domingo, 8 de abril de 2018






Olmedo: Diputado a Cortes
A principios de 1809 Olmedo, compartiendo con mercaderes y viajeros una recua de mulas, viajó a Quito en procura de la Universidad de Santo Tomás de Aquino, a fin de rendir los exámenes correspondientes para incorporarse al cuerpo de abogados de la Real Audiencia, con la finalidad de ejercer la abogacía en Guayaquil.
El 5 de mayo de 1808 en Bayona, los monarcas españoles fueron obligados a abdicar, Fernando VII, conminado para asistir a esa reunión en Bayona y obligado a abdicar en 1808 y los derechos sobre la Corona Española pasaron a manos del emperador Napoléon Bonaparte, quien al mes siguiente decretó la designación como Rey de España de su hermano José. El rey Fernando dejó constituida una Junta Central presidida por Antonio de Borbón. Este convocó una Asamblea Nacional que incluía diputados de las provincias de ultramar. El virreinato peruano designó a José Silva Olave, a la sazón obispo de Huamanga, quien designó a su pupilo, Olmedo, como su secretario y en julio de 1810 se embarcaron hacia México. Arribados a este primer destino, fueron notificados que la convocatoria a la Asamblea había sido cancelada.
En 1808, Olmedo era asesor de la Junta de Guerra y vistas las actividades levantiscas que empezaban a darse y rumorearse, llegó a Guayaquil el Regimiento de Granaderos Real de Lima. Y como tal, en cumplimiento de su deber, en noviembre de 1809 firmó el acuerdo de envío de tropas para “auxiliar a las autoridades de dicho Reyno de Quito para restablecer el orden, y respeto de las Leyes” (Espinosa Pólit, Olmedo en la historia y en las letras, Quito CCE, 1980 Pág. 61-62).
En Guayaquil a principios de 1809 se recibió cartas de los revolucionarios quiteños solicitando su apoyo para el movimiento. Sin embargo, la economía de los guayaquileños estaba en auge y no quisieron arriesgarla por sumarse a una aventura que, a ojos vista, estaba llamada al fracaso. Pues pese a la determinación del pueblo quiteño y sus verdaderos líderes (todos asesinados el 2 de agosto de 1810): Ascázubi, Aguilera, Arenas, Salinas, Morales, Quiroga, Peña, Vinueza, Larrea, entre otros, por alcanzar una transformación, tuvo grandes limitantes que impidieron su éxito. Ya que, en ese tiempo, tanto Bolívar como San Martín se hallaban en Europa, apenas conspirando e ideando una acción libertadora y el poderío militar español en América se hallaba intacto, por tanto el alzamiento de Quito habría sido, como en realidad lo fue, aniquilado en brevísimo tiempo.
El 11 de septiembre los miembros del Muy Ilustre Cabildo, Justicia y Regimiento de Guayaquil, eligieron a Olmedo, Diputado a Cortes en cumplimiento de la Real Orden de 14 de febrero de ese año. Tras una elección y sorteo entre los dos más votados, la suerte señaló a Olmedo, quien zarpó en enero de 1811 y llegó a Cádiz el 11 de septiembre y el 2 de octubre ingresó a la Asamblea.
En las Cortes de Cádiz, Olmedo encuentra el ambiente de lucha política y con ello afirma las condiciones de líder que exhibió en octubre y noviembre de 1820. Es bajo la protección de los liberales españoles, que se forjó quien fuera el “Esclarecido prócer de la independencia hispanoamericana, cantor sublime de esa misma noble causa, como de los héroes que la defendieron y la hicieron triunfar gloriosamente, y caudillo y sostenedor más tarde de las libertades públicas en su patria; he aquí los títulos que recomiendan y transmitirán con honor a la posteridad el nombre de D. José Joaquín Olmedo” (Pedro Carbo).
Olmedo, es la máxima expresión histórica y social de una sociedad revolucionaria, republicana y autonomista. Es el gran líder y pensador social del Guayaquil insurgente de la primera mitad del siglo XIX. Es el tribuno que definió y ganó su espacio en la historia de la lucha social y se consagró como combatiente incansable y prominente prócer de la libertad ecuatoriana.
¿Que es el Padre de la Patria? Sí..!!! Porque concibió nuestra independencia bajo ideales de la libertad de comercio y pensamiento en los ciudadanos: “¿Hasta cuándo no entenderemos que sólo sin reglamentos, sin trabas, sin privilegios particulares pueden prosperar la industria, la agricultura, y todo lo que es comercial, abandonando todo el cuidado de su fomento al interés de los propietarios?” (Primer discurso, Abolición de las Mitas, 12/10/1812. José Joaquín Olmedo, Poesía y Prosa, Biblioteca Ecuatoriana Clásica, Pág. 382).
Porque concibió, intervino y defendió su libertad fundamentada en el orden, prosperidad y educación: “yo aquí entiendo por política, la ciencia que fundamentándose en los principios del derecho de todas las naciones y en la conveniencia pública, solo atiende a promover y fomentar el bien y prosperidad de los Estados (…) La instrucción, la ilustración de los pueblos mina sordamente los fundamentos de un mal gobierno pero afianza y consolida las bases de una buena Constitución” (segundo discurso, Abolición de las Mitas 21/10/1812, Ídem, Pág. 426). 
“Sigan otros las máximas del elocuente y peligroso filósofo, que para contener a los pueblos en la obediencia y sujeción cree necesario tenerlos sumidos en las tinieblas de la ignorancia. Sigan las máximas de los gobiernos malos y despóticos, porque a ellos les conviene (…) Ningún Estado puede ser grande y poderoso sin población; al contrario, las tierras más pobladas son las más cultivadas; las más cultivadas las que producen más; y las que producen más son las que atraen y llaman a todos los pueblos de la tierra; de allí la extensión del comercio, y de allí el acrecentamiento de la riqueza y el poder” (Olmedo, un pensamiento que todos los ecuatorianos de hoy debemos cultivar).
Formas de pensar que deben primar en tiempos actuales, que solamente caben en la mente de un demócrata liberal moderno, organizador de nuestra provincia emancipada bajo leyes republicanas. Artífice de un país libre, independiente, digno y democrático, quien “legítimamente gobernó un jirón del territorio nacional independizado” (Aurelio Espinoza Pólit). Desde la soberanía de Guayaquil, luchó hasta alcanzar la liberación de todo el territorio quiteño: “en los primeros tiempos de la primera euforia, Guayaquil se lanzó a reconstruir la unidad quiteña” (Demetrio Ramos Pérez).
Y dio cuenta de qué le movía a ese estar tan en contra de los movimientos libertarios que, como reguero de pólvora, cundían por el continente: “¿Y al fin que conseguirán? Debilitarse, empobrecerse, derramar sangre Americana y dejar yermos y desolados unos países que están llamados por la Naturaleza à ser el Teatro de la agricultura, el templo de las Artes, el centro del Comercio de todas las Naciones y el depósito de las riquezas del Mundo” (Carta de Olmedo al Ayuntamiento de Guayaquil del 10 de diciembre de 1811, Biblioteca Ecuatoriana Clásica, José Joaquín Olmedo, Epistolario, Pág. 308).
Las Cortes aprobaron el 19 de marzo de 1812 una Constitución. Al pie de ese documento, que honra a los diputados que lo elaboraron y promulgaron, estaba la firma de Olmedo, como diputado por Guayaquil y secretario de las Cortes, el quiteño Mejía Lequerica, diputado por Nueva Granada, no la firmó porque se hallaba gravemente enfermo y murió el 27 de octubre de 1813.
El prócer José Juaquín Olmedo, es Padre de la Patria porque como Presidente de la Provincia Libre de Guayaquil, movilizó a montuvios, mestizos y criollos litoralenses, creó las Armas Protectoras de Quito para liberar la Sierra que emprendió la marcha en noviembre de 1820. Desde entonces mantuvo el apoyo legal y logístico de las tropas colombianas y guayaquileñas hasta alcanzar su emancipación el 24 de mayo se 1822.
Por el bien común sacrificó hasta el derecho a la libre determinación del pueblo guayaquileño: “nuestro deber y nuestro ardiente deseo de dar libertad a nuestros hermanos de Quito y Cuenca nos hicieron franquear a las tropas de Colombia el paso por nuestra provincia y entregar nuestros recursos” (Carta a San Martín).
Como Jefe Civil del Gobierno de la Provincia de Guayaquil, fue el responsable político y financiero de toda la acción independentista, por eso, los generales triunfadores de Pichincha, Andrés de Santa Cruz y Antonio José de Sucre, con evidente reconocimiento a su autoridad, le enviaron sendos partes militares reportando el éxito alcanzado el 24 de Mayo de 1822 (El Patriota de Guayaquil, del 5 y 8 de junio de 1822).
Enterado de este triunfo, Olmedo se gloría diciendo: “Guayaquileños: Quito ya es libre: vuestros votos están cumplidos; la Provincia os lleva por la mano al templo de la Paz, a recoger los frutos de vuestra confianza y de vuestros sacrificios (…) En vuestra sola felicidad está el premio de las fatigas que hemos sufrido por la Patria (…) Sed moderados y virtuosos; vivid siempre cordialmente unidos y seréis siempre libres y felices” (Proclama por la victoria de Pichincha).
Jamás cesó de priorizar la libertad, la autonomía y el bien común, como aspiración guayaquileña inextinguible: “Guayaquil concurrirá con sus Diputados en la confianza de que variado el sistema central que nos arruina, se adopte el de federación por ser el único que puede sacarnos de la miseria en que nos vemos reducidos” (carta a Bolívar, 31/07/1827).
Es prócer nuestro, y de América. Cuyo pensamiento ilustrado, moderno, ético y humanitario, aun vigente, debe ser inculcado a la juventud como ejemplo imperecedero. Y la forma de hacerlo, es elevarlo al pedestal de la gloria brindándole lo que merece: el reconocimiento público del país entero.
En nuestros días, la promoción comercial incita al consumismo. Anuncios luminosos hieren la vista y deslumbran a conductores y peatones nocturnos. Todos con un fin: vender más. Esto no es malo, pues empresas, comercios, bancos, etc., tienen todo el derecho, para bien del país, de promover, mercadear y prosperar. Aun instituciones benéficas, aturden al consumidor con iconos que sugieren provechos. Ingentes sumas se invierten en reclamos comerciales; pero nada más. Ninguno estimula la práctica de una ciudadanía participativa y responsable. El guayaquileño actual, mayoritariamente disminuido ante generaciones de predecesores, ilustrados, participativos, filántropos y creadores de hitos de autodefensa para la enseñanza y protección social, no conoce ni reconoce nuestros arquetipos válidos. No crea facilidades para que la juventud lo haga, ni propicia el uso de textos modernos que estimulen la lectura. Desconoce que el crecimiento, transformación y regeneración urbana de Guayaquil, exige paralelismo entre su adelantamiento y la educación, la formación en valores y el desarrollo cultural, parece ignorar que la educación es la mejor semilla que puede sembrar para su futuro beneficio.
No reacciona ante gobiernos que no valoran a quienes forjaron e impulsaron la libertad, cultura y progreso del país. Que persisten en propagar errores históricos. Que aplican programas incoherentes y mantienen en la mediocridad al docente, destruyendo desde su raíz el interés que la juventud podría desarrollar sobre la materia y retroceden ante su obligación de educar al pueblo.
El mantener vigente el pensamiento de Olmedo es vital: “Todo buen ciudadano que mira la constitución y las leyes patrias con una especie de culto religioso. Que reputa el orden como parte de la moral pública, y que pospone su interés y sus pasiones al bien común jamás abusó de la libertad de imprenta. No por eso calla servilmente, antes su misma probidad le da energía para hablar más alto, para reclamar con más firmeza la observancia de las leyes, y para declamar contra los abusos de autoridad”.
Sin distorsiones, sectarismos ni provincialismos se debe promover programas didácticos para escuelas, colegios, universidades, etc. Diseñar patrones únicos que propendan al conocimiento general de nuestros valores y elegir con autonomía los textos que deben respaldar la gestión formativa.
Vigilar normas, métodos y folletos empleados por dependencias oficiales, municipales y empresas particulares en la actividad turística. Fiscalizar la labor de comunicadores sociales, para evitar que incurran en errores sobre nuestra cultura y memoria histórica. Apoyar y unificar políticas culturales emprendidas por colegios, periódicos, radios, televisión, fundaciones e instituciones guayaquileñas y propiciar el conocimiento y reconocimiento de nuestros arquetipos y grandes valores; para lograr esto debemos ser libres.






















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