La Gobernación Militar de
Guayaquil
Los jóvenes viajeros Jorge Juan de Santacilia y Antonio de Ulloa
fueron quienes sugirieron a la Corona la urgencia de elevar a Guayaquil a la
categoría de Gobernación Militar, pues hasta esa fecha era apenas un corregimiento
cuyas condiciones de defensa contra agresiones extranjeras eran muy precarias.
El tema vio pasar el tiempo hasta ser tratado a instancias del rey,
cuando debió considerar una solicitud de fondos hecha por el Cabildo de
Guayaquil para atender las necesidades de defensa y salubridad pública. El
Fiscal del Consejo de indias informó a la Corte la necesidad de atender esta
demanda y nombrar para su dirección a un militar profesional con el título de
Corregidor o de Gobernador, con que estaría más autorizado. El último en ocupar
este cargo en Guayaquil, fue el General José de Cortázar, guayaquileño, que
sufría como toda la población tal postergación, y fue quien se dirigió
directamente a la corte y a través de esta al rey, planteando el estado de
plaza indefensa en el que había caído Guayaquil, por la negativa permanente de
las autoridades limeñas de atender los graves problemas que, pese a su
importancia, azotaban a la ciudad. El 14 de enero de 1761 el rey resolvió que
se provea el corregimiento como gobierno en sujeto militar.
El 8 de diciembre del año siguiente el teniente
coronel Juan Antonio Zelaya y Vergara, militar navarro nacido en Miranda de
Arga en 1712 y muerto en Popayán en 1776, fue nombrado gobernador de Guayaquil,
pero tuvo que por orden del Virrey que ausentarse durante un año de la ciudad
para aplastar la revolución de los
estancos o los motines del aguardiente y la aduana de Quito. Revuelta que
continuó y pese a la abolición de los estancos y del impuesto de aduana se
tomaron el Palacio de la Audiencia.
Una vez dominados los motines, en septiembre de 1776 Zelaya, con plenos
poderes, entró en Quito pacíficamente como presidente de la Audiencia,
gobernador interino y capitán general, junto con los españoles expulsados un
año antes. Tras la pacificación volvió a Guayaquil como Gobernador y
Superintendente de la Real Casa de la Moneda de Popayán en 1770. El 11 de
octubre se presentó ante el Cabildo, cuya posesión consta en el acta de la
fecha, fue incorporado al “uso y
ejercicio de dicho empleo, habiendo jurado por Dios Nuestro Señor y una señal
de Cruz, según forma de derecho, su cuyo cargo prometió de usar bien, fiel y
legalmente de dichos empleos”.
Zelaya, al mes de posesionado y enterado de la planificación de la ciudad
hecha por el Ing. Francisco de Requena y de los problemas sociales, sin perder
el tiempo ordenó se empiece la obra del edificio del Cabildo hasta su
terminación, que diariamente se dé audiencia pública al pueblo por parte de las
autoridades de justicia, y dispuso además que todos los sábados, sin excepción
alguna, los presos sean visitados por las autoridades para determinar el estado
en que se los mantenía y de sus familias para su tranquilidad espiritual: “se haga visita de cárcel”.
Otro acierto de Zelaya fue realizar un censo para determinar el
recurso poblacional y de la producción con que contaba la provincia. Al poco
tiempo emite un informe al virrey, en el que afirma haber 4.914 habitantes en
la ciudad y 300 en las haciendas del campo; con 142 familias de españoles
peninsulares y 468 negros, indios (cholos) y sus descendientes. Estos últimos
predominaban sobre los negros, pues en la provincia se prefirió utilizar las
migraciones internas, antes que la importación de esclavos negros.
El astillero de Guayaquil continuaba siendo el único de “la Mar del
Sur donde se construyen y carenan las embarcaciones que la navegan”. En el
Astillero donde trabajan hacheros, oficiales, calafates, un maestro mayor de
carpinteros y uno de calafates, personal todo bajo las órdenes del capitán de la
Maestranza. Todos nombrados directamente por el virrey de Nueva Granada del que
entonces dependía Guayaquil en lo militar.
En su primer informe al virrey, Zelaya deja constancia que el comercio
con Quito y las ciudades del norte se movía por intermedio de las Reales
Bodegas de Babahoyo, desde donde eran conducidas en recuas de mula a lo largo
de los escabrosos cerros de la cordillera de Angas, pasando por San José de
Chimbo y Guaranda para coronar los páramos del Ángel y descender al interande.
Desde las Bodegas de Yaguachi se ascendía siguiendo el curso del río Chanchán
hasta llegar a Alausí y bajar a Riobamba y el comercio hacia el austro, Cuenca,
Loja, etc., partía de Guayaquil en balsas, remontaba el río Naranjal hasta el
puerto de La Bola. Los arrieros y sus recuas de mulas subían por el camino de
Macará y Zaruma a la cordillera de Molleturo, pasaban por los tambos de Foyashi
y Chocar. Se cruzaba el río Burgay antes de Biblián , hasta llegar a Cuenca
desde donde para llegar a Loja se cortaba por el camino de la Toma para coronar
la altura del cerro Villonaco.
A estos mercados llegaban la sal del Morro, y de la Punta de Santa
Elena, pescado, algodón mucho ganado vacuno, caballar y mular; de Baba se
obtenía, cera, tabaco en rama, arroz, pita, cacao. Del Perú se recibía el
botijambre; de Tierra Firme (Panamá) ropas y hierro; la tinta y añil de
Guatemala; de Acapulco, loza, olores y especería (traía a América desde
Filipinas por la ruta llamada “del galeón de Manila”), también, cordobanes y
jabón de los valles. Desde la Sierra llegaba a la provincia de Guayaquil:
harina, cascarilla, paños, lienzos, bayetas, sayales y toda especie de frutos
serranos.
Era la época en que se iniciaba el auge del cacao. Además de este
producto, Zelaya mencionaba las maderas, el tabaco en hoja, las ceras
("blanca" y "prieta"), las pitas, las suelas y los cocos.
Además de los cocos, los únicos bienes alimenticios de consumo inmediato eran
aquellos que se transportaban a la cercana costa del Chocó (Colombia): carnes,
quesos, sebo y algunas fanegas de sal. Solamente la cera, las suelas y las
pitas eran los productos en los que podemos reconocer algún nivel de valor
agregado; tratándose en los demás casos, fundamentalmente, de bienes de
recolección.
Mencionó, además, aquellos productos que
animaban el comercio activo de Guayaquil hacia el exterior, pero que en
realidad constituían solamente reexportaciones provenientes de otras provincias
americanas (textiles serranos, harinas de la costa norte peruana, etc.). El
caso más relevante en este tipo de comercio intermediario lo constituía el
tráfico de vinos y aguardientes de uva del Perú. Las “botijas peruleras”, como
se las conocía, eran reexportadas hacia el Chocó, los puertos centroamericanos
de Realejo y Sonsonate y Acapulco.
Al finalizar el siglo XVIII, el litoral ecuatoriano, se especializaría cada
vez más en la producción de cacao, optando por importar (desde los valles de la
costa norte peruana o desde el interior andino) los bienes alimenticios
necesarios, ya desplazados de la producción de la economía local por un
esfuerzo concentrado en la producción de la pepa de oro.
“La producción de alimentos tampoco aumentó al ritmo de la población de
Guayaquil. La situación no parecía tener arreglo posible, por cuanto los
propietarios preferían sembrar cacao y tabaco. La sierra, que abastecía a la
costa de carne, leche, mantequilla, quesos y casi todos los vegetales, frutas y
granos, disminuía su producción agropecuaria por efecto de la declinación
demográfica y la depresión económica por la que entonces atravesaba” (Al llegar 1800, el litoral ecuatoriano, se especializaría cada vez más en
la producción de cacao, optando por importar (desde los valles de la costa
norte peruana o desde el interior andino) los bienes alimenticios necesarios,
ya desplazados de la producción de la economía local por un esfuerzo
concentrado en la producción de la pepa de oro.
“La producción de alimentos tampoco aumentó al
ritmo de la población de Guayaquil. La situación no parecía tener arreglo posible,
por cuanto los propietarios preferían sembrar cacao y tabaco. La sierra, que
abastecía a la costa de carne, leche, mantequilla, quesos y casi todos los
vegetales, frutas y granos, disminuía su producción agropecuaria por efecto de
la declinación demográfica y la depresión económica por la que entonces
atravesaba” (Michael T. Hamerly, Historia Social y
Económica de la antigua provincia de Guayaquil 1763 - 1842, Guayaquil, AHG,
Págs. 151-152, 1987).
El gobernador Zelaya recibió una calurosa recepción
y baño de fuego. Pesadilla recurrente que ha azotado a Guayaquil desde sus
primeros días españoles. El 10 de noviembre de 1764, se produjo en la ciudad el
incendio más severo y extenso, que bien se lo podría llamar el más grande, pues
proporcionalmente fue mayor que el del 5 al 6 de octubre de 1896. Este incendio
por su extensión y efecto destructor pasó a la historia como “el fuego grande”,
y se originó por una disputa doméstica entre marido y mujer: esta le arrojó una
raja de leña encendida y él le devolvió el golpe con una olla de aceite que
cayó sobre la candela. Al instante, la casa era de caña y paja, ardió en
violentas llamas, que casi no le dio tiempo de escapar a la pareja. El fuego,
favorecido por el viento, corrió incontenible asolando ciento cincuenta casas,
haciendo inútil todo esfuerzo para atajarlo, por lo que llegó al Barrio del
Centro.
A Zelaya, que se hallaba entre quienes luchaban
contra el flagelo, se le prendieron sus vestiduras, y “de no haberlo despojado
de sus ropas prontamente un vecino, hubiera trascendido a su cuerpo y aumentado
nuestra pena”. Por otra parte, los muebles rescatados y acumulados en plazas,
plazoletas y la orilla del río, por la alta temperatura causada por el fuego se
encendieron y sirvieron de puente para que el incendio contaminase las casas
inmediatas.
En el informe de Zelaya consta un hecho curioso: “
se desgajaron las nubes en una copiosa lluvia con truenos y relámpagos, de
suerte que parecía el juicio universal para confundirnos”. Seguramente el
intenso calor producido por el incendio provocó un trastorno atmosférico y se
descolgó un torrencial aguacero que lo apagó evitando que desparezca la ciudad.
Como era de esperarse, esta feliz coincidencia dio lugar a que los devotos la
atribuyeran a misericordias divina y milagros celestiales.
Zelaya realizó la reconstrucción de la ciudad y
emprendió muchas obras de saneamiento. Al finalizar su periodo en 1771, había
dejado bien definidos los linderos de la provincia d Guayaquil: “por el norte
con el Gobierno de Esmeraldas, por el este con los corregimientos de Quito,
Guaranda, Latacunga y Cuenca; por el sur con el de Piura y por el oeste con el
Mar Pacífico”.
Igualmente estableció su división política que se
formaba por once partidos: por el norte los de Ojiva o Babahoyo, Palenque y
Balzar, por el sur el de Machala o Puná, por el este los de Naranjal y
Yaguachi, por el oeste los de Cabo Pasado, Portoviejo y Punta de Santa Elena y
los de Daule y Baba al centro.
Zelaya fue reemplazado en la gobernación de
Guayaquil por el coronel Francisco de Ugarte (1772-1779). Su paso por nuestra
ciudad dejó muy malos recuerdos, pues se ganó la antipatía de los guayaquileños.
oneda de
Popayán en 1770.
Buen relato, un repaso histórico al desarrollo de Guayaquil, a los productos que se consumían en siglos pasados y hasta un caso de violencia intrafamiliar que afectó a toda la ciudad
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