el clero de su Diócesis. En tal documento constan disposiciones que dejan muy en claro que el doctor Francisco Xavier de Garaicoa, estaba seriamente preocupado por la común y dolorosa ignorancia que pesaba sobre la religión, tanto por parte de la clerigalla como de la feligresía. Para el efecto ordenó restablecer su enseñanza y dictó disposiciones especiales a los párrocos, para que una vez leído el evangelio de la misa mayor, la explicasen a su grey de forma tan clara como terminante, a fin de que, quienes “la saben, no la olviden y los que la ignoran, la aprendan”. 
Como no podían faltar los premios para aquellos que asistían a tales enseñanzas, se ofrecían indulgencias por camionadas: cuarenta días enteritos para pecar con el correspondiente perdón incluido, ¡qué tal facilidad la de nuestros abuelos!, con razón las “sucursales” eran plato de cada boda. Por eso, la “manga ancha” que en forma magnánima repartía la Iglesia, fue agotada por nuestros antecesores y no alcanzó para las generaciones venideras. Cada domingo el cura debía dar una explicación “acomodada a la inteligencia de los oyentes sobre algún punto”. Pero nada decía nuestro ilustre coterráneo, acerca de las luces que podía tener el adoctrinador para juzgar el cacumen de los demás.
Pero, la disposición no se limitaba solamente a difundir los evangelios desde el púlpito, sino que los frailes y sus ayudantes debían visitar con frecuencia las escuelas, y estimular a directores y maestros a cumplir con sus deberes religiosos prodigando una buena educación, que para tener esa categoría, claro estaba que tenía que fundamentarse en la doctrina. 
La verdad es que nuestro buen pastor, el ilustrísimo Garaicoa, en su debut en Guayaquil encontró que los lobos abundaban en su rebaño. Pues, era notable y sensible la negligencia de los padres de familia en el cumplimento de los “graves” deberes de asistir a la misa dominical y fiestas de guardar, y no se diga, de prodigar el buen ejemplo de cubrir la mínima cuota de la confesión y comunión anual. Otro aspecto de la vida guayaquileña que evidentemente sacaba de quicio a nuestro obispo, era la diaria presencia en el exterior de la iglesias de infinidad de paralíticos u otro tipo de limitados “de treinta y cuarenta años que yacen en los lechos del pecado y en las sombras de la muerte, sin moverse a la piscina sagrada del sacramento de la penitencia; y totalmente olvidados de los deberes religiosos llevan una vida animal y enteramente mundana”, postura que no se compadecía con la de los desamparados y lisiados que, a lo largo del tiempo, nos han mostrado los episodios sagrados.
No cabe ninguna duda que las cosas en esta ciudad tenían un cariz muy distinto, al que presentaban las poblaciones serranas, incapaces de imitar nuestras “monadas”. Por tal razón, el llamado que hacía a los curas, a que ejerciten su celo pastoral instruyendo a sus feligreses de la importancia de estos deberes era preciso y terminante. Ordenaba inculcar a los creyentes el cumplimiento de las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. Los urgía a emplazarlos y conminarlos con las penas establecidas por la Iglesia y “compelerlos con una fuerte y suave violencia”, para que ajustasen su vida a la mejor observancia de sus deberes como católicos. 
Podríamos decir que, enhorabuena, aquellos tiempos en que se pedía devoción, honestidad y acatamiento debido al lugar sagrado; que las mujeres debían concurrir con las cabezas cubiertas y los hombres con posturas decentes, no eran los mismos que hoy son. Nuestro querido y respetado primado habría muerto al instante al ver ropas tan ceñidas que, seguramente limitan la respiración, mas no la exposición de atributos y redondeces. No digamos la moda de rasurar el vello púbico para no exhibirlo junto al ombligo. Pantalones que no permiten sentarse en un asiento sin respaldar, agacharse o ponerse en cuclillas, sin que aparezca en primer plano la línea meridiana. Muestras gratuitas y de consumo diario que convierten en perdida del tiempo el ordenar nuevos curas, que ya son pocos los que quedan para evitar en la sacristía “conversaciones inútiles, y quizá pecaminosas, o al menos indignas de tal lugar”. Razones cada vez más frecuentes que influyen en los yerros vocacionales, o hacen resonar en las naves de las iglesias aquel célebre llamado de atención, que decía: “hasta cuando padre Almeida”.
Nuestro honesto y eficiente primer jerarca de la Iglesia guayaquileña, no quiso dejar las cosas en ese nivel. Y visto el desorden y negligencia que primaban en todos los registros, especialmente en los pueblos, donde el cura párroco era el árbitro de la vida y la muerte, consideró de suma importancia enmendar, por lo menos, el manejo de los registros sacramentales y defunciones. Dispuso que todos los volúmenes destinados a su constancia debían actualizarse y recoger muy prolija e independientemente cada una de estas anotaciones en libros separados: “para anotar los bautismos, casamientos y defunciones ocurridas cada año. La primera foja de tales libros sería en papel sellado, y las demás en papel común. Además, no se podía “dejar espacios vacíos entre cada partida”,  pues siendo el respaldo de los tribunales de justicia, y reposar en estos la seguridad de quienes requieren de tales documentos para probar su estado, edad, etc., debían constar muy claramente. 
Estas medidas evidencian que los párrocos no querían tomarse la molestia ni el tiempo para registrar claramente los datos. Pero, metidos en el brete por nuestro obispo debieron entender y acatar que “Las partidas no se escribirán con números en la data, como se ha abusado, sino con letras, omitiéndose también las abreviaturas en todo lo demás, con las cláusulas que se dirá en cada una de ellas”.
En vista que, además de la molicie descrita, había cierto manejo oscuro con los documentos, obligó a la clerecía a aceptar que “los libros parroquiales no pertenecen a los herederos de los curas, sino a la iglesia parroquial (y que) deberán permanecer en los archivos de las parroquias, bajo de llave”. Alguna razón de peso habrá tenido para también reglamentar, que al darse un cambio de párroco ”el cura antecesor deberá entregar al sucesor dichos libros, sin confiarlos a otra persona (…) porque contienen secretos importantes al honor de las familias. Por tanto, prohibimos a los curas confiarlos a persona alguna”.
Los depositarios de tales documentos podían dar copias a las personas que las pidiesen, siempre y cuando fuesen destinados solamente al uso de sus derechos, pues, habían sido confiados a su custodia para la tranquilidad pública, y prohibidos de entregar a quienes los pidiesen por pura curiosidad, o para enterarse de secretos de familias. “es necesaria esta precaución en los actos, y transcritos de los bautismos de los niños ilegítimos, o nacidos antes del matrimonio de sus padres, o sus madres, como también en los actos de los matrimonios que contienen los reconocimientos o legitimaciones de los niños, y de las dispensas infamantes a los contrayentes. Les es prohibido muy expresamente manifestar, o librar esta clase de actos; a no ser que sean padres, o madres, o hijos, expresados en ellos, o por orden judicial que lo pida en forma; y en todo caso transcribirá literalmente el original en la copia, sin la menor alteración”.
Nuestros abuelos mayoritariamente tan flojos de calzoncillo como generosos de bragueta, estaban expuestos a quienes se interesaban en estos chismes y en destapar lo celosamente oculto. Para preservar tales eventualidades, nuestro personaje debió enfrentar a un clero acostumbrado a ser manejado a la distancia, desde Cuenca. Y para ajustarles las cuentas, fue necesario recordarles que tales documentos firmados por los párrocos, habían sido tradicionalmente instrumentos fehacientes destinados solo al uso de los interesados en todos los juzgados y tribunales.
Regulaciones que dejaban ver el desbarajuste que había encontrado en el manejo de lo más elemental. Debió prescribir desde la forma de llenar los registros bautismales: “el año, el mes y el día, y la hora en que nació el niño; el sexo y el nombre; el nombre, la calidad y domicilio de los padres, de los padrinos y si procedía de legítimo matrimonio”, y que “las ánforas de óleo y crisma se guardarán bajo de llave, donde se preparará la pelliz y estolas morada y blanca”. 
Nada escapó al celo del prelado: ni siquiera la ubicación, limpieza y cuidado de la pila bautismal, que debía ser cubierta con una tapa y cerrada con llave. Tampoco los nombres de los bautizados los dejó fuera de su alcance: “prohibimos a todo sacerdote dar otros nombres a los que se presenten al bautismo, que los de los santos expresados en el Martirologio Romano”. Limitación que debería retomarse hoy a fin de evitar la proliferación de rarezas identificatorias como: Richmond Iturralde, Catherine Posligua, Strauss Chalén o Venus Afrodita Gómez.