sábado, 4 de enero de 2020



La conquista y sus efectos                     


El informe de Pascual de Andagoya sobre la existencia de un poderoso reino al sur de Tierra Firme (Panamá), sacó a Francisco Pizarro y Diego de Almagro de sus cómodas existencias. Asociados estos con Hernando de Luque y con el licenciado Gaspar de Espinoza, sevillano, que fue el financista de la empresa conquistadora, Pizarro realizó un primer viaje que fracasó.

En un segundo intento, después del episodio en la isla del Gallo, que protagonizaron los “trece de la fama” y para no volver fracasado a Panamá, convence a Bartolomé Ruiz –enviado para capturarlo y llevarlo de vuelta a Panamá– de navegar al sur. Tocan Puná y Tumbes, y deslumbrado por las riquezas halladas en esta última, vuelve al istmo donde es recibido en triunfo.

En 1528 viaja a España, y obtiene las concesiones buscadas. Carlos V lo designa Adelantado de los territorios que conquistase. Y el 27 de diciembre de 1530, zarpa al sur desde Panamá, pasa por alto la selva que presentaba la Costa (ecuatoriana) y continuó al Tumbes que había conocido en su viaje anterior.

Este hecho de ignorar los extensos territorios costeros que más tarde formaron nuestro país, le llegó a Pedro de Alvarado, gobernador de Guatemala, como noticia por el “correo de brujas” que evidentemente existía en aquel entonces. Aguijoneadas sus apetencias y ambiciones viajó a España y valiéndose de ardides convenció al emperador Carlos V que tales territorios no habían sido concedidos a Pizarro. 

Una vez lograda la venia real para conquistarlos, y con la intención de despojar a éste y a sus socios de las grandes extensiones de tierra que comprendían el litoral y la serranía, identificada por el padre Velasco como Reino de Quito, zarpó del puerto de la Posesión (Guatemala) el 1 de enero de 1534.

Enterado en Panamá del zarpe de la expedición de Alvarado, el licenciado Gaspar de Espinoza, protector de Sebastián de Benalcázar, quien a la vez se desempeñaba como teniente de gobernador de Piura, envió un rápido esquife para prevenirlo de esta amenaza que pesaba sobre sus intereses comunes. Benalcázar, tan pronto recibió tan preocupante información, los primeros días de marzo de ese año marchó para enfrentar al gobernador Alvarado. Diego de Almagro –sospechando una traición por parte de Benalcázar– fue tras él a marchas forzadas.

En el ínterin, las diez naves que formaban la flota de Alvarado, que constituyeron la más poderosa armada que había navegado la Mar del Sur, había zarpado con 600 hombres de mar y tierra y 223 caballos. Luego de 33 días de navegación alcanzó la Costa manabita y desembarcó en Caraque (Bahía de Caráquez) el 25 de febrero de 1534.

Una vez reunido, entre los indígenas, un contingente humano que hiciera de tropa en situación de servidumbre, la expedición inició una marcha que al poco tiempo se encontró con una selva impenetrable, cruzada de ríos y obstáculos a cada paso. Una ruta de espanto y muerte que solo la codicia y la ambición pudo estimular su recorrido.

Luego de seis meses de permanecer perdido en la manigua, y sufrir cientos de bajas entre españoles e indios, llegó a un poblado indígena a orillas de un río (Daule). En balsas, navegó aguas abajo hasta la confluencia del río Amay (Babahoyo) y lo remontó hasta acercarse a la cordillera. 600 cadáveres, la mayoría indígenas y algunos españoles dejó Alvarado a lo largo del camino, coronó los Andes y descendió a los valles interandinos. 

“Siguiendo mi jornada adelante –dice el propio Alvarado en su informe– hallé rastros de caballos y los pueblos quemados y despojados, en lo cual conocí que habían españoles en la tierra”.

La marcha fue esforzada y los resultados no fueron nada halagadores. Después de seis meses de tan desastroso intento, este hallazgo que confirmaba la presencia de españoles en la zona, sumió en la decepción y desesperanza a él y a sus tropas que imaginaban un viaje inútil y la correspondiente pobreza.


Necesidad de una ciudad: La fundación de Santiago (Guayaquil).


La situación era compleja y difícil. El dilema que se presentaba en la mente de los conquistadores consistía en hallar la forma de llegar más rápido a estas tierras y tomar posesión de ellas. De esta forma, cada grupo podría justificar jurídicamente la toma de posesión de estos territorios en nombre de la corona española. 

Por eso, uno y otro se empeñaron en llegar lo más rápido a la región de los valles quiteños para, realizar las fundaciones de acuerdo a las exigencias de la conquista, que justificarían la posesión y apropiación de estas tierras para beneficio de ellos. De esta forma, ambos capitanes y sus tropas, a marchas forzadas, intentaron alcanzarlas y elegir el sitio adecuado.

Cinco meses tardaron Almagro y Benalcázar en llegar a las inmediaciones de la actual Riobamba, el mismo tiempo que Alvarado tardó en coronar la cordillera y descender a las planicies interiores. Los exploradores de Almagro descubrieron su presencia, y ante la inminencia del encuentro entre ambas tropas, a fin de afianzar la posesión legal del territorio, el 15 de agosto de 1534, Diego de Almagro fundó la ciudad de Santiago, que por estar en el territorio quiteño, asumió el topónimo Quito.[1]

Por la amenaza que implicaba la presencia de Alvarado, el acto fue tan precipitado, que Almagro no cumplió todos los requisitos legales que exigía una fundación, no levantó el rollo ni repartió los solares, solo firmó el acta. Y el 26 de agosto, con la fuerza legal que le daba el documento se entrevistó con Alvarado para negociar su retiro.

La partida la había ganado Almagro y como hábiles negociadores de intereses comunes decidieron no enfrentarse sino establecer un diálogo conciliador. En efecto, Almagro y Alvarado sabían que tenían que proteger y recuperar la inversión de ellos y sus socios en la empresa. 

Almagro, aunque tenía la sartén por el mango, pues había tomado posesión legal de los territorios quiteños, pero como Alvarado tenía el poder militar sabía que no podía arriesgar lo que habían logrado. Por eso entendió bien las necesidades de Alvarado. Con la habilidad de conquistador y comerciante, le abrió un espacio de negociación que podía  ser ventajoso para las dos partes. En efecto, así se dio. Terminaron tranzando, uno venció y el otro se retiró, pero ambos se protegieron.  

Por la suma de 100.000 pesos oro, Alvarado abandonó la empresa. Le vendió un galeón, tres naves y dos navíos de su flota y cuanto aprovisionamiento iba a bordo de estos. Toda su artillería y otras armas, esclavos, caballos, aderezos, etc. Hecho lo cual, Alvarado se retiró del escenario dejando la mayoría de sus hombres, quienes ante las promesas de riqueza hechas por Almagro no vacilaron en cambiar de jefe. 

Una vez resuelta la transacción con ventaja para las huestes de Pizarro, trece días después de fundar la ciudad de Santiago de Quito, el 28 de agosto, Almagro fundó la villa de San Francisco de Quito, en el mismo lugar que lo había hecho con Santiago. Y era tal su urgencia por volver al Perú, que ni siquiera firmó el acta de fundación.[2]

La transacción había aumentado notablemente el número de hombres y soporte de vituallas a la empresa de Almagro. Con este gran incremento, Almagro encargó a Benalcázar la conquista del norte, la pacificación del territorio quiteño y el traslado y asentamiento de la villa de San Francisco. El conquistador Benalcázar inició la marcha y en la búsqueda del tesoro de Atahualpa asoló cuanto poblado indígena encontró a su paso.

Amparado en la Real Cédula promulgada por Carlos V, el 4 de mayo de 1534, que facultaba al conquistador para que “cada y cuando le pareciera que un pueblo fundado o que fundare se deba mudar de sitio la pudiese mudar al sitio que le pareciere, con su nombre”,[3] el 6 de diciembre de 1534, dio nuevo y definitivo asiento a la villa de San Francisco de Quito en el lugar que hoy se encuentra la capital, sobre las ruinas humeantes que había abandonado Rumiñahui.

En marzo de 1535, Benalcázar envió al norte –a las provincias de Quillasinga y Condelunamarca– a dos hombres de su confianza, los capitanes Pedro de Añasco y Juan de Ampudia, para buscar información sobre las riquezas y sociedades  indígenas existentes en esos territorios. Los capitanes delegados hicieron bien su trabajo y no tardaron en informarle de los tesoros hallados en esos destinos. 

Con esta información, y conociendo Benalcázar, por los hombres de Alvarado de la existencia de ríos y caminos, que habían recorrido para llegar a la Sierra, más la jurisprudencia previa del traslado de San Francisco de Quito facultado por la cédula mencionada, decidió pedir a Francisco Pizarro su autorización para conquistar tales provincias del norte. Decisión que fue apoyada por Juan de Espinoza, hijo de su protector.

Conforme avanzaba el proceso de conquista se iban aclarando muchas cosas para la sociedad Pizarro, Almagro y Benalcázar. Los socios debieron frotarse las manos por el éxito y los beneficios obtenidos. La empresa conquistadora finalmente estaba en sus manos y los territorios de las sociedades aborígenes les pertenecían. 

Todo estaba claro en la mente de Benalcázar: ante la inutilidad de la fundación de Santiago de Quito en Riobamba, emplazamiento que no cumplía ningún propósito para la conquista, la trasladaría a la Costa a orillas del río que era vía expedita hacia las montañas.[4] Y para satisfacer la logística que demandaba tal operación militar, obtendría un puerto más cercano que Paita. Estas conclusiones, encajan perfectamente con los acontecimientos posteriores que culminaron con el traslado de Santiago a la Costa.

Pocos meses después de los éxitos obtenidos, siguió en su tarea de extender la conquista e incorporar y saquear otros territorios. En junio de 1535, Benalcázar salió desde Quito hacia el Perú,[5] tocó Santiago, que no era otra cosa que un simple campamento militar. Lo levantó, y con la dotación de soldados que lo guarnecían se encaminó al sur. 

Se reunió con Pizarro, le entregó parte de los tesoros recogidos en el saqueo de los poblados quiteños y obtuvo la anuencia requerida para tal empresa. Con sus aspiraciones colmadas se trasladó a su gobernación de San Miguel de Piura donde concedió un descanso de un mes a sus hombres.                        


[1] Para enfrentarse a la intromisión de Alvarado, Diego de Almagro –en nombre de Pizarro__– funda el 15 de agosto de 1534 la ciudad de Santiago, en el asiento de Riobamba, en plena zona Andina. Un año después, Sebastián de Benalcázar la traslada a los llanos costeros, junto a un pueblo indio llamado Guayaquile y al río de Guayaquil, a unos 25 kms. al este de su actual ubicación. El principal motivo de este traslado fue la necesidad de mejorar las comunicaciones entre el núcleo conquistador de Quito y el mar, por donde se podían recibir refuerzos de hombres y animales. Adam Szaszdi y Dora León Borja, Los recursos y desarrollo económico de Guayaquil, 1535-1605. Bamberg, Alemania, Hermann Kellenbenz und Jurgen Schneider, 1978.

[2] Libro Primero de Cabildos de Quito, tomo I.
[3] Miguel Aspiazu Carbo, El Acta de Fundación d la Ciudad de Santiago de Guayaquil (Santiago de la Provincia de Quito), 15 de agosto de 1534, Guayaquil, CCE Núcleo del Guayas, 1970. p.
[4] Paresciéndole a su señoría que el dicho pueblo se debía mudar a otra parte, con él en su nombre se pueda mudar, porque al presente, a causa de ser la tierra nuevamente conquistada e andar acabándose de pacificar, no se ha visto ni tiene espiriencia de los sitios donde mijor pueda estar el dichjo pueblo. Julio Estrada Icaza, Guía Histórica de Guayaquil, Guayaquil, Poligráfica, 1995, p, 10.
[5] Vido como el dicho capitán Sebastián de Benalcázar se partió desta villa para ir a la costa e vido ir con el dicho capitán al dicho Diego de Sandoval e que sabe que se conquistó la dicha tierra e se hizo la dicha ciudad. Testigo Antón Diez, Probanza de Diego de Sandoval, Quito, 19 de noviembre de 1539.

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