sábado, 25 de enero de 2020


El  Poblamiento  y  Mestizaje

El producto de la conquista y colonia española en América, fue un mestizaje que generó otro. No es una adivinanza la que planteo, si no que no hay pueblo más mestizo en Europa que el ibérico, pues la Península fue un crisol en que las grandes migraciones de la humanidad dejaron sus huellas. 
Mas, el mestizaje biológico impreso en las colonias ultramarinas constituye el rasgo más original y característico de la población del imperio español, pues produjo una sociedad organizada, segregada y estratificada conforme al color de la piel. 
Con el decurso del tiempo, los mestizos hallaron un lugar definido dentro del orden social y una jerarquía precisa de graduaciones de color que soslayó a la fundamentada en el criterio económico.
El encuentro sexual entre los dos mundos se produjo en el momento en que Colón tocó tierra americana el 12 de octubre de 1492. Cuando fue arrollado por una marinería en prolongada abstinencia, que a la primera indígena desnuda que avistó en la playa, se abalanzó sobre ella en el más absoluto desorden. Como el correo de brujas también funcionaba entonces, la fama adquirida de rijosidad furiosa se esparció rápidamente por el Caribe, al punto que los indígenas antillanos ocultaban a sus mujeres hasta de su lasciva mirada. 
Por cierto, con resultados magros, porque muy pronto quedaron muy satisfechas con su suerte. Sin embargo, estos ardorosos impulsos llegaron a costar las vidas de quienes quedaron en tierra cuando Colón volvió a España. 
“Según el discreto testimonio del doctor Chanca, que fue como médico de la armada, los indios le dijeron que los cristianos, uno tenía tres mujeres,  otro cuatro, donde creemos que el mal que les vino fue de celos” (Georges Baudot).
La belleza de las indígenas americanas en su estado natural, carente de malicia, tuvo muchos cronistas admiradores en el siglo XVI (sin embargo, es posible que las privaciones de seis meses a un año de travesía pudieron sobredimensionarlas a sus ojos). Entre ellos, el célebre Cieza de León. Uno de los más entusiastas admiradores de las mujeres de la zona norte del imperio incaico, lo que hoy es nuestro país, a las que describe como las “más que lascivas y gustaban particularmente de los españoles”. 
Esto evidencia que las relaciones entrambos, no siempre se daban bajo el signo de la imposición, si no practicadas de buen grado. Las mujeres nativas frecuentemente fueron motivo de obsequio de los caciques a los españoles, pues consideraban un honor que ellas pariesen un producto de estos.
En 1514, una real cédula estableció definitivamente la libertad de casarse con indígenas; en 1516 el cardenal Cisneros, regente de Castilla, recomendaba favorecer estos matrimonios con cacicas o hijas de caciques, sin embargo, no fue práctica generalizada. 
En cierto modo se vio estimulada, cuando en 1539 se fijó un plazo de tres años para aquellos que habían recibido una encomienda, se casaran so pena de perder sus beneficios. 
Con esta amenaza, muchos se vieron forzados a regularizar su estado civil, preferentemente con las recién llegadas de España, pues la idea de casarse con india estaba muy lejos de ser popular. 
Por otra parte, quienes se mantenían en el concubinato, tan pronto les era posible se casaban con las españolas y abandonaban a sus “barraganas” e hijos. Los personajes de alto rango, cuando se veían avocados al problema, las entregaban en matrimonio a sus soldados de confianza. Uno de los más célebres mestizos abandonados por su padre, cuando este decidió casarse con española, fue el cronista Garcilazo de la Vega, el inca.
El español peninsular, para aspirar a cualquier cargo o dignidad debía probar su limpieza de sangre, y demostrar la inexistencia entre sus antepasados de todo rastro de judío converso, hereje o condenado por la Inquisición. 
El matrimonio con una indígena también podía arruinar a todo un linaje, y como había un sentimiento general de mantener la honra, que no coincidía con las alianzas con mujeres de una raza vencida, de hecho considerada inferior, las posibilidades de concretarlo con éxito eran muy remotas. 
También debemos recordar, que las controversias teológicas sobre la racionalidad de los indios americanos hicieron furor en el siglo XVI. Y pese a las bulas de Pablo III, que en junio de 1537 reconocieron su humanidad, su racionalidad y derecho al bautismo, no se logró calmar todas las aprensiones ni terminar con este prejuicio.
Los matrimonios con africanos, en cambio, fueron terminantemente combatidos. Esto, en realidad, tenía como finalidad económica, evitar que los esclavos consiguieran la libertad para sus hijos, lo cual atentaba contra la esclavitud institucionalizada, y en lo religioso impedir toda posibilidad de contaminación por contacto con el Islam. 
Los esclavos tenían que casarse entre ellos, porque la vida conyugal y el amor de la familia los mantendría en calma. Mas, la preponderancia del sexo masculino entre ellos, era un obstáculo que se intentó reducir por medio de la exigencia de que por lo menos un tercio de las importaciones de esclavos debían ser mujeres. 
Pese a estas disposiciones, los negros mantenían sus relaciones “con pleno consentimiento de las indias que los encontraban preferibles a sus maridos” (Baudot). 
Con la misma finalidad, se prohibió a los negros residir en poblados de nativos y en los casos de violencia sexual contra ellas se prescribió incluso la castración de los culpables. Pese a lo cual, el mestizaje entre los naturales de América y los importados de África, no solo no se detuvo, sino que alcanzó altos niveles especialmente en la vecindad de las zonas mineras, hacia donde se movilizaban considerables contingentes de negros e indígenas. 
Tal parece que estas medidas de control solo afectaban a estos niveles sociales muy poco favorecidos, en cambio, el concubinato entre españoles y negras, que era muy frecuente especialmente en las Antillas, al parecer no fue reprimido con la misma dureza.
Lo cierto es que, de una forma u otra, tanto españoles e indígenas como negros, siempre se dieron maña para burlar todo intento de restringir las relaciones sexuales interétnicas. Sesgo que fundió a negros, blancos e indios, y luego a sus descendientes, ya mezclados, en un crisol del cual surgieron, además de mestizos, mulatos y zambos, los conocidos como negros cuarterones, chinos, castizos, coyotes, etc. Nomenclatura a la que se llegó en el siglo XVIII, como resultado de un máximo de obsesiones negativas sobre el color de los individuos.
Estas circunstancias abundaron en la actitud ya prejuiciada de los españoles, la cual propiciaba que sujetos con el mismo grado de mezcla fuesen socialmente encasillados en niveles contrapuestos. 
De esta resultó la exageración de calificar y marginar a los criollos que mostraban más claramente rasgos raciales africanos que otros mestizos. 
“Se creó un sistema de castas que identificaba prestigio racial con poder económico, aunque las fronteras fueron imprecisas y cambiantes” (Pedro Tomé). 
La costumbre generalizada de utilizar esta oprobiosa estratificación sirvió nada más para diferenciar a los no españoles y marcarlos socialmente. 
Sin embargo, en medio de este racismo hay un acontecimiento feliz: el rápido desarrollo cultural y económico que, relativamente, en corto tiempo alcanzaron los mestizos. Progreso que hizo inviable la permanencia de este sistema injusto y discriminatorio. 
En más de una ocasión se dio el caso de personas que habiendo sido sucesivamente censadas como mestizos o mulatos, de pronto aparecieron empadronados como criollos. 
En tal sentido en nuestra ciudad, por ejemplo, es muy conocido el caso de un negro cuarterón enriquecido por su trabajo en Panamá, que fue muy bien recibido por nuestra sociedad y dentro de su descendencia, ya guayaquileña, nacieron personas notables que se destacaron en la vida pública del país.
Finalmente, pese a que el paso del tiempo nos ha proporcionado información que demuestra la concreción, en periodos relativamente cortos, de una significativa reestructuración en la distribución de los barrios ocupados por los bajos estratos en los espacios urbanos, podemos decir, que lo que realmente cambió fueron las condiciones socio económicas de sus habitantes. 
“Como consecuencia de este proceso se produjo una síntesis nominal de las castas que fue transformando la sociedad pigmentocrática en una multiétnica, por lo demás fuertemente jerarquizada, compuesta por seis calidades básicas: peninsulares o europeos, criollos o españoles, mestizos, mulatos, negros e indios. Necesario es, no obstante, recordar que el término indio, como categoría colonial, agrupa bajo un mismo nombre a culturas que, a su vez, pueden no tener nada en común entre sí” (Pedro Tomé). 
En Hispanoamérica, la discriminación social es, aún, mucho más posible de ocurrir, y de hecho se suscita, en razón de la gran variedad de individuos con diversos componentes raciales agrupados en sus sociedades.

La Negritud



Su presencia en el país se inicia con el hecho accidental de la llegada de un grupo de africanos a las costas esmeraldeñas, a partir del cual se establece la semilla negroide en Esmeraldas y el país, y se inicia desde época tan temprana el entonces nada frecuente mestizaje negro-indio. En esta compilación fundamentada en la obra de José Alcina Franch, “El problema de las poblaciones negroides de Esmeraldas, Ecuador” hallaremos en una lectura ágil el inicio del mestizaje surgido a partir de tal eventualidad. 
Por el mes de octubre de 1553 zarpó de Panamá un buque mercante, en el cual, entre otras “mercaderías”transportaba diecisiete hombres y seis  mujeres africanos de propiedad del sevillano Alonso de Illescas. Luego de algunos días de navegación entró en una zona de calma y con las velas al pairo permaneció inmovilizada casi por treinta días. Finalmente, con algo de brisa lograron doblar el cabo San Francisco y entraron en una caleta conocida como El Portete.
Por el tiempo transcurrido desde la partida, la tripulación que había permanecido inactiva y consumido las reservas de agua y víveres se encontraban en serios problemas. Dejaron el barco anclado en la ensenada y desembarcaron el capitán y la marinería llevando consigo a todos los negros, para que los ayudasen a encontrar agua y alimentos, por cuanto siendo procedentes de la Guinea Ecuatorial estaban acostumbrados a la selva, raíces comestibles, etc. 
Mientras estaban en tierra se levantó el viento y con este la marejada, el ancla garró y el buque fue a estrellarse contra unos arrecifes y quedó totalmente destrozado. Salvaron lo que pudieron e intentaron hacer el camino por tierra, para lo cual los africanos les eran indispensables. Cuando trataron de reunirlos para la marcha, se dieron con la sorpresa que todos habían huido e internado en la selva.
Testimonio de Rafael Cabello Balboa:
“El año del Señor de mil e quinientos y cincuenta y tres, por el puerto de Panamá un barco, una parte del cual alguna mercadería y negros que en el venían, era y pertenecía a un Alonso de Illescas, vecino de la ciudad de Sevilla, el cual barco como hallase por aproa los sures [...] se entretuvo muchos días sin poder seguir su viaje, y pasados treinta de su navegación pudo hallarse doblado el cabo de San Francisco, en una ensenada que se hace en aquella parte que llamamos del Portete; tomaron tierra en aquel lugar los marineros y saltando a ella para descansar, de una tan prolija navegación, sacaron consigo a tierra diez y siete negros y seis negras, que en el barco traían, para que les ayudasen a buscar algo que comer, dejando el barco sobre un cable. Mientras ellos en tierra, se levantó un viento y mareta que le hizo venir a dar en los arrecifes de aquella costa, los que, en el barco habían venido, pusieron su cuidado en escapar si pudiesen, algo de lo mucho que traían y [...] trataron de hacer su camino por tierra, y procuraron en juntar los negros, y las negras se habían metido el monte adentro, sin propósito ninguno devolver a servidumbre...”.
El sector donde se produjo la fuga de los esclavos de propiedad de Illescas fue la frontera de dos tribus indígenas: los niguas de carácter pacífico y los campaces muy belicosos. Los primeros ocupaban una parte de la cuenca del río Esmeraldas, desde la región de los yumbos hacia el mar, y desde su desembocadura hasta el cabo San Francisco y zona del Portete, lugar del desembarco a que nos referimos. Los campaces dominaban la cordillera costera, “desde el cabo San Francisco hasta, quizás, la Bahía de Caráquez”. 
En estas circunstancias, como era de esperarse, surgió un líder, este era un hombre fornido y audaz llamado Antón. Acaudillados por él, se internaron en la selva hostil. Hambrientos y rodeados de indígenas cuyas costumbres desconocían, se les planteó un real problema de supervivencia para lo cual debieron tornarse agresivos y crueles.
El primer encuentro entre los acaudillados por Antón se produce con la tribu de los niguas. “Los bárbaros della, espantados de ver una escuadra de tan nueva gente, huyeron con la prisa que les fue posible y desampararon sus ranchos y aún sus hijos y mujeres”. Mas, al comprobar los indígenas que no podían vencer a los africanos, volvieron sobre sus pasos y pactaron con los intrusos. 
Antón, para afianzar su liderazgo, organizó una guerra contra los campaces que se hallaban más al interior. Sin embargo, “los belicosos Campas les dieron tal priesa que les mataron seis negros y algunos indios amigos” esta derrota la aprovecharon los niguas para intentar librarse de ellos, pero fue tan duro el castigo “que sembraron el terror en toda aquella comarca” (Cabello). Al poco tiempo muere Antón, y fue reemplazado por Alonso Illescas “quien había vivido en Sevilla y hablaba muy bien el castellano” (González Suárez). 
Illescas resultó tanto o más cruel que Antón, por lo cual extendió su fama a lo largo de la región. Efectivamente, 
“en un lugar cercano a la Bahía de San Mateo llamado Bey vivía un cacique poderoso de nombre Chilindauli a quien Alonso, de acuerdo con sus parientes propusieron alianza; hecha la amistad, dio el Curaca una fiesta en Dobe, a la que fue Illescas con sus compañeros y parientes, quienes, cuando Chilindauli y los suyos se encontraron embriagados, asesinaron al Cacique y a los más que podían serles de estorbo adueñándose de los demás. Entonces, Alonso alzose a Señor absoluto de la Comarca” (Jijón y Caamaño).
Identificados con el terror, los negros de Illescas realizaron “correrías en los naturales del Cabo de Pasao, repartimiento perteneciente a la ciudad de Puerto Viejo” (Cabello). Por esta nota podemos ver que ya estaban mucho más al sur de su asentamiento inicial  y en el curso medio del río Esmeraldas. Esto se hace evidente cuando Cabello Balboa en su exploración de Quito a Esmeraldas en 1578, es prevenido por los guías diciendo: “pasásemos sin parar adelante, porque hasta allí suelen llegar los indios del negro monteando” (Jijón).
De las relaciones entre negros e indios, como necesidad de supervivencia, surgió otro tipo de mestizaje. Los diecisiete hombres y seis mujeres negras, a consecuencia del enfrentamiento con los campaces y con los niguas cuando trataban de liberarse quedaron reducidos a once. Cabello Balboa dice que: 
“al cabo de algunos años, por muerte de el caudillo [Antón] nació entre ellos discordia, pretendiendo cada uno el mando así para finalmente venir el negocio a las armas y en tal demanda murieron tres”.
Es evidente que, aunque varias parejas negras hayan mantenido su pureza por algunas generaciones, la mayor cantidad de varones tuvo que mezclarse con mujeres indias. El licenciado Salazar de Villasante afirma que los primeros negros “han hecho un pueblo y tomado indias y casádose con ellas y multiplican”. Cabello, refiriéndose a Alonso de Illescas, ya como caudillo de negros e indios, dice que estos “le dieron por mujer una India hermosa, hija de un principal”.
La mezcla fue tan cierta que al poco tiempo la población de mulatos y zambos creció hasta el punto de que en 1600 se calculaba que había “más de cincuenta mulatos y zambaigos y en 1620 llegaban a ser un centenar” (Rumazo González).
Es importante destacar que hacia 1565, una vez que Alonso de Illescas era el caudillo indiscutible de toda la región, llegó a Esmeraldas un navío procedente de Nicaragua con negros e indios al servicio de españoles. Entre ellos uno “que venía amancebado con una India de aquellas”, los cuales también escaparon y huyeron internándose hasta Dobe: 
“donde fueron recibidos por huéspedes de los naturales de aquella tierra [y donde] parió aquella India de Nicaragua dos hijos, el uno llamado Jhoan y el otro Francisco” (Cabello).
El grupo que originalmente desembarcó en el Portete en 1553, aunque venía de España fue capturado en África, probablemente en Guinea, por tanto tendrían en su memoria las características de su sierra natal. Siendo Guinea y Esmeraldas territorios semejantes en clima y condiciones propias del bosque tropical lluvioso, es fácil suponer que su adaptación fue relativamente fácil. 
“La adaptación cultural, una vez salvada la barrera lingüística, no sería difícil tampoco, ya que el grado de desarrollo de ambas culturas no debía diferir demasiado, razón por la cual tomaron sus ritos y ceremonias y traje” (Rumazo). 
Por esta razón, cuando algunos mulatos descendientes de Esmeraldas subieron a Quito, se presentaron adornados tal cual los indígenas. 
“Llevaban aretes en las orejas y ciertos anillos de oro en la nariz y tenían los labios taladrados, con lo cual, adornando sus personas, se ponían de gala entre los suyos” (González Suárez).
Por esa época, hubo un naufragio frente a Esmeraldas, y tripulantes y pasajeros, una vez llegados a tierra decidieron continuar a pie por la costa para alcanzar algún destino. Entre ellos venía un fraile novicio originario del Monasterio de Nuestra Señora de las Mercedes de Panamá, que enfermó gravemente y fue abandonado para que muriese precisamente en el espacio que el negro Illescas dominaba. Este lo encontró, lo llevó a su casa, curó y puso en condiciones para que siguiese su camino. Mas, durante el tiempo que permaneció entre ellos, bautizó sus hijos e instruyó en la religión.
Este encuentro con el novicio despierta en Illescas los lazos que lo unían a la cultura hispana, de la cual huyera en determinado momento y circunstancia, a la que piensa volver en un futuro. 
Con esta disposición, se produce su encuentro con Juan de Reina y María Becerra, náufragos también frente a la costa de Atacames. Estas personas cuando llegaron ante las autoridades de Quito, les expresaron que Alonso de Illescas, cuya hija María estaba “ayuntada suciamente con Gonzalo Dávila”, deseaban todos volver al seno de la Iglesia y al servicio del rey. 
Recibida esta noticia por la Real Audiencia, de común acuerdo con el obispo fray Pedro de la Peña, enviaron al presbítero Miguel Cabello Balboa (hijo de Rafael Cabello) “para que fuese a otorgar toda clase de perdones y reducirlos a la obediencia de la Corona. No se contentó con ello la Audiencia, sino que otorgó a Illescas el título de Gobernador” (cita del propio Cabello). Sin embargo, esta intención de incorporar a los negros al sistema dominante español, fracasó. Mas, con el paso del tiempo se hicieron nuevos intentos de acercamiento con negros y mulatos. 
A lo largo del siglo XVII hay una verdadera explosión de la población negra dentro del territorio indígena. En 1657 ya existía un pueblo de mulatos identificado como San Mateo, probablemente corresponda a Esmeraldas Vieja. En 1678, la población de la recién fundada Atacames contaba con veinte mulatos. Y a principios del siglo XVIII, en los territorios del sur de Esmeraldas, o norte de Manabí, los mulatos ya se encontraban afincados en Coaque y Pasao. 
Es lamentable la falta de datos precisos sobre la expansión negroide en Esmeraldas, grupo étnico generado a partir de un reducido y muy concreto número de reproductores.
Quien visita Esmeraldas habrá encontrado un alto componente racial negro que minimiza a los grupos indígenas locales o serranos, incluso a los blancos. Este es un fenómeno reciente promovido por la presencia negroide que entre 1850 y 1920 se concentraba en la zona minera de Barbacoas, sur de Colombia, la cual movilizada a Tumaco se introdujo en territorio ecuatoriano hasta la zona de Limones y los ríos Santiago, Cayapas y Esmeraldas hacia el interior.
En los últimos la migración no ha variado pues la comunicación entre Colombia y Ecuador es muy fácil y mantiene una población flotante que se desplaza según las circunstancias económicas de ambos países. Azarosa trayectoria que incluye al afroecuatoriano en la construcción de la riqueza cacaotera y azucarera. Escribe la historia nacional desde las transformaciones sociales. Los “tauras” de José María Urbina inspiraron la manumisión de esclavos.
Hasta nuestros días, el negro ha enriquecido la cultura costeña, no solo con su arte y folclore, sino en las letras, la poesía, la novela y el liderazgo femenino. Hoy, a través de “su majestad el fútbol”, son los que mayoritariamente llevan a los estadios el nombre de Ecuador. Por todo esto y por su constante fluir a esta ciudad, reconocemos su contribución al desarrollo del país.

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