miércoles, 4 de abril de 2018





Vientos de Fronda

No son los vientos tibios de abril que mecen en hamaca de amor los rosales del jardín municipal, los surcos de amapolas floreciendo y hacen que sus pétalos de sangre desfallezcan al bordo de los prados, al mismo tiempo que traen y llevan con blandura los cristales de la fuente que las autoridades plantaron en medio de la plaza principal.

Son vientos con rugido de tormenta, frondosos en su furia enardecida que quisiera raer el pueblo con sus casas, con sus gentes, el jazmín del patio, arrancarlo todo desde la raíz y dejar sólo un espacio vacío, en lo que fue este pueblo, como solar árido donde no podrá prosperar más un aliento de vida.

Luis Sandoval Godoy




 El Joven Olmedo

Los reinos ultramarinos españoles se construyeron sobre una gran depredación: la mayor parte de su población indígena sucumbió a las enfermedades provocadas por gérmenes patógenos extraños a su sistema inmunológico; de su cultura apenas sobrevivieron algunos monumentos de piedra, pero los rasgos y características propias de sus sociedades casi desaparecieron.
El choque cultural de dos razas, dos civilizaciones, dos religiones, etc., fue de exterminio y un cataclismo étnico que dejó profunda huella y hondo resentimiento en la mente de mestizos e indígenas.
Las tempranas y esporádicas rebeliones indígenas se hicieron cada vez más frecuentes e importantes, y mediante exigencias y demandas cada vez más contundentes alcanzaron un espectro más amplio de participación en las distintas jurisdicciones coloniales.
Levantamientos alimentados por la ceguera de las autoridades peninsulares, impedidas de interpretar la compleja realidad de una sociedad multiétnica y variopinta, diseminada en un enorme continente con características propias en cada región. No les fue posible comprender que era imposible encasillarla con los mismos criterios y peor aún, como se pretendió, aplicarlos en alejados y disímiles rincones del espacio americano.
“En 1730, se da el primer grito de insurrección contra el dominio español lanzado en Cochabamba (Bolivia), encabezado por Alejo Calatayud quien, traicionado, fue ejecutado y sus miembros colgados en el cerro San Sebastián y otros sitios para escarmiento de la población” (Germán Arciniegas).
En septiembre de 1780, José Gabriel Túpac Amaru, luego de ahorcar al corregidor de El Cuzco, se levantó con numeroso ejército (60.000 hombres señalan algunos historiadores), y mantuvo en vilo al virreinato del Perú hasta que fue capturado y ejecutado.
El 16 de marzo de 1781, 20.000 comuneros del Socorro en Colombia le levantaron en feroz asonada, hasta septiembre de 1782 que terminó, dejaron un rastro sangriento, de saqueos, asaltos a haciendas y ejecuciones.
Al llegar el siglo XIX, la quiebra del poder español se hizo más crítica y ostensible. La crisis que vivía la Península debido a la invasión francesa, el resquebrajamiento de la autoridad real, el avanzado pensamiento liberal y de modernidad emanados de las Cortes de Cádiz, incitaron a las elites americanas a proyectar su independencia de España. En enero de 1804 se constituyó la República (negra) de Haití, en julio de 1809 estalló en La Paz y Chuquisaca un poderoso movimiento independentista, y finalmente, los patriotas mestizos de Quito, el 10 de agosto de ese año, protagonizaron una última revuelta en este lado del Pacífico.
Hasta 1809, desde la conquista española del Nuevo Mundo, había transcurrido algo más de tres siglos y en la última centuria su dominio se hallaba seriamente cuestionado. En los siguientes quince años, después de un largo y penoso proceso evolutivo, toda América, excepto Cuba y Puerto Rico, alcanzaría su total independencia.
Muchos libros se habían prohibido “por contener doctrinas erróneas, heréticas, impías, injuriosas a la religión católica”. Sin embargo, pese al intento de coartar la difusión de sus contenidos, al finalizar el siglo XVIII, circulaban soterradamente numerosas publicaciones periódicas con ideas liberales, patrocinadas en su mayoría por las sociedades locales de “Amigos del País”, entre ellas las de Lima, en1787, Quito en 1791 y Bogotá en 1801.
Diversos autores eran traducidos, citados y leídos en tertulias de políticos ilustrados junto a comerciantes, profesionales, personas educadas, todos ellos apasionados independentistas que propiciaban la revolución y los universitarios criollos graduados en las décadas comprendidas entre 1780 y 1800, dominaban el más diverso repertorio de temas científicos y políticos. De manera que, al establecerse en sus ciudades y convertidos en maestros, modificaron y modernizaron el pensamiento de sus alumnos sin necesidad de recurrir al uso de libros con temas vedados por la Inquisición.
En la década de 1780, la Corona, en un esfuerzo por desarrollar las ciencias modernas e impulsar la ilustración envió numerosos científicos y sabios; “La llegada de los europeos no solo trajo al Nuevo Mundo los métodos científicos más modernos sino que también estimuló el intercambio intelectual entre los sabios americanos y españoles (…) Para su consternación, los americanos descubrieron que los españoles ilustrados tenían numerosos prejuicios acerca del Nuevo Mundo y en consecuencia, el intercambio científico dejó impreso en los americanos la necesidad de guardar una actitud independiente y crítica. Aun más, recalcó el hecho de que eran los pares intelectuales de los europeos. Darse cuenta de lo anterior no solo los llenó de orgullo por sus logros, sino que contribuyó también a su creciente convicción de que debían alcanzar la igualdad política” (Jaime E. Rodríguez O.).
Los criollos ilustrados sabían que culturalmente eran superiores al común de las autoridades españolas, sin embargo, eran marginados de la participación pública. Los comerciantes, especialmente los exportadores, no podían ser dueños de sus actividades, pues estaban sujetos al monopolio establecido por la Corona acumulando un peligroso descontento. Todo esto desarrolló en ellos la imperiosa necesidad de ser los artífices y árbitros de su destino.
Finalmente, en el decenio de 1810, se reconoció en la Península la necesidad de satisfacer el deseo de los criollos de ser partícipes de la actividad política, y una vez creada la Junta Suprema Central y Gubernamental de España e Indias, se incrementó el número de sus miembros con representantes americanos. Aunque ya era muy tarde para la monarquía, logros incompletos que, pese a la satisfacción por alcanzarlos, siempre quedó un sentimiento negativo.
En diciembre de 1808 los franceses reocuparon Madrid y el colapso de la monarquía acarreó la formación de juntas de gobierno en la Península y en el Nuevo Mundo. Pese a esto, en ninguno de los dos había una clara visión del destino de sus actos de gobierno. A raíz de los triunfos franceses de 1810, Cádiz, centro del comercio con ultramar y la más rica, se convirtió en sede del Gobierno y campo de refugiados que escapaban de los invasores. El 24 de septiembre de ese año, se reunieron las Cortes de Cádiz con 104 diputados y con el tiempo llegaron a 300, de los cuales apenas 63 eran americanos. Esta representación desigual fue impugnada por el quiteño José Mejía Lequerica, diputado por el virreinato de Nueva Granada (Quito estaba castigada por el movimiento de 1809), considerado uno de los mejores oradores y pese al apoyo mayoritario de los diputados americanos, no logró la revisión de esta diferencia. Ese año se incorporó José Joaquín Olmedo como diputado por Guayaquil, donde mostró su talento que lo llevó al cargo de secretario y mediante su genial y revolucionario discurso sobre las mitas, logró su abolición.
En 1812, las Cortes dominadas por lo liberales, entre los cuales estaba Olmedo aprobaron una Constitución que establecía un gobierno parlamentario. El 2 de febrero de 1814, con Rocafuerte incorporado, firmaron el decreto obligaba a Fernando VII a jurar la Constitución para ser reconocido como rey.
Los representantes americanos en Cádiz, incluyendo a Olmedo y Rocafuerte, aspiraban a una gran nación liberal española, formada por la metrópoli y el Nuevo Mundo, unida por los mismos intereses económicos, la misma lengua, religión, similares costumbres y regida por la Constitución doceañista.
El monarca absolutista disolvió las Cortes y persiguió a los diputados. Rocafuerte escapó a Francia a través de la frontera y gracias a la discreta ayuda de la masonería recorrió buena parte de ese país y de Italia.
Olmedo halló refugio entre los muchos amigos y admiradores madrileños que había cultivado. El 28 de noviembre de 1816, retornó a Guayaquil e inició junto a otros patriotas el proyecto de construir una nación independiente. En junio del año siguiente volvió Rocafuerte y tras “inocentes” clases de francés impartía la enseñanza de ideales libertarios.
A partir de entonces, Olmedo, el líder y pensador social del Guayaquil insurgente, define su visión estratégica sobre el proyecto independentista de Guayaquil y su provincia, su propuesta de ruptura e independencia total de España es clara, pero unitaria, fraterna y solidaria con el resto de las regiones del país. Su visión es hacia todos los pueblos serranos, por eso, liberar Guayaquil, pero ayudar a los quiteños es su prioridad.
Al llegar el siglo XIX, la quiebra del poder español se hizo más crítica y ostensible. La crisis que vivía la Península debido a la invasión francesa, el resquebrajamiento de la autoridad real, el avanzado pensamiento liberal y de modernidad emanados de las Cortes de Cádiz, incitaron a las elites americanas a proyectar la independencia de España.
Los representantes americanos en Cádiz, incluyendo a Olmedo y Rocafuerte, al principio aspiraban a una gran nación liberal española, formada por la metrópoli y el Nuevo Mundo, unida por los mismos intereses económicos, la misma lengua, religión, similares costumbres y regida por la Constitución doceañista.









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