Coyunturas previas al 9
de Octubre de 1820
Al 10 de Agosto de 1809, podríamos considerarlo
como un punto de partida del proceso independentista de nuestro país. Aunque,
exactamente no, por cuanto, su situación fue muy distinta a la de Guayaquil,
pues pese a la determinación del pueblo quiteño y sus líderes por alcanzar una
transformación, tuvo grandes limitantes que impidieron su éxito. Pues en ese
tiempo, tanto Bolívar como San Martín se hallaban en Europa apenas conspirando
e ideando una acción libertadora y el poderío militar español en América se
hallaba intacto, por tanto, el alzamiento de Quito habría sido aniquilado en brevísimo
tiempo.
La invasión de Napoleón Bonaparte a España y
la usurpación del gobierno monárquico español, convocó a la formación de juntas
patrióticas, que con el mismo objetivo de defender la nación y proclamar la
fidelidad al rey, se formaron con las mismas características y finalidades
tanto en España, como en varias capitales americanas, entre ellas Quito. No se
puede negar que, en el fondo, todas trataron de buscar transformaciones que permitiesen
una administración independiente, aunque subordinada a la Península. Pero la
falta de apoyo externo e interno y las fuerzas españolas lo impidieron.
No así para el 9 de Octubre de 1820, en que Guayaquil
buscó inscribir su proyecto de libertad y alcanzar su independencia en el
momento en que Hispanoamérica estaba madura para liquidar los últimos reductos coloniales.
Además, el numeroso grupo de republicanos ilustrados dueños del poder
económico, que también amaba la libertad y la independencia, y lideraba la
ciudad, tuvo un panorama internacional y militar distinto al de 1809, que permitió
lograr el éxito:
a). En 1810, mientras España luchaba contra el
dominio francés (1808-1813), en importantes ciudades de Nueva Granada se
levantó la búsqueda de la autonomía. El 19 de abril marcó el inicio de la
revolución venezolana. Chile comienza el
proceso de búsqueda de su autodeterminación. En Argentina el pueblo inició ese
año la revolución de mayo.
b). Expulsados los franceses del territorio
español, Fernando VII entró en Madrid (1814) y en su primer decreto dejó sin
efecto la constitución liberal promulgada en Cádiz en 1812, restableciendo el
sistema absolutista. Para entonces, todas las colonias americanas se desgajaban
del tronco patrio.
c). Lord Cochrane bloqueaba El Callao y
dominaba el mar desde el sur de Chile hasta Panamá, imposibilitando toda acción
naval española. Además, su presencia en el golfo de Guayaquil estimuló a los
habitantes del sur de la ciudad, establecidos en las islas de Jambelí y de El
Salado para desarrollar una acción guerrillera.
En dos cartas cruzadas entre el virrey Joseph de la Pezuela y el
gobernador de Guayaquil, brigadier general Mendiburu, fechadas 6 y 7 de enero
de 1820, consta la presencia de naves enemigas en la “Boca de Balao Grande
haciendo agua y leña”. Y la noticia de dos “indios balzeros que apresaron los
insurgentes, como también haberse hecho a la vela sus buques que se hallaban en
Balao” (f.1 y f.2, Archivo Histórico del Guayas).
La sorpresiva entrada de la escuadrilla
chilena al golfo alarmó al gobernador Mendiburu, quien organizó un cuerpo de
voluntarios para la defensa, con lo cual se ganó la felicitación del virrey:
“por cuyo zelo y actividad doy a usted las gracias, encargándole verifique lo
propio con todos los oficiales e individuos del mismo cuerpo, que con tan buena
voluntad se presentaron a este importante servicio” (f.5, AHG).
Los amagos de Cochrane sembraron temor
en el virrey, ordenando este al “Comandante de los Escuadrones de Milicias
Disciplinadas Dragones de Guayaquil” que se apersone por el urgente carenaje de
la Prueba: “espero que Vuestra Señoría haiga continuado sus faenas con anuencia
del Capitán de ese Puerto hasta recorrer sus fondos que es lo esencial y lo
exige la seguridad con que debe salir a la mar; procurando Vuestra Señoría en
exercicio a su acto por el mejor servicio de Su Majestad la pronta habilitación
de dicho buque para su incorporación a las fuerzas nobeles del Puerto del
Callao” (f.6, AHG).
“He recibido el Oficio de Vuestra Señoría No.
900 en que me da cuenta de hallarse fondeadas entre Punta de Arena y la Boca de
Machala dos Fragatas y dos Bergantines insurgentes, y los aviso a Vuestra
Señoría para su inteligencia” (f.8, AHG). “Quedo instruido por el oficio de
Vuestra Señoría No. 895 hallarse cruzando en el Muerto el Bergantín enemigo que
dexo Cocrhan; y se lo avise en contestación” (f.9, AHG).
Estas cartas, más otras que no incluyo por falta de espacio, no
dejan duda de que en enero de 1820 había comenzado la lucha independentista que
triunfó el 9 de Octubre de ese año. Tampoco de los riesgos que corría la flota
de Cochrane, por la carencia de un astillero cercano a las operaciones navales,
que lo obligaba a despachar sus naves a Valparaíso. En carta del 20 de diciembre
de 1819 las autoridades españolas intercambiaron información sobre el zarpe del
navío “San Martín”, la fragata “Independencia” y el bergantín “Araucano”, para
reparar averías y carenarse, debilitando su fuerza
naval con riesgo de ser sorprendido por la fuerza española. Esta angustia que
embargaba a Cochrane está claramente reflejada en el entusiasmo con que el lord
inglés acoge la independencia de Guayaquil, diciendo: “la campaña ha
principiado bajo los más favorables auspicios; ya tenemos un puerto amigo y un
astillero a sotavento” (M.J. Fajardo, 1983).
d). En mayo de 1820 llegó a Guayaquil la
noticia que el gran ejército de 10.000 veteranos de las luchas napoleónicas,
reclutado desde 1819 y destinado a sofocar la rebelión para retomar las
colonias, se había sublevado el 1 de enero de 1820 en Cabezas de San Juan,
Cádiz. Liderado por el coronel Rafael de Riego y Núñez, un liberal convencido, quien
capturó a su jefe el conde de Calderón y se apoderó del enorme arsenal de la
Carraca de Cádiz, que acumulaba el material bélico destinado a la lucha en
ultramar (Según Salvador Madariaga, Bolívar había calificado a los sucesos de
Cádiz como “un golpe de fortuna loca” porque se pudo evitar el embarque de
10.000 soldados veteranos para enfrentar a las tropas patriotas).
e). El 8 de septiembre de 1820, San Martín desembarcó
en Paracas y “apenas habían llegado á Guayaquil las primeras noticias de haber
desembarcado la expedición libertadora en el Perú, cuando el espíritu de
independencia comenzó a mover los ánimos de los moradores“ (Juan Manuel
Restrepo, 1969).
f). Bolívar se aproximaba desde el norte y
tenía a Quito en la mira: el 21 de septiembre, antes de la independencia de
Guayaquil, se dirige al general español Pablo Morillo: “La continuación de las
hostilidades debe producirnos la ocupación del resto de Venezuela y Quito”. Y
en el artículo 7º de las bases de la propuesta de armisticio dirigida a Morillo
el 26 de octubre, cuando Bolívar aun no conocía de la independencia de
Guayaquil, consta lo siguiente: “La división del Sur conservará el territorio
que haya dejado a su espalda en su marcha a Quito, y conservará las posiciones
en que se encuentre al acto de la notificación del tratado”.
Es decir, si meditamos lo ocurrido en torno a estos
acontecimientos, no cabe ninguna duda que la revolución guayaquileña madurada
por largo tiempo, estaba lista y no podía fallar. Tampoco, sobre su oportunidad
e importancia: el 9 de Octubre de 1820 despojó a España de la posesión de la
cuña geográfica y estratégica que significaban el puerto de Guayaquil, su
astillero y arsenal, para la defensa de Quito y del Perú.
g). Y la última
coyuntura que facilitó la independencia de Guayaquil, una sociedad a la cual
sobraba decisión pero carecía de militares de línea, fue la oportuna llegada,
en los últimos días del mes de septiembre de 1820, de los tres oficiales del
batallón Numancia procedentes de Lima. Los capitanes Miguel Letamendi y Luis
Urdaneta, quienes habían pedido voluntariamente su baja, que el virrey de la
Pezuela, por la desconfianza que sentía hacia ellos, “se apresuró a conceder a
los solicitantes para no dejarles espacio ni posibilidad de un arrepentimiento”
(Jorge G. Paredes, 2003).
En cuanto al
tercero de ellos, León Febres Cordero, arribó a Guayaquil realmente huyendo de
la persecución de las autoridades peruanas por sus actividades
independentistas. Su presencia en Guayaquil coincidió con los momentos en que
se organizaba la ruptura total con el régimen colonial, por lo que necesitaban
someter a los cuarteles, pero no tenían militares para hacerlo. Esto provocó la
gran acogida expresada por los principales comprometidos: José Joaquín de
Olmedo, Luis Fernando Vivero, José de Antepara, José María Villamil, Rafael
Ximena,
Juan Francisco
Elizalde, Francisco de Paula Lavayen, Francisco Marcos, Francisco María Claudio
Roca, Gregorio Escobedo, entre otros.
A estos
estímulos debemos sumar que Esmeraldas se rebeló y declaró independiente el 5
de agosto de 1820, pero en forma muy fugaz, pues inmediatamente fue sofocado el
movimiento. Dos meses más tarde logró su libertad por la revolución triunfante
de Guayaquil y su provincia formada por una parte de Esmeraldas, parte de
Bolívar, Manabí, Los ríos, Guayas (Santa Elena) y El Oro Hasta el norte de la
provincia de Trujillo. Al igual que muchas ciudades del interior, como Cuenca y
Cañar, el 3 de noviembre; Guaranda, el 10; Ambato, el 12; Loja, el 18; con lo
cual se destruyeron los cimientos del gobierno colonial.
Nota importante
El 8 de diciembre de 1762, el teniente coronel Juan Antonio
Zelaya, capitán de infantería del segundo batallón del regimiento de Navarra,
fue designado gobernador de Guayaquil y el 11 de octubre del siguiente año, se
presentó ante el Concejo de la ciudad. Al finalizar
su periodo en 1771, había dejado bastante bien definidos los linderos de la
provincia de Guayaquil: “por el norte con el Gobierno de Esmeraldas, por el
este con los Corregimientos de Quito, Guaranda, Latacunga y Cuenca; por el sur
con el de Piura y por el oeste con el Mar Pacífico”. Su división política se
formaba de once partidos: por el norte los de Ojiva o Babahoyo, Palenque y
Balzar, por el sur el de Machala o Puná, por el este los de Naranjal y Yaguachi,
por el oeste los de Cabo Pasado, Portoviejo y Punta de Santa Elena, y los de
Daule y Baba al centro (J.A. Gómez Iturralde, Los primeros Gobernadores de Guayaquil,
AHG, 2004).
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