La independencia de
Guayaquil
Para los guayaquileños había llegado la hora
de la ruptura total con España. Era preciso independizarse política y
económicamente de su dominio y era además una necesidad social, política,
económica e histórica, pero solo podía concretarse en lo político y militar.
Por ello debían organizar un ejército propio, un poder militar anticolonial y
aun teniendo ese poder y los recursos económicos necesarios para tener éxito,
debían inscribirse en el proceso y proyecto continental de ruptura y guerra
anticolonial que se libraba en el norte y el sur, bajo los liderazgos de
Bolívar y San Martín… y así lo hicieron.
Manuel de J. Fajardo, protagonista de la gesta
revolucionaria de Octubre de 1820, dice que: “Los fundadores de la
Independencia siempre y por siempre combatieron contra expertos que disponían
de ejércitos y escuadras, superiores en número, disciplina y recursos”.[1]
Esta clara comprensión de enfrentar un ejército profesional que desplegaba un
poder continental, no los podía sino llevar a la decisión de planificar bien su
lucha e insertar su tarea revolucionaria en un proyecto de liberación
continental como el que habían emprendido los libertadores.
Sabían que, solo buscando un vínculo y una
adecuada alianza con estas fuerzas políticas y militares anticoloniales y de
avanzar en su lucha hacia los Andes, era posible conseguir la tan ansiada
independencia de toda la nación quiteña. Aquí, el pensamiento ilustrado de los
insurgentes guayaquileños es lúcidamente objetivo en la comprensión de la
táctica y la estrategia política y militar. A un poder continental colonial
solo lo podía vencer un poder político y militar anticolonial continental. De
esta visión estratégica carecieron las elites quiteñas, pues, el 10 de Agosto
de 1809 intentaron un movimiento sin conexiones ni vínculos externos, que acabó
siendo el limitante que impidió el éxito.
La provincia de Guayaquil obtuvo su libertad,
no como el resultado de una actitud del momento, sin planificación ni
antecedentes. La obtuvo luego de un meticuloso proceso concebido desde mucho
tiempo atrás en el seno de la sociedad porteña, por un grupo reducido de
personas en estrecha vinculación con los gestores de la libertad americana.
Una elite siempre atenta a los problemas de la
ciudad, formada por pensadores ilustrados como Olmedo, Rocafuerte, Roca,
Vivero, Marcos y una docena más de liberales republicanos. Una sociedad ligada
a ideales, líderes y sociedades secretas masónicas, que gestó, forjó y alcanzó
el triunfo de la revolución.[2]
A través de muchos años de planificación y proyectos,
concibe, busca y logra en forma definitiva romper todo vínculo administrativo,
militar, económico, etc., con España. Finalmente, con sus propias fuerzas y
recursos y sin la intervención directa de otros pueblos, alcanza su
independencia.[3]
Una verdadera empresa de libertad se instauró
en Guayaquil, articulada por sus propios hombres, pertrechos, proyecto
político, mecanismos de organización y posibles tendencias del proceso. Y a
diferencia con otros países y regiones, excepto Panamá, fue liberada por la
acción conjunta de sus líderes y su pueblo, ricos y pobres, con apoyo militar
organizado y sostenido por ellos.
No intervino ninguno de los dos grandes
americanos: Bolívar y San Martín, ni fuerzas extrañas a la Provincia Libre.
Ellos llegaron cuando la independencia se había consumado y organizado la
División Protectora de Quito como aspiración de liberar a sus hermanos de Quito
y Cuenca para constituir un estado independiente. También vinieron cuando se
había dictado su Reglamento Provisorio de Gobierno, reglamentada la Libertad de
Imprenta,[4]
mantenido el régimen económico y obtenido los frutos producto del libre
comercio, todo concebido desde el principio y decidido que debía agregarse a
una mayor asociación, lo cual fue una de las razones de su éxito.
“El pueblo de Guayaquil había declarado su
independencia sin la intervención de otros pueblos. Libre por sí mismo, por
nadie liberado, tenía perfecto derecho de darse un gobierno propio o por
escoger la nacionalidad que más le conviniese. Recibió auxilio y armas del Perú
y soldados de Colombia para sostener su independencia, pero en cambio agotó sus
recursos pecuniarios, y dio su contingente de tropas para liberar las
provincias de Quito en cuatro campañas sucesivas.
Los colombianos (y venezolanos) no fueron los
únicos actores de la Batalla del Pichincha que terminó la guerra. Atenidos a
ellos solamente no habrían podido librar esa memorable batalla, a la cual
concurrieron dos batallones peruanos, un escuadrón argentino y un batallón de
guayaquileños” (Francisco Javier Aguirre Abad), además de cuencanos, chilenos e
ingleses.
Efectivamente, la División Libertadora, bajo
el mando del general Antonio José de Sucre formada por guayaquileños,
cuencanos, colombianos, venezolanos, ingleses e irlandeses. Y los batallones
Piura y Trujillo formados por peruanos, chilenos y argentinos enviados por San
Martín, bajo el mando del coronel Andrés de Santa Cruz.[5]
Los próceres guayaquileños, una vez alcanzada
la libertad, estaban conscientes de las dificultades que la Provincia Libre
tendría para mantenerla por su solo concurso.[6]
Y que el poder español radicado en los Andes, pese a su debilidad, podía
asediarla militarmente, poniendo en grave peligro la conservación de la
independencia. Esto los lleva a incorporarse en el esfuerzo general
emancipador, a buscar la protección de un designio mayor, venga de donde
viniere y a alistarse en la propuesta de libertad total y de destrucción del
poder colonial español que propiciaban ambos libertadores sudamericanos.[7]
Los líderes del 9 de Octubre enviaron una
comisión al sur para notificar del éxito de la revolución al Protector, general
José de San Martín, quien al momento del encuentro con los emisarios
guayaquileños se hallaba bloqueando El Callao con la flota de Cochrane.[8]
También mandaron al norte a un enviado para informar a Bolívar de los
acontecimientos y pedirle ayuda. Pero, al parecer, recibió la noticia algo
retrasada y da la impresión que por esto planteó algún reclamo a Olmedo, de lo
contrario no se explica la satisfacción que este le ofrece en carta del 17 de
marzo de 1821: ”En los principios de nuestra transformación no fue posible
comunicarnos con V.E., porque aún estaban ocupadas todas las provincias
intermedias, y V.E. había regresado a las extremidades de la República“. Y más
adelante agrega: ”La aparición de V.E. ha sido una sorpresa la más agradable
para estos pueblos“.[9]
Pese a haber recibido tardíamente la noticia
de la independencia de Guayaquil, tan pronto le fue posible “El Libertador
instruyó al jefe del ejército del Cauca, don Manuel Valdez, que no suspendiese
las hostilidades para que los realistas no tuviesen la oportunidad de
hostilizar a Guayaquil, y a unos días mandó al general José Mires que se
trasladase a Guayaquil con 1000 fusiles para organizar una división en esa
provincia”.[10]
La Revolución de Octubre es el triunfo de una
contienda política, social, económica e ideológica, en la que participaron
hombres ricos, de pensamiento republicano ilustrado. La masa popular, pese a
haber sido inducida a la acción por los líderes insurgentes, tuvo una
participación limitada.[11]
Fueron las elites criollas de la provincia, dueñas del poder económico y la
ilustración, las que llevaron la iniciativa. Estrato de la sociedad colonial
que estaba formado por comerciantes y hacendados tanto criollos como españoles,
que se vieron separados por sus particulares intereses económicos.
Sin embargo, debemos matizar la visión, pues
no debe creerse que hubo total ausencia de los sectores populares en la gesta
libertaria, un ejemplo de ello lo evidencia la constitución de la guarnición de
Guayaquil, cuya tropa respondió al llamado de libertad sometiéndose a los
revolucionarios. Entre ellos constan ciento cincuenta reclutas del batallón
Daule, todos oriundos de ese Partido; el cuerpo de milicias llamado de “Pardos
libres”, compuesto de doscientas plazas; los 250 hombres que formaban la
tripulación de las cañoneras, que integrados a los otros destacamentos, sumaban
mil quinientos hombres, que, pese a su número y armamento, no hicieron ningún
esfuerzo para impedir la revolución. También, en 1821 los 230 individuos
llegados de Charapotó y otros 600 procedentes del norte, fueron la base del
Ejército Libertador que luchó por la independencia de todo nuestro país.[12]
No fueron la cuna ni la raza las que
fragmentaron y enfrentaron a criollos con peninsulares residentes en Guayaquil,
sino las ideas y la defensa de los negocios de cada segmento. “No está en
opresiones ominosas ni en pruritos de raza, sino en la lucha de dos burguesías
enriquecidas, pero con intereses contrapuestos. Esta rivalidad, unida a un
crecimiento del sentido de <patria>, preparó las bases mentales de la
ruptura. Las nuevas corrientes ideológicas proporcionaron a la protesta sus
bases pragmáticas”.[13]
[1] M.J. Fajardo, “Reseña de los Acontecimientos Políticos Militares
del Departamento de Guayaquil desde 1810 hasta 1823”. Guayaquil,
Artes Gráficas Senefelder, Pág. 45, 1989.
[2]
Lo más lucido de la juventud guayaquileña era
entusiasta por la Independencia; pero el núcleo de conspiradores no era muy
numeroso, ni convenía que lo fuera, como tampoco convenía que el secreto y los
detalles se llevaran a conocimiento de todos; puesto que la menor imprudencia
habría provocado el más completo fracaso, con fatales consecuencias. Camilo
Destruge, Historia de la Revolución de Octubre y Campaña Libertadora,
Guayaquil, BCE. Segunda edición, Pág. 174.
[3]
El éxito del 9 de Octubre, ciertamente se debe a aquellos que defendieron el
libre comercio (Olmedo lo planteó en las Cortes de Cádiz en 1812), aportaron
las ideas, gestaron, planificaron y al primer intento obtuvieron un triunfo
irreversible.
Porque deseaban ser libres pusieron toda su capacidad económica a
disposición del ideal, y los hombres y las armas para alcanzar sus metas. Y
como estaban listos y decididos, a la primera coyuntura que se presentó no
vacilaron en tomar las armas. Olmedo, el mentalizador civilista, no aceptó ser
el jefe de la revolución, sabía que era el momento de los militares. No hay
revolución sin ideas transformadoras y regeneradoras, acción de armas sin
dinero ni enfrentamiento exitoso o no, sin el contingente militar. Esos fueron
los ingredientes de la revolución triunfante del 9 de Octubre de 1820.
“Siendo
degradante para un pueblo que goza de la libertad de imprenta en toda la
extensión que podía apetecer, el uso de manuscritos anónimos, y debiendo
cerrarse esta senda oscura en la cual puede la maledicencia ofender y calumniar
más libremente con la esperanza de la impunidad; la Junta de Gobierno ha venido
en decretar:”
“1º A todo manuscrito anónimo infamatorio se
aplicará con más rigor la pena de los impresos.”
“2º Las justicias ordinarias recogerán todo
libelo manuscrito; y harán la más prolija indagación de su autor.”
“3º Todo
individuo está obligado a entregar a la justicia cualquier libelo manuscrito
que llegue a sus manos; y al que se le justifique no haberlo verificado será
responsable de su contenido.”
“Imprímase
y publíquese. Guayaquil, diciembre 5 de 1821. - Olmedo, Ximena, Roca. José Pío
Gutiérrez, secretario interino”.
[5]
Esto lo corrobora Sucre, en su proclama como comandante general de la División
Libertadora: “Peruanos, Argentinos, Colombianos: la victoria os espera sobre el
ecuador; allí vais a escribir vuestros nombres gloriosos, para recordarlos con
orgullo en las más remotas generaciones”. El Patriota de Guayaquil, 18 de mayo
de 1822.
[6]
AHMCD/1567 – 0000026: “Desde el momento en que esta
provincia proclamó su independencia reconoció que debía agregarse a una mayor
asociación, y consiguió este voto en la misma acta constitucional. El grado de
la ilustración pública, la débil noticia de los principios de la ciencia
legislativa, el atraso de la agricultura y de las artes, y la escasa población
del país, efectos necesarios del maquiavelismo español, todo indica la
necesidad de incorporarnos a un Estado que
con sus luces nos esclarezca, que con
sus armas nos defienda, y que con sus leyes afirme y consolide el orden
social; que ponga en movimiento nuestra industria, dé nuevas alas a nuestro
comercio, y eleve esta provincia al punto de prosperidad a que está llamada por
la naturaleza”.
[7]
“Era muy natural que los revolucionarios de Guayaquil
no perdieran tiempo en buscar apoyo y protección en los patriotas de Chile que
mantenían una escuadra en el Pacífico, y en el General San Martín que se
aproximaba a las costas del Perú con un ejército de esa nación (...) Al mismo
tiempo despachar al capitán Lavayen para que fuera a entenderse con los
patriotas de Nueva Granada, que Bolívar había liberado un año antes.” Francisco
X. Aguirre Abad, “Bosquejo Histórico de la República del Ecuador”, Biblioteca
Ecuatoriana Clásica, Quito, Corporación de Estudios y Publicaciones, Pág. 390,
1995.
[8]
Abel Romeo Castillo, “La Independencia de Guayaquil, 9 de Octubre de 1820”,
José de Villamil “Reseña de los acontecimientos políticos y militares de la
Provincia de Guayaquil, desde 1813 hasta 1824 inclusive”, Guayaquil, BCE, Págs.
3-40, 1983.
[10]
David J. Cubitt, “Guerra y Diplomacia en la República de Guayaquil 1820-22”,
Sobretiro de la Revista Historia de América Nº 72, julio-diciembre 1971.
[11]
Los indios, negros y mulatos permanecieron al margen o se sumaron a la causa
realista temerosos de que con el triunfo insurgente cambiaran las leyes
protectoras dictadas por la Corona”. Federico Sánchez Aguilar, Op. Cit., Págs. 552-553.
[12]
Castillo, “El Patriota de Guayaquil”, del 19 de junio
de 1821.
[13]
J. L. Comellas, “De las revoluciones al liberalismo”, en Mariano Fazio
Fernández, “Ideología de la emancipación guayaquileña”, Guayaquil, AHG, Pág.
15, 1987.
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