José Rodríguez LaBandera
La fuente
principal para tratar el tema de este inventor guayaquileño, procede del
Boletín de la Biblioteca Municipal de Guayaquil, correspondiente al año III de
mayo y junio de 1914. José Rodríguez, fue un hábil e inteligente que realizó sus estudios en La Escuela Náutica de Guayaquil, hasta que se
graduó como teniente de fragata en 1830. Más que sus dotes como marino, fue
reconocido por la invención de una embarcación submarina con que cruzó el
Guayas de una orilla a la otra frente a una multitud de espectadores agolpada
en la calle de la Orilla (malecón), tema que ya hemos tratado en un artículo
publicado con anterioridad titulado “El Hipopótamo”.
Sin embargo,
pese a ser la más importante de sus invenciones y la que le dio renombre no es
su único invento, sino que realizó otros que revelan la fecundidad de su genio
como inventor. Fue un estudioso dotado de una inteligencia creadora, que le
permitió presentar los más variados artículos de uso práctico, aplicables a las
industrias nacionales y a ciertas artes modernas. Pero, que más allá de los más
justos elogios oficiales y de la prensa guayaquileña de entonces, no hubo
gobierno ni institución ni empresario alguno que le prestara apoyo decidido y
eficaz para la implementación y explotación de sus inventos. Ni siquiera se le
dio la oportunidad de trasladarse a países de tecnología avanzada, donde sus
descubrimientos hubieran sido apreciados y aprovechados.
Sus habilidades
de inventor ingenioso se pusieron de manifiesto desde los años de su juventud,
durante los que construyó algunos juguetes con autonomía de movimientos, tales
como un alacrán cuya imitación era perfecta, y que mediante un ingenioso
mecanismo movía todos sus miembros con exacta regularidad. Más tarde creó una
Salamanquesa mecánica, muy semejante al reptil doméstico dotada de un
movimiento continuo; luego lo haría con un pequeño piano de ceguiñuela (sic), y
un barquito que se desplazaba en el agua con movimiento propio. Todas estas
creaciones, aparte de muchos otras de menor importancia, fueron los primeros pininos
del ingenio de este nada ordinario guayaquileño.
En 1831, dueño
de una gran perseverancia Rodríguez inventó una máquina especial para la
fundición de tipos de imprenta, de la que presentó el modelo al Jefe de Policía
que al ser puesta en marcha y efectuado el ensayo sus resultados fueron
enteramente satisfactorios, por lo cual mereció un honroso informe.
A este logro lo
atestiguan los siguientes documentos: “Señor Jefe de Policía:- José Rodríguez,
natural y vecino de esta ciudad, ante U.S, del modo más conveniente, digo: que,
habiendo inventado una máquina especial para difundir toda clase de letras de
imprenta, la acompañó a U.S., con las que he fabricado en dicha máquina, para
que se sirva examinarla; y, en su consecuencia, darme un certificado de haberla
presentado al examen de U.S. para los fines que me convengan.- Guayaquil, 16 de
septiembre de 1831.- José Rodríguez”.
“Dese cuenta al
I. Concejo Municipal.- D. Maldonado”: “Concejo Municipal de la Provincia de
Guayaquil, a 16 de septiembre de 1831.- Pase al examen y reconocimiento de los
señores D. Luis Fernando Vivero, José Cruz Carrera y Federico C.
Con esta
máquina que facilitaba la provisión de tipos de plomo, el 2 de enero de 1832,
José Rodríguez tomó a su cargo la Imprenta de la Ciudad, al tiempo en que se
editaba “El Colombiano”. Pero sólo se desempeñó hasta el 12 del mismo mes, por
las razones que él mismo expuso en un aviso, que decía: “Habiéndose unido la
Imprenta de la Ciudad, que ha estado a mi cargo hasta la publicación de este
número, con la que se halla bajo la Escuela de Niñas, por convenio con el
Gobierno,- he dejado de administrarla; teniendo la satisfacción de haber
desempeñado mi destino con integridad y a satisfacción de la Prefectura.- José
Rodríguez. Sin embargo, aún imprimió Rodríguez dos números más y un Alcance de
“El Colombiano”. El último número publicado fue el 128 publicado el 26 de enero
de ese año.
De fama mundial
gozó nuestra industria de sombreros de paja toquilla, sombreros tan buscados y
tan finos que solían pagarse en Europa a peso de oro. Pero el tejido de estos
sombreros continúa siendo artesanal y por tanto de obra lenta, sobre todo los
finos, cuya manufactura demanda muchísimos días. Por 1914, en Europa con gran interés
se hablaba de la fabricación de una máquina tejedora de sombreros de paja
toquilla. Sin embargo, setenta años atrás José Rodríguez ya había inventado una
máquina aparente, que presentó a las autoridades junto a la muestra de un
sombrero tejido en esta. El siguiente documento atestigua lo que decimos y da a
conocer la resolución del gobierno al respecto.
“No. 238.-
República del Ecuador.- Ministerio de Gobierno, Quito, a 4 de septiembre de
1844.- Al Sr. Gobernador de la Provincia de Guayaquil”.
“Puse en
conocimiento de S.E. el Vicepresidente de la República, Encargado del Poder
ejecutivo, el sombrero de paja fabricado en la máquina construida en esa ciudad
por el ciudadano José Rodríguez; y ha dispuesto que, por órgano de U.S., se
manifieste a Rodríguez la viva satisfacción que ha causado al Gobierno ver el
producto de la máquina ingeniosamente inventada por un hijo del Ecuador;
advirtiendo a U.S. que, si Rodríguez no quisiese obtener un privilegio
exclusivo para usarla, procure U.S. mandar construir una máquina idéntica,
siempre que su inventor consienta en ello voluntariamente; la que remitirá U.S.
inmediatamente a esta Capital, para colocarla en el Museo; dando cuenta de los
gastos que ella causare, para mandarles satisfacer en el acto.- Dios guarde a
U.S.- Benigno Malo.”
No se ha podido
encontrar en ningún documento ni periódico cualquier dato que permita saber con
precisión si se construyó la máquina para el Gobierno, o si fue convertida en
pieza de museo; tampoco sobre el destino final de ese nuevo invento. Sin
embargo, es fácil imaginar que al no recibir Rodríguez ningún apoyo que le
hubiese permitido aplicar su invento a la práctica, lo haya abandonado y
arrinconado en cualquier bodega. Por lo tanto, el tejido de los sombreros
continuó siendo una industria exclusivamente manual, como lo fue desde su
origen y se mantiene hasta hoy.
Cuando estalló
en Guayaquil la revolución del 6 de marzo de 1845, en uno de los duros combates
sostenidos contra las fuerzas del dictador Flores, el coronel José María Vallejo
recibió un disparo en su pierna derecha, que la dejó totalmente destrozada y
fue necesaria su amputación. El general Juan Illingworth, que conocía las
habilidades de Rodríguez y apreciaba su inteligencia desde que fue su alumno en
la Escuela Náutica del Guayas, lo invitó a su despacho y le sugirió construir
una pierna de madera para reemplazar la que había perdido el coronel Vallejo.
Rodríguez puso manos a la obra y en menos tiempo del supuesto la presentó
Cirujano Mayor del Ejército, Dr. Juan Bautista Destruge, quien elevó el
correspondiente informe en el que deja constancia de la grata impresión
recibida por la obra.
Por disposición
del almirante Illingworth la pierna de madera fue obsequiada al Coronel
Vallejo, tal como consta en el siguiente oficio:
“Nº. 11.- Gobierno Provisorio del Ecuador.-
Secretario General.- Guayaquil, a 24 de abril de 1845.- Al Sr. General
Comandante General del Distrito.
“Puesta en
conocimiento de S.E. el Gobierno Provisorio, la nota de U. S. fecha 24 del
corriente, proponiendo se obsequie al Capitán de Fragata José María Vallejo,
mutilado en la gloriosa acción del 6 de marzo, una pierna de madera; que ofrece
hacer el Sr. José Rodríguez por el valor de cien pesos, me previene contestar a
U.S., que conviene gustosísimo en esta
pequeña manifestación de gratitud; y ha ordenado que se paguen puntualmente los
cien pesos, siempre que la obra sea a satisfacción del interesado, pues esta
circunstancia parece necesaria, para que el obsequio sea de verdadera utilidad
a la persona a quien se hace.- Dios y Libertad.- José María Cucalón.”
“Tal fue José
Rodríguez y tales sus principales inventos, suficientes para que sus
compatriotas consagren su memoria como la de un ciudadano de inteligencia
superior, que, aun cuando no alcanzó los éxitos reservados hoy a los
inventores, probó suficientemente ser uno de los más notables de su época,
aunque su mérito quedara entonces desconocido fuera de su patria y sin ningún
estímulo en ella” (Boletín de la Biblioteca Municipal de Guayaquil).
Es evidente,
aun en nuestros tiempos, que la investigación sobre cualquier tema no tiene
mayor apoyo por parte del Estado. Un investigador a tiempo completo no puede
existir en nuestro país, por cuanto tendría que comerse las uñas para
sobrevivir. No nos sorprenda entonces que en 1845 no se haya comprendido el
provecho que resulta para un país el tener ciudadanos capaces de convertirse en
importantes factores del progreso. Rodríguez, quizá con algún apoyo oficial o
particular habrían sobrevivido los resultados de sus esfuerzos.
“Hasta hoy,
estas páginas y aquellas a que hicimos referencia, constituyen el único acto de
injusticia pública a la memoria del inventor ecuatoriano. Ni una mala calle de
Guayaquil lleva el nombre de José Rodríguez. Sea, pues, la Historia la que
consagre en sus páginas los merecimientos de ese notable guayaquileño” (Boletín
de la Biblioteca Municipal de Guayaquil).
No hay comentarios:
Publicar un comentario