La Prensa
libre en Guayaquil
Quien piense que esta recopilación de
escritos históricos sobre la libertad de expresión nacida en Guayaquil el 9 de
Octubre de 1820, lleva la intención de ilustrar la mente de nuestros futuros
gobernantes sobre este don inmanente a la naturaleza humana… ¡No se equivoca¡ Pues un gobernante, que la censura, limita,
sujeta y crea medios públicos oficiales para imponer sus opiniones, no solo pasa
por alto las experiencias que han influido en el progreso de las naciones, sino
que atenta contra el individuo en lo más importante de su existencia: la
libertad en su accionar y expresar. Por lo que vivirá señalado y despreciado
por el resto de sus días.
El ilustre triunviro, miembro de la Junta de
Gobierno de la Provincia Libre, Francisco María Claudio Roca, gestor de la
adquisición de la primera imprenta que sirvió a los guayaquileños hasta abril
de 1827[1], al informar al
Ayuntamiento de la llegada a la ciudad de la pequeña prensa, con que se
constituyó LA IMPRENTA DE GUAYAQUIL, se expresó en los términos siguientes:
“Solo recomiendo a Vuestra Excelencia (J.J. de Olmedo) que tenga presente que
la libertad de imprenta, protegida como debe ser en los pueblos libres, es el
sostén de los derechos de todos; pero con trabas, restricciones y esclava, es
despreciable instrumento de la tiranía.”
En el prospecto de EL PATRIOTA DE GUAYAQUIL
(cuyo editor era el ilustre Olmedo) publicado en su primer ejemplar el 21 de
mayo de 1821, nuestro gran prócer, quien concibió y con sus ideas dirigió la
independencia del Ecuador, José Joaquín de Olmedo, escribe lo siguiente:
“La Imprenta por la primera vez ha hecho su
ensayo en este bello país; y gracias a la Revolución, los guayaquileños de hoy
en adelante tienen la libertad y el medio de publicar sus pensamientos. No nos
detendremos en ponderar las ventajas de la imprenta, ni nos remontaremos a
buscar su origen entre los chinos y europeos; pero sí observaremos, que los
tiranos la han visto siempre con horror, y han procurado sofocarla para oprimir
más fácilmente a los pueblos. Sin embargo, ella ha sido su azote en todas
partes, y las provincias de nuestra América, al proclamar su independencia, han
dado todas este primer paso hacia la libertad, porque han creído con justicia
que ésta no puede existir sin ilustración; y que uno de los mayores bienes de
la sociedad es el poder que cada hombre tiene de manifestar libremente su
opinión a sus conciudadanos, comunicándose mutuamente sus conocimientos:
combatir los vicios o defectos de sus gobiernos y censurar y contener la
conducta de los malvados.”
“La Imprenta es el conductor eléctrico que
trasmite las luces a las mayores distancias con increíble celeridad , y ya no
habrá un ángulo en la América que no sienta el fuego de la verdad. Preparado
está el triunfo de la razón y la filosofía; y la humanidad quedará vengada. La
Junta Superior de Gobierno, animada del vehemente deseo de apresurar ese
glorioso día, ha hecho los mayores esfuerzos para procurarnos este precioso
establecimiento, y desde luego el sensato y virtuoso pueblo de Guayaquil ha
correspondido noblemente a sus miras. La Imprenta ha principiado a fomentarse a
costa de los generosos patriotas que se han suscrito a su compra, y cuyos
nombres se darán al público para que su ejemplo y los auspicios del Gobierno
estimulen a los demás a completar tan grande obra, y dar firmeza y estabilidad
a este beneficio inapreciable.”
“En los Estados Libres la escritura debe
gozar de la justa y natural libertad, que en sí tienen los dones celestiales
del pensamiento y la palabra. No creemos, pues, necesario advertir a un pueblo
culto y religioso, que la moral pura, la moderación en la crítica y el mutuo
respeto entre todos debe sostener nuestro buen nombre, el crédito de nuestra
Imprenta, y confirmar la ventajosa idea que se ha formado en todas partes en
nuestra pacífica y ejemplar revolución. Que se exprese la opinión libremente
pero siempre con dignidad, que se representen los abusos del poder y de la
magistratura, pero con decoro; que se diga la verdad con firmeza, pero sin impertinencia;
que se censuren los vicios fuertemente, pero con probidad; que se censuren las
malas costumbres con energía, pero con decencia; que se descubran las artes de
la ambición paliada con hogares tranquilos que promueven el bien de la Patria,
que no alteran ni turban el orden social.”
“Bajo estos principios tenemos la honra de
prometer a nuestros compatriotas que los sábados se dará al público un
periódico titulado El Patriota y para que su observancia corresponda a su
nombre, insertaremos en él cuanto tenga relación con el bien, ilustración,
prosperidad y libertad de la patria. Noticias interesantes, resoluciones del
gobierno, proyectos de beneficencia, producciones literarias, reflexiones
políticas, planes de mejora en la agricultura y el comercio, estado de nuestro
giro mercantil, en fin, cuanto merezca la luz pública, especialmente lo que
contribuya a rectificar y consolidar la opinión.”
“Mientras que el gobierno forma el reglamento
de la libertad de la prensa, se advierte que no se publicará, ni admitirá papel
alguno sin firma o que contenga agravios personales. La suscripción se hará en
la oficina de la Imprenta y se adelantará por semestres.”
“El Patriota comprenderá un pliego, su precio
será de dos reales, se venderá en los lugares públicos que se señalen; los
señores que se suscriban lo recibirán en sus casas, habrá un ordinario en
cualquier día y hora según lo exija el interés de las noticias que se
recibieren.”
“Conciudadanos, concurramos todos al bien,
libertad y tranquilidad de la patria; que se sofoquen las pasiones particulares
y salvar a la patria sea la única pasión de los verdaderos patriotas.”
El segundo semanario que circuló en
Guayaquil, pocos meses antes de nefasto 13 de julio de 1822, en que Bolívar,
con la fuerza de 1.700 hombres de su guardia personal, élite de cien batallas,
sometió a Guayaquil contra la voluntad de sus hijos desarmados.
En el prospecto del periódico, cuyo
Preliminar apareció el día jueves 21 de febrero de 1822, Francisco Roca,
escribe al respecto:
“La libertad de imprenta no es un derecho que
está en manos de los gobiernos; ella es inherente e inseparable de los pueblos.
Si éstos delegan a sus representantes la facultad de hacer leyes, y se prestan
a obedecerlas, jamás pueden delegar el único recurso que les queda para
reclamar y quejarse; el recurso de pedir lo que les pertenece, de vindicar sus
injurias, y de hacer valer la justicia con la razón. Sí, la razón y la fuerza
son los únicos derechos que quedan a los pueblos para que su libertad no
perezca. La primera por medio de la imprenta y de instituciones sabias que la
garanticen, es el paladión de los países libres; la segunda ha sido siempre el
resultado forzoso y la mano pesada que ha caído sobre los tiranos: los pueblos
no pudiendo quejarse se vengan.”
“A la manera que en lo particular sería un
atentado horrible contra la humanidad y el mayor acto de despotismo, juzgar a
un individuo sobre acusaciones de testigos apasionados; y proceder a condenarle
sin oírle, ni dejarle el derecho de defensa y apelación; así en lo público las
restricciones de la imprenta por pequeñas que sean, son infracciones
insoportables a pueblos generosos que se atreven a llamarse libres. Los tiranos
pueden triunfar en el primer caso porque pueden aprisionar al ciudadano; pero
en el segundo ¿quién resistirá la fuerza de la opinión, diosa invisible sobre
quien los hombres no ejercen su imperio, que ata los corazones con una cadena
de fuego, y sacude a un mismo tiempo sus eslabones eléctricos.”
“Hablamos de este modo porque ciertamente
habitamos en un país libre; y porque hemos grabado en la memoria esta máxima de
uno de nuestros papeles públicos: En los países libres la escritura debe gozar
de aquella justa y natural libertad, que en sí tienen los dones celestiales del
pensamiento y la palabra. Por otra parte admiramos y sentimos una ardiente
envidia del intrépido iroqués que con ojos tranquilos ve la pira que ha de
consumirle y entona gustoso su canción de muerte y los himnos de su país. Hemos
leído el pasaje de Calístenes, nos ha encantado su firmeza y su virtud. Este
filósofo, despreciando la locura de Alejandro que se apellidaba divino, fue
encerrado en una jaula de hierro, cortada la nariz, los pies y las manos.
Compadecíale su amigo Lisímaco, cuando él le contestó: Si los dioses me hubieran
echado sobre la tierra solo para el deleite, no me hubieran dado un alma
generosa, grande e inmortal.”
La conclusión de este artículo nos lleva a meditar en que la libertad
es inmanente a la naturaleza humana, gobernante que no lo acepta, respeta y
practica como un mandato divino, el pueblo y la historia lo juzgarán con
desprecio. La vida sin libertad es como un cuerpo sin alma. Y la libertad sin
pensamiento es como un espíritu confuso. Vida, libertad y pensamiento, son tres
en uno y jamás desaparecerán en nuestro país ni en el mundo.
[1] Año en que Bolívar, en un acto dictatorial
característico, impuso silencio a nuestro semanario El Patriota de Guayaquil.
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