sábado, 28 de septiembre de 2019


El colonizador, su mujer, el reparto de la tierra y de los indígenas
Pese a las precisiones con que muchos estudiosos han seguido la trayectoria general de la conquista, de los soldados, los hijosdalgo que partieron en busca de fortuna, poco se ha tratado la mujer española que, desde los primeros años, estuvo presente en este encuentro de dos civilizaciones. 
Sin embargo, luego de permanecer intocada, la investigación sobre su presencia e importancia en la conquista, en la actualidad aunque con resultados algo escasos, el trabajo más significativo realizado a la fecha es el de la investigadora norteamericana, Nancy O’Sullivan-Beare, cuyo título es: “Las Mujeres de los conquistadores”, Madrid, 1960. 
Quien, además, de penetrar hábilmente en la forma de ser y conducirse del español del medioevo, rescata en toda su dimensión el gran papel que a la mujer le tocó jugar en su misión de compañera del conquistador. Investigadores de muchas nacionalidades han procurado acceder en diferentes aspectos sobre el tema, muchos de estos muy importantes, pero carentes de profundidad en el estudio del papel que esta jugó “en la economía, en la sociedad, en las artes, en la política y en su misión trascendente como creadora de pueblos” (Borges Analola: Anuario de Estudios Americanos, 1972).
Cuando Santiago de Guayaquil, luego de una larga trashumancia, logró asentarse en la seguridad del cerro Santa Ana en 1547, se inició el reparto de la tierra. Y la mujer española a finales del siglo XVI ya formaba parte de su población incipiente. Con el estímulo de su presencia, el conquistador-colonizador, empezó a tomar los campos y prepararse junto a ella para acceder a la propiedad de la tierra. 
Mediante las instituciones típicas del coloniaje, como la encomienda, repartimiento y hacienda, sistema que sometía al indígena al trabajo en los campos. La encomienda, fue una delegación del poder sobre los súbditos indígenas, que los colocaba bajo la tutela del encomendero. El cual, a cambio del tributo y trabajo de los encomendados, debía darles instrucción religiosa y administrar a cierto número de ellos. 
Para lograr un repartimiento durante la colonia, se podía recurrir a cuatro mecanismos distintos: 1.- Por repartimiento de tierras efectuados por los cabildos durante la conquista; 2.- Por Reales Cédulas de gracia y merced; 3.- Por prescripción de dominio (posesión y cultivo durante un periodo de cuarenta años o “desde tiempo inmemorial); y 4.- Por composición y venta. La tierra adquirida de esta forma fue elegida, preferentemente, entre la situada a orillas del sistema fluvial del Guayas. 
Lo cual constituyó el génesis de la “pepa de oro” y del auge económico de Guayaquil. Posesión de tierras que a finales del siglo XVIII y principios del XIX, devinieron en las grandes haciendas y ricas plantaciones en que se basó el poder económico de la provincia y se incorporaron a nuestra historia.
A través de esta gestión inicial de desarrollo, nos ha llegado la imagen de la mujer del pueblo, que tuvo el coraje de abandonar su vida en la Península, que aunque pobre, plácida y pueblerina tenía el recurso de proceder de grupos familiares sólidos. 
Por esto es imposible que las mujeres elegidas para ser desposadas con los conquistadores no se hayan forjado alguna ilusión, pues, no solo que esto es normal, sino que posiblemente, soldados o capitanes, serían hombres esforzados que habrían obtenido compensaciones por su valor y sacrificio, posición económica que la situaría en un estamento social que ella no habría alcanzado en la Península. Por el solo hecho de haber participado en la conquista, y poseer repartimientos de tierras o encomiendas de indios, el más sencillo de los soldados, ya habría alcanzado el rango de hijosdalgo o de home rico. (Anuario de Estudios Americanos).
Pese a que muchas veces, esto no pasó de ser si no simple expectativa, pues muchos de los conquistadores-colonizadores no alcanzaron a llenar sus ambiciones y con ello se produjo la frustración de la pareja. Los enormes sufrimientos que debió afrontar esta mujer sin identidad, responden a una migración planificada y orientada que no se detiene ni mengua, todo lo contrario, aumenta con los años. 
Las grandes extensiones que debía cubrirse estaban muy lejos de ser sometidas y las villas o ciudades ya fundadas, no tenían los vecinos necesarios para su desarrollo. Pese a lo cual, los apoderados de ultramar insistentemente reclamaban el envío de mujeres, demostrando que su presencia entonces era tan intensamente requerida como lo fuera en los primeros años.
La forma de repartir la tierra y su posesión en las zonas cacaoteras de la provincia de Guayaquil, al empezar la transición del periodo colonial al poscolonial, era básicamente la misma que la empleada inmediatamente después de la conquista. Por eso el masivo desplazamiento de hombres y mujeres españoles hacia los dominios de ultramar, a poblar sus tierras, no cesó.
Hay dos fechas distintas que permiten hacerse una idea bastante exacta de la importancia de la población española de las Indias. En 1574 se registran doscientos veinticinco pueblos y ciudades de españoles que sumaban aproximadamente veintitrés mil casas de familia, con cinco, seis o siete personas en cada una. 
La familia española en América frecuentemente era muy vasta y superaba largamente al marco familiar de la metrópoli. Parece ser que esta apreciación se queda corta según opiniones autorizadas, que sostienen haberse omitido muchas poblaciones y subestimado bastante el número de casas en cada una de las calculadas. Con lo cual, en el año señalado, se llegaría a los doscientos veinte mil españoles en América (Geografía y descripción universal de las Indias, 1574). 
El interés marido y mujer colonizadores, por establecerse en Guayaquil era menos significativo que en otras regiones. El clima, las altas temperaturas y humedad del ambiente, tanto en la ciudad como en las plantaciones. Alimañas provistas de venenos urticantes, víboras, insectos muchos de ellos ponzoñosos, mosquitos y la presencia endémica de la malaria, eran más que suficientes para desanimarlos. Sin embargo, la alta productividad de las tierras, el río y la proximidad del mar, vencían los temores. 
En estimación general datada entre 1612 y 1622, el religioso fray Antonio Vázquez de Espinosa propone la cifra de setenta y siete mil seiscientas casas españolas, lo que daría un total de entre cuatrocientos sesenta y cinco y quinientos cuarenta mil españoles a razón de seis o siete por casa. Considerable incremento por el cual la población de Guayaquil pasó de 785 a 2000 en el lapso de cinco años. Cosa que no sorprende, si consideramos que la ola de emigrantes hacia los territorios americanos, llegó a preocupar a Felipe II a comienzos del siglo XVII, por el gran despoblamiento que acusaba la Península (Compendio y descripción de la Indias occidentales, 1628).
La provincia de Guayaquil abarcaba casi la totalidad del litoral, es decir: las actuales provincias de El Oro, Guayas, Los Ríos, Manabí y la parte sur de Esmeraldas. Sus aproximadamente 50.000 Km. 2 de superficie, en 1763 al tiempo que dejó de ser corregimiento y para ser elevada a gobernación militar, estaban divididos en siete partidos: Portoviejo, Punta de Santa Elena, la Puná, Yaguachi, Babahoyo, Baba y Daule. Pero a mitad del siglo XVIII, los partidos de Puná, Daule y Baba, a su vez fueron divididos en Naranjal, Balzar y Palenque, respectivamente, con lo cual pasaron a ser diez. 
Pero esta evolución de su estructura política no termina allí: a principios de 1768, a costa de territorios de Esmeraldas se crea el partido de la Canoa; en 1780, por una segunda división del partido de la Puná, surge el de Machala, y en 1783, nace el de Samborondón, extraído del de Baba. Ya en el siglo XIX, precisamente en 1802, de una segregación de Babahoyo, nace el de Puebloviejo, con lo cual se completaron catorce partidos, a su vez divididos en curatos y pueblos. Cambios y divisiones que, vista la gran extensión de la provincia, tenían como finalidad básica, la civilización de los indígenas en base a someterlos a vivir en poblados, bajo la influencia de una administración de justicia y de la religión católica.
La presencia de la mujer en Guayaquil, como en todos los dominios ultramarinos tenía una doble importancia para la Corona Española: pues mediante la unión matrimonial se establecía un hogar y garantizaba la indispensable descendencia para la supervivencia de la sociedad. Fue considerada como medio para poblar y dominar, indispensable para parir hijos. Era necesario “crear hogares como lo es plantar árboles, explotar una mina o acrecentar las tierras cultivables. Se convierte, así la mujer en un objeto más de exportación en beneficio de la política socio-económica indiana” (Anuario de Estudios Americanos). La mujer española, exportada para dar a luz, multiplicó la población que impulsó la economía guayaquileña. 

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