viernes, 1 de marzo de 2019




Villa Tívoli

Las clases sociales pudientes, que mayoritariamente habían recibido su educación en Europa, consecuentemente de gustos refinados, también requerían de lugares de esparcimiento en la ciudad. Los viajes a las haciendas no siempre eran posible, ya que estaban condicionados a la estación climática, distancias, etc. La salida a balnearios como Puná y Chanduy, que fueron los más antiguos, también dependían de la temporada. Esta necesidad condujo a que el 26 de septiembre de 1896, nueve días antes del pavoroso incendio que asoló Guayaquil, fuese inaugurado un balneario a orillas del Guayas, al norte de la ciudad. Con el sugestivo nombre de Jardín de Versalles, las hermanas señoritas María Moreno C. y Mariana M. de García, lo abrieron para dedicarlo a tal segmento de la sociedad.

El lugar, que antes de ser acondicionado había sido una pequeña finca situada al norte de la ciudad, en un espacio más campestre que urbano. En él abundaban árboles frutales en gran variedad y número, además, de algunas rarezas botánicas que sus dueñas habían cultivado a lo largo del tiempo. Condiciones que favorecieron la notable transformación operada para adaptarlo a su nuevo destino, que era el de ofrecer a un público selecto un área de esparcimiento a campo abierto. Cruzado de veredas sombreadas por frondosos mangos, mameyes, zapotes, etc., facilitaba a los paseantes el desplazarse por todo el predio. Algunos cocoteros agrupados, orquídeas, jardineras con hojas exóticas, macizos de flores variadas se hallaban al paso. Fragancias, naturaleza y brisa fresca, era el común denominador del lugar.

Estatuas de mármol que representaban a beldades griegas, bustos de faunos, cabezas apolíneas, se podían ver en el camino, semi ocultas entre tanta exuberante y colorida vegetación. Un gran quiosco donde se podía escuchar música con instrumentos de cuerdas entre la naturaleza, miradores con vista al río, eran elementos que inducían a pensar a los asistentes, que lo que estaban viendo, no era otra cosa que un “Tívoli” (famoso parque de la ciudad de Copenhague, Dinamarca) guayaquileño. En definitiva, un magnífico lugar de recreo, creado con mucha imaginación y buen gusto, destinado al consumo de las clases pudientes, en un buen intento de crear un ambiente aparente con el que estaban familiarizadas.

Nuestro “Tívoli” guayaquileño tenía muy buenas instalaciones destinadas a la solaz de los asistentes. Cabinas especiales y bien dispuestas para vestirse de baño, rampas y escalinatas para acceder al agua, que además de seguridad proporcionaban todo el confort al que se podía aspirar. Una amplia galería al aire libre, con vista hacia el río, ofrecía sillas reclinables, hamacas, mesas con parasol, donde se pasaban bocadillos y bebidas a los huéspedes que asistían en plan deportivo o playero. Las tardes de verano, y especialmente las noches de luna plena, en que se reflejaba plateada sobre la ría, se organizaban concurridas reuniones. Conciertos, bailes con la mejor orquesta, bufé abundante y de alta calidad, en fin, lo que podríamos llamar reminiscencias de una añorada “belle epoc”, aunque su ambiente y estilo era algo indefinido. Una especie de popurrí entre lo griego, oriental, parisino y guayaquileño.

En el interior, había un grande y rico salón amueblado con mucho gusto oriental. Cuadros con motivos asiáticos, figuras de porcelana del mismo origen. Estaba alumbrado con farolitos chinos de imitación que, además de proporcionar una excelente iluminación, creaban un ambiente proclive a la animada tertulia y diversión. También habían dos o tres saloncitos íntimos, destinados a parejas que deseaban privacidad y a grupos reducidos para celebrar entre amigos algún evento, como graduaciones, cumpleaños, etc. Corrían los tiempos de exclusividades que rayaban en cursilerías.

Entre las curiosidades con que se contaba para entretenimiento del público estaba un diorama. Este aparato convocaba especialmente a niños y jóvenes que podían apreciar un buen repertorio de vistas. Entre las cuales constaban algunos episodios de la guerra chino-japonesa, otros de las iluminaciones festivas de París.  También las había del puerto de Génova, o de un grupo de bailarinas en el cuadro final de un ballet, que era una verdadera exhibición de carne rosada. Las fotografías del incendio de la Opera Cómica de París, eran tan vívidas que constituían un verdadero trasunto de los horrores del fuego, a tal punto, que parecía percibirse el humo y el olor de la madera quemada. Otras vistas presentaban un vapor incendiado en el cual predominaban las explosiones de llamaradas.

En la entrada principal del gran salón se exhibía una verdadera rareza que despertaba la curiosidad de los asistentes. Se trataba de una muñeca mecánica, la cual, sentada ante un piano, y vestida con un traje de sarao era movida por un mecanismo oculto. Sus movimientos articulados, al ejecutar las piezas musicales que se elegían (esta tiene que haber sido la abuela de la rockola), eran tan reales que, al ladear o inclinar la cabeza, pestañar, etc., aparentaba todos los remilgos de una señorita ejecutando un concierto de piano.

La noche inaugural, que se efectuó en la fecha ya señalada, cuya reseña aparece en la crónica social del diario “La Nación”, de propiedad de don Juan Bautista Elizalde Pareja, asistieron más de cien invitados, entre ellos muchas damas mayores y jóvenes. La ceremonia, que se la hizo coincidir con el plenilunio, se llevó a cabo en la galería principal, desde donde se disfrutó no sólo del espectáculo natural del paisaje, sino de un surtido y espléndido bufé. El artefacto musical al que nos hemos referido, inició su más o menos limitado repertorio, con el Himno Nacional. Luego sonaron los acordes de un popurrí de Semiramis, que, como todo lo novedoso, agradó mucho a la concurrencia.

“El obispo encargado de Guayaquil, doctor Chiriboga revestido de casulla y sobrepelíz bendijo el establecimiento, ante los padrinos el señor Roggiero, cónsul de Italia, y su distinguida esposa, en representación del señor Lizardo García y de la señora Carmen C. de García. Después de los asperjes del agua bendita, la copa de Champagne por la prosperidad del Jardín balneario. (…) El señor Ninci repartió medallas en forma de conchitas con la siguiente inscripción: Jardín y baños de Versalles - María y Mariana Moreno C. de García” (La Nación 26 de septiembre de 1896).

Terminada la ceremonia de bendición del establecimiento, los discursos de rigor, felicitaciones y deseos de éxito, los padrinos rompieron el baile. La fiesta cobró el vuelo y alegría que le imprimió la juventud asistente. Atendidos que fueron los invitados con bocadillos y refrescos, algo cansados por la agitación del baile, se retiraron a las once.

Lo que no recoge la nota del periódico, pero si la tradición, fue el final del chino-versallesco establecimiento: Como hemos dicho al principio, este se inauguró nueve días antes del “incendio grande”, en el cual desapareció el sector más importante de la ciudad. En la zona céntrica de Guayaquil, asolada por el fuego, se levantaba precisamente la parte más importante de la ciudad. Los bancos, las mejores residencias, etc. Y, era a este sector de la sociedad al cual estaba dirigida la intención del Jardín de Versalles. Mas, al desaparecer sus casas, sus propietarios  se refugiaron en las haciendas, con lo cual se esfumó la posible clientela de nuestro efímero “Tívoli”. Así fue como el apenas inaugurado centro de diversiones no sobrevivió más allá del mes de octubre de 1896, dejando en la ruina a sus emprendedoras propietarias.






2 comentarios:

  1. no puedo creer que haya sido tan breve la existencia de este lugar, me hubiera encantado que sobreviviese hasta estos días

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  2. En que parte se encontraba el lugar? A la altura de la atarazana o más al norte?

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