martes, 12 de marzo de 2019



José Rodríguez LaBandera

La fuente principal para tratar el tema de este inventor guayaquileño, procede del Boletín de la Biblioteca Municipal de Guayaquil, correspondiente al año III de mayo y junio de 1914. José Rodríguez, fue un hábil e inteligente que realizó sus estudios en La Escuela Náutica de Guayaquil, hasta que se graduó como teniente de fragata en 1830. Más que sus dotes como marino, fue reconocido por la invención de una embarcación submarina con que cruzó el Guayas de una orilla a la otra frente a una multitud de espectadores agolpada en la calle de la Orilla (malecón), tema que ya hemos tratado en un artículo publicado con anterioridad titulado “El Hipopótamo”.
Sin embargo, pese a ser la más importante de sus invenciones y la que le dio renombre no es su único invento, sino que realizó otros que revelan la fecundidad de su genio como inventor. Fue un estudioso dotado de una inteligencia creadora, que le permitió presentar los más variados artículos de uso práctico, aplicables a las industrias nacionales y a ciertas artes modernas. Pero, que más allá de los más justos elogios oficiales y de la prensa guayaquileña de entonces, no hubo gobierno ni institución ni empresario alguno que le prestara apoyo decidido y eficaz para la implementación y explotación de sus inventos. Ni siquiera se le dio la oportunidad de trasladarse a países de tecnología avanzada, donde sus descubrimientos hubieran sido apreciados y aprovechados.
Sus habilidades de inventor ingenioso se pusieron de manifiesto desde los años de su juventud, durante los que construyó algunos juguetes con autonomía de movimientos, tales como un alacrán cuya imitación era perfecta, y que mediante un ingenioso mecanismo movía todos sus miembros con exacta regularidad. Más tarde creó una Salamanquesa mecánica, muy semejante al reptil doméstico dotada de un movimiento continuo; luego lo haría con un pequeño piano de ceguiñuela (sic), y un barquito que se desplazaba en el agua con movimiento propio. Todas estas creaciones, aparte de muchos otras de menor importancia, fueron los primeros pininos del ingenio de este nada ordinario guayaquileño.
En 1831, dueño de una gran perseverancia Rodríguez inventó una máquina especial para la fundición de tipos de imprenta, de la que presentó el modelo al Jefe de Policía que al ser puesta en marcha y efectuado el ensayo sus resultados fueron enteramente satisfactorios, por lo cual mereció un honroso informe.
A este logro lo atestiguan los siguientes documentos: “Señor Jefe de Policía:- José Rodríguez, natural y vecino de esta ciudad, ante U.S, del modo más conveniente, digo: que, habiendo inventado una máquina especial para difundir toda clase de letras de imprenta, la acompañó a U.S., con las que he fabricado en dicha máquina, para que se sirva examinarla; y, en su consecuencia, darme un certificado de haberla presentado al examen de U.S. para los fines que me convengan.- Guayaquil, 16 de septiembre de 1831.- José Rodríguez”.
“Dese cuenta al I. Concejo Municipal.- D. Maldonado”: “Concejo Municipal de la Provincia de Guayaquil, a 16 de septiembre de 1831.- Pase al examen y reconocimiento de los señores D. Luis Fernando Vivero, José Cruz Carrera y Federico C.
Con esta máquina que facilitaba la provisión de tipos de plomo, el 2 de enero de 1832, José Rodríguez tomó a su cargo la Imprenta de la Ciudad, al tiempo en que se editaba “El Colombiano”. Pero sólo se desempeñó hasta el 12 del mismo mes, por las razones que él mismo expuso en un aviso, que decía: “Habiéndose unido la Imprenta de la Ciudad, que ha estado a mi cargo hasta la publicación de este número, con la que se halla bajo la Escuela de Niñas, por convenio con el Gobierno,- he dejado de administrarla; teniendo la satisfacción de haber desempeñado mi destino con integridad y a satisfacción de la Prefectura.- José Rodríguez. Sin embargo, aún imprimió Rodríguez dos números más y un Alcance de “El Colombiano”. El último número publicado fue el 128 publicado el 26 de enero de ese año.
De fama mundial gozó nuestra industria de sombreros de paja toquilla, sombreros tan buscados y tan finos que solían pagarse en Europa a peso de oro. Pero el tejido de estos sombreros continúa siendo artesanal y por tanto de obra lenta, sobre todo los finos, cuya manufactura demanda muchísimos días. Por 1914, en Europa con gran interés se hablaba de la fabricación de una máquina tejedora de sombreros de paja toquilla. Sin embargo, setenta años atrás José Rodríguez ya había inventado una máquina aparente, que presentó a las autoridades junto a la muestra de un sombrero tejido en esta. El siguiente documento atestigua lo que decimos y da a conocer la resolución del gobierno al respecto.
“No. 238.- República del Ecuador.- Ministerio de Gobierno, Quito, a 4 de septiembre de 1844.- Al Sr. Gobernador de la Provincia de Guayaquil”.
“Puse en conocimiento de S.E. el Vicepresidente de la República, Encargado del Poder ejecutivo, el sombrero de paja fabricado en la máquina construida en esa ciudad por el ciudadano José Rodríguez; y ha dispuesto que, por órgano de U.S., se manifieste a Rodríguez la viva satisfacción que ha causado al Gobierno ver el producto de la máquina ingeniosamente inventada por un hijo del Ecuador; advirtiendo a U.S. que, si Rodríguez no quisiese obtener un privilegio exclusivo para usarla, procure U.S. mandar construir una máquina idéntica, siempre que su inventor consienta en ello voluntariamente; la que remitirá U.S. inmediatamente a esta Capital, para colocarla en el Museo; dando cuenta de los gastos que ella causare, para mandarles satisfacer en el acto.- Dios guarde a U.S.- Benigno Malo.”
No se ha podido encontrar en ningún documento ni periódico cualquier dato que permita saber con precisión si se construyó la máquina para el Gobierno, o si fue convertida en pieza de museo; tampoco sobre el destino final de ese nuevo invento. Sin embargo, es fácil imaginar que al no recibir Rodríguez ningún apoyo que le hubiese permitido aplicar su invento a la práctica, lo haya abandonado y arrinconado en cualquier bodega. Por lo tanto, el tejido de los sombreros continuó siendo una industria exclusivamente manual, como lo fue desde su origen y se mantiene hasta hoy.
Cuando estalló en Guayaquil la revolución del 6 de marzo de 1845, en uno de los duros combates sostenidos contra las fuerzas del dictador Flores, el coronel José María Vallejo recibió un disparo en su pierna derecha, que la dejó totalmente destrozada y fue necesaria su amputación. El general Juan Illingworth, que conocía las habilidades de Rodríguez y apreciaba su inteligencia desde que fue su alumno en la Escuela Náutica del Guayas, lo invitó a su despacho y le sugirió construir una pierna de madera para reemplazar la que había perdido el coronel Vallejo. Rodríguez puso manos a la obra y en menos tiempo del supuesto la presentó Cirujano Mayor del Ejército, Dr. Juan Bautista Destruge, quien elevó el correspondiente informe en el que deja constancia de la grata impresión recibida por la obra.
Por disposición del almirante Illingworth la pierna de madera fue obsequiada al Coronel Vallejo, tal como consta en el siguiente oficio:
 “Nº. 11.- Gobierno Provisorio del Ecuador.- Secretario General.- Guayaquil, a 24 de abril de 1845.- Al Sr. General Comandante General del Distrito.
“Puesta en conocimiento de S.E. el Gobierno Provisorio, la nota de U. S. fecha 24 del corriente, proponiendo se obsequie al Capitán de Fragata José María Vallejo, mutilado en la gloriosa acción del 6 de marzo, una pierna de madera; que ofrece hacer el Sr. José Rodríguez por el valor de cien pesos, me previene contestar a U.S., que  conviene gustosísimo en esta pequeña manifestación de gratitud; y ha ordenado que se paguen puntualmente los cien pesos, siempre que la obra sea a satisfacción del interesado, pues esta circunstancia parece necesaria, para que el obsequio sea de verdadera utilidad a la persona a quien se hace.- Dios y Libertad.- José María Cucalón.”
“Tal fue José Rodríguez y tales sus principales inventos, suficientes para que sus compatriotas consagren su memoria como la de un ciudadano de inteligencia superior, que, aun cuando no alcanzó los éxitos reservados hoy a los inventores, probó suficientemente ser uno de los más notables de su época, aunque su mérito quedara entonces desconocido fuera de su patria y sin ningún estímulo en ella” (Boletín de la Biblioteca Municipal de Guayaquil).
Es evidente, aun en nuestros tiempos, que la investigación sobre cualquier tema no tiene mayor apoyo por parte del Estado. Un investigador a tiempo completo no puede existir en nuestro país, por cuanto tendría que comerse las uñas para sobrevivir. No nos sorprenda entonces que en 1845 no se haya comprendido el provecho que resulta para un país el tener ciudadanos capaces de convertirse en importantes factores del progreso. Rodríguez, quizá con algún apoyo oficial o particular habrían sobrevivido los resultados de sus esfuerzos.

“Hasta hoy, estas páginas y aquellas a que hicimos referencia, constituyen el único acto de injusticia pública a la memoria del inventor ecuatoriano. Ni una mala calle de Guayaquil lleva el nombre de José Rodríguez. Sea, pues, la Historia la que consagre en sus páginas los merecimientos de ese notable guayaquileño” (Boletín de la Biblioteca Municipal de Guayaquil).


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