viernes, 6 de abril de 2018





Nacimiento, educación y formación de Olmedo

José Joaquín Olmedo nació en Guayaquil el 19 de marzo de 1780, hijo del capitán Miguel de Olmedo y Troyano, malagueño llegado a Guayaquil en 1764 donde contrajo matrimonio con Ana Francisca de Maruri y Salavarría, guayaquileña de ilustre prosapia, de cuya unión nacieron Magdalena y dos años más tarde, José Joaquín. Una vez constituida su pequeña familia Miguel de Olmedo se estableció definitivamente en Guayaquil.
En 1789 el pequeño niño de 8 años de edad fue enviado a Quito e ingresado al Colegio y Convictorio de San Fernando, regentado por los frailes dominicos. Allí entabló amistad con José Mejía y Lequerica, cuyos padres tenían muy buenas relaciones de amistad. Años más tarde, profundizaron tal relación cuando asistieron como diputados a las Cortes en Cádiz. Hernán Rodríguez Castelo en su obra Olmedo el Hombre y el escritor, asume que, en razón de la relación que Mejía tuvo con Eugenio Espejo, Olmedo debe haber conocido y tratado a Espejo quien siendo un “literato de grande erudición, descubrió el ingenio de ambos jóvenes y los estimulaba al estudio presentándoles con hermosos coloridos la belleza de las letras y las ciencias” (Pablo Herrera, Apuntes biográficos de D. José Joaquín Olmedo, Quito, Imprenta de Juan P. Sanz, 1887, p. 1).
Apenas hasta cumplir sus doce años de edad se mantuvo como alumno del Colegio San Fernando donde fue instruido en gramática latina y castellana. Pues debió movilizarse a Guayaquil porque su familia tenía la esperanza de enviarlo a Lima para acceder a un aprendizaje más avanzado. Finalmente, en 1794, por la influencia de don José Silva y Olave, chantre de la catedral limeña, un personaje emparentado, viajó a esa ciudad y bajo su tutoría ingresó y estudió filosofía y matemáticas, en el Colegio de San Carlos, de cuyo Real Convictorio el chantre era vicerrector. Graduado en tales materias pasó a completar sus estudios en la Universidad de San Marcos.
En 1799 defendió en la Universidad un acto público de Filosofía y Matemáticas. Y en 1800, mediante un concurso de oposición ganó la asignación de la Cátedra de Filosofía. En 1802, como un tributo en el día de su boda a una pareja amiga escribió Epitalamio. En 1803, el poema Mi retrato, y a condición que ella escribiese al pie: “Amó cuanto era amable, amó cuanto era bello”. En junio de 1805 se graduó como doctor en Jurisprudencia, y se entregó a la enseñanza del Derecho Civil en el Colegio de San Carlos. En julio 8 de 1806, desde Lima escribe: Mi venerado padre y todo mi amor: “Ya me faltan sólo dos actos para concluir mi curso de Filosofía; pero también ya he empezado a enseñar Leyes, estudio que me conviene más… y se despide: Su humilde y amante hijo”. (Biblioteca Ecuatoriana Clásica, Epistolario, Pág. 59). Esos dos actos, que presidió ese mismo 1806, le valieron el título de inris utriusque magister -maestro en ambos Derechos; es decir, el Civil y el Canónico y escribió sus poemas Matemáticas y Loa al Virrey. En 1807 publicó En la muerte de doña María Antonia de Borbón, princesa de Asturias.
En 1808, luego de cuatro años de práctica alcanzó el grado de abogado y se incorporó al Colegio de Abogados en Lima y en la Universidad de San Marcos asumió la Cátedra de Digesto. Pensamos que una tan brillante carrera ascendente de leyes denota una excepcional inteligencia que siempre se hizo evidente a lo largo de su vida.
Al poco tiempo fue llamado a Guayaquil por estar su padre gravemente enfermo. A principios de agosto de ese año desembarcó en el puerto, hallando a su padre sumamente grave, de quien inmediatamente recibió el encargo de albacea de sus bienes y el ruego de velar por la vejez y sustento de su “amada madre”, deseos que cumplió hasta su muerte ocurrida en 1811. Miguel Agustín de Olmedo falleció el 8 de agosto de 1808.
    
El Siglo de las Luces
La Ilustración, es el movimiento filosófico, político, literario y científico que se desarrolló en Europa a lo largo del siglo XVIII. Fue una gran modernización cultural como resultado del progreso y de la difusión de las nuevas “Ideas” y de los nuevos conocimientos científicos, que intentó transformar las caducas estructuras del Antiguo Régimen.  Además, la Revolución Industrial establecida en Inglaterra, cuya primera gran etapa ocurrió entre 1760 y 1870, que constituyó la mayor transformación social que se ha producido en los últimos siglos. La difusión de la masonería, la independencia de los Estados Unidos (1776), la Revolución Francesa en 1786, todos fueron los elementos que impulsaron a los países hispanoamericanos a buscar su independencia.
Por lo que al llegar el siglo XIX, la quiebra del poder español se hizo más crítica y ostensible. La crisis que vivía la Península debido a la invasión francesa, el resquebrajamiento de la autoridad real, el avanzado pensamiento liberal y de modernidad emanados de las Cortes de Cádiz, incitaron a las elites americanas a proyectar su independencia de España. En enero de 1804 se constituyó la República (negra) de Haití, en julio de 1809 estalló en La Paz y Chuquisaca un poderoso movimiento independentista, y finalmente, los patriotas mestizos de Quito, el 10 de agosto de ese año, protagonizaron una última revuelta en este lado del Pacífico.
Hasta 1809, desde la conquista española del Nuevo Mundo, había transcurrido algo más de tres siglos y en la última centuria su dominio se hallaba seriamente cuestionado. En los siguientes quince años, después de un largo y penoso proceso evolutivo, toda América, excepto Cuba y Puerto Rico, alcanzaría su total independencia.
Muchos libros se habían prohibido “por contener doctrinas erróneas, heréticas, impías, injuriosas a la religión católica”. Sin embargo, pese al intento de coartar la difusión de sus contenidos, al finalizar el siglo XVIII, circulaban soterradamente numerosas publicaciones periódicas con ideas liberales, patrocinadas en su mayoría por las sociedades locales de “Amigos del País”, entre ellas las de Lima (1787), Quito (1791), y Bogotá (1801). Olmedo fue uno de sus lectores, por lo cual, fue acusado en Lima por la Inquisición, de acceder a lecturas prohibidas, por lo que llegó a Guayaquil estigmatizado con la desconfianza oficial.

Olmedo: ilustrado y civilista
”Hay en José Joaquín de Olmedo, como dos personajes con dos enfoques posibles; el que le considera como prócer de su patria ecuatoriana y el que ve en él al hombre de América”.
“A su patria se debe y pertenece como el primer ecuatoriano que legítimamente gobernó un jirón del territorio nacional independizado; le pertenece como el hombre público hacia el cual, por espacio de un cuarto de siglo, se volvieron constantemente los ojos de todos para un sinnúmero de cargos oficiales, nunca por él apetecidos y desempeñados siempre con máximo desinterés y máxima pulcritud”.
“A América pertenece por haber sido su voz en una hora decisiva, por haber recogido su aliento unánime y dádole expresión en la gloria y trascendencia del canto con que ella, a la faz del mundo, lanzó su grito libertador, su enfática proclama, su constancia jubilosa de que entraba en una fase nueva, divisoria de sus destinos, en la vida independiente de naciones, dueñas en adelante de su autonomía soberana y, de su porvenir (José Joaquín Olmedo, Poesía-Prosa, introducción de Aurelio Espinoza Pólit, Quito, Biblioteca Ecuatoriana Clásica, Corporación de Estudios y Publicaciones, p. 21, 1989).
Al revisar su primer discurso sobre la abolición de las Mitas pronunciado en las Cortes de Cádiz, el 12 de octubre de 1812, encontramos que en varios de los fragmentos que a continuación recogemos están las raíces del 9 de Octubre de 1820:
“Conservar y proteger la libertad civil, la propiedad y los derechos de todos los individuos que componen la nación”, “¡Qué! ¿permitiremos que los hombres que llevan el nombre español, y que están revestidos del alto carácter de nuestra ciudadanía, permitiremos que sean oprimidos, vejados y humillados hasta el último grado de servidumbre?, “¡Pues qué! ¿nos humillaríamos nosotros, nos abatiríamos hasta el punto de tener siervos por iguales, y por ciudadanos?”, “Es admirable, Señor, que haya habido en algún tiempo razones que aconsejen esta práctica de servidumbre y de muerte; pero es más admirable que haya habido reyes que las manden, leyes que las protejan, y pueblos que las sufran. Homero decía que quien pierde la libertad pierde la mitad de su alma; y yo digo que quien pierde la libertad para hacerse siervo de la mita pierde su alma entera”, “Hasta cuándo no entenderemos que solo sin reglamentos, sin trabas, sin privilegios particulares pueden prosperar la industria, la agricultura, y todo lo que es comercial, abandonando todo el cuidado de su fomento al interés de los propietarios” (José Joaquín Olmedo Biblioteca Ecuatoriana Clásica, discurso en la Cortes de Cádiz sobre la abolición de las mitas, p. 382).
Y en su segundo discurso, pronunciado el 21 de diciembre convencido del triunfo de sus principios liberales, va más adelante:
“Sobre todo, Señor, establecido ya <este nuevo orden de cosas>, las Cortes deben procurar que todos los pueblos españoles piensen y obren con nobleza y con elevación; esto es, deben disponerlos a las grandes acciones que demanda <una revolución tan grande como la nuestra> (…) Es preciso difundir ya las luces por toda la nación para que mejor conozcan los nuevos beneficios que acaba de recibir (…) El gobierno español, templado y liberal, no debe temer ya las luchas de la nación. La Instrucción, la ilustración de los pueblos. Mina sordamente los fundamentos de un mal gobierno, pero afianza y consolida las bases de una buena Constitución” (Poesía y Prosa, pp. 421-427).
Son ideas que expresan con claridad meridiana los mismos ideales que figuran en el acta de la Independencia y en el Reglamento Provisorio de Gobierno de la Provincia Libre. Propuestas que van desde un profundo respeto al prójimo, a la práctica de la libertad económica e iniciativa privada, que al tratar sobre sociedades libres, cultivar una ciudadanía responsable, la educación como fundamento de superación y progreso, hablar de revolución social, libertad de comercio y de vida pacífica entre los pueblos, evidencian que proceden de un apasionado por la libertad y la autonomía, como fue José Joaquín de Olmedo, prócer ilustre que concibió, fundamentó y lideró la independencia del Ecuador: “se encontraba en esta ciudad don José Joaquín de Olmedo, que favoreció estas ideas” (J. E. Roca, “Recuerdos Históricos de la Emancipación política del Ecuador y del 9 de Octubre de 1820”).
Por otra parte, el Ayuntamiento guayaquileño fue el cuerpo local del que partió la revolución de octubre y comenzó el gobierno libre. De esta Corporación nació la voluntad unánime para que Olmedo, prócer y padre de la patria toda, presidiera simultáneamente la Junta Superior de Gobierno de la Provincia Libre y el Ayuntamiento de la ciudad, hecho singular que ha llevado a muchos, a imaginar que Guayaquil habría empezado a construirse como ciudad-estado.
Esto no es exacto. Basta revisar proclamas, actas, decretos, etc., para concluir que jamás se trató de otra cosa que de una Provincia liberada por sí misma, en procura de asociarse, con autonomía, a un proyecto político más poderoso, según fueran las condiciones y beneficios que podía recibir, propuesta que Bolívar no quiso comprender. Olmedo fue una mente brillante que no pudo haber concebido las cosas de otra forma. Todos los documentos y estudios así lo demuestran.                                                                                                                                 


          





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