martes, 10 de abril de 2018





INTRODUCCIÓN AL 9 DE OCTUBRE DE 1820

El hombre a lo largo del tiempo, en su eterna búsqueda de lo inmutable y de la verdad, apeló primero a lo sobrenatural, a lo mítico. Más tarde conforme se transformó en gregario, desarrolló la tradición, la memoria histórica, y el sentido de lo permanente. Es a través de la vida en comunidad que empieza a descubrir que su relación con sus congéneres, ya no es solamente entre individuos que buscan la fortaleza del grupo, sino que hay algo más: progenitores, hermanos, hijos, etc., que forman un grupo de personas vinculadas por lazos de índole afectiva.
De este contacto nace el reconocimiento de los ancestros y el interés por las generaciones pasadas. Relación de clan que se mantiene inalterable a lo largo del tiempo y que estimula al individuo a estudiar causas y orígenes. Práctica que lo llevan a entender que una vez explicadas y comprendidas le sirven para desarrollar su propia vida. Así surgen la familia, la tribu, la nación. Esta experiencia, desde su origen, hace del hombre un ser histórico sin igual, sin alias. Tiene una identificación exclusiva, de su propiedad, intransferible, pero que responde a la reminiscencia de personajes y hechos que se han desarrollado en un mismo territorio. Es decir, se identifica con su etnia y ámbito.
Mas si la sociedad se desentiende de la historia de este hombre hipotético, de dimensión y espacio dentro de su región natal o adoptada, es imposible que se llegue a comprenderlo. Esto ha ocurrido en nuestro país, es lo que han hecho la gran mayoría de los historiadores y educadores ecuatorianos con el hombre litoralense.
La historia, que es una ciencia vital para la comprensión total del hombre y su sociedad. En nuestro caso particular se la ha distorsionado, ¿intencionalmente?, en un torpe intento de incluirnos a todos en una sola similidad. En otras palabras, se intenta y casi logrado “ponchonizar” no solo la pobreza sino nuestra identidad. El estudio de nuestra historia, debe ser conducido sin silencios ni sesgos, entonces veremos que este es el más expedito camino para reconocernos en nuestra diversidad, entendernos y alcanzar la superación de este colorido mosaico humano, costumbrista y paisajístico que es el Ecuador.
Este constante trabajo por hacer hincapié en nuestras diferencias para rescatar las afinidades, restablecer los sentimientos cívicos que siempre han honrado a litoralenses y serranos, recuperar la memoria histórica de Guayaquil y del litoral, mostrar e inculcar a la juventud nuestros símbolos identificatorios mediante el estudio de la historia, etc., son un empeño y posición indeclinables por parte de quienes trabajamos en esa dirección. Guayaquil obtuvo su libertad, no por una explosión emotiva, o reacción de un momento. La alcanzó como resultado de una meticulosa planificación concebida desde mucho tiempo atrás, en el seno de la sociedad porteña, y en estrecha vinculación con los ideales de la independencia de los Estados Unidos, la Ilustración, la Revolución Industrial inglesa, la Revolución Francesa y los gestores de la libertad Latinoamericana.
La élite guayaquileña que bien la podríamos identificar como lo que hoy se conoce como sus fuerzas vivas, a través de liberales republicanos y pensadores ilustrados como Rocafuerte, Roca, Vivero y especialmente Olmedo como líder de la libertad guayaquileña y emancipación ecuatoriana, se mantuvo en permanente contacto con ideales, líderes y sociedades secretas internacionales, en las cuales se apoyaron y complementaron el ideario de la revolución.
“Entonces la ideología del enciclopedismo, fruto de los más preclaros masones y filósofos franceses, abrió amplias perspectivas a los sentimientos embrionarios de los americanos. El principio de soberanía emanado del pueblo, trajo por consecuencia el desprestigio del carácter divino de la monarquía” (Núñez).
De ellas partieron las actividades de los hombres que se esforzaron por aniquilar al imperio español en América. Entre los fundadores de las ramificaciones de las logias europeas, en esta parte del continente, se contaron, “O´Higgins, para Chile y Lima; Bejarano para Guayaquil y Quito” (Jorge Pacheco Quintero, 1943).
Su concepción y final organización, respondió a varios elementos fundamentales que fueron determinantes para alcanzar las metas propuestas: grandes y capaces líderes civiles, privilegiada posición geográfica, centro estratégico e importante arsenal español, guarnición formada por guayaquileños (de toda su histórica provincia litoralense), astillero, y poder económico de su sociedad. Premeditación y organización que impidieron que nada se omitiera ni quedara al azar ni a la improvisación.
Esta respuesta del pueblo armado de la provincia de Guayaquil, que formaba los distintos batallones que guarnecían la plaza, responde por sí sola, a quienes con el solo ánimo de minimizar lo ajeno, para poder relievar lo propio, aseguran que la revolución emancipadora del 9 de Octubre de 1820, fue una acción exclusiva de las oligarquías costeñas. Para ello utilizan una aparente buena información que, a fin de impresionar al que desconoce la verdad, la presentan como un hecho ceñido a la realidad histórica. Curiosa “oligarquía” esta, que fue generosa, solidaria y desprendida con el resto de los territorios de la Audiencia. Pues inmediatamente de concretada la independencia de Guayaquil, los guayaquileños financiaron con su dinero, y organizaron con sus hombres voluntarios la “División liberadora de Quito” para, finalmente, luego de grandes sacrificios lograr, en unidad de colombianos, venezolanos, peruanos, argentinos, ingleses, etc., vencer en Pichincha. La negación de esta verdad evidencia un viejo sentimiento ingrato, cultivado por quienes fueron servidos y atendidos por la generosidad de toda una sociedad que luchó por ser hermana. Esta es la forma de decir las cosas, con inquina, que históricamente no ha contribuido no contribuye ni contribuirá a la unidad nacional. Con lo cual, además, se evidencia el egoísmo que luego de 198 años, les impide reconocer y aceptar lo que desde esta ciudad se ha hecho por la Patria toda.
Efectivamente fue la elite de productores y comerciantes que, a través de muchos años de planificación, concibe, busca y logra la independencia total de la provincia de Guayaquil y del país entero, pero con el soporte de las tropas y pueblo guayaquileños. Sin embargo, algunos historiadores lo presentan como una acción exclusiva de la clase alta. Esta no es la verdad, utilizan el manoseado vocablo de oligarquía, para ocultar que hubo una respuesta decisiva del pueblo que constituía la fuerza armada que guarnecía la ciudad y formaron la División Protectora de Quito. Los guayaquileños no proyectaron una revolución fidelista a ningún rey, sino una emancipación total, que cortase en forma definitiva todo vínculo administrativo, militar, económico, etc., con España.


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