viernes, 5 de octubre de 2018



La independencia de Guayaquil   
Para los guayaquileños había llegado la hora de la ruptura total con España. Era preciso independizarse política y económicamente de su dominio y era además una necesidad social, política, económica e histórica, pero solo podía concretarse en lo político y militar. Por ello debían organizar un ejército propio, un poder militar anticolonial y aun teniendo ese poder y los recursos económicos necesarios para tener éxito, debían inscribirse en el proceso y proyecto continental de ruptura y guerra anticolonial que se libraba en el norte y el sur, bajo los liderazgos de Bolívar y San Martín… y así lo hicieron.            
Manuel de J. Fajardo, protagonista de la gesta revolucionaria de Octubre de 1820, dice que: “Los fundadores de la Independencia siempre y por siempre combatieron contra expertos que disponían de ejércitos y escuadras, superiores en número, disciplina y recursos”.[1] Esta clara comprensión de enfrentar un ejército profesional que desplegaba un poder continental, no los podía sino llevar a la decisión de planificar bien su lucha e insertar su tarea revolucionaria en un proyecto de liberación continental como el que habían emprendido los libertadores.
Sabían que, solo buscando un vínculo y una adecuada alianza con estas fuerzas políticas y militares anticoloniales y de avanzar en su lucha hacia los Andes, era posible conseguir la tan ansiada independencia de toda la nación quiteña. Aquí, el pensamiento ilustrado de los insurgentes guayaquileños es lúcidamente objetivo en la comprensión de la táctica y la estrategia política y militar. A un poder continental colonial solo lo podía vencer un poder político y militar anticolonial continental. De esta visión estratégica carecieron las elites quiteñas, pues, el 10 de Agosto de 1809 intentaron un movimiento sin conexiones ni vínculos externos, que acabó siendo el limitante que impidió el éxito.
La provincia de Guayaquil obtuvo su libertad, no como el resultado de una actitud del momento, sin planificación ni antecedentes. La obtuvo luego de un meticuloso proceso concebido desde mucho tiempo atrás en el seno de la sociedad porteña, por un grupo reducido de personas en estrecha vinculación con los gestores de la libertad americana.
Una elite siempre atenta a los problemas de la ciudad, formada por pensadores ilustrados como Olmedo, Rocafuerte, Roca, Vivero, Marcos y una docena más de liberales republicanos. Una sociedad ligada a ideales, líderes y sociedades secretas masónicas, que gestó, forjó y alcanzó el triunfo de la revolución.[2]
A través de muchos años de planificación y proyectos, concibe, busca y logra en forma definitiva romper todo vínculo administrativo, militar, económico, etc., con España. Finalmente, con sus propias fuerzas y recursos y sin la intervención directa de otros pueblos, alcanza su independencia.[3]
Una verdadera empresa de libertad se instauró en Guayaquil, articulada por sus propios hombres, pertrechos, proyecto político, mecanismos de organización y posibles tendencias del proceso. Y a diferencia con otros países y regiones, excepto Panamá, fue liberada por la acción conjunta de sus líderes y su pueblo, ricos y pobres, con apoyo militar organizado y sostenido por ellos.
No intervino ninguno de los dos grandes americanos: Bolívar y San Martín, ni fuerzas extrañas a la Provincia Libre. Ellos llegaron cuando la independencia se había consumado y organizado la División Protectora de Quito como aspiración de liberar a sus hermanos de Quito y Cuenca para constituir un estado independiente. También vinieron cuando se había dictado su Reglamento Provisorio de Gobierno, reglamentada la Libertad de Imprenta,[4] mantenido el régimen económico y obtenido los frutos producto del libre comercio, todo concebido desde el principio y decidido que debía agregarse a una mayor asociación, lo cual fue una de las razones de su éxito.
“El pueblo de Guayaquil había declarado su independencia sin la intervención de otros pueblos. Libre por sí mismo, por nadie liberado, tenía perfecto derecho de darse un gobierno propio o por escoger la nacionalidad que más le conviniese. Recibió auxilio y armas del Perú y soldados de Colombia para sostener su independencia, pero en cambio agotó sus recursos pecuniarios, y dio su contingente de tropas para liberar las provincias de Quito en cuatro campañas sucesivas.
Los colombianos (y venezolanos) no fueron los únicos actores de la Batalla del Pichincha que terminó la guerra. Atenidos a ellos solamente no habrían podido librar esa memorable batalla, a la cual concurrieron dos batallones peruanos, un escuadrón argentino y un batallón de guayaquileños” (Francisco Javier Aguirre Abad), además de cuencanos, chilenos e ingleses.
Efectivamente, la División Libertadora, bajo el mando del general Antonio José de Sucre formada por guayaquileños, cuencanos, colombianos, venezolanos, ingleses e irlandeses. Y los batallones Piura y Trujillo formados por peruanos, chilenos y argentinos enviados por San Martín, bajo el mando del coronel Andrés de Santa Cruz.[5]
Los próceres guayaquileños, una vez alcanzada la libertad, estaban conscientes de las dificultades que la Provincia Libre tendría para mantenerla por su solo concurso.[6] Y que el poder español radicado en los Andes, pese a su debilidad, podía asediarla militarmente, poniendo en grave peligro la conservación de la independencia. Esto los lleva a incorporarse en el esfuerzo general emancipador, a buscar la protección de un designio mayor, venga de donde viniere y a alistarse en la propuesta de libertad total y de destrucción del poder colonial español que propiciaban ambos libertadores sudamericanos.[7]
Los líderes del 9 de Octubre enviaron una comisión al sur para notificar del éxito de la revolución al Protector, general José de San Martín, quien al momento del encuentro con los emisarios guayaquileños se hallaba bloqueando El Callao con la flota de Cochrane.[8] También mandaron al norte a un enviado para informar a Bolívar de los acontecimientos y pedirle ayuda. Pero, al parecer, recibió la noticia algo retrasada y da la impresión que por esto planteó algún reclamo a Olmedo, de lo contrario no se explica la satisfacción que este le ofrece en carta del 17 de marzo de 1821: ”En los principios de nuestra transformación no fue posible comunicarnos con V.E., porque aún estaban ocupadas todas las provincias intermedias, y V.E. había regresado a las extremidades de la República“. Y más adelante agrega: ”La aparición de V.E. ha sido una sorpresa la más agradable para estos pueblos“.[9]
Pese a haber recibido tardíamente la noticia de la independencia de Guayaquil, tan pronto le fue posible “El Libertador instruyó al jefe del ejército del Cauca, don Manuel Valdez, que no suspendiese las hostilidades para que los realistas no tuviesen la oportunidad de hostilizar a Guayaquil, y a unos días mandó al general José Mires que se trasladase a Guayaquil con 1000 fusiles para organizar una división en esa provincia”.[10]
La Revolución de Octubre es el triunfo de una contienda política, social, económica e ideológica, en la que participaron hombres ricos, de pensamiento republicano ilustrado. La masa popular, pese a haber sido inducida a la acción por los líderes insurgentes, tuvo una participación limitada.[11] Fueron las elites criollas de la provincia, dueñas del poder económico y la ilustración, las que llevaron la iniciativa. Estrato de la sociedad colonial que estaba formado por comerciantes y hacendados tanto criollos como españoles, que se vieron separados por sus particulares intereses económicos.
Sin embargo, debemos matizar la visión, pues no debe creerse que hubo total ausencia de los sectores populares en la gesta libertaria, un ejemplo de ello lo evidencia la constitución de la guarnición de Guayaquil, cuya tropa respondió al llamado de libertad sometiéndose a los revolucionarios. Entre ellos constan ciento cincuenta reclutas del batallón Daule, todos oriundos de ese Partido; el cuerpo de milicias llamado de “Pardos libres”, compuesto de doscientas plazas; los 250 hombres que formaban la tripulación de las cañoneras, que integrados a los otros destacamentos, sumaban mil quinientos hombres, que, pese a su número y armamento, no hicieron ningún esfuerzo para impedir la revolución. También, en 1821 los 230 individuos llegados de Charapotó y otros 600 procedentes del norte, fueron la base del Ejército Libertador que luchó por la independencia de todo nuestro país.[12]
No fueron la cuna ni la raza las que fragmentaron y enfrentaron a criollos con peninsulares residentes en Guayaquil, sino las ideas y la defensa de los negocios de cada segmento. “No está en opresiones ominosas ni en pruritos de raza, sino en la lucha de dos burguesías enriquecidas, pero con intereses contrapuestos. Esta rivalidad, unida a un crecimiento del sentido de <patria>, preparó las bases mentales de la ruptura. Las nuevas corrientes ideológicas proporcionaron a la protesta sus bases pragmáticas”.[13]


[1] M.J. Fajardo, “Reseña de los Acontecimientos Políticos Militares del Departamento de Guayaquil desde 1810 hasta 1823”. Guayaquil, Artes Gráficas Senefelder, Pág. 45, 1989.
[2] Lo más lucido de la juventud guayaquileña era entusiasta por la Independencia; pero el núcleo de conspiradores no era muy numeroso, ni convenía que lo fuera, como tampoco convenía que el secreto y los detalles se llevaran a conocimiento de todos; puesto que la menor imprudencia habría provocado el más completo fracaso, con fatales consecuencias. Camilo Destruge, Historia de la Revolución de Octubre y Campaña Libertadora, Guayaquil, BCE. Segunda edición, Pág. 174.
[3] El éxito del 9 de Octubre, ciertamente se debe a aquellos que defendieron el libre comercio (Olmedo lo planteó en las Cortes de Cádiz en 1812), aportaron las ideas, gestaron, planificaron y al primer intento obtuvieron un triunfo irreversible.
Porque deseaban ser libres pusieron toda su capacidad económica a disposición del ideal, y los hombres y las armas para alcanzar sus metas. Y como estaban listos y decididos, a la primera coyuntura que se presentó no vacilaron en tomar las armas. Olmedo, el mentalizador civilista, no aceptó ser el jefe de la revolución, sabía que era el momento de los militares. No hay revolución sin ideas transformadoras y regeneradoras, acción de armas sin dinero ni enfrentamiento exitoso o no, sin el contingente militar. Esos fueron los ingredientes de la revolución triunfante del 9 de Octubre de 1820.

 [4] “DECRETO.”

“Siendo degradante para un pueblo que goza de la libertad de imprenta en toda la extensión que podía apetecer, el uso de manuscritos anónimos, y debiendo cerrarse esta senda oscura en la cual puede la maledicencia ofender y calumniar más libremente con la esperanza de la impunidad; la Junta de Gobierno ha venido en decretar:”
 “1º A todo manuscrito anónimo infamatorio se aplicará con más rigor la pena de los impresos.”
 “2º Las justicias ordinarias recogerán todo libelo manuscrito; y harán la más prolija indagación de su autor.”
“3º Todo individuo está obligado a entregar a la justicia cualquier libelo manuscrito que llegue a sus manos; y al que se le justifique no haberlo verificado será responsable de su contenido.”

“Imprímase y publíquese. Guayaquil, diciembre 5 de 1821. - Olmedo, Ximena, Roca. José Pío Gutiérrez, secretario interino”.

[5] Esto lo corrobora Sucre, en su proclama como comandante general de la División Libertadora: “Peruanos, Argentinos, Colombianos: la victoria os espera sobre el ecuador; allí vais a escribir vuestros nombres gloriosos, para recordarlos con orgullo en las más remotas generaciones”. El Patriota de Guayaquil, 18 de mayo de 1822.

[6] AHMCD/1567 – 0000026: “Desde el momento en que esta provincia proclamó su independencia reconoció que debía agregarse a una mayor asociación, y consiguió este voto en la misma acta constitucional. El grado de la ilustración pública, la débil noticia de los principios de la ciencia legislativa, el atraso de la agricultura y de las artes, y la escasa población del país, efectos necesarios del maquiavelismo español, todo indica la necesidad de incorporarnos a un Estado que con sus luces nos esclarezca, que con sus armas nos defienda, y que con sus leyes afirme y consolide el orden social; que ponga en movimiento nuestra industria, dé nuevas alas a nuestro comercio, y eleve esta provincia al punto de prosperidad a que está llamada por la naturaleza”.

[7] “Era muy natural que los revolucionarios de Guayaquil no perdieran tiempo en buscar apoyo y protección en los patriotas de Chile que mantenían una escuadra en el Pacífico, y en el General San Martín que se aproximaba a las costas del Perú con un ejército de esa nación (...) Al mismo tiempo despachar al capitán Lavayen para que fuera a entenderse con los patriotas de Nueva Granada, que Bolívar había liberado un año antes.” Francisco X. Aguirre Abad, “Bosquejo Histórico de la República del Ecuador”, Biblioteca Ecuatoriana Clásica, Quito, Corporación de Estudios y Publicaciones, Pág. 390, 1995.
[8] Abel Romeo Castillo, “La Independencia de Guayaquil, 9 de Octubre de 1820”, José de Villamil “Reseña de los acontecimientos políticos y militares de la Provincia de Guayaquil, desde 1813 hasta 1824 inclusive”, Guayaquil, BCE, Págs. 3-40, 1983.
[9] Olmedo, Epistolario, Pág. 369
[10] David J. Cubitt, “Guerra y Diplomacia en la República de Guayaquil 1820-22”, Sobretiro de la Revista Historia de América Nº 72, julio-diciembre 1971.
[11] Los indios, negros y mulatos permanecieron al margen o se sumaron a la causa realista temerosos de que con el triunfo insurgente cambiaran las leyes protectoras dictadas por la Corona”. Federico Sánchez Aguilar,  Op. Cit., Págs. 552-553.
[12] Castillo, “El Patriota de Guayaquil”, del 19 de junio de 1821.

[13] J. L. Comellas, “De las revoluciones al liberalismo”, en Mariano Fazio Fernández, “Ideología de la emancipación guayaquileña”, Guayaquil, AHG, Pág. 15, 1987.

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