Siglo XVIII: España y la sociedad colonial II
España, buscando mantener su poder, en el concierto de los enfrentamientos interimperiales fue protagonista de primera línea en siete grandes guerras de la Europa en expansión: la de Sucesión (1740-48), que culminó con el Tratado de Utrecht,[1]la de la Oreja de Jenkins,[2]la de los Siete Años (1756-63), la de Emancipación de las colonias inglesas (1776), la de la Convención francesa y dos contra Inglaterra (1797 y 1804). En cada una de ellas pudo haber perdido todos sus dominios, esto vendría más tarde, pero la más desastrosa fue la primera de las nombradas, que mediante el Tratado de Utrecht España aceptó a un Borbón como candidato para regirla y perdió sus posesiones en Europa. Sin embargo, sus colonias americanas quedaron intactas.
Al llegar al trono, Carlos III (1759), el poder de las nacionesimperiales ya no se medía por posesiones coloniales sino por el comercio con una visión global. El cual favorecía a España, pues continuaba en posesión del mercado cautivo que representaban los reinos americanos.[3]Mas, esta posición le resultaba cada vez más difícil de sostener, por cuanto las condiciones de sus recursos navales eran deplorables.[4]Al advenimiento de la guerra de Los Siete Años, que se desarrolló a principios de su reinado, no solo se hizo manifiesta la gran debilidad del imperio, sino la necesidad de controlarlo si deseaba mantener su lugar de potencia mundial,[5]“afortunadamente entró tarde en la guerra aunque con tiempo suficiente para comprobar la eficiencia de las armadas británicas frente a la española”.[6]
Carlos III, frente a la situación reinante, asumió una política entre estatal y burocrática. Creó la Junta Interministerial, impulsó la construcción naval[7]y dictó importantes medidas financieras, entre las cuales figura un severo reajuste en materia impositiva. De esta política de reordenamiento de la Hacienda, surgió “una iniciativa que constituía una verdadera revolución en la actividad naviera en el mundo: los servicios regulares sobre itinerarios fijos y con fechas precisas de salida”.[8]La cual fue una disposición totalmente enmarcada dentro de las políticas de su reinado, en procura de una defensa fundamentada en una saneada hacienda.
¿Pero, cuál fue el motivo para tomar esta decisión? Nada menos que el catastrófico desastre militar frente a Inglaterra. De allí que para reactivar la economía debía recurrirse al aumento del dinero público y las recaudaciones reales que se producirían por un cambio de modelo en las actividades privadas, en particular con el comercio americano, pues la desacreditada política de aumentar impuestos a un pueblo que no podía pagarlos, solo generaba aumento en la delincuencia y el fraude.
Carlos III, bajo las condiciones históricas en las que le tocó reinar se constituyó en el organizador de un régimen despótico. A este monarca le gustaba ser tenido y creído por ilustrado. Al acceder a la Corona de España aspiró a continuar con las exitosas políticas empleadas como gobernante de Nápoles y Sicilia, que fue la marca que identificó a su reinado en España. En esa misma línea, en 1764 le llegó el turno de la reforma al comercio interior y exterior de España con sus colonias en América y provincias extranjeras.
Durante su reinado penetraron nuevas ideas, que instauran en el Gobierno una nueva mentalidad, generando tendencias, que se orientan al predominio de la razón y las ciencias útiles. “Esta nueva mentalidad es el despotismo ilustrado, que fue resumido por Palacio Atard en cuatro grandes puntos: 1. Político-religioso: intenso desarrollo del regalismo. 2. Político-administrativo: centralización. 3. Económico-social: amplias y variadas medidas que constituyen un vasto programa de reformas. 4. Cultural: procurar elevar el nivel cultural y fijar la atención en aspectos científicos hasta entonces no cultivados”.
“Los representantes de esta nueva mentalidad, los ilustrados, comenzaron reuniéndose y formando tertulias y academias locales en las ciudades más importantes, por lo que vemos multiplicarse durante todo el siglo las discusiones y las agrupaciones literarias y científicas a lo largo de todo el territorio español”.[9]
Las cuales derivaron en sociedades económicas protegidas por la Corona que convocaron a los principales hombres de varias provincias que por iniciativa propia las extendieron por toda España alcanzando entre 1765 y 1786 el mayor número de ellas en todo el territorio. Su origen se atribuye a una consecuencia de la Ilustración, pues, estas fueron las que más aportaron a la defensa de la ideología, y a la vez fomentaron la ejecución de estudios de economía política y el crecimiento de lo local. Desde que la Sociedad Económica de la villa de Azcoitía, Guipúzcoa, la primera en fundarse en 1765, apenas se organizaron dos sociedades, la de Baeza y Tudela.
Pero a partir de 1774, surgieron en cualquier sociedad donde había un núcleo ilustrado, y se centraron en el fomento a las actividades agropecuarias. Y mediante la distribución gratuita de semillas, la enseñanza práctica en labores y conocimientos técnicos, o asesoramiento directo orientaban al campesino hacia la industrialización y conservación de los productos de sus cosechas.
“La dispersión geográfica de las Sociedades nos muestra la existencia de un núcleo importante en Andalucía. Según consta en los Expedientes de fundación que se conservan en el Archivo Histórico Nacional en la sección de Consejos Suprimidos, la primera que nació fue la de Baeza con fecha de solicitud del 8 de mayo de 1774 y su aprobación por el Consejo fue realizada el 31 de mayo de 1774, siguiendo una lista que consta de 31 sociedades”.[10]
Carlos III, para capear las condiciones históricas críticas intentó reconstituir el imperio español en decadencia. Para ello, implantó un reformismo controvertido que tendría su oposición en la corte, como todo lo novedoso. El temor a la apertura al libre comercio con las colonias de ultramar; que se ve reflejado en lo cauteloso del informe del fiscal general presentado en la segunda etapa del reinado de este progresista monarca: “Se hace, desde luego, cargo de la grande importancia del asunto y de la reflexión, circunspección y tiento con que es preciso proceder para el arreglo general del comercio y navegación de España con las Indias y más a vista de que el método de flotas y galeones en forma de comboy (sic), sin distinción de tiempos de paz y guerra se ha observado puesto mas de 200 años, tiempo cuya razón muchas personas oyen con horror cualquier innovación persuadidos de que todos, o lo más que se han practicado desde principios de este siglo, lejos de producir aumentos de nuestro comercio, han conspirado a su destrucción y ruina”.[11]
“Por ser Cádiz en el día absoluta y única plaza de nuestro comercio de deposito de los caudales que se giran se interesan en conservarlo, y por consiguiente que no omiten medio, diligencia para convertir cualquier pensamiento, que se dirija a extender la navegación y el comercio a otros puertos, y malquistar las ideas que consideren contrarias a su particular interés”.[12]
El gran esfuerzo naval y las reformas realizadas por los reyes Borbones, si bien lograron dotar a España de una importante flota de guerra, no aumentaron el tonelaje de la mercante, que al término de la lucha de los Estados Unidos no pasaba de unas 150.000 toneladas. Esta limitación, más la carencia de capitales tenía estancado al indiscutible progreso de la industria y del comercio que se debió al abandono de los sistemas de monopolios.
El rey, luego de su experiencia con Inglaterra comprendió la urgencia de “fortalecer cuatro grandes centros de poder político, militar y económico, que fueron los virreinatos de México, Nuevo Reino de Granada, Perú y Río de la Plata, desde los cuales se haría una acción repobladora y defensiva en las tierras de frontera”, y enfiló sus decisiones hacia lo “fiscal, militar, jurídico, comercial y minero”.[13]Puso énfasis en la rehabilitación de la hacienda pública mediante la creación de nuevos impuestos, incremento de los existentes, para cuyo manejo se crearon aduanas, estancos y otros organismos de control.
[1]“Así, los resultados de la paz de Utrecht, clarificarán sin paliativos la influencia del mar en la historia de España, al conseguir Inglaterra la conservación de su hegemonía marítima evitando el peligro que España unida a Francia podía significar como poder naval. Utrecht comportará por tanto, el fracaso de la política española mediterránea”. José Cervera Pery, “La Marina de la Ilustración”, Pág. 53.
[2]La supresión del sistema de flotas permitió que navíos con permisos especiales activaran considerablemente el comercio, pero, también el contrabando. Este comercio ilícito fue la causa principal del desastre de la Feria de Portobello, por tanto, José Patiñoresponsable de las secretarias de Estado y de Asuntos Exteriores españolas (1726-1732), dio órdenes de que se construyeran varios “guardacostas”. Los cuales, sometieron a un constante hostigamiento a los buques ingleses, que entre 1739 y 1748 originó un conflicto armado con Inglaterra, denominado por los británicos “Guerra de la oreja de Jenkins”.
[3]Es importante notar el gran interés que suscitaba entre las grandes potencias del momento la disponibilidad de adjudicarse todo o parte de aquel provechoso mercado, y de los esfuerzos que hacían, legales o ilegales para conseguirlo.
[4]La mayor velocidad de los buques británicos radicaba en un hallazgo insignificante al parecer. Sus navíos forrados de cobre mantenían limpios los fondos y eran en consecuencia de andadura más viva y maniobrera. El forrado de cobre se ordenó en España en otoño de 1780, pero no se puso en práctica hasta después de la guerra. José Cervera Pery, “La marina de la ilustración”, Pág. 133.
[5]“Existían ciertas características del gobierno de América que preocupaban a los Borbones. Las instituciones no funcionaban de manera automática sólo promulgando leyes y recibiendo a cambio obediencia. El instinto normal de los súbditos coloniales era el de cuestionar, evadir o modificar las leyes y sólo, como último recurso, obedecerlas (…) La burocracia colonial tomó el camino de aceptar el papel de mediadora entre la Corona y sus súbditos, en lo que podría ser denominado <consenso colonial>”. John Lynch, “Bourbon Spain, 1700-1808”, Oxford, Basil Blackwell, Págs. 329-333, 1989.
[6]Manuel Lucena Salmoral, Pág. 60.
[7]Desde el punto de vista de la arquitectura naval a lo largo del siglo XVIII, aumentó el tamaño del buque principal desde las ochocientas toneladas de 1724 a las 1.500 o 1.600 del navío normal de 74 cañones o a las 2.100 o 2.000, -cerca de cuatro mil de desplazamiento- de los fabuloso tres puentes cubanos (siete) y gallegos, (cinco) botados de 1769 a 1794. Pero la evolución en cuanto a lo que a Marina de vela se refiere, terminará a mediados del siglo XIX con la botadura de algunos enormes buques de dos puentes y noventa cañones. Hay un exponente claro y decisivo del progreso de la construcción naval pese a todo los problemas inherentes a su desarrollo. Cifras cantan. En 1758 en pleno auge del sistema inglés, España posee 77 buques de guerra; en 1774, con el método francés funcionando, 119; 1782, 149; en 1787 –en que verdaderamente se ha ejercido un auténtico dominio del mar, 167, y en 1800, 193. José Cervera Pery, “La marina de la ilustración”, Pág. 133, 1986.
[8]José Cervera Pery, “La Marina Mercante en la Política del Reformismo Borbónico”, Pág. 259.
[9]María del Carmen Romero, Profesora-tutora del Centro Asociado de Córdoba,“La Real Sociedad Patriótica de Amigos del País del reino de Córdoba (1779-1810)”, Córdoba,Revista de la Facultad de Geografía e Historia, núm. 4, 1989, Págs. 259-272
[10]María del Carmen Romero, “Amigos del País”, Pág. 259.
[11]Informe al rey, de Jerónimo Ustáriz Fiscal General
[12]Jesús Varela Marcos, “El primer reglamento para el libre comercio con América: su génesis y fracaso”,Anuario de Estudios AmericanosNº 46, Págs. 243-268, 1989.
[13]Lucena, Op. Cit. Págs. 60-61
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