jueves, 30 de mayo de 2019




Comercio de cabotaje

Apenas establecidos Guayaquil y su provincia eran ya un reducto diferente, pues su condición mercantilista las condujo al predominio sobre las demás. Y, por la demanda creciente de artículos de consumo, el comercio exterior y costero se agilitaron, se hicieron más eficientes y seguros mediante naves mayores y veleros de menor desplazamiento. Con estos últimos se dinamizó la construcción naval en los astilleros, cuya principal actividad estaba destinada a los grandes navíos de comercio y defensa, pero demandaba más tiempo.

En 1841, gracias a Rocafuerte se inició la navegación a vapor. Anteriormente todo el comercio de cabotaje se hacía mediante balandras y goletas de dos palos, conocidas localmente con el nombre de “pailebotes”, variante de la palabra inglesa payload boat (embarcación de carga útil). Ambas, mientras eran cargadas, permanecían atracadas en los muelles o a pilotes hincados en el lecho del río, frente al mercado de la orilla, o de las casas de comercio. La función que cada una cumplía era distinta: mientras la balandra penetraba por los esteros, o a los puertos de menor profundidad, el pailebote, navegaba a los más distantes. Aparejado con dos velas latinas y dos foques era más rápido y, por su mayor desplazamiento soportaba más carga.

Con la carga completa, generalmente de propiedad del armador, que consistía básicamente de harinas de trigo o plátano, subproductos o elaborados como maicena, galletas, fideos, etc. Azúcar, panelas, confites, etc. Sal en grano, arroz pilado, granos secos, frutas secas, etc. Tejidos burdos, como bayetas, jergas, yute; telas de algodón y otras suntuarias; tabaco elaborado, aguardiente, breva de mascar, pólvora, herramientas varias, etc. Suelas, cueros, pita, jarcia, alquitrán, cemento, zinc corrugado, etc., o con sus propietarios a bordo, zarpaban cuando se iniciaba la marea vaciante para facilitar la orza contra el viento.

La duración del viaje de ida y vuelta, dependía de las distancias, del viento y de los negocios de compra y venta en cada puerto, muchas veces debían esperar que se complete la carga. Desde Esmeraldas, traían de vuelta cocos secos, maderas, mangle, concha prieta, etc. De Manabí, cacao, café, maní, sal prieta, lana de ceiba, etc. Al paso por la península, recogían la carga de sal en grano y refinada, pescado salado, alquitrán, brea, etc. Cuando viajaban a Galápagos cargaban aceite de lobo marino o de ballena para el alumbrado público, bacalao salado, etc.

Desde la colonia este comercio cubría tres rutas básicas: 1) las balandras que penetraban por el río Naranjal hasta el puerto de Bola, llevaban mercaderías para Cuenca y volvían con sombreros, tejidos, maderas, aguardiente, etc. 2) El viaje a Puerto Bolívar y Santa Rosa por el canal de Jambelí, que también comerciaba con el norte del Perú. Y, 3, por el canal del Morro se bordeaba la punta de Santa Elena para cubrir la costa norte. A lo largo de ella recalaban en el Morro, Playas, Chanduy, Salinas, Santa Elena, en Guayas. En Manabí, tocaban en Cayo, Machalilla, Puerto López, Manta y Bahía. Fondeaban en los puertos esmeraldeños de Muisne, Atacames, Esmeraldas, Río Verde, Valdez y San Lorenzo. Alcanzaban también Galápagos, Tumaco en Colombia y Panamá.

Por entonces, era de uso corriente llevar cacao y sombreros de paja toquilla de contrabando a Panamá, desde donde se reexportaban a otros países. De allí nace el nombre de “panamá hat” que se endilgaba en forma ilegítima al sombrero de Montecristi. El retorno desde el istmo también lo hacían con mercadería ilegal que la introducían por las caletas costeras o por el Estero Salado hasta Guayaquil.

A partir de 1841, pese a que el privilegio de navegación concedido en 1839 a William Wheelwright exceptuaba el cabotaje, hizo tabla rasa de la ley, y se apoderó, hasta 1880, del comercio costero. En enero de 1866 el Gobierno contrató con la Compañía de Vapores del Pacífico el transporte de la valija del correo entre los puertos ecuatorianos y desde estos a los puertos colombianos, peruanos y chilenos que tocasen los vapores de la compañía; ésta recibía 1.000 pesos mensuales por efectuar tal servicio. Naturalmente, amparada por esta facultad, la empresa naviera derivó su actividad al comercio de cabotaje.
Dos años más tarde, se contrató el transporte del correo con la Compañía Sudamericana de Vapores, la cual continuó violando las leyes que prohibían ejercer el cabotaje. El Congreso Nacional, vista la violación de la ley, decidió regularizar tal situación, y, el 1º de septiembre de 1888 promulgó un decreto que, en lo concerniente decía: “El comercio de cabotaje costanero y fluvial en las costas occidentales de la República es libre para los buques tanto nacionales como extranjeros”. Con este golpe, el comercio costero casi quedó en manos de las compañías extranjeras de vapores. La balandra perdió importancia, más no el pailebote. Este se mantuvo firme en el cabotaje, hasta 1930 en que hizo su aparición el motovelero, el cual con velocidad e itinerarios fijos lo llevó a la desaparición. El “Faraón” fue no de los sobrevivientes que conocí cuando niño, el cual por no pagar parrilla para su carenaje, se varaba dos veces al año en la playa del barrio Las Peñas, frente a mi casa.

El motovelero, como su nombre lo indica, navegaba a motor de combustión interna, movido por diesel, y, por una vela que le permitía economizar combustible o salir de algún apuro por falla mecánica. Construido de madera en Puná o Posorja, bajo el mismo patrón de las balandras pero de mayor tamaño que los pailebotes. Bodegas amplias para la carga, camarotes para pasajeros y entrepuente para la tripulación. La cual, la mayoría de las veces estaba constituida, desde el capitán, el cocinero, hasta el último marinero, por una familia. Los más conocidos apellidos marineros, todos “cholos”, eran Tigrero, Orrala, Quimí, Mite, Parrales, Chalén, Yagual, entre otros, que abundaban en esas rutas.

El primer armador, dueño de una empresa de cabotaje, fue caballero manabita don Simón Delgado Gutiérrez, padre de los Delgado Cepeda, quien con sus motoveleros “Servia”, “Cóndor I” y “Cóndor II”, sirvió y prosperó dentro del comercio costero. Otro de ellos, fue don Julio Hidalgo Martínez, quien desde su oficina en “El Conchero” se mantuvo hasta el final, por 1950, en que gracias al Comité Ejecutivo de Vialidad del Guayas, se había iniciado el plan vial de la provincia. Las últimas naves de esta clase fueron el “5 de Junio”, “Carchi”, la motonave “Colón”, cuyo capitán era el “cholo” Arias. Las cuales dominaron el comercio de cabotaje en nuestra costa y Galápagos, y prosperaron llevando el progreso a los puertos ecuatorianos. Los guayaquileños entendieron que su futuro no estaba en las montañas si no en el río y el mar, por eso centraron en ellos sus esfuerzos y alcanzaron con éxito el desarrollo mercantil y urbano de la ciudad.


lunes, 27 de mayo de 2019




La campaña se inicia en Guayaquil

Cuando Sucre, en enero de 1822, reinició la campaña contra las fuerzas españolas acantonadas en Quito, en Guayaquil se publicó lo siguiente: “Los sacrificios de la Provincia han sido generales y, sin embargo, no se han hecho duros al considerar el noble fin que tienen de vengar a nuestros compatriotas vilmente asesinados por los perversos realistas. Quito será libertada, el sistema general será organizado y Guayaquil tendrá la gloria de haber hecho por su parte todos los esfuerzos que tuvieron a su alcance para el completo de esta grande obra”.
Ese mismo espíritu consta en las palabras de Olmedo publicadas en el semanario “El Patriota de Guayaquil”, luego de conocer el triunfo de un ejército patriótico, multiétnico y multinacional, en las faldas del Pichincha. En ellas quedó claramente establecida la gestión guayaquileña de luchar por la independencia del territorio de la Audiencia de Quito para formar un estado unitario: 
“Guayaquileños: Cuando nos propusimos ser libres no podíamos dejar gemir en la opresión á los pueblos que nos rodeaban: la empresa era grande, y los tiranos miraron con desdén nuestro noble arrojo. ¡Crueles! Ellos creyeron que vuestra sangre, que tres veces corrió en Guachi y Tanisagua, debilitaría y extinguiría la llama de vuestro amor patrio: pero se hizo más viva; y mientras vuestros hijos, hermanos y amigos corrieron á las armas, doblamos los esfuerzos, y todos nuestros recursos fueron empleados para conducir en nuestro auxilio á los hijos de la inmortal Colombia”.
“Guayaquileños: Quito ya es libre: vuestros votos están cumplidos; la Providencia os lleva por la mano al Templo de la Paz, á recoger los frutos de vuestra constancia y de vuestros sacrificios”.
Olmedo, como cabeza del Gobierno de la Provincia de Guayaquil, es el eje de la organización de un ejército bajo el mando de Sucre, constituido por guayaquileños, cuencanos, colombianos, venezolanos e ingleses, al que se suma el coronel Andrés de Santa Cruz, enviado por San Martín, al mando de argentinos, chilenos y peruanos. 
Sin embargo, desconfiando de las intenciones de Sucre, que respondían a las órdenes de Bolívar. Designó al gran mariscal José de La Mar, quien luego de rendir a San Martín la fortaleza de El Callao se hallaba en Guayaquil en el seno de su familia: “El Gobierno Superior, penetrado del patriotismo y mérito militar del general de división don José de La Mar, ha venido en nombrarlo comandante general de armas de esta provincia, con el pleno de las facultades de este destino”. Y fue por esta desconfianza hacia Sucre y las tropas colombianas que en el desempeño de su cargo por disposición de Olmedo, La Mar permaneció en la retaguardia y no participó en Pichincha.
Es en reconocimiento de esa autoridad que Sucre, por intermedio de La Mar, pide a la Junta de Gobierno que dé por terminada la tregua firmada con Aymerich, y es esta la que decide la ruptura de hostilidades con que se inicia la campaña sobre Quito en enero de 1822. “En esta virtud, la Junta de Gobierno declara: 1º. Queda desde hoy roto el armisticio celebrado en 20 de noviembre y abiertas las hostilidades. 2º. Queda cerrado todo comercio y comunicación con las provincias de la sierra. Imprímase y circúlese – Guayaquil Enero 18 de 1822. Olmedo–Ximena–Roca”.

Olmedo, presidente del Gobierno de Guayaquil

Alcanzado el triunfo de Pichincha el 24 de Mayo de 1822, es Olmedo como Jefe del Gobierno, a través del Comandante General de la Provincia de Guayaquil y General en Jefe de la División del Norte, Gran Mariscal José de La Mar, y no ningún otro, quien recibe del coronel Andrés de Santa Cruz, uno de los vencedores de la batalla del Pichincha, el parte correspondiente a su desarrollo y culminación. Sucre, por su parte, jerárquicamente dependiente de Bolívar, pese a reconocer a La Mar como oficial de mayor rango que él, no informa a él el resultado de la batalla, pero sí lo hace directamente al Superior Gobierno de la Provincia. En la misma fecha, como es natural, cursa al Ministro de la Guerra de Colombia, Pedro Briceño Méndez, una amplia información sobre el triunfo de Pichincha.


BATALLA DE PICHINCHA

Parte del Comandante Gral. de la División del Norte del Perú al Illmo. Sr. Comandante Gral. de esta Provincia General en Jefe de dicha División.

Ejército del Perú. – División del Norte. – Cuartel general en Quito á 28 de Mayo de 1822.

La ocupación de la Capital de Quito es debida á la Victoria de Pichincha, conseguida el 21 por el Ejercito unido, cuyas circunstancias detallaré á V.S.I. expresándole que es decidida la campaña en que ha cooperado el Perú con mucho honor de sus armas, y terminada la guerra en esta parte.
Ocupando el enemigo á Machachi como instruí á V.S.I. en mi última comunicación desde Tucunga, fue conveniente hacer un movimiento general por su derecha, cambiarles las fuertes posiciones del Jalupana que pretendía sostener: con este objeto, marchó el Ejercito unido el 13 por el camino de Limpio-pouya; y logrando ocultar sus movimientos á la sombra de una mañana nebulosa, y á la que el 2. escuadrón de Cazadores adelantado, cubría un punto visible, pudo llegar el 15. al valle de Chillo á tres leguas de la capital sobre su flanco derecho, sin oposición alguna, y obligar al enemigo á una retirada sobre la ciudad, sino nos quisiese buscar en batalla.  El primer partido le fue preferido, y eligió de nuevo otras posiciones, en el Calzado y lomas que separan aquel valle de éste, con el objeto conocido de conservarse á la defensiva, mientras le llegaban nuevas tropas de Pasto, cuyo correo interpretado nos confirmó la verdad, y por lo mismo pareció conveniente a parar la batalla, pasando el 20. el ejido de Turubamba.  La proporción que toma el enemigo de defender las lomas del campo exigía un movimiento rápido para tomarlas, y encargado de hacerlo con la División peruana, logré facilitar la subida al resto del Ejercito, que bajo el 21. sobre el llano de Turubamba á la vista del campo del enemigo: éste remó el combate que le presentamos bajo sus fuegos de cañón: algún tiroteo de esta arma y de las guerrillas distrajeron el día, y visto que el enemigo solo quería sostener sus posiciones, pasamos á situarnos á veinte cuadras del campo en el pueblo de Chillogallo, desde donde el 23. por la noche emprendió el Ejercito un movimiento general por la izquierda, subiendo la falda de la cordillera de Pichincha á salir al ejido de Iñaquito por el Norte, y con el doble interés de su llanura para nuestra caballería, y de interponernos á los refuerzos de Pasto.  La noche lluviosa, y el mal camino, apenas me permitieron llegar á las lomas de Pichincha que dominan á Quito, á las ocho de la mañana el 24 con la vanguardia, compuesta de los dos Batallones del Perú y el Magdalena, y me fue preciso permanecer en ellas, mientras salían de la quebrada los demás cuerpos: á las dos horas de mi detención, ya había llegado el Sor Gral. Sucre con otro batallón, y fuimos avisados por un espía, que la parte de Quito subía una partida que creímos sorprender con dos compañías de cazadores de Paya, y batallón 2; y como éstas dilatasen la operación por lo montuoso y algo largo de su dirección, propone seguirles cautelosamente con el batallón 2. del Perú: no fue inútil esta medida de precaución, por que sobre la mancha advertí que no solo subía una partida sino toda la fuerza enemiga: consiguientemente rompieron el fuego las dos compañías de cazadoras adelantadas, con cuyo reconocimiento redoblé el paso á reforzarlas, avisando al señor general Sucre que era la hora de decidir el combate para que marchase con los demás cuerpos: el afán del enemigo por tomar la altura era grande, y era preciso contenerle á toda costa: el Batallón 2, que empeñé á las inmediatas órdenes de su bizarro comandante D. Félix Olazabal, le opuse una barrera impenetrable con sus fuegos y bayonetas, y mantuvo solo por más de media hora todo el ataque, mientras llegó el señor general Sucre con los batallones Yaguache y Piura; entonces dispuso dicho Sr. general aportar el ataque, y reforzándolo con el 1, y sucesivamente con el batallón Paya, que llegó; el combate duró obstinadísimo y vivo por mas de dos horas; y ya se sentía la falta de municiones, por que quedado atrasadas: en tales circunstancias pretendió el enemigo tomarnos la retaguardia por la izquierda, destacando bajo del bosque espeso dos compañías de infantería, que felizmente chocaron con las del batallón Albión, que subían escoltando el parque: la bizarría con que la recibió Albión, al mismo tiempo que un impulso general que se dio á la lucha con el batallón Magdalena de refresco, obligaron al enemigo á ceder el campo, después de tres horas de empeño, perdiendo la esperanza de sostenerlo mas tiempo contra los cuerpos del Ejercito Unido, que aumentaban su coraje, á proporción de los peligros, y se disputaban los laureles que han partido.
El terreno del combate era tan montuoso y quebrado, que no pudimos aprovechar mucho de su dispersión, sostenida á la vez, por los fuegos del fuerte del Panecillo.  La caballería muestra, que por la mala localidad se hallaba fuera del combate, emprendió su bajada al ejido por la izquierda, y su presencia precipitó la retirada á los escuadrones enemigos, que abandonaron la reunión de la infantería, que habían proyectado, para hacerla general hacia Pasto, no dejándole otro asilo que el del fuerte del Panecillo, donde se cercaron todos los restos.
El campo de batalla quedó cubierto de cadáveres: no es fácil calcular la pérdida del enemigo, por que el bosque ocultaba su número, que probablemente excede de quinientos: la nuestra llega á trescientos, incluyéndose noventa y un muertos, que ha perdido la División del Perú, con el capitán D. José Duran de Castro, y el alférez D. Domingo Mendoza, y heridos sesenta y siete, comprendiéndose el capitán D. Juan Eligio Alzuru, y los que constan de la lista adjunta.
Entre el empeño y bizarría, con que pelearon todos los individuos del Ejercito, se distinguieron muy particularmente en la División del Perú el bravo comandante del 2. D. Félix Olazabal, los capitanes D. Pedro Izquierdo, de Cazadores, D. Mariano Gómez de la Torre, D. Pedro Alcina, D. Juan Eligio Alzuru, herido, D. Antonio Elizalde; tenientes D. Narciso Bonifaz, D. Francisco Vargas Machuca , D. Juan Espinosa, D. Francisco Gálvez Paz, D. Domingo Pozo, D. José Concha, y subteniente D. Sebastián Fernández, y los individuos de clases inferiores que constan de la razón adjunta, todos correspondientes al Número 2.  El Batallón de Piura, que se conservó en reserva, hizo su deber, y su comandante D. Francisco Villa, y sargento mayor D. José Jaramillo, conservaron el orden que era necesario: mas ayudantes de campo tenientes D. Calisto Giraldes, y D. José María Frías, desempeñaron exactamente las comisiones y órdenes que les encargué.  Todos éstos, son muy dignos de la consideración de S.E. y de las gracias que quiera dispensarles, como á las demás clases subalternas, indicadas en las razones de distinguidos y heridos.
Después de la Victoria de los Altos de Pichincha, descendió el Ejército hacia la capital, habiendo intimado su entrega el Sor. General Sucre al Jefe que la mandaba, y que, aunque la sostenía con alguna artillería é infantería, que no pudo retirarse, cortada de nuestra caballería, se sometió á la entrega por una capitulación.  Esta fue preparada por mí en la noche del 24, y siendo acompañado el 25 por el Sr. Coronel Antonio Morales, jefe del E.M. de la División de Colombia, quedó terminada á las 12 de dicho día, en que por ella entró el Ejército unido en la ciudad, y ocupó el fuerte del Panecillo, donde se rindieron cerca de 700 infantes, que con los del campo de batalla, pasan de 1000 de tropa; como 180 oficiales, inclusos los jefes principales, y entre ellos el general Aymerich;cerca de 1830 fusiles: 14 piezas de batalla; muchas cajas de guerra; y demás relativo á su argumento: de modo que nada, nada, ha salvado de su infantería, y es de creer que su caballería, sino cae en nuestras manos, se dispersa toda.
Por la capitulación, que incluiré en otra ocasión, permito el pase á Europa á toda la oficialidad y tropa europea con los honores de la guerra, y es extensiva á todo el Departamento, incluso la provincia de los Pastos: conforme á ella se ha rendido ya el batallón Cataluña, que hoy ha entrado en esta ciudad con toda oficialidad, y esperamos el mismo resultado en lo demás, para cuyo efecto han salido comisionados con las respectivas órdenes.  Así ha concluido la guerra del Norte; y repito que en su término han brillado las armas del Perú, y que son muy dignos de la consideración de S.E. los que han tenido la ocasión de ofrecer este servicio particular á la causa general de América, uniendo un trofeo mas á las glorias del Estado.
He remplazado triplicada mente la pérdida de la División con los prisioneros americanos; y con ella bien reforzada y descansada marcharé muy pronto á acudir á las demás necesidades de la Patria, donde se crea conveniente.

Dios guarde á V.I. muchos años.  – Sor General – Andrés Santa-Cruz. – Illmo. Sor. Gran Mariscal, Comandante General de la Provincia de Guayaquil, D. José de La –Mar, General en Jefe de la División Norte.

VIVA LA PATRIA




VICTORIA DE PICHINCHA


Comunicación del Sr. Gral. Sucre al Superior Gobierno de esta Provincia.

Republica de Colombia. – Departamento de Quito. – Quito á 25 de Mayo de 1822.       12.º

Eximo. Sr. – La victoria esperó ayer á la división libertadora con los laureles del triunfo sobre las faldas del Pichincha.
El ejército español, que oprimía estas provincias, ha sido completamente destruido en un combate encarnizado, sostenido por tres horas. En consecuencia, esta capital, y sus fuerzas están en nuestras manos, después de una capitulación que tuvimos la generosidad de conceder á los vencidos.  Por ella debe sernos entregada como prisionera la guarnición de Pasto, y cuantas tropas españolas existan en el territorio de la Republica, que conservan aun en el departamento.
A la vista del primer pueblo de Colombia que proclamó su libertad, ha terminado la guerra de Colombia por una batalla célebre que ha dado á la República el tercer día de Boyacá.
Esta gloriosa jornada, marcada con la sangre de quinientos cadáveres enemigos, y con trescientos de nuestros ilustres soldados, ha producido sobre el campo, mil cien prisioneros de tropa, ciento sesenta oficiales y jefes, catorce piezas de artillería, mil setecientos fusiles, fornituras, cornetas, cajas de guerra, banderas, y cuantos elementos poseía el ejercito español.
Luego tendré el honor de participar á V.E. los pormenores del combate; y en tanto, me apresuro á comunicarle tan fausto suceso que ha decido la suerte de estos países, incorporándolos á la gran familia colombiana.

Dios guarde á V.E. muchos años, Antonio J. De Sucre – Excmo. Sr. Presidente y Vocales de la Junta de Gobierno de Guayaquil”.


“Quito, 28 de mayo de 1822

Al señor ministro de la guerra.

Señor ministro:
Después de la pequeña victoria de nuestros Granaderos y Dragones sobre toda la caballería enemiga en Riobamba, ninguna cosa había ocurrido particular.  Los cuerpos de la división se movieron el 28, y llegaron a Tacunga el día 2.  Los españoles estaban situados en el pueblo de Machachi, y cubrían los inaccesibles pasos de Jalupana y la Viudita.  Fue necesario excusarlos haciendo una marcha sobre su flanco izquierdo, y moviéndonos el 13, llegamos el 17 a los valles de Chillo (cuatro leguas de la capital), habiendo dormido y pasado los helados del Cotopaxi.  El enemigo pudo penetrar nuestra operación, y ocupó a Quito el mismo día 16 en la noche.
La colina de Puengasí que divide el valle de Chillo de esta ciudad es de un difícil acceso: pero pudimos burlar los puestos del enemigo y pasarla el 20.  El 21 bajamos al llano de Turubamba (que es el ejido de la capital), y presentamos una batalla que creíamos aceptarían los españoles por la ventaja del terreno en su favor; pero ellos ocupaban posiciones impenetrables, y después de algunas maniobras fue preciso situar la división en el pueblo de Chillogallo, una milla distante del enemigo.  El 22 y el 23 los provocamos nuevamente a un combate y desesperado de conseguirlo, resolví marchar por la noche a colocarnos en el ejido del norte de la ciudad, que es mejor terreno, y que nos ponía entre Quito y Pasto; adelantando al efecto, al señor coronel Córdova con las dos compañías del batallón Magdalena.  Un escabroso camino nos retardó mucho la marcha; pero a las ocho de la mañana llegamos a las alturas del Pichincha que dominan a Quito, dejando muy atrás nuestro parque cubierto con el batallón Albión.  La compañía de Cazadores de Paya fue destinada a reconocer las avenidas mientras que las tropas reposaban, y luego fue seguida por el batallón de Trujillo (del Perú) dirigido por el señor coronel Santa Cruz, comandante general de la división del Perú.  A las nueve y media dio la compañía de Cazadores con toda la división española, que marchaba por nuestra derecha hacia la posición que teníamos; y roto el fuego, se sostuvo mientras conservó municiones; pero en oportunidad llegó el batallón Trujillo, y se comprometió el combate: muy inmediatamente las dos compañías de Yaguachi reforzaron este batallón conducido por el señor coronel Morales en persona.  El resto de nuestra infantería a las órdenes del señor general Mires, seguía el movimiento excepto las dos compañías del Magdalena, con que el señor coronel Córdova marchó a situarse por la espalda del enemigo; pero encontrando obstáculos invencibles tuvo que resolverse.  El batallón Paya pudo estar formado cuando consumidos los cartuchos de estos dos cuerpos tuvieron que retirarse, no obstante, su brillante comportamiento.  El enemigo se adelantó, por consiguiente, algún poco; y como el terreno apenas permitiese entrar más de un batallón al combate se dio orden a Paya que marchase a bayoneta, y lo ejecutó con un brío que hizo perder al enemigo en el acto la ventaja que había obtenido; y comprometido nuevamente el fuego, la maleza del terreno permitió que los españoles aún se sostuviesen. El enemigo destacó tres compañías de Aragón a flanquearnos por la izquierda, y a favor de la espesura del bosque conseguía estar ya sobre la cima, cuando llegaron las tres compañías de Albión ( que se habían atrasado con el parque) y entrando con la bizarría que siempre ha distinguido a este cuerpo, puso en completa derrota a los de Aragón.  Entretanto el señor coronel Córdova tuvo la orden de relevar a Paya, con las dos compañías de Magdalena: y este jefe cuya intrepidez es muy conocida, cargó con un denuedo admirable, y desordenado el enemigo y derrotado, la victoria coronó a las doce del día a los soldados de la libertad.  Reforzado este jefe con los Cazadores de Paya, con una compañía de Yaguachi, y con las tres de Albión, persiguió a los españoles entrándose hasta la capital y obligando a sus restos a encerrarse en el fuerte del Panecillo.
Aprovechando este momento pensé ahorrar la sangre que nos costaría la toma del fuerte, y la defensa que permitía aún la ciudad, e intimé verbalmente al general Aymerich por medio del edecán O’Leary, para que se rindiese; y en tanto, me puse en marcha con los cuerpos y me situé en los arrabales, destinando antes al señor coronel Ibarra (que había acompañado en el combate a la infantería) que fuese con nuestra caballería a perseguir la del enemigo, que yo observaba se dirigía hacia Pasto.  El general Aymerich ofreció entregarse por una capitulación, que fue convenida y ratificada al siguiente día en los términos que verá V.S. por la adjunta copia que tengo el honor de someter a la aprobación de S.E. 
Los resultados de la jornada del Pichincha, han sido la ocupación de esta ciudad, y sus fuertes el 25 por la tarde, la posesión y tranquilidad de todo el departamento, y la toma de 1.100 prisioneros de tropa, 160 oficiales, 14 piezas de artillería, 1.700 fusiles, fornituras, cornetas, banderas, cajas de guerra, y cuantos elementos de guerra poseía el ejército español.
Cuatrocientos cadáveres enemigos y doscientos nuestros han regado el campo de batalla: además tenemos 190 heridos de los españoles y 140 nuestros.  De los primeros contamos al teniente Molina, y al subteniente Mendoza, y entre los segundos a los capitanes Cabal, Castro y Alzuru, tenientes Calderón y Ramírez, subtenientes Borrero y Arango.
Los cuerpos, todos, han cumplido su deber: jefes, oficiales y tropa se disputaban la gloria del triunfo.  El boletín que dará el estado mayor recomendará a los jefes y subalternos que se hayan distinguido; y yo me haré el deber de ponerlos en la consideración del gobierno; en tanto, hago una particular memoria de la conducta del teniente Calderón, que habiendo recibido consecutivamente cuatro heridas, jamás quiso retirarse del combate.  Probablemente morirá; pero el gobierno de la República sabrá compensar a su familia los servicios de este oficial heroico.
La caballería española va dispersa y perseguida por el cuerpo del comandante Cestari, que antes había yo interpuesto entre Quito y Pasto.  El 26 han salido comisionados de ambos gobiernos para intimar la rendición a Pasto, que creo será realizada por el Libertador: otros oficiales marchan para Esmeraldas y Barbacoas, de manera que en breve el reposo y la paz serán los primeros bienes que gozarán estos países después que la República les ha dado independencia y libertad.
La división del Sur ha dedicado sus trofeos y sus laureles al Libertador de Colombia.
Dios &

A. J. De Sucre”.