INTRODUCCIÓN AL 9 DE OCTUBRE DE 1820
El hombre a lo largo del
tiempo, en su eterna búsqueda de lo inmutable y de la verdad, apeló primero a
lo sobrenatural, a lo mítico. Más tarde conforme se transformó en gregario,
desarrolló la tradición, la memoria histórica, y el sentido de lo permanente.
Es a través de la vida en comunidad que empieza a descubrir que su relación con
sus congéneres, ya no es solamente entre individuos que buscan la fortaleza del
grupo, sino que hay algo más: progenitores, hermanos, hijos, etc., que forman
un grupo de personas vinculadas por lazos de índole afectiva.
De este contacto nace el reconocimiento
de los ancestros y el interés por las generaciones pasadas. Relación de clan
que se mantiene inalterable a lo largo del tiempo y que estimula al individuo a
estudiar causas y orígenes. Práctica que lo llevan a entender que una vez
explicadas y comprendidas le sirven para desarrollar su propia vida. Así surgen
la familia, la tribu, la nación. Esta experiencia, desde su origen, hace del
hombre un ser histórico sin igual, sin alias. Tiene una identificación
exclusiva, de su propiedad, intransferible, pero que responde a la
reminiscencia de personajes y hechos que se han desarrollado en un mismo
territorio. Es decir, se identifica con su etnia y ámbito.
Mas si la sociedad se
desentiende de la historia de este hombre hipotético, de dimensión y espacio
dentro de su región natal o adoptada, es imposible que se llegue a
comprenderlo. Esto ha ocurrido en nuestro país, es lo que han hecho la gran
mayoría de los historiadores y educadores ecuatorianos con el hombre litoralense.
La historia, que es una
ciencia vital para la comprensión total del hombre y su sociedad. En nuestro
caso particular se la ha distorsionado, ¿intencionalmente?, en un torpe intento
de incluirnos a todos en una sola similidad. En otras palabras, se intenta y
casi logrado “ponchonizar” no solo la pobreza sino nuestra identidad. El
estudio de nuestra historia, debe ser conducido sin silencios ni sesgos,
entonces veremos que este es el más expedito camino para reconocernos en
nuestra diversidad, entendernos y alcanzar la superación de este colorido
mosaico humano, costumbrista y paisajístico que es el Ecuador.
Este constante trabajo por
hacer hincapié en nuestras diferencias para rescatar las afinidades, restablecer
los sentimientos cívicos que siempre han honrado a litoralenses y serranos,
recuperar la memoria histórica de Guayaquil y del litoral, mostrar e inculcar a
la juventud nuestros símbolos identificatorios mediante el estudio de la
historia, etc., son un empeño y posición indeclinables por parte de quienes
trabajamos en esa dirección. Guayaquil obtuvo su libertad, no por una explosión
emotiva, o reacción de un momento. La alcanzó como resultado de una meticulosa
planificación concebida desde mucho tiempo atrás, en el seno de la sociedad
porteña, y en estrecha vinculación con los ideales de la independencia de los
Estados Unidos, la Ilustración, la Revolución Industrial inglesa, la Revolución
Francesa y los gestores de la libertad Latinoamericana.
La élite guayaquileña que bien
la podríamos identificar como lo que hoy se conoce como sus fuerzas vivas, a
través de liberales republicanos y pensadores ilustrados como Rocafuerte, Roca,
Vivero y especialmente Olmedo como líder de la libertad guayaquileña y emancipación
ecuatoriana, se mantuvo en permanente contacto con ideales, líderes y
sociedades secretas internacionales, en las cuales se apoyaron y complementaron
el ideario de la revolución.
“Entonces la ideología del
enciclopedismo, fruto de los más preclaros masones y filósofos franceses, abrió
amplias perspectivas a los sentimientos embrionarios de los americanos. El
principio de soberanía emanado del pueblo, trajo por consecuencia el
desprestigio del carácter divino de la monarquía” (Núñez).
De ellas partieron las
actividades de los hombres que se esforzaron por aniquilar al imperio español
en América. Entre los fundadores de las ramificaciones de las logias europeas,
en esta parte del continente, se contaron, “O´Higgins, para Chile y Lima; Bejarano
para Guayaquil y Quito” (Jorge Pacheco Quintero, 1943).
Su concepción y final
organización, respondió a varios elementos fundamentales que fueron
determinantes para alcanzar las metas propuestas: grandes y capaces líderes
civiles, privilegiada posición geográfica, centro estratégico e importante
arsenal español, guarnición formada por guayaquileños (de toda su histórica
provincia litoralense), astillero, y poder económico de su sociedad.
Premeditación y organización que impidieron que nada se omitiera ni quedara al
azar ni a la improvisación.
Esta respuesta del pueblo
armado de la provincia de Guayaquil, que formaba los distintos batallones que
guarnecían la plaza, responde por sí sola, a quienes con el solo ánimo de
minimizar lo ajeno, para poder relievar lo propio, aseguran que la revolución
emancipadora del 9 de Octubre de 1820, fue una acción exclusiva de las
oligarquías costeñas. Para ello utilizan una aparente buena información que, a
fin de impresionar al que desconoce la verdad, la presentan como un hecho
ceñido a la realidad histórica. Curiosa “oligarquía” esta, que fue generosa,
solidaria y desprendida con el resto de los territorios de la Audiencia. Pues
inmediatamente de concretada la independencia de Guayaquil, los guayaquileños
financiaron con su dinero, y organizaron con sus hombres voluntarios la
“División liberadora de Quito” para, finalmente, luego de grandes sacrificios
lograr, en unidad de colombianos, venezolanos, peruanos, argentinos, ingleses,
etc., vencer en Pichincha. La negación de esta verdad evidencia un viejo
sentimiento ingrato, cultivado por quienes fueron servidos y atendidos por la
generosidad de toda una sociedad que luchó por ser hermana. Esta es la forma de
decir las cosas, con inquina, que históricamente no ha contribuido no
contribuye ni contribuirá a la unidad nacional. Con lo cual, además, se evidencia
el egoísmo que luego de 198 años, les impide reconocer y aceptar lo que desde
esta ciudad se ha hecho por la Patria toda.
Efectivamente fue la elite de
productores y comerciantes que, a través de muchos años de planificación,
concibe, busca y logra la independencia total de la provincia de Guayaquil y
del país entero, pero con el soporte de las tropas y pueblo guayaquileños. Sin
embargo, algunos historiadores lo presentan como una acción exclusiva de la
clase alta. Esta no es la verdad, utilizan el manoseado vocablo de oligarquía,
para ocultar que hubo una respuesta decisiva del pueblo que constituía la
fuerza armada que guarnecía la ciudad y formaron la División Protectora de
Quito. Los guayaquileños no proyectaron una revolución fidelista a ningún rey,
sino una emancipación total, que cortase en forma definitiva todo vínculo
administrativo, militar, económico, etc., con España.
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