Nacimiento,
educación y formación de Olmedo
José Joaquín
Olmedo nació en Guayaquil el 19 de marzo de 1780, hijo del capitán Miguel de
Olmedo y Troyano, malagueño llegado a Guayaquil en 1764 donde contrajo
matrimonio con Ana Francisca de Maruri y Salavarría, guayaquileña de ilustre prosapia,
de cuya unión nacieron Magdalena y dos años más tarde, José Joaquín. Una vez
constituida su pequeña familia Miguel de Olmedo se estableció definitivamente
en Guayaquil.
En
1789 el pequeño niño de 8 años de edad fue enviado a Quito e ingresado al
Colegio y Convictorio de San Fernando, regentado por los frailes dominicos.
Allí entabló amistad con José Mejía y Lequerica, cuyos padres tenían muy buenas
relaciones de amistad. Años más tarde, profundizaron tal relación cuando
asistieron como diputados a las Cortes en Cádiz. Hernán Rodríguez Castelo en su
obra Olmedo el Hombre y el escritor, asume que, en razón de la relación que
Mejía tuvo con Eugenio Espejo, Olmedo debe haber conocido y tratado a Espejo
quien siendo un “literato de grande erudición, descubrió el ingenio de ambos
jóvenes y los estimulaba al estudio presentándoles con hermosos coloridos la
belleza de las letras y las ciencias” (Pablo
Herrera, Apuntes
biográficos de D. José Joaquín Olmedo,
Quito, Imprenta de Juan P. Sanz, 1887, p. 1).
Apenas
hasta cumplir sus doce años de edad se mantuvo como alumno del Colegio San
Fernando donde fue instruido en gramática latina y castellana. Pues debió
movilizarse a Guayaquil porque su familia tenía la esperanza de enviarlo a Lima
para acceder a un aprendizaje más avanzado. Finalmente, en 1794, por la influencia
de don José Silva y Olave, chantre de la catedral limeña, un personaje
emparentado, viajó a esa ciudad y bajo su tutoría ingresó y estudió filosofía y
matemáticas, en el Colegio de San Carlos, de cuyo Real Convictorio el chantre
era vicerrector. Graduado en tales materias pasó a completar sus estudios en la
Universidad de San Marcos.
En 1799 defendió en la Universidad un acto
público de Filosofía y Matemáticas. Y en 1800, mediante un concurso de
oposición ganó la asignación de la Cátedra de Filosofía. En 1802, como un
tributo en el día de su boda a una pareja amiga escribió Epitalamio. En 1803, el poema Mi
retrato, y a condición que ella escribiese al pie: “Amó cuanto era amable, amó cuanto era bello”. En junio de 1805 se graduó
como doctor en Jurisprudencia, y se entregó a la enseñanza del Derecho Civil en
el Colegio de San Carlos. En julio 8 de 1806, desde Lima escribe: Mi venerado
padre y todo mi amor: “Ya me faltan sólo dos actos para concluir mi curso de
Filosofía; pero también ya he empezado a enseñar Leyes, estudio que me conviene
más… y se despide: Su humilde y amante hijo”. (Biblioteca Ecuatoriana Clásica,
Epistolario, Pág. 59). Esos dos actos, que presidió ese mismo 1806, le valieron
el título de inris
utriusque magister
-maestro en ambos Derechos; es decir, el Civil y el Canónico y escribió sus
poemas Matemáticas y Loa al Virrey.
En 1807 publicó En la muerte de doña
María Antonia de Borbón, princesa de Asturias.
En 1808, luego de cuatro años de práctica
alcanzó el grado de abogado y se incorporó al Colegio de Abogados en Lima y en
la Universidad de San Marcos asumió la Cátedra de Digesto. Pensamos que una tan
brillante carrera ascendente de leyes denota una excepcional inteligencia que
siempre se hizo evidente a lo largo de su vida.
Al poco tiempo fue llamado a Guayaquil por
estar su padre gravemente enfermo. A principios de agosto de ese año desembarcó
en el puerto, hallando a su padre sumamente grave, de quien inmediatamente
recibió el encargo de albacea de sus bienes y el ruego de velar por la vejez y
sustento de su “amada madre”, deseos que cumplió hasta su muerte ocurrida en
1811. Miguel Agustín de Olmedo falleció el 8 de agosto de 1808.
El Siglo de las Luces
La Ilustración, es el movimiento filosófico,
político, literario y científico que se desarrolló en Europa a lo largo del
siglo XVIII. Fue una gran modernización cultural
como resultado del progreso y de
la difusión de las nuevas “Ideas” y de los nuevos
conocimientos científicos, que intentó transformar las
caducas estructuras del Antiguo Régimen.
Además, la Revolución Industrial establecida en Inglaterra, cuya primera gran
etapa ocurrió entre 1760 y 1870, que constituyó la mayor transformación social
que se ha producido en los últimos siglos. La difusión de la masonería, la
independencia de los Estados Unidos (1776), la Revolución Francesa en 1786, todos
fueron los elementos que impulsaron a los países hispanoamericanos a buscar su
independencia.
Por lo que al llegar el
siglo XIX, la quiebra del poder español se hizo más crítica y ostensible. La
crisis que vivía la Península debido a la invasión francesa, el
resquebrajamiento de la autoridad real, el avanzado pensamiento liberal y de
modernidad emanados de las Cortes de Cádiz, incitaron a las elites americanas a
proyectar su independencia de España. En enero de 1804 se constituyó la
República (negra) de Haití, en julio de 1809 estalló en La Paz y Chuquisaca un
poderoso movimiento independentista, y finalmente, los patriotas mestizos de
Quito, el 10 de agosto de ese año, protagonizaron una última revuelta en este
lado del Pacífico.
Hasta 1809, desde la
conquista española del Nuevo Mundo, había transcurrido algo más de tres siglos
y en la última centuria su dominio se hallaba seriamente cuestionado. En los
siguientes quince años, después de un largo y penoso proceso evolutivo, toda
América, excepto Cuba y Puerto Rico, alcanzaría su total independencia.
Muchos libros se habían
prohibido “por contener doctrinas erróneas, heréticas, impías, injuriosas a la
religión católica”. Sin embargo, pese al intento de coartar la difusión de sus
contenidos, al finalizar el siglo XVIII, circulaban soterradamente numerosas
publicaciones periódicas con ideas liberales, patrocinadas en su mayoría por
las sociedades locales de “Amigos del País”, entre ellas las de Lima (1787),
Quito (1791), y Bogotá (1801). Olmedo fue uno de sus lectores, por lo cual, fue
acusado en Lima por la Inquisición, de acceder a lecturas prohibidas, por lo
que llegó a Guayaquil estigmatizado con la desconfianza oficial.
Olmedo: ilustrado y civilista
”Hay en José Joaquín de
Olmedo, como dos personajes con dos enfoques posibles; el que le considera como
prócer de su patria ecuatoriana y el que ve en él al hombre de América”.
“A su patria se debe y
pertenece como el primer ecuatoriano que legítimamente gobernó un jirón del
territorio nacional independizado; le pertenece como el hombre público hacia el
cual, por espacio de un cuarto de siglo, se volvieron constantemente los ojos
de todos para un sinnúmero de cargos oficiales, nunca por él apetecidos y
desempeñados siempre con máximo desinterés y máxima pulcritud”.
“A América pertenece por
haber sido su voz en una hora decisiva, por haber recogido su aliento unánime y
dádole expresión en la gloria y trascendencia del canto con que ella, a la faz
del mundo, lanzó su grito libertador, su enfática proclama, su constancia
jubilosa de que entraba en una fase nueva, divisoria de sus destinos, en la
vida independiente de naciones, dueñas en adelante de su autonomía soberana y,
de su porvenir (José Joaquín Olmedo, Poesía-Prosa, introducción de Aurelio
Espinoza Pólit, Quito, Biblioteca Ecuatoriana Clásica, Corporación de Estudios
y Publicaciones, p. 21, 1989).
Al revisar su primer discurso
sobre la abolición de las Mitas pronunciado en las Cortes de Cádiz, el 12 de
octubre de 1812, encontramos que en varios de los fragmentos que a continuación
recogemos están las raíces del 9 de Octubre de 1820:
“Conservar y proteger la
libertad civil, la propiedad y los derechos de todos los individuos que
componen la nación”, “¡Qué! ¿permitiremos que los hombres que llevan el nombre
español, y que están revestidos del alto carácter de nuestra ciudadanía,
permitiremos que sean oprimidos, vejados y humillados hasta el último grado de
servidumbre?, “¡Pues qué! ¿nos humillaríamos nosotros, nos abatiríamos hasta el
punto de tener siervos por iguales, y por ciudadanos?”, “Es admirable, Señor,
que haya habido en algún tiempo razones que aconsejen esta práctica de
servidumbre y de muerte; pero es más admirable que haya habido reyes que las
manden, leyes que las protejan, y pueblos que las sufran. Homero decía que
quien pierde la libertad pierde la mitad de su alma; y yo digo que quien pierde
la libertad para hacerse siervo de la mita pierde su alma entera”, “Hasta
cuándo no entenderemos que solo sin reglamentos, sin trabas, sin privilegios
particulares pueden prosperar la industria, la agricultura, y todo lo que es
comercial, abandonando todo el cuidado de su fomento al interés de los
propietarios” (José Joaquín Olmedo Biblioteca Ecuatoriana Clásica, discurso en
la Cortes de Cádiz sobre la abolición de las mitas, p. 382).
Y en su segundo discurso,
pronunciado el 21 de diciembre convencido del triunfo de sus principios
liberales, va más adelante:
“Sobre todo, Señor,
establecido ya <este nuevo orden de cosas>, las Cortes deben procurar que
todos los pueblos españoles piensen y obren con nobleza y con elevación; esto
es, deben disponerlos a las grandes acciones que demanda <una revolución tan
grande como la nuestra> (…) Es preciso difundir ya las luces por toda la
nación para que mejor conozcan los nuevos beneficios que acaba de recibir (…)
El gobierno español, templado y liberal, no debe temer ya las luchas de la
nación. La Instrucción, la ilustración de los pueblos. Mina sordamente los
fundamentos de un mal gobierno, pero afianza y consolida las bases de una buena
Constitución” (Poesía y Prosa, pp. 421-427).
Son ideas que expresan con
claridad meridiana los mismos ideales que figuran en el acta de la
Independencia y en el Reglamento Provisorio de Gobierno de la Provincia Libre.
Propuestas que van desde un profundo respeto al prójimo, a la práctica de la
libertad económica e iniciativa privada, que al tratar sobre sociedades libres,
cultivar una ciudadanía responsable, la educación como fundamento de superación
y progreso, hablar de revolución social, libertad de comercio y de vida
pacífica entre los pueblos, evidencian que proceden de un apasionado por la
libertad y la autonomía, como fue José Joaquín de Olmedo, prócer ilustre que
concibió, fundamentó y lideró la independencia del Ecuador: “se encontraba en
esta ciudad don José Joaquín de Olmedo, que favoreció estas ideas” (J. E. Roca,
“Recuerdos Históricos de la Emancipación política del Ecuador y del 9 de
Octubre de 1820”).
Por otra parte, el
Ayuntamiento guayaquileño fue el cuerpo local del que partió la revolución de
octubre y comenzó el gobierno libre. De esta Corporación nació la voluntad
unánime para que Olmedo, prócer y padre de la patria toda, presidiera
simultáneamente la Junta Superior de Gobierno de la Provincia Libre y el
Ayuntamiento de la ciudad, hecho singular que ha llevado a muchos, a imaginar
que Guayaquil habría empezado a construirse como ciudad-estado.
Esto no es exacto. Basta
revisar proclamas, actas, decretos, etc., para concluir que jamás se trató de
otra cosa que de una Provincia liberada por sí misma, en procura de asociarse, con autonomía, a un proyecto político más poderoso, según fueran las condiciones y beneficios que podía recibir, propuesta que Bolívar no quiso comprender. Olmedo fue una mente brillante que no pudo haber concebido las cosas de otra forma. Todos los documentos y estudios así lo demuestran.
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